Mi esclavitud, mi chantaje, mi destino (5)
Por fin termina mi entrenamiento para ser esclava de tiempo completo. Por fin comienzo a ser una esclava totalmente entregada a su ama en cuerpo y alma ¿Que más me esperará?
La noche pasó entera. Yo casi no dormí de la vergüenza y humillación de ser una esclava. Una puta. Una descarada. Y al mismo tiempo, de manera contradictoria, yo sentía placer de estar así todo el tiempo. Estaba emocionada y nerviosa por saber que me harían en la ceremonia.
En la mañana, ya casi como a las 11 de un día nublado y fuerte lluvia, la señora de la casa y sus ayudantes me despertaron. Me informaron que ese día sería el de mi entrega como esclava y puta total. Se haría la ceremonia de iniciación.
Me levantaron. Me pusieron mis tacones. Mis sensuales tacones. Después de desayunar (solo postres) me pasaron a la habitación en que había dormido toda la noche. Pasó así casi todo el tiempo, hasta que al fin, escuché que había gente en la sala. Era mi señora, su amiga y las chicas. Yo estaba con mis pezones erectos y rojos de placer.
Vinieron por mi Trini y una de las cinco chicas de la señora de la casa. Yo estaba de rodillas, desnuda y con mis tacones cerca de la cama. Las chicas me levantaron de los brazos. Me ataron las manos por dentrás de la espalda, y luego vendaron mis ojos.
Caminamos durante un rato. A ratos, bajando escaleras. Al fin paramos. Me quitaron las vendas. Estaba en un sótano. Había una valla formada por las chicas de la señora, las hijas de mi ama y la de su amiga, además de esta última. Formadas para verme pasar en medio. Al fondo de la valla, estaba mi señora y la señora de la casa, esperándome.
Yo paré avergonzada de estar desnuda. Pero con un codazo, Trini me empujó a caminar en medio de la valla. La ceremonia de iniciación había comenzado.
Mientras pasaba, me gritaban insultos. "Puta", "golfa", "perra", entre otros más que me ponían a reventar de placer. Yo me sentía humillada e impotente.
Al fin llegamos ante mi señora y la señora de la casa, mi adiestradora. Llegué ante ellas desesperada. Me arrodillé, y besé las manos y pies de mis amas. Mi señora me abofeteó. Y mi adiestradora solo me arrojó agua de un baso. Yo de todas maneras seguí demostrando adoración y sumisión hacia ellas.
Mientras estaba de rodillas ante ellas, algunas de las chicas me pegaban con toallas suaves. Terminado esto, me agarraron del cabello, me levantaron y me llevaron ante una cama con velas alrededor. Me tumbaron de espaldas en ella.
Mientras estaba en la cama, mi señora y todas las demás me rodearon, observándome. Yo solo quería ser esclava para toda la vida. Pasado un rato, me pusieron de rodillas en la cama, y me ataron las manos en la cabecera de la cama. Yo debía permanecer inclinada.
Cuando ya estaba en esa posición, la amiga de mi señora me enseñó un látigo. Pude observar que se lo dio a mi adiestradora. Ella comenzó la sesión con una pregunta:
-¿Eres una golfa?
-Si señora.
Sentí un latigazo en las pompas. Mi señora se acercó a mí, y jalándome del cabello, me regañó. "Contéstale bien, zorra".
-Si mi señora.
Pasó un tiempo en que me hacían preguntas para confirmar el grado de sumisión al que había llegado. Me hacían preguntas humillantes. Yo tenía que contestar de manera sensual y de manera afirmativa.
Al fin me soltaron. Mis amas me llevaron ante un altar. Un altar de sadomasoquismo y sumisión. Me tumbaron en el altar. Mis amas se pusieron a mi alrededor. En el altar había unas hojas que yo debía leer en voz alta. Un compromiso de sumisión y entrega.
Comencé a leerlo. Me pusieron a leerlo de pie, en tacones y desnuda. Según el compromiso, yo debía ser objeto de mi señora en cuerpo y alma. Ella sería la dueña absoluta de mi cuerpo y alma. Mi cuerpo debía ser usado para lo que ella dispusiese, y yo no debía objetar nada.
Yo no tendría ningún derecho. Solo obligaciones. Jamás debía romper una de las reglas contenidas en el documento, a menos que mi señora quisiera. "Pero nunca lo voy a desear, mi amor", me había dicho antes de comenzar a leerlas.
Yo debía siempre estar descubierta en las piernas y en la espalda. Eso significa que yo jamás debía llevar pantalón, short o falda. Solo microfalda, la cual me llegaría hasta el inicio de mis piernas.
Nunca me desvestiría o quitaría prenda alguna, a menos que fuera por una orden de mi señora. Lo mismo sería en cuanto a ponerme algo, o "vestirme" con mi ropa de golfa.
Jamás debía relacionarme con gente que llevara vida normal. Solo con quienes mi señora dispusiera.
Yo debía siempre estar exhitada.
Debía agradecer cualquier maltrato o castigo. Esto sería (y aquí casi me caigo del placer) aun si fuera sin razón alguna.
Nunca debía sentarme, levantarme, acostarme o moverme de mi posición sin permiso.
Después de esto, mi señora me recordó que hasta el momento, jamás había dependido económicamente de mí misma. Eso sería mejor: me explicó que yo jamás sabría que se sentiría depender de uno mismo. No podía creerlo, pero era verdad.
Me dieron una pluma, y firmé las reglas. Con esto, yo ya había entregado mi cuerpo y alma. Ya no podría arrepentirme.