Mi esposa
Mi mujer entra en una tienda de ropa y se ve envuelta en una serie de juegos eróticos por parte del viejo dependiente...
Fue un día como otro cualquiera, un viernes de comienzos de primavera a las seis y media de la tarde llegué a casa de trabajar como lo llevaba haciendo los diez últimos años. En el salón en medio de una montaña de juguetes estaba mi hijo Toni. A sus tres añitos llenaba toda la vivienda con sus risas cada vez que los juguetes se caían por el suelo haciendo un ruido ensordecedor. Corrió a mis brazos nada más verme y ambos nos fundimos en un abrazo que curaba todas las desdichas del día. Después de compartir con él unos minutos de juego me asomé a la cocina donde mi esposa Sandra, preparaba la cena. La abracé por detrás, la besé en la nuca y le solté un “te quiero” como hacía cada día. Sandra me sonrió con aquella sonrisa forzada que utilizaba últimamente con mucha frecuencia. No podía culparla por ello.
Mi esposa llevaba cinco meses sin trabajo. La juguetería para la que llevaba trabajando más de una década había quebrado a principios de año y todos sus empleados se habían ido a la calle de muy mala manera. La horrenda crisis del dos mil ocho estaba destrozando trabajos y familias a cascoporro. Después de darle un suave beso en los labios, me fui al baño para ducharme. No podía sacarme de la cabeza la tristeza enorme que reflejaba el cuerpo de Sandra, sobre todo las enormes ojeras mientras el agua caía por mi cuerpo. Antes de perder el trabajo, Sandra era otra persona, siempre atenta a todo y a todos, lista, se anticipaba siempre a los acontecimientos como si supiese lo que iba a pasar antes de que pasase, dirigía los entresijos de la juguetería y de nuestra vida de una manera brillante. La admiraba mucho por ser capaz de ser madre, esposa y trabajadora sobresaliente. Siempre iba muy arreglada, desde que la conocí en el primer año de universidad, nunca la vi salir de casa sin maquillar, pasar una semana sin cambiar de peinado o de color de pelo, la elegante ropa que vestía siempre combinada y marcando estilo. Nunca pasaba más de tres días sin ir al gimnasio, donde moldeaba el espectacular cuerpo que lucía desde jovencita que la convertían en la envidia de todas las mujeres que la rodeaban. Ahora ya no era así. Los grandes ojos verdes que brillaban iluminando cualquier estancia en que entraba, se habían convertido en opacos, un verde oscuro casi negruzco que parecía haberse apagado. La gran melena rubia que antaño lucía al viento, ahora la llevaba recogida de cualquier forma, casi siempre una bola en la nuca atravesado por un lápiz, sus grandes caderas y un culo portentoso que siempre había lucido con ropa ajustada e insinuante, ahora los escondía con chándales viejos y holgados, se había convertido en alguien distinto que me costaba reconocer.
El sábado por la mañana mientras Sandra y Toni dormían yo aproveche para salir a correr, comprar pan y mirar un poco el pueblo como amanecía. Después de pasarme más de una hora haciendo deporte, volví a casa para desayunar. Cuando entré por la puerta mi esposa me esperaba sentada en el sofá, con la mano me indicó que me sentase a su lado. Dejé el pan que llevaba bajo el brazo sobre la mesa y me acomodé en el sofá cerca de ella. Estuvo en silencio mucho tiempo, yo sabía que quería contarme algo, algo importante por eso esperé con calma hasta que ella se sintiese preparada. En mis adentros esperaba con anhelo oírle decir que iba a tratar de ser la misma de antes, que iba a esforzarse como yo le había pedido, que las cosas cambiarían…y todo eso:
- Luís - comenzó diciendo - quiero contarte algo que me preocupa. Llevo varios días dándole vueltas a si decírtelo o no y he decidido que es justo que lo sepas.
Ella volvió a callarse mientras yo intentaba descifrar su rostro. Aunque seguían las ojeras y todo lo demás en su cara, vi por primera vez en meses a la mujer decidida con la que me había casado.
