Mi esposa no quiere intercambios - I

Nunca te quejes de lo que Dios te da, porque siempre puede ser peor... o mejor ¡Quién sabe!

Queridos amigos y amigas, este relato, solo este capítulo, se va a dividir en dos partes. la 1ª) es la introducción y la cuento yo, Quique, y la 2ª) la contará mi esposa que también hará los relatos siguientes. Esperamos que os gusten todos.


Mi esposa, Yoli, es una auténtica maravilla. Sus horarios laborales, entre fuera de casa y dentro de casa, no duran nunca menos de 27 horas diarias ¡imposible calcularlas! Es un encanto de mujer, de ama de casa, de madre, de trabajadora infatigable. Jamás deja nada para mañana... excepto el sexo. Y encima, está casada con un tipo como yo, Quique (de Enrique) que me pasaría el día follando en lugar de pajearme solo en todas partes por su culpa.

Me casé loco por ella y sigo estando loco por ella, pero ¿no podría tomarse algún tipo de pastilla, o ponerse una vacuna para luchar contra el virus de la falta de ganas de follar? Ya desde novios, a punto de casarnos, le propuse una noche loca con dos parejas de amigos/as y si me descuido, ni nos casamos. Ya casados le propuse que follase ella con su prima Cristi, que es la mujer más puta que conocía, para que aprendiese a follar con mujeres y a ver si con Cristi ayudándome... pero me avergüenza contaros la ostia que me soltó por querer hacerla tortillera. A ella, ¡una mujer decente!

Y aunque varias veces le propuse, sobre todo en sus peores épocas de sequía sexual, y siempre guardando las distancias por si me soltaba otra bofetada, el salir de noche a tomar unas copas, bailar, con algún grupito, o simplemente bailar y tontear con la gente que encontrásemos en esos sitios más bien pervertidos, la mirada que me soltaba era peor que las del cíclope de X-men.

Incluso una noche, vino su prima Cristi con su marido a cenar y a tomar unas copas en casa, y de solo ver como iba de desvestida (porque lo que llevaba puesto no tapaba nada), se fue al armario y le sacó una rebeca para su prima y se acabó la fiesta. Y eso que la noche iba solo de cena y copitas entre familia. Y eso que mi Yoli, tiene un cuerpazo, 167 de alto, cuerpo robusto talla 38, 97 cm de tetas, culo extraordinario... ¡buenísima!

Tuvimos una hija. Y a los dos meses de tenerla, se dio cuenta que cuanto más tiempo pasaba dando el pecho a la niña, más hormigas tenía en el coño. Hasta que casi cuatro meses después de tenerla, se le ocurrió tocarse el coño mientras amamantaba para quitarse las hormigas, pero lo que consiguió fue tener la corrida más salvaje de su vida.

Yo estaba en la cocina preparando la cena (porque entre otras cosas sé cocinar de cine) y al oír ese grito me fui al salón a ver qué pasaba y allí la tenía con cara de espanto y de no entender nada de lo que le había pasado, solo me dijo:

  • Ha sido un susto Quique, es que la niña se me ha resbalado un poco y creía que se caía al suelo. Perdona cariño, solo ha sido eso ¿te has asustado mucho papi?

  • Un poco sí, Yoli, tú no eres de las que chillan y se asustan.

  • Bueno mi amor, siempre tiene que haber una primera vez para todo.

Y os juro que esa tarde-noche estaba rarísima, hasta creo recordar que se cambio de ropa y estaba más sexi. O sería porque mi besugo a la sal y el revuelto de grelos con gambas anterior, estaban para morirse. Y ya puestos, un vinito de la Ribeira Sacra bien fresquito del almacén de mi primo, porque a los dos nos gusta cenar bien, es la única comida diaria segura de los dos juntos. Y esa misma noche, fue ella quien se acercó a mí y me tocó el pito, pero se arrepintió enseguida y se durmió. Yo no y me tuve que ir al baño a desahogarme con el pito bien duro ¡ya sabéis!

