Mi entrenador me deja hacerlo con su mujer
Es usted preciosa señora y, si no fuera porque su marido es mi amigo y mi preparador, ¡me desviviría por tenerla!, aunque solo fuera una vez; pero lo que nunca haré es ser un borde con usted como lo son los otros, señora me respondió ella: Gracias por pararle los pies a Manolito, yo también...
Mi entrenador me está preparando para ser un deportista de élite, los ejercicios los hacemos unas veces en el polideportivo y otras veces en el gimnasio que él tiene en su casa. En el gimnasio hago musculación, máquinas y cinta para correr y andar; él va graduando mi entrenamiento, y su mujer, que es titulada en masaje deportivo, me da una sesión muscular después de cada entrenamiento. Mi entrenador me invita a comer con su familia y a veces le ayudo a hacer arreglos en su casa, cuando estoy en su hogar la mujer y las hijas son muy amables conmigo y me tratan como a uno más de la familia.
La Universidad ha apostado por mí como deportista y le paga mi preparación al entrenador. Entre los estudios, los rollos con las mujeres y el deporte no paro ni un momento. Vamos tres días por semana al polideportivo y otros tres me prepara en su casa, el domingo lo tengo de descanso, ese es mi día para salir con los amigos y las "amigas".
Dos horas de entrenamiento en cada sesión de gimnasio y para terminar un masaje deportivo de media hora "que me deja como nuevo". Muchas veces, mientras hago pesas o máquinas su mujer y sus hijas hacen ejercicios en el gimnasio. También van otros jóvenes de mi edad para que el los prepare, pero a ellos no los patrocina la Universidad, van por libre y solo pagan lo básico, sin masaje ni polideportivo. La mujer de mi entrenador me da el masaje cuando se marchan los otros deportistas, para que no se sientan menos por no poder pagar la preparación completa. El gimnasio ocupa todo el sótano de la casa, se accede a él desde la calle y solo una puerta conduce al resto de la casa.
Yo soy el único deportista de los que prepara mi entrenador que le ayuda a hacer arreglos en su casa y se queda a comer con ellos; porque es la amistad que ha surgido entre nosotros la que hace que me den esa confianza, el trato entre nosotros es fantástico de verdad. El me pidió que no dijera a los otros deportistas que a veces como en su casa, me dijo:
—Antonio, me agrada que me ayudes en casa, eres muy educado y muy respetuoso, los otros son más lanzados y no quiero que cojan confianza, no les digas nada, ¿vale Antonio?
—Claro, no problema; y si ve usted que no es lo propio que yo entre a su casa, yo tampoco entraré Profe.
—No seas lelo hombre, que tú eres un cielo.
Yo no lo llamo por su nombre, solo lo llamo "Profe" y con ese diminutivo se ha quedado (además no quiero dar su nombre). Mi Profe tendrá cuarenta y cinco años y su mujer los mismos más o menos, sus hijas unos veintitantos años como yo.
Cuando coincido con su mujer o sus hijas en el gimnasio yo soy respetuoso con ellas, "no lo entendería de otro modo", pero a veces sorprendo a sus hijas mirándome con deseo, y me hago el tonto y no les sigo el juego, no veo bien estar tras el olor de sus coños en presencia de sus padres. Mis compañeros de gimnasio en cambio, siempre que no está mi Profe delante las miran de un modo grosero, con sonrisas lascivas que a veces las hacen sentir incómodas, haciendo que dejen el deporte y se suban a su casa; ¡que capullos!, por su poca elegancia nos perdemos el espectáculo de ver esos bellos culos moviéndose entre esfuerzos. Yo nunca las miro con descaro, ni tampoco hago gestos obscenos, pero tengo que decir que están las tres muy buenas, "las hijas más", pero la madre también. No me permito a mí mismo imaginarme con ellas cuando me masturbo en mi casa, por respeto a mi Profe, pero cuando coincido con ellas haciendo deporte no puedo evitar desearlas al ver sus bellos cuerpos, ¡que buenas están!, "las tres". La madre, que fue deportista hace años, ¡tiene un culazo que podría partir moldes!, y no ha perdido la cintura, "ahí se le nota el gimnasio", y aunque tiene algunas arrugas en los brazos y en la frente se la ve muy bella y apetecible aún.
