Mi enorme sorpresa de madre.

Una cena desenfadada con mis amigas, causó el deseo en todas nosotras de buscar un chico de compañía.

No se como comenzar porque lo que me sucedió, va para un año, fue algo que en mi cabeza era  impensable, pero ocurrió. Puedo decir que aunque el hecho en si, se aparta de las normas establecidas por la sociedad en que vivimos, no me arrepiento en absoluto que haya ocurrido. La felicidad total que disfruto, a pesar de lo que me costó dar ese paso, puedo asegurar que volvería una y mil veces ha realizarlo.

Mi nombre es Laura, tengo 41 años recién cumplidos y como a muchas mujeres, el matrimonio no me colmó ni me completó, todos los placeres que esperaba de él. Me casé completamente enamorada pero excesivamente joven. Fui al altar llevando dentro de mí, el fruto del amor compartido con la persona que creía era el hombre de mis sueños. No duró mucho tiempo esta unión. A los tres años pedí el divorcio porque mi vida junto a él no tenía ningún sentido. Completamente decepcionada de mi relación conyugal, me dedique desde ese momento enteramente a mi trabajo y a mi hijo Luis, el cual tiene actualmente tiene 23 años.

No es que no haya tenido posibilidades, después de mi rompimiento matrimonial, de mantener relaciones con otros hombres. Aunque sea un poco pedante, estoy de muy buen ver. Me mantengo en forma, no soy fea, y tengo un cuerpo que más que lo diga yo, habría que preguntárselo a más de un hombre que estaría deseoso de poseerme.

Como digo, hasta hace casi un año, llevaba una vida más o menos apacible. Mi hijo, centrado en sus estudios que ya finalizaba, no requería tanto mi atención y eso me encaminó a reunirme más con las amigas del barrio que, más o menos, se encontraban en una situación similar a la mía.

Todos los fines de semana preparábamos alguna cena o bien en casa de algunas de ellas o en la mía y después nos íbamos a bailar. Nos lo pasábamos en grande, viendo la cantidad de moscones que giraban alrededor nuestro y está mal el decirlo, pero yo me llevaba la palma de mirones. Nos divertía la cantidad de argucias que empleaban para enredarnos, pero ninguna estábamos por la labor. Quizá también por que ninguno nos atraía lo suficiente como para dejarnos llevar.

En una cena de sábado, que me toco hacerla en mi casa, nos animamos un poco más de la cuenta y nuestra conversación tomó un aire picaresco con el tema de los hombres. Carmen, una de las amigas más lanzadas y atrevidas, nos mandó callar y pidió que le escucháramos.

-Oír… ¿porque no pensamos en vivir una noche loca de sexo sin comprometernos para nada?

Nos echamos a reír porque no esperábamos que saliese con esas, pero al parecer lo tenía bien pensado. Propuso que lo mejor que podíamos hacer para romper nuestra escasa o nula relación sexual, era ir a una agencia de chicos de compañía y contratar uno para una noche.

El tema comenzó a interesar al grupo y fuimos animándonos de tal manera, que esa noche no tuvimos ninguna gana de acercarnos al baile. Fue una noche divertida. La bebida también acompañaba para desinhibirnos. Entre risas y tonterías que se nos iban ocurriendo a cada una de nosotras, sobre las ganas de poder disfrutar de un hombre sin ninguna atadura ni compromiso, nos llevó a estar de acuerdo en experimentarlo.

Procedimos a efectuar un sorteo para ver quien era la primera que tenía la suerte de llevar a cabo el plan. No se si por azar, o porque al retirarme un momento de ellas para ir a la cocina lo manipularon, el caso es que de la bolsa donde habíamos introducido el papel con el nombre de cada una de nosotras, la “inocente y candorosa Carmen”, sacó el mío.

El primer impulso fue negarme. ¿Cómo iba yo a ser la primera con la vergüenza que tenía? Propuse que ocupara mi puesto Carmen, pero esta se negó como también lo hicieron el resto. Me había tocado a mí y debería cumplir con lo que habíamos acordado.

Carmen se ocupó de que no cállese en saco roto la promesa de iniciar nuestras aventuras sexológicas, y se digno para que no me arrepintiera, a acompañarme a la agencia el lunes de la semana siguiente.

