Mi esclavitud, mi chantaje, mi destino (6)
Inicia mi vida como esclava de manera total. Mi vida llega al límite de la perdición, del placer, del capricho y de la dominación.
La firma selló mi destino. Yo sería una esclava para siempre. Yo nunca tendría derechos. Solo obligaciones. Yo estaría en los más bajo de mi perdición.
Cuando terminé de firmar, se me doblaron las piernas del placer y de la humillación. Caí al suelo y comencé a mostrarme desesperada. Jadeaba con mucho placer. Placer de sentirme objeto, pecadora, esclava y utilizada. Humillada para siempre. Dominada en cuerpo y alma.
-Si perra, sufre- gritó mi ama- Y recuerda, ya no puedes arrepentirte. Nunca podrás escapar de nosotras- me dijo jalándome del cabello.
-¿Y qué pasa si no quiero cumplir mi juramento, mi señora?
-Sabría que preguntarías eso. Pues bien, ya no puedes salirte de esto. Si te sales, ya no solo te vas a enfrentar a la vergüenza de que te dejemos ir sin ropa, o de que te chantajeemos. No mi amor. Sencillamente, ya no puedes escapar de nosotras.
En eso, intervino Karla:
-Así es golfa. No puedes escapar de cinco o más mujeres fuertes, te tendremos encerrada, y si intentas escapar, que es seguro que no lo lograrás, te encerraremos en tu habitación, y te ataremos en la cama. Te pondremos una venda, y pues esa venda ya no podrá ser quitada jamás. Nunca estarás desatada del todo, y además (y aquí rieron las demás) te someteremos sin parar a un suplicio: te quemaremos las nalgas con cera, una y otra vez. Pero si eres obediente, tendrás momentos de descanso, y por lo menos, te dejaremos estar desatada para hacer las labores del hogar.
Ante esto, yo solo caí presa del placer, y comencé a besar los pies de mi ama.
-No mi señora, prometo que obedeceré.
Mi adiestradora me levantó del cabello, con la cabeza mirando hacia mi ama. Mi ama puso sus manos en mi cuello.
-Lo sé mi amor. Ya sé que no me vas a traicionar, verdad?
-No mi señora - (sentí miedo y placer juntos).
Terminado esto, una de las ayudantes de mi adiestradora se paró frente a mí, y me enseñó un collar de perra. Yo estaba de rodillas. Me lo pusieron, Era de cuero negro (yo todo lo usaba negro).
Después, me enseñaron la ropa que usaría. Esta consistiría en una microfalda de cuero negro y brilloso. Esta era lo suficientemente corta como para que se me viera mi colita. Además, precisamente por detrás estaría abierta hasta la mitad.
De la micro pendía un delantal erótico de tela blanca. Esta me llegaba hasta los senos nada más. Del delantal pendía un brassier, que se sujetaría de mis brazos. Esa sería mi ropa.
Me la puse en cuanto me ordenaron. Después, me pusieron un espejo de cuerpo entero enfrente. Yo estaba avergonzada, me veía como una golfa. Una vil descarada y pecadora. Me sentí humillada y llena de placer. Me sentí deseada.
Mi señora me dijo que solo usaría una tanga de tela negra cuando no trajera mi traje. Mis tacones los usaría siempre, y los botines negros solo cuando estuviera en tanga.
Mi señora me informó que ella y las demás irían a ver películas arriba del sótano. Yo fue llevada a la habitación de mi adiestradora. En esta, había un espejo grande que estaba a la altura de una persona de pie. Mi ama y señora me llevó hacia el espejo en cuestión. Me acomodó de pie, e hizo que desprendiera el brassier del delantal. Este tenía unos botones que lo unían a él. Así lo hice. Mis senos quedaron al descubierto. Los observaba en el espejo. El delantal cayó hacia abajo.
-Bien chicas- les dijo a todas las demás- vámonos. Dejemos a la golfa que se observe en el espejo. Que observe lo puta que es.
