Mi esclavitud, mi chantaje, mi destino (8)
Mi vida como esclava gira hacia lo mas bajo. Yo entro a un mundo de placer y negocios con mi alma y mi cuerpo
Pasé así casi toda una semana. Acostada en esa cama erótica y en esa posición tan humillante. Mis pompas estaban al descubierto. Mi vergüenza daba pie al enorme placer que sentía de estar así.
Durante esa semana, no use nada de ropa. Solo tenía mis tacones puestos, como siempre. Pero en la mañana del último día en que permanecería así, llegó mi señora como de costumbre a verme. Solo que venía en un plan demasiados tierno, que a mí me hizo sospechar que algo tramaba para conmigo.
-Hola mi amor- me saludó recorriendo mis pompas con sus manos, rascándolas con sus filosas uñas.
Yo sentía enorme placer de que me humillara, de que me utilizara.
-Hoy se termina tu castigo mi vida. Y por cierto, te anuncio que te tenemos una sorpresa.
Yo moría de ganas de saber cual era esa sorpresa. Pero no me lo dijo. Ella y su amiga saldrían. Antes, les indicó a las chicas y a su mamá (la señora mayor) que me cuidaran.
-Vete sin pendiente, hija. Por supuesto que vamos a cuidar bien de la golfa. No te preocupes.
-Gracias mamá. Pero saben, se me ocurre que ustedes (las muchachas) también podrían venir con nosotras. Dejaremos a la puta al servicio de mi mama.
Todas estuvieron de acuerdo. Mi señora les indicó a las muchachas que me desataran. Al fin pude salir de mi cama. Mi señora me ordenó ponerme mi collar de perra y mi microfalda negra de cuero con el delantal (aunque sin el brassier). Me veía como una zorra y una sirvienta al mismo tiempo. Mi señora se despidió de mí, no sin antes advertirme que no intentara escapar, pues tendría la puerta y las rejas de fuera con candado, y no lo lograría. Además, me ordenó poner mis pezoneras, las que con el control remoto se activaban y me producían orgasmos. Mi señora lo prendió, y yo solo sentía una ola de placer.
Era tanto el placer que me estaba produciendo, que me volvía loca de la desesperación, sobre todo de no poder quitarme las pezoneras. Me tiré al suelo con las piernas dobladas. Le supliqué a mi señora que me las quitara.
-Por favor mi señora, prometo que no me escaparé.
Mi señora hizo una indicación, y tanto Karla como Paola me levantaron de los brazos, poniéndome de rodillas. Mi señora quedó ante mí. Yo de rodillas, solo con una microfalda, un delantal y mis tacones, mirándola con la cabeza hacia arriba, humillada. Mi cabello esponjado de puta hacía juego con mis tetas siliconeadas.
Mi ama me asestó una bofetada. Yo baje la cabeza hacia abajo.
-Te prohíbo suplicar, perra, está claro.
-Sí, mi señora.
-Bien. Le ayudarás a mama en las labores de la casa. Ella ya es mayor, y necesita alguien que la ayude. Tú al fin y al cabo eres la perra de la casa.
Se fueron. Yo seguía en mi recámara a gatas, casi besando el suelo. Yo estaba extasiada del placer que sentía. Movía la cabeza de un arriba hacia abajo en forma lenta y sensual. Yo estaba así cuando una mano vino a interrumpir mis pensamientos. Era ella, la mamá de mi señora.
-Vamos, esclava, ven a ayudarme.
-Si señora mía.
Me levanté. Estaba yo enfundada en la microfalda con el delantal, sin brassier y sin mi tanga (que de todas formas no hubiera cubierto mi colita). Yo la seguía de cerca, caminando de manera sensual, excitada y al mismo tiempo avergonzada de estar como esclava frente a ella. Una mujer mayor, que solo me veía como un objeto de sus chicas queridas. Una mujer que de seguro me consideraba, además de un objeto, una chica sin moral alguna y sin dignidad. Pero era mi destino ser eso: una descarada y una esclava sexual.
Al fin llegamos a la cocina. Mi ama se detuvo en seco y me ordenó lavar los trastes, en tanto ella hacía de comer para sus chicas. Yo me puse a lavar los trastes, en medio de la mirada desinteresada hacia mí de ella. Yo gozaba de placer lavar trastes vestida de puta. Con mis pezoneras y mi collar de perra. Movía la cabeza como en el cuarto, y de vez en vez me frotaba el brazo con mis manos mojadas. Al fin terminé de lavarlos.
