Mi entrenador personal: Cambio de Vida (1)

Espero sea el principio de una larga serie. Pero necesito sus ánimos, estimulos, críticas y sugerencias.

Hola, lo primero es presentarme. Me llamo Juan Peralta, un tío “normal” de 34 años que vive en una capital de provincia del sur de España. Y esta es la historia del origen de la “rutina” que ha cambiado mi vida.

¿Y quien, diréis, no es normal? Concretando un poco diré que una vida sedentaria hacía que luciera un poco de sobrepeso en mi barriga, aunque lo compensaba con mi 1.78 de estatura. El pelo moreno, sin canas ni entradas, me hacía parecer un poco mas joven de lo que en realidad era. Aspecto masculino, facciones correctas, maneras educadas, provocaba que la gente no reparara demasiado en mí, ni para bien ni para mal, y que al conocerme me trataran con simpatía.

Mi historia realmente comienza dos años antes de lo que os quiero contar. Mi existencia se reducía a una monótona vida de casado, progre en el pensar, acomodaticia en realidad, con un hijo pequeño que costo mucho encargar (primero la estabilidad económica, luego la compra de la casa, los viajes y los amigos), en definitiva, que cuando el hijo llegó Susana y yo estábamos más que aburridos el uno del otro. Y sucedió lo inevitable, el divorcio.

Para un hombre es duro, debe dejar todo, en mi caso cambié de estado civil, de domicilio, de coche, e incluso cambie de trabajo. De mi sueldo hube de sustraer la pensión alimenticia y acostumbrarme al régimen de visitas. Un año después caí en depresión. Y unos meses después, un poco recuperado, me apunte a un gimnasio, pues el deporte le iría bien a mi estado anímico, me recomendó el psicólogo del seguro.

Y aquí comienza realmente mi historia.

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Aunque a mí siempre me gustó el deporte, nunca había ido a un gimnasio con regularidad, este era un moderno club deportivo con piscinas, salas de musculación y cantidad de cursos de todo tipo. Al llegar por primera vez vi a un montón de gente, casi toda más joven, con mucha naturalidad enfundada en ropa deportiva y luciendo aspecto atlético. Me cambié en un rincón del vestuario intentando no mirar los cuerpos desnudos, - “cuantos vellos”, pensé - y me dirigí al monitor de la sala de aparatos, que muy amablemente me atendió.

  • Me llamo Abel - sonrió - lo mejor es que los primeros días hagas un poco de ejercicio aeróbico con la bici y la cinta, para ir acostumbrando tu cuerpo y ver tu resistencia, y luego ya iremos concretando ejercicios más específicos.

Era un "tiarroncito" de poco mas de 25 años, más bien menudo pero muy fibroso y cuadrado, con el pelo castaño de punta, barba de candado que dejaba recortada en las patillas y labio inferior y un piercing en la ceja izquierda. Un tío moderno y cuidado, vaya.

Sonriendo a la vez me subí a la cinta que me indicó y que me obligaba a trotar y a los 8 minutos - tenía un reloj enfrente de mí - Abel me señaló una bicicleta. Tras 20 minutos de pedaleo no podía más, me dolían los gemelos y el culo, y empezaba a resoplar.

  • Bueno, esta bastante bien, me dijo Abel, esta bastante bien para ser el primer día, es mejor que pares, te des una buena ducha y descanses. ¿cuándo vas a volver?

  • Pasado mañana, le respondí.

  • Pues hasta entonces.

Baje a las duchas contento de haber aguantado, y me sentí más tranquilo en el vestuario, me desnudé, me envolví en una toalla y me dirigí a las duchas, mirando ya a la gente con mas naturalidad, pues después del pedaleo me sentía ya un poco parte del club.

Las duchas eran corridas, separadas por mamparas pero sin puertas, y unas enfrente de las otras, en ese momento, eran las 7.30 de la tarde, estaban casi todas ocupadas, empecé a ducharme de cara a la pared, pero según el agua iba entibiando mi cuerpo me giré y enjabonándome despacio miré a los 3 que tenía enfrente. Era de lo más variado, un chiquillo de unos 18 años, blanco y blando, con una musculatura flexible en un cuerpo grande y plano que solo se veía manchado con los vellos de su pubis. A su lado un señor de unos 50, grueso, musculado, peludo y moreno, con una verga morcillona. Y a la derecha un tio de unos 30, moreno también, fibrado y musculoso y con el pelo rapado, velludo en el pecho pero con una polla larga que resaltaba más al estar rasurada, al igual que sus huevos, que colgaban bastante libres.

Me chocó que me fijara en esos detalles, y también que mi polla se empezara a hinchar, y que me demorara enjabonándome los huevos, así que me volví a poner contra la pared, me enjuagué rápido, me envolví en la toalla, y salí hacia mi taquilla.