Pero al día siguiente, por la tarde, estaba montando unas pequeñas estanterías, mientras mi amor daba el pecho a la niña y me pareció oír unos gemidos. Paré de montar y me quedé oyendo y los gemidos siguieron... hasta que se me ocurrió ir al salón y pararon al oír mis pasos. Pero no fue lo suficientemente rápida y me la encontré con las dos tetas al aire, su mano derecha con la niña y su mano izquierda dentro de su pantalón saliendo con rapidez. Yo me quedé sorprendido mirándola, y ella me devolvió mi mirada con una suya desafiante y como yo la conozco, pues, me di la vuelta y volví a mis estanterías.

Pero de forma inconsciente e involuntaria, mi mujer había descubierto lo que tantas mujeres lactantes, que el dar el pecho a un hijo (en este caso hija) puede desencadenar una serie de emociones sexuales, orgasmos y aumento del deseo sexual. Pero mi esposa se lo aplicó a ella, se masturbaba como loca y cuando estaba conmigo estaba ya muy satisfecha de si misma. Así que aunque nuestras relaciones sexuales eran cada vez más satisfactorias, seguían siendo las mínimas imprescindibles. Ella colmaba sus deseos, pero yo no ¡puro onanismo!

Y como su prima era mariscadora de nuestras maravillosas playas y costas gallegas (vale, se me nota que amo a mi tierra), un día se me presentó mi esposa con ella en casa, y me dijo que iba a hacer el curso y obtener los permisos correspondientes para ejercer el duro y pesado trabajo de mariscadora de pie. Cierto es que su empresa había cerrado y todos a la calle, como tantas empresas en el 2008 y años siguientes, y que ella era incapaz de estarse quieta, como os he dicho antes, pero ¿mariscadora de pie? Es un trabajo durísimo y aunque rentable, a mí, que soy funcionario de carrera y no de los bajitos de escalafón, es decir, con buen sueldo, pues me parecía demasiado duro.

Consiguió el carnet, aprobó el curso de formación y empezó su duro trabajo. Y fueron pasando los meses y poco a poco, muy lentamente, mi esposa empezó a cambiar obligadamente sus costumbres. En su empresa anterior, del almacén iba a casa, o al super y a casa. Es decir, de casa al trabajo y del trabajo a casa. Pero ahora, con las raras horas de su trabajo y lo limitado de los días que puede trabajar (no más de 18 días), de la dependencia de las horas de las mareas y de los kilos de recogida de marisco para la lonja, y solo pueden trabajar en las zonas señaladas (hay vigilantes) empezó a salir muy temprano de casa los días de trabajo matutino, y para no despertarnos, desayunaba con las compañeras y compañeros que le tocaban en cada turno. Se empezaba a socializar.

Y luego del trabajo del marisqueo y mientras pesaban y marcaban sus lotes, fijados cada día (máximo 10 kilos por persona) o después, iban al aparcamiento de sus coches y allí se despojaban, al aire libre, de sus ropas para mariscar, trajes de neopreno, chubasqueros, vadeadores... en el invierno sobre todo, y en verano, pues desde shorts, biquinis, neopreno más ligero y fresco. Y claro, tener que despojarte de todo eso delante de todo el mundo y cambiarte en ropas más normales, pues te da un poco de libertad, sobre todo si nunca la has tenido.

Y mi amada y deseada Yoli, empezó a no darle importancia a mostrar su cuerpo, al menos parte de su cuerpo. Y quedar con todas sus curvas perfectamente marcadas cada día, en cada cambio de ropas. Porque lógicamente ninguna iba en pelotas, pero las camisetas térmicas, las de tirantes, los leggins tan ajustados o los shorts. A veces hasta los sujetadores saltaban al arrancar sus ropas tan prietas... Y empezó poco a poco, a salir y a quedar con amigas del marisqueo.

Y aquí lo dejo yo para que siga Yoli.

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Y yo soy Yoli. Y me vais a perdonar mi forma de describir las cosas porque yo tengo menos costumbre de escribir que Quique y soy más bruta, más directa.

Mis padres me educaron muy de pueblo, porque soy de pueblo. Y nosotros tenemos solo una forma de ser y de comportarnos, somos directos. Una sola familia, un solo novio, virgen hasta casi el matrimonio, un solo marido... Ya me entendéis. Y conocí a Quique, me gustó su forma de ser, su cultura, sus estudios, estaba en la universidad, nos hicimos novios, rehabilitamos una casita de los abuelos en un ayuntamiento costero, y nos casamos.