El masaje me lo da ella tapándome con una toalla pequeña puesta sobre un tanguita desechable, en el que a duras penas entra mi pene. La toalla cubre desde mi vello púbico hasta una cuarta de mis muslos. Entro a la pequeña sala de masajes del gimnasio y estando solo me quito el pantalón de deporte, me ducho, me seco y me pongo el tanguita desechable; y cuando estoy "visible" la llamo y ella me coloca la toalla sobre el diminuto "taparrabos". A veces no puedo evitar pensar en ella de forma morbosa cuando masajea los músculos de mi pubis y roza mí... pero no puede ser, es una mujer formal y además la mujer de mi Profe.
En su casa le he ayudado a pintar las paredes, hemos arreglado la lavadora y más cosas. Cuando nos sentamos en la mesa siempre hay una armonía genial. Sentado allí con ellos me deslumbran sus preciosas hijas, sus cabellos rubios y esos ojazos azules que tienen. La madre, rubia también, evita mirarme a los ojos, "no sé porque". Un día una de las hijas me puso la mano en el muslo en la sobremesa, yo creo que tiene ganas de que me la folle, no sé, más adelante lo pensaré. Ellas me miran con deseo, "las tres", pero la madre lo disimula muy bien.
No soy feo, lo sé, tampoco me faltan conquistas, la verdad; "y aunque esté feo decirlo", tengo un pene "generoso" que ha hecho estragos; "pero ellas no han visto mi polla empalmada"; lo que sí han visto es "mi paquete" saltando en el aire dentro de mi ropa de deporte...
Cuando me da el masaje nunca toca mi pene directamente, no, solo lo roza, pero al sentir yo sus finas manos acercarse se me pone el pene casi erecto, a veces también roza mis huevos, ¡que gusto me da!, en esos momentos cuando ella ve la toalla abultada, ¡acelera el masaje nerviosa!, y eso hace que cada día me empalme más durante los masajes.
En uno de los últimos entrenamientos llamaron a mi profe por teléfono, quedándome solo con su mujer y uno de los otros jóvenes, el cual la miraba guiñándole un ojo el muy gilipollas, ¡no pude más!, me levanté del aparato, me acerqué a su oído y le dije en voz baja:
—Manolo, eres un gilipollas, ¡a la señora ni la mires!, que te doy dos hostias que te cagas por las patas abajo.
Me miró un momento temeroso, pero no me dijo nada, solo siguió su entrenamiento más formalito que un niño en un colegio de curas. La mujer de mi Profe se dio cuenta al ver el cambio de actitud de Manolo, ese día ella no se marchó y siguió haciendo deporte. Cuando al rato se marchó el capullo de Manolo le dije a la señora:
—Es usted preciosa señora y, si no fuera porque su marido es mi amigo y mi preparador, ¡me desviviría por tenerla!, aunque solo fuera una vez; pero lo que nunca haré es ser un borde con usted como lo son los otros, señora —me respondió ella:
—Gracias por pararle los pies a Manolito, yo también te veo atractivo a ti, y si no tuviera marido ya te habría puesto mi culo en bandeja, guapetón.
Dicho esto se marchó con rostro de satisfacción y me gustó mucho que la hiciera feliz mi deseo por ella.
Mi profesor volvió al cabo de un buen rato, no sé qué andaría haciendo aparte del teléfono; me indicó unas abdominales y algo de cama elástica.