La vergüenza que tenía encima era mayúscula, pero a Carmen la situación le parecía de lo más divertida y allí estábamos, en la agencia de chicos de compañía. Dentro de la agencia, intenté pasar lo máximamente desapercibida escondida detrás de  unas gafas oscuras. Carmen tomó las riendas de todo, hasta que nos presentaron un catalogo llenos de fotografías de lo más variado de chicos.

-Ahora te toca elegir a ti, que eres la afortunada –dijo Carmen, pasándome el catalogo.

Yo creía que me iba a caer redonda. Con un “tierra trágame”, me hubiera evaporado al instante. Pero Carmen, como si fuera la cosa más normal del mundo prosiguió:

-Anda anímate, que están todos como para comérselos.

No tuve más remedio que acceder a los deseos de Carmen y entre todas las fotografías que vi, hubo una que me impactó. Era un chico con un cuerpo envidiable que me atraía. Era el prototipo del cuerpo de hombre que me encantaba y no excesivamente musculoso. A la mayoría, parecía se les iban a salir los músculos de cuerpo. Al ver que la cara del chico en el que me había fijado, estaba escondida detrás de un antifaz, me atreví a preguntar:

-¿Tienen la fotografía de la cara de este chico que dice llamarse Luigi?

-Lo siento, pero no está disponible –me respondió el hombre que nos estaba atendiendo-. Los pocos que ve usted con antifaz, son chicos de compañía ocasionales que no desean facilitar su identidad, aunque reúnen todos los requisitos que la agencia solicita, para satisfacer a nuestras clientas.

-¿Y en la noche que es contratado también lleva el antifaz? –preguntó Carmen.

-En principio sí. Lo único que creo posible, es que si la clienta se muestra muy satisfecha de los servicios prestados, puede solicitar que el acompañante se quite el antifaz y tal vez lo haga. Tengan en cuenta que estos chicos no son asiduos y si ustedes lo solicitan, tendríamos que contactar con ellos para ver si el día que  requieran de sus servicios, están disponibles.

Carmen me había metido tanto en ello, que a pesar de mis reticencias, le dije al hombre de la agencia:

-Está bien, a pesar de no poder distinguir su rostro, preferiría que mi acompañante fuera este –le repuse señalando el chico que había escogido anteriormente. Era el que más me atraía de todos los expuestos.

-¿Para cuando quiere usted la compañía? –preguntó el hombre de la agencia.

-Si puede ser, para toda la noche de este próximo sábado –propuso Carmen sin darme opción a responder a mí.

-Un momento por favor –dijo el señor.

Nos dejó a solas y el hombre entro en un pequeño despacho de cristaleras en el que veíamos que se disponía  a llamar por teléfono. No pude por menos al estar a solas con Carmen para recriminarle.

-Como eres chica. Ni siquiera me has preguntado si ese día me iba bien.

-Déjate de puñetas. Esto que vamos a hacer cuanto antes comencemos mejor. Y no te aflijas. Cualquiera diría que van a degollarte y lo que vas a hacer es pasártelo de muerte… Ya tengo ganas de que me toque a mí.

-Si quieres te lo cambio…

No dio tiempo a Carmen a responderme, aunque sabía lo que me iba a decir. El señor se presentó de nuevo ante nosotras para decirnos:

-Perfecto. El sábado por la noche el chico de compañía está libre y puede disponer de sus servicios.

Todo lo tenían perfectamente montado. El hombre recalcó la seriedad que tenía esa agencia y que todo se realizaba con la máxima discreción y anonimato, tanto para las clientas, como para los chicos de compañía. Esa noche del sábado, simplemente tenía que dirigirme al hotel que me indicaron, a la hora acordada, dirigirme a la habitación que reseñaron en una tarjeta que me facilitaron y proceder a entregársela al chico de compañía. Allí me esperaría el joven elegido, con unas copas y una botella de cava para efectuar el brindis de bienvenida. Lo demás, era hasta donde yo quisiera llegar, ya que el servicio contratado era total. Más o menos estas fueron las palabras que nos transmitió el señor de la agencia.

-Espero que disfrute de nuestros servicios y si surge cualquier contrariedad, no dude en informarnos –nos aclaró el empleado de la agencia, al término de nuestra conversación.