Y tiene razón Quique al decir que le pegué una ostia de narices, porque fuerte, soy fuerte, pero eso de querer hacerme tortillera, de follar con una mujer... Eso es para hombres y los hombres para las mujeres. Y eso es lo que me enseñaron mis padres y en mi pueblo. Aunque yo comprendía a mi prima y sus placeres sexuales, no los compartía. A lo mejor me hubiese gustado ser como ella, pero no lo era.

Pero llegó Alba, nuestra hijita y con ella, la tarea de amamantarla. Y joder ¡el gusto que me daba la muy putita con su boquita chupando de mis pezones! Y poco a poco, ya no le daba el pecho a Alba para alimentarla, sino para correrme yo como una puta barata, muy barata. Las corridas que tenía eran increíbles Y aprendí a amamantar a mi hija mientras me masturbaba. Y en una de ellas tuve tal orgasmo y squirt, que la niña casi se me cae al suelo de la sorpresa y el placer que me llevé, pegué un grito salvaje y casi me pilla Quique en plena faena, porque fue tan enorme el orgasmo, que quise con mi mano tapar el chorro de mis fluidos y evitar mancharme, y claro, ya me diréis cómo.

Y alargué el amamantamiento. Y seguí masturbándome como una loca y conseguía hasta dos y tres orgasmos. Y vino la crisis del 2008. Cierre de empresas. Mi despido, mis deseos de trabajar y ganar dinero para casa. Y todo lo que mi marido os ha contado. Y unos 8 meses después de ser mariscadora, una de las vigilantes de zona, se acercó a mí mientras me cambiaba junto a mi coche y yo me asusté, por si había cometido alguna infracción en la jornada de trabajo. Me tranquilizó sonriendo al ver mi cara y me dijo:

  • No Yoli, por Dios, cambia de cara que no has hecho nada malo, con lo callada que eres y lo trabajadora y meticulosa. Solo te daría felicitaciones, pero tengo ahora unos minutos de descanso, te he visto cambiándote y me gustaría hablar contigo, conocerte, saber de ti. Porque eso sí, eres muy callada y reservada. Y casi no sé ni quién eres.

Yo la miré. Era una de las pocas mujeres en este servicio de vigilancia que está para que respetemos las normas, y para que cada una de nosotras trabaje en la zona que le corresponde ese día. Roxana era una chica de unos 35 años, algo más joven que yo, de la que se hablaba bastante de su vida sexual, ya que era soltera y con dos hijos. Y que no era vigilante por oposición, sino porque alguien la había colocado ahí a cambio de... ya sabéis. Yo acepté porque con los vigilantes, mejor no enfadarse.

Y Roxana me demostró que, en las cortas distancias, era una mujer encantadora, muy extrovertida fuera de su trabajo (en el trabajo era muy mandona) incluso quiso pagar ella el picoteo. Y en dos o tres ocasiones acarició mi mano sobre la mesa, cosa que yo no le di importancia. Yo nunca he sido una persona que dude de las buenas intenciones de los demás ¡os lo prometo!

Pero Roxana interpretó mi pasividad a sus caricias, como lo que no era. Y desde ese día se fue acercando a mí, y las pocas veces que yo estaba con mi pequeño grupo de amigas, se esperaba a que me separara, o ella misma me separaba de ellas con cualquier excusa.

Un día de temporal y al salir del abrigo de unas rocas, más pendiente de mi trabajo que de las olas, me golpeó fuertemente una de ellas y a causa del impacto, perdí el equilibrio y me caí. No tardó nada el vadeador en llenarse de agua y entre la sorpresa, el miedo, y el peso de toda esa agua, tardé un poco en reaccionar y cada instante entraba más agua. Yo no era capaz de soltarme los tirantes para poder sacarme el vadeador, y pasé por unos minutos tremendamente angustiosos, notando ese peso y cómo mi cuerpo no respondía y aún se hundía más. Y antes de darme cuenta, Roxana, que había abandonado su puesto al verme en grave peligro, entró en el mar y con la ayuda de dos mariscadores que habían también acudido, me despasaron los tirantes y me sacaron del agua.

