Mi esposa, mi amigo y yo
Mi mujer me pide nuevas experiencias y yo le doy vía libre con mi socio.
Me casé con Silvia hace doce años, cuando tenía 21 y ella 19. Es morocha y mide 1.60. Su fuerte no está en la delgadez sino en la abundancia y más de una vez me ha pasado que me ofrecieron tener sexo con ella en las discotecas y en alguna que otra despedida de soltero. Su especialidad, por su ascendencia, era la danza árabe, y no había polla que no se erectara cuando ella meneaba frenéticamente las caderas. Cuando la conocí no estaba seguro de que me gustara, pero todo eso se diluyó cuando me acosté por primera vez con ella. Me habían gustado dos cosas en particular: su maestría para comerse mi polla y su afán de insaciable que le permitía estar horas y horas haciendo el amor sin enfriarse ni un instante.
Hace unos meses Silvia me sorprendió cuando volvimos de una cena. Me dijo que había alquilado una película porque tenía ganas de probar nuevas sensaciones. Se había puesto un conjunto muy sexy en el que sus tetas estaban prácticamente al aire. Apenas tapaba sus pezones con unas margaritas de tela. Me pidió que me sentara al lado de ella en el sofá y me dijo: "Ahora quiero que prestes mucha atención porque quiero hacer todo lo que hagan en esta película": La porno era de esas que tienen argumento. Se llamaba una propuesta indecente y la historia giraba en torno a un matrimonio de recién casados, que por error se meten en la casa de unos narcotraficantes y no paran de follar durante una hora y media, todos contra todos. Silvia imitó a una de las actrices y sacó un vibrador de su bolso. Se puso en cuatro patas y se lo metió en el agujerito de su culo. Con su otra mano se acariciaba el clítoris y repetía las frases del film. "Ahora cabrón quiero que me la des hasta que diga basta. Dame esa polla porque quiero comérmela entera. Y no se te ocurra correrte pronto, porque la necesito en mi culo".
Esa noche fue fantástica y los dos terminamos exhaustos. Me sentía satisfecho, pero noté que Silvia se había quedado en silencio. Le pregunté si le pasaba algo y me respondió con mucha ternura, pero con un tono que me atemorizó: "No sé, a lo mejor soy una tonta en decirlo pero prefiero ser honesta. ¿Vos a veces no tenés ganas de probar otra concha?. Bueno yo me muero de ganas de sentir otra polla". La confesión me dejó frío, pero a la vez me endureció la polla que tuve que volver a cogérmela. Esta vez por el culo y le hice tener como tres orgasmos.
Cuando llegué a la oficina me acordé de que Oscar, mi socio en la empresa, en una oportunidad en la que se había pasado de copas, me había insinuado algo sobre mi mujer. Como quién no dice la cosa, me había comentado que le parecía que yo era un tipo con mucha fortuna y que se notaba de lejos que me hacían gozar muy bien. Para que a mí no me quedaran dudas sobre su comentario, agregó: "Debe ser un volcán en la cama, no?". Ese día le di una palmada en la espalda y le dije que se dejara de pelotudeces. Que su mujer estaba mucho más apetecible que la mía. Nos reímos y nunca volvimos a hacer ningún comentario al respecto.
Silvia volvió a comentarme que le gustaría tener nuevas experiencias y yo traté de ser lo más pragmático posible a la hora de resolver la situación. "Está bien, le dije, vos vas a tener otra polla, pero te la consigo yo". Ese día en la oficina le dije a Oscar que Silvia lo había invitado a comer y que se iba a ofender si la rechazaba. Oscar algo raro debió haber percibido porque llamó a su casa y le avisó a su esposa que llegaría tarde porque se le había complicado una licitación y no había tiempo para corregir los pliegos. "Listo, Nacho, avisale que voy". Llamé a Silvia y le comenté mi plan. Ella conocía a Oscar y le encantó la idea. Le dije que tenía vía libre para seducirlo y que yo quería verla en acción.
Mi esposa estaba brutal esa noche. Se había puesto una minifalda negra de cuero. Como sus caderas son más bien anchas, sus muslos aparecían apretados, como que reventarían la pollera en cualquier momento. Tenía un top también de cuero negro y se había puesto uno de esos corpiños con alambre, porque sus tetas parecían dos globos redondos y apetitosos. Silvia nos saludó con un beso y pude ver cómo con sus manos acarició la espalda de Oscar cuando le pidíó el saco para colgarlo. Les ofrecí algo de tomar y los dos pidieron algo fuerte, señal de que la mano venía muy bien.
Durante la cena escuchamos música suave y el alcohol nos fue liberando de nuestras ataduras. Le pregunté a Oscar si le gustaba Silvia y me contestó afirmativamente. "Pues puedes follártela". Mi compañero de trabajo no se cohibió con mi franqueza y con sus manos empezó a jugar en las tetas de Silvia. Mi esposa también había apoyado sus manos en la bragueta de Oscar y tuvo que largar el primer gemido cuando notó que se trataba de una polla grande, muy grande. Yo estaba sentado en un sillón que estaba enfrentado al sofá.
Ver a mi mujer con otro me excitó mucho, a punto tal que saqué mi miembro y me masturbé delante de ellos. Silvia ahora estaba sentada sobre Oscar. Le agarraba las manos, se las ponía en las tetas y le pedía que se las apretara. "Haceme doler hijo de puta, dámela por el culo". Oscar la tomó de la cintura, apuntó la polla en la entrada del ano de Silvia y la penetró de un sólo movimiento. A mi esposa se le caían las lágrimas, pero en breve empezó a gritar y a gemir mientras tenía una lluvia de orgasmos. Ella vio que yo estaba haciéndome la paja y cuando notó que Oscar había terminado se abalanzó sobre mi pija y se tomó toda la leche. "Esta es mi polla preferida", me dijo cómplice mientras la limpiaba con su lengua.
Cuando nos recuperamos, Silvia nos tomó de la mano y nos guió hasta el baño. Abrió la ducha y nos pidió a los dos que nos metiéramos en la bañadera. Ella nos enjabonó y nos enjuagó con una ducha de mano. Los dos estábamos al palo. Ella se puso de espaldas a mí, se acomodó mi polla en su culo y dio un salto como para quedar prendida. Acercó a mi socio y le pidió que la penetrara por adelante. Estabamos los tres parados en la bañadera, ella había atrapado a mi amigo con sus piernas y no lo dejó moverse cuando anunció que se estaba por correr dentro de ella. "Quiero sentir toda tu leche, cariño", le gimió y Oscar no pudo negarse. Le avisé que iba a terminar, y ella se acomodó mi polla en su vagina. "A ver si tu chorro es más caliente amor", me alentó. "Dámela toda, la quiero entera". Y se desvaneció luego de acabar como una loca.
Esa noche Oscar se quedó hasta las cuatro de la mañana y cuando se fue, Silvia y yo seguimos follando hasta el amanecer. Fue nuestra primera experiencia, pero ahora siempre que podemos agregamos a alguien a nuestra vida caliente.