- El lunes pasado, después de dejar a Toni en la guardería me fui a tomar café con Eva como hacemos cada lunes desde hace mucho. Después del café nos damos un paseo por las tiendas del centro comercial y todo eso como ya sabes. – Era cierto que los lunes solía estar buena parte del día de tiendas con sus amigas, cosa que yo agradecía sobre todo ahora que parecía que era lo único que la animaba un poco. – Este lunes pasado Sara no vino al café, su madre está muy enferma y lleva varios días con ella en el hospital sin moverse de allí. Eva tomó café conmigo, pero se fue pitando cuando la llamó su jefe para terminar no sé que historia de una documentación. Me venía para casa debatiendo conmigo misma si darme un paseo sola o no, al final decidí airearme un poco y me fui sin rumbo. No fui al centro comercial, me fui por la parte vieja junto al puerto, donde vivía mi abuela Fina. Me paseé por donde están esas tiendas de recuerdos de toda la vida, lo cierto es que la zona está muy bonita, hacía mucho que no iba por allí y todo ha cambiado bastante; han limpiado las calles, puesto aceras nuevas, arbolitos, han reformado los edificios, adornado los balcones, me gustó ver lo bonito que está y recordar todo aquello como era en antaño. Fui viendo cada escaparate, entrando y saliendo de cada callejón hasta perder la noción del tiempo. Cuando me disponía a regresar vi una tienda de ropa con un enorme cartel de “Liquidación por cierre”, entré.
Dentro era todo de madera, suelo, techo, mostrador, paredes, el olor a ropa mezclado con el fuerte ambientador y el olor de la madera, me trasportó a mi niñez de nuevo. Recordé cuando iba con mi abuela a las tiendas del barrio, cuando conocías a todos y cada uno de los dueños, los dependientes, lo que tenían para vender, recordé que la mayoría te daban un caramelo al salir y yo era la niña más feliz del mundo. Todos esos recuerdos me gustaron mucho, hizo que el lugar así de primeras se volviera agradable y acogedor para mí. Cuando sonaron las campanillas de la puerta mientras pasaba, un hombre salió de la trastienda. Era un señor mayor de sesenta y muchos alto y fuerte, con un rostro cuidado y amable, parecía una especie de leñador vikingo muy arreglado, la clase de persona que no esperas encontrar en una tienda de aquellas. Iba vestido con un traje azul marino antiguo, corbata del mismo color y una cinta métrica como las del costurero de nuestras madres alrededor del cuello, daba la sensación de haberme transportado a mediados del siglo pasado. El hombre se acercó a mí después de dejar un par de sombreros y un cepillo sobre el mostrador, muy amablemente me preguntó si necesitaba ayuda, le dije que sólo quería mirar me sonrió y se metió en la trastienda de nuevo con los sombreros. Estuve un rato mirando aquí y allá, disfrutando más del sitio, de su ornamentación y de los recuerdos que de la ropa nada acorde con mis gustos. Cuando el hombre volvió a salir con otros dos sombreros me fijé en sus manos, eran enormes los dedos parecían ganzúas largas y gordas, eran manos de leñador como te dije. El señor comenzó a conversar conmigo muy amablemente mientras me iba enseñando cada rincón, me contó que llevaba allí más de cuarenta años mientras me enseñaba una foto de su bisabuelo colgada de la pared. Dijo que se jubilaba, que la tienda era de su familia desde hacía más de un siglo y me enseñó donde sus bisabuelos primeros propietarios comían, dormían y hacían su vida cuando comenzaron a regentar el local. Vi fotos y más fotos de clientes de todas las épocas, mujeres con vestidos pomposos de principio de siglo pasado, otras con corsé incluso algunas de cuándo llegó la minifalda, un apasionante paseo por la historia. Poco a poco me fui impregnando del espíritu del local y del entusiasmo cortés y educado de aquel hombre. Era muy agradable ver como alguien te hablaba con normalidad, me hacía sentir por primera vez en meses alguien normal, no como la pobre y desdichada parada que me hacéis sentir todos-.