Tuve un susto de muerte, y como nos pasa a todos en ese trabajo, les agradecí sinceramente su ayuda. Ayuda que aunque es algo que todos hacemos cuando vemos a alguien en peligro, me demostró que todos somos un grupo que colabora y se ayuda. Pero que no tenéis idea de cómo se agradece. Y dos días más tarde, Roxana y yo nos encontramos en el super. Aún nerviosa la abracé con sincero cariño, pero Roxana me mal interpretó otra vez. Y me invitó a ir una tarde a su casa y tomar un albariño de casa. Y acepté con una amplia sonrisa.

Pero Roxana, mi vigilante playera, empezó a ayudarme sin mucho ruido. Todos cometíamos faltas, y los vigilantes tomaban notas y luego nos entregaban las notificaciones con la correspondiente sanción. Ella nunca me entregó ninguna y alguna otra se perdió. O me veía muy cansada por el esfuerzo de luchar con las olas en mar bravo, y ella misma me ayudaba a arrastrar el pesado carro con las almejas, los mejillones y aperos por la arena de la playa, hasta las rampas de acceso a la playa.

Y empezó a caerme bien, muy bien. Y empezamos a vernos en el bar, en el super, paseando con los hijos por los parques del ayuntamiento, y contemplando esas maravillosas vistas de la ría y los viñedos. Y un día, cogiendo mi mano en el parque y mirándome a los ojos, me recordó que teníamos pendiente esos vinos en su casa, las dos solas, y acepté ir esa tarde que mi hija estaría con su padre.

Yo no me maquillé especialmente ni me vestí provocativa, solo iba a tomar unos vinos con una amiga, pero Roxana si lo estaba. Bueno, maquillada si estaba, pero vestida... Se había duchado minutos antes y solo llevaba un mini albornoz con el cinturón ligeramente pasado y era perfectamente visible que debajo no llevaba nada más. Y me sentí un poco rara. Era como si un decimosexto sentido me advirtiera que debía marcharme corriendo, pero me quedé. Nerviosa, con la garganta seca, pero me quedé.

Hasta acepté un cigarrillo rubio de los suyos. El primero que fumaba, ya que solo fui fumadora unos 12-14 meses. Y mientras fumábamos me enseñó la casa y lo que más me impactó, fue la enorme cama de su dormitorio y más siendo soltera y se suponía que sin compromiso. A veces me cogía de la mano, del brazo, de la cintura. Y al llegar de nuevo al salón, me señaló el sofá y me dijo si me apetecía un blanco bien fresquito y yo sonriendo, acepté. Y ella, mientras iba a la cocina solo me dijo:

  • Ponte cómoda mi amor

Y mi sentido común no capto la señal de las palabras "mi amor ". Me quité la chaquetita, aplasté el cigarrillo en el cenicero, y cuando Roxana volvía de la cocina y yo me terminaba de sentar, el coño se me llenó de millones de sensaciones voluptuosas, y creo que mi mandíbula inferior se me cayó hasta el ombligo. No me había dado cuenta del taconeo de Roxana durante los minutos anteriores, pero ahora sí.

Roxana, la vigilante de la playa, estaba totalmente desnuda. Su cuerpo, completamente depilado posiblemente con laser, era fuerte, perfecto. Dos impresionantes tetas tipo pera con preciosos pezones y areolas y su coño marcado con un aro en cada labio vaginal y uno más pequeño en el monte de Venus. Largas columnas dóricas, perdón quería decir piernas, subidas a unos impresionantes y delgadísimos tacones. Y en sus manos dos enormes copas de vino y dos botellas de Albariño.

Yo nunca había visto a una mujer tan desnuda. Y tan atractiva. Y tan exuberante. Me dio una copa, se agachó para llenármela hasta arriba hasta casi tocar sus tetas mi cara y como ella hizo lo mismo con la suya, casi se vació la botella. Me acarició el rostro con su mano fresquita aún y yo me dejé. Y pegué el mayor trago de vino que había mamado de una sola vez. Y empecé a ser consciente, aunque muy lentamente, que me podía pasar esa tarde lo que mi esposo me incitó y casi le rompí la cara, hacerme bisexual sin darme cuenta ¡pero no me importó!