Después de un rato de ejercicios volvió su mujer y me dio el masaje, yo la tenía más dura que ningún otro día bajo la toalla, tanto que se me salió fuera del tanguita; ella siempre me quita la toalla cuando masajea mi espalda y mis piernas por detrás, ese día quise girarme rápido para que no viera mi pene totalmente empalmado, pero al darme la vuelta ella lo vio en el aire, y con expresión de sorpresa me dijo:
— ¡Antonio!, chico, que cosa más grande, ¡y tan dura!
Ese día, en la cena, las miradas de su esposa fueron menos disimuladas, y él lo notó, y yo sentí vergüenza por su deseo y también al recordar como su mujer me había visto el pene con las venas marcadas. Al salir de su casa esa noche ellos dos vieron en mi mirada las ganas de no volver, sabían que me sentía mal. Ese día si me masturbé pensando en ella, no lo pude evitar, pero también pensé en cambiar de preparador para no sentirme culpable.
Al siguiente día en el gimnasio solo estábamos su esposa y yo, ella lucía un pantalón tan ajustado que su bollo se dibujaba a la perfección, y de espaldas sus cachetes firmes me decían, sin hablar, que no llevaba puestas las bragas, su culazo de mujer madura me excitó a tope. Luego estuvo hablando con su esposo en un rincón del gimnasio, ella se marchó y mi Profe vino junto a mí y me habló:
—Antonio, mi mujer antes de ser masajista deportiva y antes de estar casados se dedicaba a dar masajes sensuales, la verdad, en aquellos años, "hace ya más de veinte años", por lo que ella me ha contado, "sostenía cada día más de diez pollas en su mano" hasta que las hacía eyacular; tenía clientes fijos que todos los meses acudían a ella. No me importó que se hubiera dedicado a eso antes de conocernos, ¡incluso a veces!, le pedía detalles para excitarme.
—Profe, no me hace falta que me cuente esas intimidades, ¡coño!, ¡que me da vergüenza!
—Mira Antonio, si hace falta que te las cuente, porque tu últimamente estás todos los días empalmado aquí, yo sé que es tu instinto que puede más que tú y que no lo haces con maldad, pero esa tensión sexual mantenida no es buena para tu preparación, ¡de la que soy responsable!, y por la que cobro de la Universidad; ¿Te puedo contar un secreto?, pero no digas nada a nadie.
—A ver, dígame Profe, no diré nada palabra.
—Me caes muy bien Antonio, por eso quiero sincerarme. En mi matrimonio hay un problema, desde que cumplí los cuarenta, hace cinco años, no me empalmo ni con pastillas del color del mar, ¡nada!, no hay manera… Mi esposa es tan fiel que no me ha dejado por no poder, pero cuando veo en su mesita de noche "juguetes sexuales" comprendo cuánto necesita, como mujer activa que es, coger "una buena polla de verdad"; y, ¿te quiero hacer una proposición?, además me harías un favor.
—La verdad no lo sé, me temo lo peor Profe.
—Antonio, solo deseo transmitirte lo que me ha pedido mi mujer, y yo le dicho que me parece muy bien: quiere terminar tus masajes haciéndote eyacular, hacerlo como lo hacía en aquella época en la que ordeñaba hombres, ¡solo es eso Antonio!, te pido que me hagas ese favor, ¿quieres que ella te la menee al final del masaje?
Sonrojado y algo impresionado, me quedé dudando, pero cuando recordé el culazo en pompa de la señora y sus finas manos, deseé que ella cogiera mi polla, ¡además con el visto bueno de su marido!, entonces sentí un subidón de autoestima y solo pude decirle:
—De acuerdo Profe, y muchas gracias de verdad, me hace mucha ilusión que ella me dé un masaje así, aunque me da vergüenza.