Le indiqué a mi ama que había terminado. Ella solo me miró con indiferencia. Yo sentía placer de servirla. Solo me ordenó limpiar los muebles de la sala y el comedor. Comencé a hacerlo, hasta que terminé.
Pasado un tiempo, alguien llamó. Mi ama fue a contestar justo cuando iba yo a hacerlo (al fin y al cabo para eso estaba, para servir de sirvienta). Mi ama se adelantó, y contestó. Platicó con alguien, y por la palabra "hija" supe que era ella: mi señora.
Colgó. Mi ama me condujo a la cocina. Allí, preparó una fresas con crema y helado con frutas, y me lo dio de comer (yo solo debía comer lo que ellas me dieran). Terminado la comida, me ordenó seguirla a la recámara de mi señora. Allí, la mamá de mi señora me informó que su hija le había dado instrucciones.
-Acuéstate boca abajo en la cama, esclava.
Me iba a tender, cuando me detuvo del brazo.
-Pero antes, quítate la ropa entera. Solo quédate con tus tacones.
-Toda señora.
-Toda
"Ay no" pensé. Me avergonzaba desnudarme toda frente a ella. Pero era la esclava para siempre, y debía obedecer. Me quité el delantal y me fue desabrochando los botones de la microfalda. Esta cayó por entre mis piernas. Al fin quedé desnuda frente a ella. Después, me tiré a la cama, boca abajo, pero con la cabeza hacia arriba. La señora se sentó frente a mí, y comenzó a untarme en las pompas un aceite y una crema muy grasosa. Mi colita quedó toda sensible, lo mismo mis pompas. Yo sentía mi trasero fresco, como cuando fui castigada. La señora me ordenó ponerme de pie en el suelo. Yo lo hice, y entonces recibí la orden de ponerme de rodillas en el sofá, con mis codos apoyándome en el. Lo hice. La señora me dejó así, tirada en esa posición.
Instantes después, escuché que entraban a la casa. Eran mis amas. Pasaron como dos horas para que fueran a donde estaba yo, desnuda e hincada frente al sofá. En ese lapso, ellas comieron y platicaron. Al fin, entraron a mi cuarto. Mi señora me jaló del cabello.
-Hola zorra, veo que mi mamá te dejó justo en la posición adecuada para que te vean mis invitadas.
No podía creerlo. Invitadas. Ellas me verían así, desnuda, como esclava con un collar y pezoneras. Sometida. Humillada. "Aay no".
-Pásale Lupe.
Sentí pasos.
-Con que esta es la golfa de la que me hablaste. Pues está muy hermosa la puta.
Ella venía con otras chicas. Y ellas se reían de mí al verme así, en esa posición. Yo estaba avergonzada y llena de placer. Después, ellas comenzaron a llamar a otras chicas para que me vieran.
-Sabes, mi amor- comenzó a decirme mi señora- ella es la dueña de un centro nocturno de prostitución. Yo les prometí a tus enemigas que te haría caer en lo más bajo. Seguirás siendo mi esclava, de eso no tengas la menor duda, pero en las noches te prestaré a ella para que sirvas como prostituta, golfa.
No podía creer en lo que estaba cayendo mi vida. Yo, esclava y puta de verdad. Me moría del placer, y me avergonzaba el solo hecho de pensar en lo que sentiría si mi tía conociera el destino de mi vida, mi alma y mi cuerpo.
Mi señora me dijo que Lupe tenía dos clubs de prostitución. Uno para hombres y otro para lesbianas. Yo trabajaría en ambos según la noche. Por orden de mi ama, en el de hombres debía ir casi desnuda, solo con tanga o brassier (nunca con ambos puestos).
-Bien zorra al fin me habló Lupe- Comenzarás muy pronto. Te quiero en el trabajo contenta y sensual. Y te reportaré si no cedes a los deseos de los clientes. Escuchaste bien, zorra.
-Si señorita.
-Correcto- contestó mi señora- pues hoy discutiré con Lupe cuanto nos van a pagar por tus servicios. Ni creas que tendrás ingresos tuyos.
Me dejaron así. Yo estaba contenta de servir como esclava. Mi vida estaba a punto de entrar al umbral de la prostitución. Mi cuerpo sería para el placer y los negocios. Yo solo continué moviendo la cabeza, imaginando lo que tendría que hacer de ahora en adelante para satisfacer a mis clientes y clientas.