Me invadió una punzada de celos pensar que un desconocido le hacía sentir a mi mujer una sensación de consuelo y paz, que yo era incapaz de conseguir a pesar de mis esfuerzos. Aun así, puse mi mano sobre la suya y seguí escuchando su historia. A lo mejor aquella era la manera que ella había orquestado para darme a conocer cómo se sentía aquellos últimos meses. Así que siguió hablando:
- Me enseñó ropa muy antigua que guardaba como oro en paño luego me enseñó otra menos vieja y menos valiosa pero, toda ella con una historia que no dudaba en contarme. Entonces encontró una caja de madera con un candado, la caja parecía muy vieja, el candado más. La había encontrado en el fondo de uno de aquellos armarios debajo de una pila de trapos. El hombre se quedó mirándolo todo muy sorprendido.
- No recordaba que tenía esto aquí – me dijo mientras soplaba el polvo de la caja. Sacó una llave dorada de un hueco de la caja y sin dificultad abrió el candado. Eran trajes Steampunk – los tengo hace mucho. Me fascina esta moda.
- Eran espectaculares. Me quedé con la boca abierta mirándolos mientras él los sacaba, cual recién nacido, de la caja que los guardaba. Los había visto en revistas, en televisión, pero nunca los había tenido ante mis narices. El primero que tuve en mis manos era suave como la seda, el sombrero de copa negro como la tinta estaba adornado con engranajes de relojes dorados, el vestido más largo por detrás y corto por delante muy por encima de la rodilla estaba compuesto por un corsé marrón, mangas marrones vaporosas un cinto de cuero ancho con seis hebillas y una hilera de botones dorados por el pecho. Luego sacó otro y otro, cada cual más y más increíble que el anterior, tachuelas, relojes de época, gafas, máscaras un mundo de fantasía. Pedí probarlos, no sé por qué, me sentía muy emocionada, y deleitada por tanta belleza, él me llevó a único probador de la tienda. Estaba al fondo, un cubículo bastante grande adornado con grabados de ángeles en la madera de los laterales, una butaca roja antigua y un espejo igual de antiguo en la pared. Corrí la cortina de telón de teatro que hacía de puerta y me dispuse a probarme el primero de los trajes. Era el primero que había visto y uno de los que más me había fascinado, comencé a mirar cada una de las prendas que colgaba en la percha y caí en la cuenta de que no tenía ni idea de cómo se ponía todo aquello. No lo dudé, le pedí ayuda al hombre que esperaba fuera del probador, cuando entró yo permanecía de pie, mirando cada prenda y solo con mi tanga y el sujetador puestos. Me miró unos segundos antes de comenzar a colocar cada prenda sobre mi cuerpo con sus enormes pero habilidosas manos. Sentí como sus dedos rozaban mi piel por todos lados.
Me quedé helado cuando oí decir a Sandra que había dejado que aquel hombre se metiera con ella en el probador estando casi desnuda y como la tocaba. Por muy educado, galán y todo eso que fuese, era un hombre y ella mi mujer y aunque no quisiese su mano iba a tocar como mínimo su piel y más. Intenté que mi rostro no delatase ninguna clase de sentimiento, ella algo vio en mí que la hizo dudar antes de seguir contando:
- Te juro que no pensé en nada, tampoco es que fuese algo que estuviese mal dejarse ayudar por un profesional de toda la vida, simplemente me iba a ayudar con el traje y ya. Se quedó quieto mirándome cuando ya tenía la ropa sobre mí, sólo falta ajustarla, su boca dibujó una sonrisa cálida, cercana, amable llena de confianza. Entonces sentí como colaba su mano derecha por debajo del vestido hasta llegar a un elástico que se ajustaba cerca de la cintura. Sus larguísimos dedos se posaron primero sobre el elástico, luego los metió un poco más hasta llegar a mi tanga y más hasta llegar al comienzo de mi raja. Movió su mano hacia un lado, luego hacia el otro todo sin esfuerzo, la pasó por mi vientre, mis caderas, recorrió toda la zona hasta acabar