Cuando salimos a la calle, Carmen estaba exultante de alegría. Tenía más ganas que yo que llegase el sábado, para así el domingo, les narrase con pelos y señales la noche de desenfreno y amor que iba a mantener con un joven. Al igual que Carmen quedaron expectantes las demás amigas. No querían perderse ningún detalle y nos estaban esperando en un bar del barrio, para que les relatáramos como nos había ido por la agencia.

Nuestro juego acababa de empezar, y todas tenían  ganas de que verdaderamente tuviera una noche llena de placer, para así  una a una continuar con el desfogue sexual sin ataduras, que nos habíamos propuesto.

Se me hizo la semana larguísima. No dejaba de pensar en como me comportaría esa noche. La fotografía del  cuerpo del tal Luigi, no se apartaba de mi mente. Hacía tantos años que no tenía relaciones sexuales, que no sabía si estaría a la altura de no causar en el joven una decepción.

Se me ocurrió que bien podía también llevar un antifaz al igual que el joven y así no ser reconocida. También para no ser reconocida, por si acaso en el hotel, me propuse que el sábado por la tarde iría a teñirme el pelo e igual que hice en la agencia, llevaría las gafas oscuras. El antifaz me lo colocaría antes de entrar en la habitación.

Llegó el sábado y estaba completamente nerviosa. Mi hijo, estando junto conmigo a la hora de comer, me notó algo raro.

-¿Te pasa algo? –me preguntó

-No, nada ¿Por qué lo preguntas?

-Porque te veo bastante nerviosa.

-No es que esté nerviosa, es que quiero acabar pronto porque tengo que ir a la peluquería.

-Pues deja todo que ya lo recogeré yo.

Mi hijo como siempre, dispuesto ha hacer lo que fuera con tal de complacerme. Ni por lo más remoto se imaginaría lo que tenía proyectado efectuar esa noche.

-A propósito Luis, ¿vendrás esta noche a dormir a casa?

-Seguramente no. ¿Por qué lo preguntas?

-Porque esta noche no vendré a casa. Me voy a quedar en casa de una amiga. Tenemos una fiesta en su casa y me quedaré a dormir allí.

Fue la mentira que se  me ocurrió en esos momentos. Con mi hijo tenía toda la confianza del mundo y  no solíamos ir con engaños, pero lo que estaba dispuesta a hacer esa noche, no me atrevía a contárselo.

-Pues os deseo que lo paséis bien y os divirtáis mucho… ¿Habrá hombres en la fiesta?

-¡No! –exclamé inquieta.

-Pues vosotras os lo perdéis. Bien está echar una canita al aire de vez en cuando y tú no tienes que tener problemas para elegir.

-¿Que quieres decir? –le pregunte nerviosa como creyendo que sabía lo que iba a realizar.

-¿Que quieres te diga…? Que eres muy hermosa, que estás pero de que muy buen ver y que tienes que tener muchos hombres detrás.

-Anda, no digas tonterías.

-Sí, sí tonterías. Más de una joven querría estar como tú.

-Bueno, bueno. Vamos a dejarlo que tengo prisa.

-Muy bien guapa. Que te diviertas mucho esta noche.

Si nerviosa estaba antes de hablar con mi hijo, en esos momentos me estaba entrando un desasosiego tremendo. Los halagos de mi hijo me perturbaban más. No porque era mi hijo dejaba de admitir que era muy atractivo. Sabía que no le faltaban chicas con las que salir y que él tuviera ese concepto de mí, me alteraba más.

Pasé toda la tarde en la peluquería. Cuando terminaron de acicalarme, me miré en el espejo y era irreconocible. El pelo teñido y el cambio de peinado modificaron mi fisonomía. Me veía muchísimo más joven. Después me dirigí a una tienda de disfraces y me hice con un antifaz que me cubría bastante la cara pero que no era muy molesto de llevar.

Llegó la hora y me personé en el hotel con mi nuevo look e inmersa en las gafas oscuras. Nadie me podría reconocer, a pesar que muchas miradas no dejaban de contemplarme.

Estaba mirando donde se encontraban los ascensores, para dirigirme al piso dónde se encontraba la habitación que indicaba la tarjeta, cuando una voz a mis espaldas me asustó.

-¿Puedo ayudarla en algo señorita?

Era uno de los botones del hotel. Me repuse del susto y le contesté.

-No gracias. Estaba simplemente buscando el ascensor.

Me señaló donde se encontraban los ascensores y me dirigí a ellos. Subí hasta el piso donde se encontraba la habitación y me dirigí por el pasillo en busca del número que indicaba la tarjeta.