Todas se fueron. Me dejaron allí, mirándome en el espejo. Yo solo me acariciaba los senos. Estaba encantada de mi situación y de mi condición de golfa. De esclava. Había caído en lo peor. Me sentía a gusto con mi condición de golfa, de descarada. De castigada frente a ese espejo, viendo mis prominentes senos. Mi piel era suave, como ya lo afirmé antes. Me acariciaba con placer.
Así dure bastante tiempo. Duré casi toda la tarde. Una tarde nublada afuera y lluviosa. Una tarde exhitante y de mucho placer. Al fin, ya de noche, llegaron nuevamente por mí. Mi ama y señora les indicó a sus hijas que me ataran de manos. Así lo hicieron. Yo estaba con el delantal caído. Mis senos se asomaban en todo su esplendor.
-Bien, gracias por todo Tere- le dijo mi ama a mi adiestradora- No nos quedaremos. Nos iremos con la golfa esta.
-Bien amiga, vuelve cuando quieras, y si me necesitas, pues ya sabes.
Me llevaron, en tacones y con las manos atadas (además del delantal hacia abajo) al carro de mis amas. Me sentaron en el asiento trasero en medio. Las hijas de mi señora iban a los lados de mí. Mi ama manejaría, y su amiga iba en el asiento del copiloto.
Arrancaron. Mientras llegábamos a la casa, mis amas jóvenes me acariciaban las piernas y de vez en vez los senos. Esto me estaba poniendo excitada, y mis senos endurecían. Yo solo disfrutaba las caricias, suaves por el momento. Crucé las piernas parias veces. Llegamos a un centro comercial grande. Mi ama y su amiga se bajaron a comprar algo.
Regresaron al fin, cuando mis tetas estaban a punto de estallar de placer. Conducieron hacia la casa. Al fin llegamos. Cuando el auto paró el motor, una de mis amas jóvenes (Karla) me jaló el cabello hacia atrás. Me desataron las manos.
-Ni creas que estarás con ropa esta noche, puta.
-Ya oíste a mi hija, golfa- gritó mi ama- te desnudas en cuanto estemos adentro.
-Si mi señora.
Bajamos. Entramos a la casa. La puerta se cerró. Fue entonces cuando me desprendí de mi traje. No llevaba mi tanga. Solo me quedé en tacones. Nos recibieron Paola (la hija de la amiga de mi señora) y la mamá de mi señora. Ella demostraba indiferencia hacía mí, pues pensaba que yo solo soy un objeto que debe obedecer a mi ama, sus amistades y sus hijas. Pero yo en cambio, me sentía avergonzada de estar en una situación de esclava delante de ella. Pero la vergüenza me daba más placer aun. Sí, soy una puta y una descarada.
Paola y Karla me condujeron hacia mi cuarto. La puerta de mi cuarto estaba derribada, y en su lugar, habían mandado instalar rejas. Yo estaría presa ahí para siempre. Al ver las rejas, me provocó un orgasmo de placer. Yo solo agaché la cabeza hacia atrás.
Me metieron. Me ataron en la cama, boca abajo. Mis manos estaban atadas en la cabecera. Solo mis manos ataron. Alguien me quitó los tacones y me pusieron mis botines negros de cuero. Me dejaron allí, y cuando salieron, además de apagar la luz de mi cuarto, vi que cerraron con candado. Yo me quedé sola, en medio de esa oscuridad excitante.
De repente, escuché una voz. "Hola, golfa". No lo podía creer, era la amiga de mi enemiga, la de la escuela, a la que le bajé el novio. Fernanda me llegó por atrás. La vi sentarse en la cama. Pero también estaba con ella Paola, mi enemiga.
Paola: Hola descarada, así te queríamos ver. Verte convertida en un objeto solamente. Perra.
Fernanda: venimos a verte convertida en poco menos que una perra. Pero también a hacerte sufrir por todo lo que le hiciste a mí amiga, y ya no esteramos que anduviste con un hombre casado.
