Mi esposa: entregada (1)
La esposa es entregada y forzada a mantener relaciones con hombres diferentes a su marido.
Había preparado adecuadamente el instante. Ella vestía con un traje entero de gasa floreado que le llegaba casi hasta las rodillas y un con un buen escote. Como tenía el sujetador que le realzaba y levantaba aún más los pechos y estos ya de por sí eran muy hermosos, estos parecían querer salírseles del vestido. La tela del vestido que se amoldaba al contorno del cuerpo hacía el resto.
El hecho de que nos encontráramos invitados por el, en un pueblo distintito y tan distante de nuestro domicilio, además sin los niños, favoreció aún más mis intenciones.
Desde hacía tiempo quería verla como era seducida y follada por otros; como disfrutaba del placer sexual ante mi presencia. Varias veces se lo había sugerido, pero ella era totalmente contraria, al menos aparentemente. Sin embargo ante algunos comentarios en este sentido e historias inventadas por mi parte con este tipo de contenidos mientras hacíamos el amor, había presenciado como claramente para ella esto era un elemento de gran excitación, habiéndome a veces pedido que no dejara de contarle, llegando incluso a seguir ella narrando en el momento previo o durante el clímax como se la estaban follando, dándome detalles de alta carga erótico-sexual de lo que le hacían.
Así que creí que estas vacaciones solos y tan alejados eran el momento propicio.
Esa noche, una de las primeras de nuestra estancia, habíamos salido a pasear los tres juntos. La misión de nuestro anfitrión era enseñarnos su localidad de nacimiento. Dimos algunos paseos viendo sus monumentos arquitectónicos y vistamos varios bares de copas, mientras charlábamos alegre y desenfadadamente. Al caer la noche acabamos en uno de ellos. En una terraza, fuera del establecimiento, para hacer más llevadero el calor ambiente que hacía, tomamos algo.
Alfredo no había perdido el tiempo de echar, cuando podía y disimuladamente, un vistazo a los hermosos y bien proporcionados pechos de mi mujer. A su culo, a sus piernas, a su hermosa figura. Ella se había dado cuenta desde el primer momento pero trataba de disimularlo, aunque yo que la conocía perfectamente sabía que estaba al tanto y se mostraba alegre y jovial al saber que estaba siendo admirada. Su gran feminidad no podía evitarlo. Saber que se sentía admirada sexualmente por un hombre distinto a su marido, en presencia de este la excitaba y además le traía los recuerdos de nuestras fantasiosas conversaciones sexuales.
Allí sentados y con un objetivo claro por mi parte, aproveché la circunstancia y de vez en cuando, disimuladamente, le ponía mi mano sobre sus nalgas, por encima del vestido y le magreaba un poco cerca de la vagina.
Ella, lógicamente, ante lo que le suponía una gran violencia ambiental, me retiraba la mano disimulada pero enérgicamente, sobre todo las primeras veces, tratando de que Alfredo no se percatara.
Luego, vencida, después de la tercera o cuarta se dejaba un poco hacer, quizá queriendo aparentar que eran usos habituales entre nosotros que carecían de mayor importancia. Así empezó todo.
Alfredo mientras charlaba con ella no podía evitar miradas lascivas. Lo que muchas veces había imaginado pero que nunca hubiera conseguido, lo tenia ahora al alcance de su mano. Su deseo se incrementaba, pero consciente del juego y con el deseo de no estropearlo intentaba a duras penas disimular.
Mientras tanto, ella se calentaba por momentos, pero nunca imagina donde sería yo capaz de llegar. Pensaba que era otros de los juegos eróticos que ya habíamos experimentado. A pesar del sujetador y ante la intensidad de las emociones que afloraban, ayudado por el frescor de la noche y lo ligero del vestido los pezones tensos se notaban abultados a través de la fina tela.
En uno de esos magreos le dejé levantada la falda dejando ambas piernas prácticamente al descubierto. Sus carnosas y hermosas nalgas quedaron a mi vista y a la de Alfredo. Un empujón más y sus bragas y bulto formado por el negro vello del coño quedarían a la vista. Ella se miró un instante como para calibrar si era demasiado; no tocó nada. Cuando levantó la vista, pudo observar como Alfredo se las miraba mientras se humedecía con la lengua los labios. Sintió vergüenza, pero ya era algo tarde para rectificar ya que sabía que yo seguiría adelante y quería aparentar que el tema no tenía importancia, con lo que decidió aparentar normalidad y continuó la conversación desenfadada. No obstante se bajo un poco la falda, pero momentos después se la subí de nuevo, incluso un poco más y a partir de ahí no se la volvió a tocar. Cruzó las piernas. La nalga izquierda se mostró entonces completa. Alfredo, que no podía más empezó a colaborar y con no se que juego de brujas que según nos contaba se solía hacer por allí, empezó a tocarle la rodilla, hacia abajo y hacia arriba. Un poco el muslo. De ahí no pasó, pero haciéndolo con suma suavidad y erotismo.