posándola sobre mis nalgas donde ató algo. Tubo la mano parada sobre mi culo un buen rato, estaba ajustando aquel complicado traje era todo lo que yo pensaba mientras sus manos recorrían mi culo. “Perfecto” me dijo muy cerca del oído lo que me hizo estremecer, cuando colocó el sombrero de copa sobre mi cabeza. Jamás me había visto tan elegante y preciosa como con aquella ropa, parecía sacada de un libro de Julio Verne. Él no escatimó en piropos que me pusieron colorada e hincharon mi ego a partes iguales, a nadie le disgusta que la llamen guapa. Mientras salía de probador me dijo que me probase más, que me regalaba el que más me gustase. Esta vez el hombre entró al probador cuando yo me desnudaba, seguía tan hipnotizada que no me importó, aquella atmósfera creada por él me hacía sentir en una nube. Volvió a colocarse detrás de mí y su mano volvió a tocar todo mi cuerpo mientras me colocaba otro de los trajes. Aquel tan o más bonito que el anterior, parecía hecho a posta para mí, la blusa blanca con un montón de estampados y volantes iba justo debajo de una chaqueta de piel que me daba por los tobillos, la chaqueta estaba llena de tachuelas y engranajes dorados y brillantes. La parte inferior era un pantalón negro y unas botas de cuero marrón hasta la rodilla. El pantalón llevaba numerosas cadenas doradas colgadas por todos lados y las botas tenían incrustados dibujos de relojes, gafas extravagantes y otros objetos de época. Después de ajustar no sin esfuerzo la parte de arriba el hombre metió su mano por dentro de mi pantalón, esta vez sus dedos se colaron por dentro de mi tanga posándose sobre mi vello púbico y el comienzo de mi raja, movió la mano para un lado y luego el otro siempre dentro de la tanga, luego metió la mano un poco más y sus dedos llegaron a la mitad de mis labios, un poco más y ya estaban casi en la entrada de mi vagina. “Voy a mirar si el tiro te puede lastimar” me volvió a susurrar al oído antes de que su mano abarcara todo mi coño. Sus dedos se movieron unos minutos desde mi clítoris hasta mi culo, incluso creo que uno de sus dedos entró un par de veces en mi ano. “Perfecto” volvió a decir, yo me alegré muchísimo. “Deberías quitarte el tanga y el sujetador para probar una combinación de ambos. Creo que el corsé combinado con este pantalón y las botas se verán preciosos, el problema es que el corsé no se puede ajustar bien con el sujetador y el tanga tampoco deja que el pantalón llegue a su sitio.
Me froté los ojos unas cuantas veces mientras me levantaba y daba vueltas por el salón en shock:
- ¿Me dices que te desnudaste delante de un tipo que no conocías de nada y además te estaba manoseando? – chillé demasiado alto.
- Aquel hombre parecía dominar mi voluntad – me respondió de igual forma - estaba a su merced y no sé porque razón. Cómo me había dicho – siguió ya más calmada - me quité primero el sujetador y luego el tanga, él no se movió de mi lado, mientras yo me quedaba en bolas él miraba mi reflejo en el espejo sin pestañear. Volvió a colocarme la ropa, esta vez con mucha más calma recreándose cuando sus manos pasaban por mis tetas, mi culo o mi coño. Metió la mano por dentro del pantalón, cómo no tenía tanga que le frenase un poco, sus dedos se colaron hasta mi vagina de un tirón, con ellos volvió a jugar con mi raja recreándose en mi clítoris y la entrada de mi vagina, lo que me hizo soltar un par de jadeos que me avergonzaron. Sacó la mano, mucho más rápido esta vez y me giró hasta quedarnos cara con cara “mejor voy a bajarte un poco el pantalón, quiero ver la costura del tiro pues creo que está defectuosa” yo asentí con la cabeza. Dio un par de tirones y comenzó a bajarme el pantalón muy despacio hasta quedar a la altura de mis caderas, con el pantalón así mi coño quedaba completamente expuesto para él. Se arrodilló delante de mí y su cara quedó justo a la altura de mi raja, mientras sus largos dedos se movían