El siguiente entrenamiento en el gimnasio para mí fue muy especial, viendo lo amable que era mi Profe sabiendo él que al final del entreno su mujer me la iba a menear. Cuando acabaron los ejercicios me duché y me eché colonia como si fuéramos a cenar, esperándola nervioso con mi tanguita puesto; cuando llegó ella cerró la puerta y me dijo:
—Antonio, guapo, como ya te dijo mi marido hoy te daré un masaje total, por eso no necesitas esto.
¡Me rompió el tanguita desechable con sus manos!, dejando a la vista mi pene duro, que la miraba fijamente con su único ojo. El masaje desnudo fue maravilloso, sintiendo como sus manos abrazaban y acariciaban mi pene y mis testículos constantemente, ¡y al final!, no me lo hizo deprisa, no; me la meneó muy despacio, como si jugara con el pellejo que rodea mi brillante glande, ¡que placer!, aceleró y solté sobre ella tres salpicones de semen que mancharon su bata con chorreones, incluso algún que otro pegote más espeso se estrelló sobre ella.
Después de ese día las pajas han sido diarias, cada vez con más profesionalidad; en una ocasión hace unas dos semanas, al correrme, el chorro fue bestial, tanto que le dio en la cara desde casi tres cuartas de distancia, al ver ella los cálidos chorreones espesos en su barbilla, con la excitación ¡los cogió con una mano y los chupó!, luego salió sonrojada dejándome desnudo con "la espada" al aire.
Hace dos días mi Profe quiso asistir al masaje, solo para mirar, yo me dejé hacer por su esposa con los ojos cerrados por la vergüenza que me daba mirarlo a él. Mientras su mujer meneaba mi polla me dijo mi entrenador delante de ella.
—Ni cuando me empalmaba conseguí erecciones como las tuyas, eres un campeón, y tienes un buen aparato. Pero veo la tensión en el ambiente entre vosotros dos, como que las pajas no apagan vuestro calor y, si mi mujer lo desea, y estoy seguro de que sí, yo por mi parte estaría encantado de que se lo hicieras a mi mujer.
Antes de hablar yo, hablo su mujer de este modo:
— ¡Cariño!, esto del masaje es una cosa, pero lo otro, ¿no será demasiado?, y nos sentiremos después mal los tres.
—Que va, querida, disfrútalo, ¡si Antonio quiere!, claro —yo respondí rápido:
—Yo sí, yo sí quiero Profe, pero me da no sé qué esta situación, ¿no se sentirá usted mal no pudiendo mientras yo...?
—Al contrario Antonio, que la penetres es para mí como si cuidaras de mi jardín, y no siento celos siendo contigo, un muchacho formal; ¡y que no te dé corte!, que en cuanto la penetres se te quita todo el regomello, seguro; y por supuesto yo nunca estaré presente, en eso no, yo esperaré con las chicas en casa.
Ese día me duché antes de acabar el masaje, después me secó ella con una manta de baño y pegó su cuerpo esbelto al mío y me beso en la mejilla, luego se apartó un metro y se quitó la bata, después se bajó las bragas blancas y pequeñas dejándolas tiradas en el suelo, desabrochó el sujetador y el sostén, también blanco, cayó junto a mis pies, ¡qué tetas!, dos melones con dos pezones negros, gordos y grandes, ¿y su coño?, un cepillito de pelos castaños y brillantes que dejaban ver unos labios suaves, depilados con láser. Mi polla estaba tan tiesa "que no se movía lo más mínimo". Ella se arrodilló delante de mí como una ramera y me la cogió como si fuera a tocar el clarinete, ¡con las dos manos!, atrapando mi gordo glande con sus labios, que gustazo… le agarré la melena rubia y tirando de sus pelos con ansia le metí el pene casi entero en la boca, solté su cabeza pero ella en lugar de retroceder se apretó más contra mí y, ¡se la metió hasta casi la garganta¡, "mis veinte gruesos centímetros descansaban en su interior", moví mi polla despacio sintiendo como se apretaba contra su cálida boca; se la saqué de la boca y la cogí en peso, la tumbé sobre la camilla dejando su coño junto al filo y me la follé con ímpetu, ella tumbada y yo de pie, ¡con tanta fuerza!, que la camilla se movía como un tendedero de ropa mecido por el viento. Al final, y sobre el suelo de la salita de masajes, la puse a cuatro patas y le estuve follando el coño "más de diez minutos" antes de correrme, las ganas que yo tenía de estar dentro de ella no me dejaban eyacular… al final la inundé de leche mientras ella decía: ag, agg, aaagg...¡Antonio ooo!, y se corría.