Al cruzar con la gente opte por mirarla a los ojos, pues si no mi mirada se iba hacia los rabos y los culos, pero así y todo, e intentando no bajar demasiado la vista, me recreaba en los vientres, en los vellos del pecho, en las redondeces de las nalgas, en los cuellos fuertes y los brazos marcados de músculo, según aparecían y desaparecían en un ir y venir de camisetas y pantalones de deporte, calzoncillos y boxers de todo tipo y chanclas y calcetos.

Acababa casi de vestirme cuando por la puerta entro Pedro. La verdad es que no me sorprendió verlo allí, pues todos sus conocidos sabíamos su vida dedicada al deporte amateur, su afición al triatlón, a la alimentación sana y al naturismo. No voy ahora a demorar en describirlo, pues es el co-protagonista de esta historia, el motor del cambio profundo en mi vida, el que será en breve mi "entrenador personal", y a él estarán dedicadas muchas paginas de esta historia. No diré más que este antiguo compañero de trabajo rondaba los 50, no era alto, sobre 1.70, plano y ancho, erguido, con el cuello fibrado y un vello corto que le sobresalía por el cuello de los polos abiertos en el pecho que solía llevar, y que era todo los que de su cuerpo había podido ver los 2 años que trabajé con él. Hacer mención a que era bastante blanco de piel en contraste con su bigote recortado y su corto pelo moreno, de sus ojos negros y de una casi perpetua sonrisa.

Se ubicó lejos de mí, saludando a unos y a otros, realmente a casi todo el mundo. Yo, ya vestido, me acerqué a él cuando se inclinaba sobre su bolsa de deporte.

-Hola Pedro.

  • Esto, ¡Hombre Juan, que sorpresa! ¿por fin te decidiste a ponerte en forma?, increíble, siempre pensé que no se te podía sacar del sofa y las tapas. - me dijo con esa sonrisa suya tan característica, que resultaba sería y bromista a la vez, y estiraba la mano que choco con la mía marcando fuerza y virilidad. Vamos, como todo el macho que era.

  • Sí, esto..., sí, al fin me decidí.

  • Cuando lo cuente en el curro no se lo van a creer. El otro día nos acordamos de ti... - aquí empezó a referirse a antiguos compañeros del trabajo, a los que casi no veía desde que cambie de Centro. Según me comentaba esto y lo otro se fue cambiando, y pude ver su fuerte torso velludo, su vientre plano y unos boxers blancos que marcaban un buen bulto redondo, pero que ya no se quitó mientras me daba a entender que debía dejarle para ir a entrenar.

  • Bueno, pues yo ya terminé por hoy, primer día -corté, captando su prisa.

  • Sí, tengo entreno ahora mismo a las 8, pero quiero seguir viéndote por aquí, y hablar más despacio, y si avanzas podemos entrenar juntos, que sé que se hace aburrido entrenar sólo. Yo vengo casi todos los días a estas horas, así que seguro que nos vemos. - Terminó con una gran sonrisa, como siempre mirando a la cara.

  • De acuerdo, - le dije, volviendo a apretar su mano.

Aquel apretón fue aún más fuerte que el primero, y recordándolo ahora fue ese momento el principio de todo lo que vendría después.

  • Hazme caso y no lo dejes, ya verás como dentro de poco tiempo me dirás que es lo mejor que has hecho en tu vida. - y volvió a sonreírme inclinándose hacia su bolsa.

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Toda la tarde me sentí excitado sin saber muy bien por que, lo achacaba al deporte, y la verdad es que me sentía genial. Pero ya en la cama no podía dejar de pensar en los vestuarios, en los muchachos y hombres que lo llenaban con sus cuerpos fuertes, en Abel, el monitor, y también en la sonrisa de Pedro. Mi mano iba a mi entrepierna y sentía erguida mi polla, babosa y caliente. No pude evitar recordar mis escasas experiencias con otros tíos. Habían sido en tres épocas diferentes y en ese momento me demoré recordarlas.

La primera vez fue con un primo. Solíamos juntarnos las tardes de verano para ver los progresos que hacían los pelos alrededor de nuestras cositas. No fueron experiencias de placer sexual pleno pero sí excitante, y al recordarlo, el manoseo que me daba se fue trasformando en una verdadera paja. Éramos de la misma edad y fue durante 3 veranos, de los 13 a los 15 años, a los 16 ya nos daba vergüenza.

El primer verano se trató de comparar tamaños y vellosidades, de practicar pajas y echar los primeros mecos entre resoplidos y sofocones. El segundo al estar más experimentados se trato de: -tu me haces una paja a mí y yo a ti, o mejor los dos a la vez- y nos corríamos como posesos sobre nuestros vientres. El era adorable, rubito y alto, con una polla considerable que enseguida se ponía tiesa. Me gustaba cogérsela y me volvía loco cuando el cogía la mía. Pero aunque a veces lo hacíamos dos o incluso tres veces al día, intentábamos hacerlo “sin mariconadas“.