Ella se dejaba hacer y estaba poniéndose muy caliente, imaginando aún que la cosa con el no pasaría a más y que le esperaba una noche conmigo desenfrenada. Así pues siguió con la conversación y la jocosidad y bromas que le caracterizaban en las mismas. Cogió la mano de Alfredo y le buscó la línea de la juventud, prediciéndole según había visto hacer en algún caso. Todo era juego e invención, pero así mantenía la excitación. Al inclinarse hacia el sus pechos parecían querer escaparse. Alfredo intensificaba las miradas, ya con descaro y yo creo que ella repetía ciertas posturas de forma intencionada para provocar más admiración de el.
Entonces decidí que era el momento de empezar la segunda fase. Como estaba algo vuelta hacia Alfredo, empecé a acariciarle a espalda por encima del suave vestido pasando también por la parte trasera del sujetador. Se dejaba hacer. Era su marido. Llegué hasta los hombros prácticamente descubiertos y como este era uno de sus puntos débiles paró mis caricias porque la excitación que sentía no podía combinarla con la conversación aparentemente desenfadada. Me dijo que la dejara, que era un pesado. Le empezaba a parecer demasiado el cariz que empezaban a tener los acontecimientos.
Pero no le hice caso y continué. Le pasé el dedo índice por el cuello; la raíz del cabello que salía del mismo, suavemente , le manoseaba y le tiraba suavemente de la tiranta del sujetador... En un momento no pudo evitar un escalofrío que le recorrió todo el cuerpo y que los dos advertimos. En ese momento Alfredo no pudo evitar llevarse la mano a la polla, por encima del pantalón y apretársela porque la debía tener muy dura. Aunque intentó disimularlo, ella no pudo evitar una esquiva mirada hacia la ingle de Alfredo e indudablemente tuvo que notar el enorme bulto que este tenía. Indudablemente estaba muy caliente. Los dos lo sabíamos.
Entonces entré directamente en el asunto que me traía entre
manos y le dije: <
La expresión de su cara cambió de repente. Se echó hacia atrás en la butaca sin saber que decir y a quien mirar pero sin decir nada. Alfredo la miraba lascivo como esperando una respuesta. El silencio se alargó durante un instante, pero durante el mismo sus pezones seguían turgentes y sus piernas, que había descruzado nos la mostraba hermosas y prácticamente completas, por lo que deduje que aunque avergonzada y confusa, aceptaba en parte el juego al que la estábamos sometiendo.
Entonces Alfredo rompió el silencio empezando a chistes picantes, muy picantes. Ella mostraba alguna sonrisa pero se le notaba muy nerviosa. Creí que era el momento de marcharnos. Pagamos. Nos levantamos y nos fuimos hacia casa. Durante el camino seguimos hablando de cosas intrascendentes, pero que ayudaran a devolver la normalidad a la situación. La cogí por la cintura fuertemente y de vez en cuando a apretujaba con fuerza hacia mí. Ella, seria, pero hermosa y sexualmente excitante parecía intuir que era el cordero que llevaban al degüelle, pero esperanzada de que la cosa no llegara a más mantenía con alguna dificultad la conversación, aunque se dejaba abrazar y achuchar por mi.
Al llegar al portal, inesperadamente le volví la cara, la atraje hacia mí y la besé fuertemente en la boca, metiéndole la lengua, mientras con una mano le acariciaba el culo por encima del vestido, apretándolo contra mi cuerpo e intencionadamente subiéndoselo un poco, para confundirla aún más.
No sabía como evitarme. Intentaba soltarse del abrazo, quitarme la mano del culo y de la boca, pero no podía. Cuando creí que era suficiente la solté. Alfredo había presenciado si perder detalle toda la escena. Ella lo miró después sin saber que decir, se limpió la boca, bajó la cabeza y no dijo nada más, aunque me miraba con ojos mezcla de odio, vergüenza, desesperación y confusión.
Entonces en ese preciso instante, dándole la llave a Alfredo, le dije: <<¡Anda subid los dos. Yo me quedaré aquí un poco en el jardín. Luego subo yo.>>
Su primera reacción ante algo que debiera haber supuesto pero que nunca me hubiera imaginado capaz de hacer fue de una total indignación: ¿Pero que dices? ¿Estás loco? ¡Déjame! y como la tenia sujeta por la muñeca, se soltó con fuerza.