entre el pantalón y mis labios vaginales su cara se iba acercando más y más a mí, hasta que su cálido aliento comenzó a rebotar en mi raja haciendo vibrar mi clítoris y todo mi cuerpo. Cuando se levantó del suelo me quitó el pantalón, el corsé y la demás ropa dejándome solo puestas las botas de cuero que llegaban a mis rodillas. Después de colocarse detrás de mí sus manos enormes rodearon todo mi cuerpo como si yo fuese una diminuta muñeca en manos de un gigante enorme, sus dedos comenzaron a jugar con mis pezones y mi clítoris hasta hacerme jadear como una perra. No fui consciente de que su polla estaba entre mis piernas hasta que vi la cabeza de su gran pollón sobresalir un buen trozo por delante de mí, su polla era enorme como el resto de su cuerpo. Yo estaba paralizada, mi cabeza se debatía entre salir corriendo a pedir ayuda o seguir allí disfrutando del embrujo de aquel tipo. No me dio tiempo a tomar una decisión. Despacio, pero con fuerza dobló mi espalda hasta que mis manos se apoyaron en el butacón rojo, separó mis piernas con la una de las suyas, mi coño y culo quedaron completamente expuestos para él. Sentí como la cabeza de su polla comenzaba a rozar mi húmeda vagina, era imposible que me pudiese meter esa enorme tranca, comenzó a hacer fuerza y la cabeza de su polla empezó a entrar en mi vagina mientras que uno de sus dedos hacía lo mismo en la entrada de mi ano, haciendo que ambas partes de mi cuerpo se estirasen casi de forma sobre humana. Levantó una de mis piernas apoyándola en el butacón mientras la otra estaba en el suelo, sentí como acariciaba el cuero de la bota donde se juntaba con mi piel mientras mis piernas y mi coño estaban todo lo abiertas que podía humanamente. Jugó un buen rato con su dedo en mi culo mientras su polla seguía apenas un par de centímetros dentro de mí, yo arqueé la espalda unas cuantas veces esperando su embestida, entonces sentí como ponía su polla en la entrada de mi ano y cogía impulso para clavármela de un solo golpe, quería moverme decirle que no, si metía eso en mi culo me lo destrozaría, como poco estaría una semana sin poder sentarme, pero seguí quieta. Algo en mi quería sentir toda esa carne entrándome sin compasión, la punta de su polla comenzó a abrirse camino en mi ano cuando la campanilla de la entrada sonó resonando en todo aquel sitio, “hay alguien”. Una voz de mujer resonó dos o tres veces por el local, el hombre se subió los pantalones a toda prisa y salió del probador de la misma manera. Nada más quedarme sola el hechizo pareció romperse y me di cuenta de que tenía que salir de allí. Me puse la sudadera el chándal que traía también las deportivas, no encontré mi tanga por ningún lado así que me olvidé de él y salí como alma que lleva el diablo de allí, ya en la puerta el hombre que hablaba en el mostrador con una señora de su edad más o menos me llamó, “oye, te olvidas esto”. En la bolsa estaba el espectacular sombrero que había probado, sin mirarlo apenas salí de la tienda. Creo que no fui consciente hasta que respiré el aire puro de la calle de lo que había pasado allí dentro, como caí en el embrujo de amabilidad y lujuria de aquel viejo dejándome sobar por completo hasta casi follarme.
Miré el rostro de mi esposa seguro de que aquello era una invención suya para ponerme celoso. Una especie de venganza por no dedicarle más tiempo como ella me había dicho innumerables ocasiones. Sabía que de un momento a otro diría la verdad y ambos nos reiríamos por ser tan crédulo. Sandra sacó algo de una bolsa y me lo enseñó, no podía creerlo, era el sombrero que me había descrito en la historia:
- ¿Te gusta cariño?
Quiero dar las gracias a todos los lectores y espero que hayan disfrutado con este relato. También quiero decir que si les ha gustado y desean apoyarme para seguir creando relatos pueden invitarme a un café virtual en Ko-Fi donde aparezco como Jim. Muchas gracias de antemano.