Estaba de frente al número de habitación señalada y me entraron escalofríos. Me daban ganas de echarme atrás pero algo pudo más dentro de mí. Me armé de coraje, me quité las gafas oscuras y en su lugar me coloqué el antifaz y llamé a la puerta.

La fotografía vista en la agencia, transformada en carne y hueso bastante mejorada, salió a recibirme enfundada en una bata blanca. Le entregué la tarjeta, me dio dos besos en las mejillas y me invitó a pasar. Una luz tenue, que hacía que casi nos distinguiéramos y una música suave envolvía la habitación. Era una habitación amplia que tenía como dos estancias. Una de ellas era como un saloncito con unos pequeños sillones y una mesita en el centro adornada con un jarrón lleno de flores. Le acompañaba a su lado, una cubitera llena de hielo y agua que cubría una  botella de cava.

Una vez dentro de la habitación mi corazón palpitaba a mil por hora. El joven me cogió de las dos manos, echó un paso hacia atrás y en italiano me dijo:

-¡Bellissima, signorina!... Sarà un piacere di averla al mio fianco. Io sono Luigi e sono innamoratoa della tua bellezza… Come ti chiami?

-No te entiendo –le contesté azorada.

Siguiendo con acento italiano me aclaró.

-Te lo puedo repetir en castellano, pero no cambia nada el decirte que eres una mujer bellísima y estoy prendado de tu belleza y aunque ese antifaz esconde tus ojos, adivino que detrás hay unos ojos encantadores… Dime como te puedo llamar.

No sabía que decirle hasta que se me ocurrió:

-Llámame Atrevida, porque todavía no se como he osado venir hasta aquí.

Siguió con las manos agarrando las mías y me dijo:

-Mi encantadora Atrevida. No tienes porqué estar nerviosa. Ahora te vas al baño te relajas un poco y te vas a poner cómoda. Te  desprendes de tu ropa y te colocas un batín que hay colgado en la percha. Después vienes aquí, que te estaré esperando para que hagamos un brindis, y veras como no te vas a arrepentir de haber requerido mis servicios.

Hice lo que me pidió y salí del baño más relajada. El tal Luigi me había recibido muy gentilmente y veía que no tenía prisa en que yo estuviera sosegada.

Me pidió que me sentara en uno de los pequeños sillones, descorchó la botella de cava y llenando las copas me propuso un brindis:

-Que esta noche mi querida Atrevida, sea inolvidable.

Esperó a que tomáramos tranquilamente la copa de cava para después levantarse y pedirme que me dignara a bailar con el. Todos sus movimientos eran dulces y me encantaba el tratamiento que tenía conmigo.

La música romántica que sonaba en los altavoces de la habitación, era agradable y en verdad que invitaba a bailar. Luigi me cogió por la cintura  y suavemente me deslizaba por toda la moqueta de la habitación.

Estaba entre nubes. Alternábamos el baile con las copas de cava hasta que bailando nuestras caras se unieron. Me hubiera quitado a gusto en ese momento el antifaz, pero parecía que el no reconocernos, daba un aire más misterioso a este encuentro.

Me miró como queriendo penetrar sus ojos a los míos a través de los dos antifaces y acercó sus labios a los míos sin yo negárselos. Un beso suave, que fue acrecentándose hasta que nuestras lenguas buscaban con ahínco entrecruzarse. Ya se me había olvidado lo que era un beso pasional. Me agarré a su cuello y me deje llevar por él, hasta que me cogió en brazos y me tendió en la cama.

Continuamos besándonos para después con esos movimientos sensibles, me despojó de la bata haciendo él lo propio con la suya. Se detuvo contemplando mi cuerpo y susurró:

-Eres muy hermosa. Va ha ser un autentico regalo tener a mi alcance este soberbio cuerpo.

Si él veía bien mi cuerpo, puedo decir que el suyo era sensacional. Ni una pizca de grasa acumulaba esa figura que me iba a pertenecer durante toda la noche.

No se que me pasaba, pero Luigi me atraía una barbaridad. Con movimientos delicados como si no quisiera romperme, comenzó su boca a desplazarse por todo mi cuerpo. Si pretendía excitarme, lo estaba consiguiendo de sobras. Me revolvía en el lecho mordiéndome los labios y no podía evitar que unos gemidos saliesen de mi boca.