Roxana se sentó a mi lado y con sus manos cogió mis tirantes y empezó a bajarlos. Y yo me terminé de un solo trago el resto de la copa de vino. Al ver mi reacción y mis orejas tan rojas, mi vigilante playera me sonrió y solo me preguntó, mientras seguía bajando mis tirantes y dejando mi sujetador al aire:

  • ¿Es tu primera vez con una mujer Yoli?

Y yo asentí mil veces con la cabeza. Pero no me aparté de ella, no me levanté, ni mucho menos me marché. No soy capaz de expresar qué me pasó. Solo recuerdo que me pasó. Y mientras ella cogía las botellas y me volvía a llenar hasta arriba la copa, yo no solo me quedé allí, sino que yo misma me quité el sujetador muy consciente de lo que hacía, y me quedé desnuda desde la cintura. Al verlo, me dio Roxana sonriendo la copa, ella cogió la suya y bebimos mientras nuestras miradas expresaban nuestros deseos.

Y de nuevo la vacié. Y ella me sonrió tan maravillosamente, que yo le devolví la sonrisa. Y ella se acercó a mí y me acarició con tanto cariño, que cuando me besó en los labios, yo le devolví el beso. Y cuando metió su lengua, yo le ofrecí la mía para jugar. Vació el resto de las botellas en mi copa, y yo me lo bebí desesperadamente mientras ella me abría la cremallera del pantalón y su mano se introducía bajo mis bragas, acariciando mi poblada y desordenada selva virgen púbica ¡y me corrí! Pero no fue una corrida normal, ni de esas que se dicen grandes, sino brutal, bestial, salvaje.

Mi cuerpo se estremeció, hasta el extremo, que vi en el rostro de Roxana como una expresión de sorpresa. Y a continuación vino la sorpresa. Fui yo quién se lanzó sobre ella. Yo me abracé a esa extraordinaria y provocativa mujer y le besé. Pero la besé como quizá jamás había besado a Quique. No era un beso de amor, de cariño. Era un beso de entrega total. Me estaba fundiendo a ella y ni siquiera sé ahora la parte de la que el vino tuvo la culpa. O si sus caricias y mi corrida me trajo el recuerdo de las corridas que tuve amamantando a mi pequeña Alba.

Solo sé que mi amiga se levantó, me tendió la mano, yo se la cogí, me levanté y allí mismo me bajé los manchados pantalones junto con mis bragas. Y así, totalmente desnudas las dos y cogidas de las manos, entramos a su dormitorio. Y ahora ya sé para qué servía una cama tan grande.

Roxana se sentó en la cama, todavía cogidas de la mano y en ese momento sentí verdaderamente el peligro de lo que podía pasar y dudé. Pero la prieta y fuerte mano de mi vigilanta playera, sus ojos profundamente clavados en los míos, y mis deseos, expresados en millones de hormigas moviéndose salvajemente dentro de mi coño. me hicieron sentar a su lado. Su mano libre acarició mi rostro y yo misma me acerqué a ella. Acerqué mis labios a su boca, los aplasté y me entregué sin condiciones.

Me acomodé en la cama, estiré mi cuerpo y apenas lo hice noté el peso de su cuerpo sobre el mío. Su rodilla se metió entre mis piernas y las separó. Su muslo se metió entre las piernas pero bastante más arriba, profundamente arriba y empezó a masajear mi peludo coño, mientras yo levantaba un poco mis caderas para darle más posibilidades a su muslo para que friccionase mejor. Pero si eso pasaba "por la parte de abajo de mi cuerpo", la parte de arriba lo estaba disfrutando a tope.

Las fuertes manos de Roxana sabían sacar de mí, retazos de pasión que creí inexistentes, no porque Quique no me los hubiese hecho antes, sino porque yo le marcaba los pasos, le cortaba, no le dejaba llegar a todo lo que él quería hacerme. Y a Roxana no le marcaba los pasos, ella era quien mandaba, quien dirigía. Y yo me lo dejaba hacer todo.

Sus manos acariciaban mi rostro, apretaban y masajeaban profundamente mis tetas, sus dedos jugaban con mis pezones, los pellizcaban, los rotaban, los estiraban. Sus labios estaban en mi boca, aplastaban y jugaban con los míos, su lengua se metía profundamente en el interior de mi boca y buscaba desesperadamente la mía, que se envolvía con ella como dos serpientes buscando como morder una a la otra. Y cuando no estaban en mi boca, sus labios estaban en mis pezones y sus dientes me mordían y los aplastaban, mientras entonces su mano bajaba hasta mi coño y ayudaba a su muslo a darme placer.