El tercer años nos abrazábamos y casi nos besábamos entre suspiros, pero después de corrernos nos daba vergüenza y acabamos por dejarlos. Pero las dos últimas veces, con el tú a mí y yo a ti, nos las comimos mutuamente y probamos la leche del otro. Nos encanto pero nos dio tanto corte que estuvimos 15 días sin hablarnos.

Unos años después, en la Universidad, conocí a Julio, era también de mi misma edad, alto, moreno y vacilón. El me buscó y enseguida me encontró. Se declaraba bisexual, y lo cierto es que durante los casi dos años que duraron nuestras encamadas tuvo varias novias, al igual que yo. Nos gustaba el sexo con las chicas pero nos podía el morbo. Tenía un nabo gordo que me encantaba, y lo que más nos ponía eran las mamadas mutuas, ver y jugar con las corridas, poniéndonos perdidos la cara y el pecho el uno al otro. Con Julio era placer y diversión. Pero no nos dábamos por culo, porque aunque probamos un par de veces mutuamente, nos hizo daño y ni siquiera terminamos, con las mamadas interminables y las competiciones a lechadas quedábamos más que satisfechos.

Al recordar a Julio estuve varias veces a punto de correrme, pero no se porque esta paja era diferente a otras en que tras unos minutos de meneármela me corría, me estaba recreando en los recuerdos y en las sensaciones en el capullo, hinchado y más que baboso, demorando la eyaculación una y otra vez.

El tercero fue Miguel, yo ya muy cerca de los 30, ya casado, con el cuerpo ya enteramente formado y con una monótona vida sexual de penetración vaginal alternando la postura del misionero, la de desde atrás y la de con mi mujer encima. A Susana no le gustaba el sexo oral, ni darlo ni recibirlo, y hacía tiempo que el morbo de los orígenes del noviazgo se había diluido en la rutina.

Miguel apareció en una convención de empresa, era algo mayor que yo, alto, fuerte y velludo. Me ganó tras unas copas y mucha excitación. Durante dos años nos vimos más o menos cada dos meses, hasta que marchó a trabajar al extranjero. Con la excusa de dejarme un informe me llevó a su cuarto del hotel, me sentó en la cama y sonriendo me puso una mano en el muslo. Fue suficiente. Durante los dos días siguientes no paramos de follar. Sentir a mi lado ese cacho de tiarrón peludo y sentir que yo le provocaba esa lujuria contenida con la que me miraba me volvía loco. Cuando nos desnudamos y pude ver su enorme miembro erecto me calenté al máximo, pero al arrodillarse y empezar a comerme el rabo mientras me miraba y sonreía terminé de perder el juicio. Recordando a Julio adopte la posición del 69, forzando mis mandíbulas, mientras rozaba mi cuerpo sobre el de él. No aguantamos mucho y dejamos que el semen fluyera libremente entre nuestros labios, limpiándonos entre los vellos de nuestros pechos.

Yo me quedé cortado, pero el me sonrió y levantándome me llevó a la ducha, para no dejarme pensar. Una vez lavados me sonrió, -era adorable en su masculinidad- separo la pera de la ducha de la tubería, y girando mientras miraba hacia atrás, me regalo con la visión de un plano de su culo enjabonado semipenetrado por el extremo de la manguera. El agua entraba y salía de su culo - "no hemos terminado, me dijo, me lo estoy limpiando para ti"-

No me lo podía creer, un tipo tan apuesto y viril seduciéndome y ofreciéndome su cuerpo. Fue bestial, me desinhibí por completo. Fueron dos días de autentico placer sexual sin tabúes en que Miguel, sin perder su hombría, se entregó por completo a mí. Su culo era de tal sedosidad y calidez que estar dentro me provocaba un orgasmo continuo, y por lo que parecía el se encontraba igual, pues no dejábamos de babear por nuestras pijas. -poco más o menos como estaba yo al recordarlo.

No me quiso penetrar por ser yo virgen, pero me regaló un beso negro y me estimuló con el dedo hasta que me corrí dos veces. Terminamos corriéndonos a base de un liquido viscoso a falta de leche, pero el hecho es que enseguida se nos paraban los miembros y estuvimos dos días encamados, solo parando para comer, dormir y reírnos como muchachos.

Recordar el beso negro de Miguel me sugirió estimularme el culo con los dedos ensalivados alrededor del ojete, mientras aceleraba la masturbación. Empezaron a mezclarse imágenes antiguas de mi primo, de Julio y Miguel con las del vestuario del gimnasio, con mi monitor Abel, con la de los hombretones que había visto en las duchas y los bancos, y los boxer blancos de Pedro y su promesa de entrenar juntos. En el momento en que el dedo índice entraba en mi culo me corrí. Me corrí como un animal, me moje todo el pecho mientras sufría de espasmos y tardé mas de cinco minutos en relajarme mientras me restregaba la leche por los vellos y los labios.

Y así, algo sorprendido conmigo mismo, pero muy satisfecho, me fui quedando dormido.