Tenía razón. Como les dije, soy una golfa, y anduve con un hombre casado a pesar de ser lesbiana. Me sentía sensual y deseada como mujer fatal. Ahora era una esclava. Mi dulce o excitante vida de esclava.
Estaba en mis pensamientos cuando sentí una nalgada. Luego otra, y otras más. Esa noche, mis enemigas me nalguearon bastante. Cuando pararon, me desataron las manos. Pero solo para aprisionarme entre las dos. Paola se puso delante de mí, acariciándome mis tetas. Atrás, tocando mis pompas, se puso Fernanda. Paola agarró mi rostro, en forma amenazante.
Fernanda: Vas a sufrir mucho, golfa. Las descaradas como tú, que llevaron doble vida, ya no pueden salir de donde entraron.
Paola: qué lástima, verdad. Pensar que ya no vas a llevar una vida normal. Vas a servir a los caprichos de tus amas. Golfa.
Todo lo que me decían me ocasionaba un gran placer. Pensar que yo sería esclava, y que no podría escapar. Y me ocasionaba un gran placer el pensar que todo se debió a un chantaje. Un chantaje del que no pude escapar.
Paola: bien, te dejamos con tus amas. Perra. Lo que aun no sabías, es que todas las sesiones las graban para nosotras. Nos las pasan por el celular. Y nosotras se las mostramos a quien sea. Adiós.
Me dejaron. Abrieron el candado con una llave puesta en el. Después, me encerraron.
Paola: Adiós, mi amor. Ojalá tus amas te hagan sufrir mucho. Eso merecen las golfas como tú.
Después de un momento, al fin llegaron por mí mis amas y señoras. Mi señora entró delante de ellas. Yo estaba parada, cerca de mi cama. Agaché la cabeza.
Mi señora: Bien perra, esperemos te hayas divertido, aunque no creo que tus enemigas te trataran bien.
-Sí mi señora, me divertí mucho.
Mi ama me tronó los dedos indicándome que las siguiera. Antes de partir yo, me detuvo del brazo, y me recordó que yo solo era un objeto, y que ella era mi dueña en cuerpo y alma.
-Sí mi señora. Gracias por recordármelo.
Me llevaron al cuarto de mi ama. Me tumbaron a la cama de mi señora. Mi señora se sentó al lado de mis pompas. Comenzó a acariciarlas con placer.
Mi señora: Hoy vas a saber, perra, lo que es la esclavitud.
Se paró en frente de mí. Ordenó ponerme unas pezoneras que se conectaban desde mis pezones hasta el collar de perra que tenía. Eran tan cortas, que invariablemente hacían que mis senos estuvieran parados, y más grandes que nunca.
Me sentó en la cama. Vi que mi señora tenía un control remoto. Mi ama apretó un botón, y yo sentí varios orgasmos, pero en una forma demasiado fuerte. Mis piernas no respondían.
Mi ama: bien, perra. Te explico. Estas pezoneras son únicas en el mundo. Tienen un dispositivo que hace que cuando yo apreté el botón de mi control, sientas orgasmos y tus piernas no respondan.
Las demás rieron.
Mi ama: pero eso no es todo. Solo hay un control. Uno solo. Si se rompe y tus pezoneras están prendidas, pues -todas rieron, y yo muerta del placer- te quedas así para siempre. Jamás podrás apagarlas, ni quitártelas. Y no intentes arrebatarnos el control, perra. Cualquier intento lo dejaríamos caer, y el control es bastante delicado.
-Ay no. porque a mí.
Mi señora: así que ya sabes. Hoy vas a dormir atada conmigo. Y pues, he decidido que duermas con las pezoneras prendidas.
Yo estaba ardiendo en deseos al escuchar aquello. Me acostaron boca abajo en la cama. Me ataron, y después, prendieron el control. Toda la noche la pasé con orgasmos. El cansancio me vencía, y a ratos me dormía. Pero no podía dormir de tantos orgasmos.