Y mi coño agradecido empezó a ponerse nervioso, muy nervioso. Y de allí pasó a ser un coño agradecido. Y de eso pasó a ser un coño explosivo porque empecé a correrme, y de una corrida pasé a otra cada vez más fuerte. Y como después de varias corridas me vio agotada y algo tensa, me hizo algo que yo nunca permití a mi esposo porque me daba asco. Metió su cabeza entre las piernas, y a pesar de que yo notaba como mi poblada selva vaginal se metía en su boca y en su nariz, aplastó su boca contra mi coño, sus labios bucales contra mis labios vaginales, y su lengua se introdujo, como una polla sin semen, profundamente en mi vagina.

Y de mi vagina pasó a mi ano. Y de mi ano otra vez a mi vagina. Y yo me sentía morir, jamás me había corrido tantas veces. Yo era de esas mujeres que con una sola corrida se sienten más que satisfechas. Dos corridas con mi esposo ya eran para mí el Nobel de Química ¡y ahora llevaba 6 o 7 corridas y seguro que irían a más! Y le dije a Roxana que yo quería hacerle lo mismo y ella me dijo ¿quieres hacer un 69? Pero ¿y qué cojones sabía yo lo que era un 69? Así que ella se levantó, se volvió a poner encima mío pero al revés, y me lo explicó.

Y ahora sí lo entendí. Hacía lo que notaba que ella me hacía a mí, sin importarme si era en el coño o en el culo, ni el sabor de cada agujero. Y, o mi lengua era muy grande dentro de su coño, o yo lo estaba haciendo muy bien sin saber lo que hacía, o mis manos, que no se estaban quietas, también le daban placer, o ella tenía muchas ganas de correrse, porque se corrió en poco tiempo y por primera vez chupé los jugos femeninos. Y no puedo recordar a qué sabían. Pero los iba tragando tal y como salían.

O mi lengua, estropajosa por el vino bebido antes no tenía escrúpulos. Y sorbí de nuevo los jugos maravillosos de un nuevo orgasmo. Y luego de otro... Y mi lengua y mi boca chocaban una y otra vez con sus tres aros, y no solo no me molestaban, sino que los encontraba terriblemente excitantes. Hacían que mi lengua variase su trayectoria dentro de su coño. Y lamenté tener tantos pelos en el mío y no tener unos aros como esos.

Y mis manos y sus manos, poco a poco fueron bajando su intensidad. Las dos habíamos tenido preciosas y fantásticas corridas, y aunque su experiencia era infinitamente superior a la mía, ya que ella era mi primera mujer, también yo, con mis caricias y mi lengua le había dado todo el placer posible. Las dos nos quedamos abrazadas, boca arriba, respirando entrecortadamente, agotadas pero muy felices.

Cogió Roxana de la mesita dos cigarrillos y el cenicero que puso sobre su estómago, los encendió los dos, me dio uno y empezamos a fumar. Sin decir ni una sola palabra, las dos estábamos silenciosas, con la mente en blanco, abrazadas, sudorosas. Pero de repente, se abrió la puerta, Roxana se quedó quieta, pero de la sorpresa, yo di un salto en la cama que tiró el cenicero, las cenizas y me paró el corazón.

  • ¡Tía Paca!  -dije yo-

Y es que quién acababa de entrar, una mujer de 52 años, fuerte y con marcadas curvas, era la mujer que regentaba el bar de la cofradía, la tía Paca, como le gustaba que todos la llamáramos, donde compartíamos las horas en el bar, los desayunos, las cazallas, los orujos, las comidas. Y allí la tenía frente a mí, sonriendo mientras empezaba a desnudarse. Y noté como la mano de Roxana acariciaba mi espalda mientras me decía:

  • Túmbate, Yoli, mi amor, que esta tarde de sexo aún no ha terminado.

Y esa tarde de sexo, cambió mi carácter, mi forma de ser y mi vida.

Y todo mi matrimonio.