La siguiente vez que me la cepillé fue un día sin entrenamiento en el gimnasio, acudí a su casa tras una llamada de teléfono de ella en la que me decía:
— ¡Vente para acá y deja lo que estés haciendo!, que voy a estar todo el domingo sola en casa, y quiero que follemos sin miramientos de tiempo, ni de "volumen de voz".
—Voy ahora mismo señora, solo estaba estudiando.
—Te espero impaciente muchacho, mis hijas y mi marido estarán fuera hasta la tarde, las ha llevado el de viaje a casa de sus tías, a petición mía, mi marido sabe que te iba a llamar.
Ese día al llegar a su casa la mujer de mi entrenador me pasó su móvil; estaba mi Profe al otro lado de la línea, él me dijo:
—Muchacho, pórtate como el campeón que eres y hazla gozar como si fuera una puta, que necesita un polvo "de una vez"; ¡no te cortes Antonio!, te dejo que se lo hagas en nuestra cama, y que se lo hagas como un animal, vamos, ¡que te la folles bien!, chaval.
No había nadie en su casa cuando llegué, como ya sabía, me hizo pasar y me acompañó a su dormitorio en la planta de arriba, "quitándose la ropa mientras subía las escaleras delante de mí", viéndole yo desde mi altura menos elevada su bollo salido por detrás, moviéndose sus gordos labios mayores depilados con láser como una pechuga de pollo abierta en canal. Sobre su propia cama me la follé como un bárbaro, cabalgando su coño un buen rato de espaldas puesta ella en pompa; la muy perra gemía como una zorra. Pero antes de correrme, y sin cambiar de postura, escupí en su ano varias veces, sorbiendo y carraspeando antes de escupirle en el ojo del culo (estaba muy excitado, perdonadme), y apoyando la punta de mi polla en su culo le dije:
— ¿Quiere usted que se la meta por el culo también?, o no.
—Si por favor Antonio, pero antes, ¡escúpeme otra vez en el agujero!, ¡con fuerza! niñato, que me ha encantado sentir tu saliva en el culo.
Hice saliva en mi boca y le solté otro escupitajo "todavía mayor", que le salpicó los cachetes a ambos lados del ojete. Su culo fue presa fácil, se dilató al instante, como si esas carnes necesitaran maceración, aceleré haciéndola gritar de gusto. Un momento antes de correrme le saqué la polla del culo y le estampé un polvo muy abundante en la espalda y en los cachetes de su potente trasero... los hilos de mi semen buscaban la cama deslizándose como a cámara lenta por su espesor.
Desde ese día ya me la he follado "diez veces", y me la follaré más veces, ¡seguro! Mi profesor no está nada celoso, y eso me excita aún más, porque me siento extrañamente como su semental en aquella casa tan acogedora conmigo. Su mujer ahora es más cariñosa que antes; se mueve y habla con una tranquilidad y una dulzura que dan paz a quien la rodea, ya no discute con sus hijas ni con mi Profe, ella es una balsa de aceite.
Sus hijas no saben que tienen "un montador" en casa, pero yo, que ya le había echado el ojo una de las dos, estoy seguro que no podré salir con esa linda y tierna flor, porque; ¡como le digo yo ahora a mi profesor!
— ¡Profe!, ¿me deja salir con su hija y follarme a su mujer?
© Antonio Alexilo 2017