Luigi no tenía prisa, pero a mí de un momento a otro me iba a hacer explotar. Al igual que no recordaba cuando había sido besada con tanta pasión, las caricias que me originaba en mi cuerpo, creo que nunca las había recibido con tanta delicadeza.

No podía más. Era indescriptible lo que me pasó cuando sus labios se perdieron en mi vulva y su lengua comenzó a desplazarse por mi vagina deteniéndose en el clítoris. Un chorro de flujo se desprendía de mi vagina y un grito agudo se desprendió de mi boca ante el orgasmo que me produjo.

-¿Cómo te encuentras? –me dijo Luigi incorporándose y obsequiándome con un beso.

¿Que como me encontraba? No sabía como me encontraba, lo que si sabía es que estaba en la gloria. En ningún momento había pensado que mi atrevimiento iba a llegar a sentir tanto placer.

-Bien…, muy bien -le respondí.

-No lo suelo decir, pero en esta ocasión me voy a permitir decirlo… Me atrae muchísimo tu cuerpo y estoy gozando como nunca. Quiero hacerte el amor y disfrutar junto contigo toda esta noche. Espero que no sea la única.

Sus palabras no sabía si en verdad eran propias de su trabajo, pero las percibí como un halago. Yo no es que no querría volver otra vez a estar junto a él, lo que verdaderamente no quería, es que esa noche se acabase.

Me dejó que me apaciguase un poco. Mi respiración estaba tremendamente acelerada, producto del maravilloso orgasmo que había tenido.

Aprovecho Luigi esos momentos para llenar las dos copas de cava y ofrecerme una de ellas. Una vez que nuestros labios absorbieron el preciado líquido,  se unieron y nuestras lenguas jugaban con el líquido que Luigi desprendía y que había retenido en su boca. Si era un juego más, me agradaba. No me repugnaba en absoluto que mi boca fuera bañada con el cava que me brindaba a través de la suya.

Una apabullante excitación me produjo Luigi después de, no se si intencionadamente o no, derramar un poco de cava en mis pechos e ir absorbiendo con sus labios, el liquido esparcido en ellos. Mis pezones erectos, parecían que se iban a salir de mis pechos, cuando su lengua los acarició y sus labios los estrujaban como si quisiera mamar de ellos.

En esos momentos no deseaba otra cosa que ser poseída por ese cuerpo varonil. Su miembro notaba que estaba en su esplendor y ansiaba tenerlo dentro de mí. No pude por más que susurrarle al oído.

-Luigi, mi amor, hazme tuya totalmente… no puedo aguantar más.

El sonrió y dulcemente con esa voz de acento italiano musitó:

-Mi querida Atrevida, voy a ser tuyo toda la noche hasta que me digas basta. Es un autentico sueño gozar de ti, “mia bambina”.

Se incorporó y cogiendo de su bata un preservativo se lo iba a colocar cuando yo le recriminé:

-No Luigi, por favor…, quisiera que tu miembro roce las paredes de mi vagina sin nada que lo cubra.

-“Mia dolce Atrevida”, no tengo inconveniente pero puede resultar peligroso…, pero si así lo deseas, intentaré no derramar dentro de ti mi esperma.

Mi nombre de Atrevida en esos momentos hacía gala a lo que codiciaba. No me importaba en absoluto que su líquido se perdiera en el fondo de mi vagina y  bañara completamente mi útero. Me contuve y no le dije nada. Lo dejé a su criterio.

Su criterio era hacerme explotar. Después de acariciar con su boca mi cuello y besarme en los labios, su pene se acercó a mi vagina. Creía que ese esplendido órgano viril  iba a comenzar su introducción pero no,  quería que mi excitación llegase al súmmum y se permitió pasear la punta del pene por toda mi vulva, hasta que mi vagina comenzó a desprender nuevamente flujo.

-Me vas a matar Luigi… mi amor… dámelo ya…

No me hizo esperar y suavemente fue introduciendo su miembro en mi vagina. Notaba el roce en las paredes. Hacía tantos años que no había sido poseída, que no me extrañaba que tuviera dificultad en ser penetrada por Luigi. Ayudado también por el flujo desprendido de mi vagina, logró introducir todo su órgano sin apenas hacerme daño.

El éxtasis surgió de inmediato. Su miembro iba desplazándose suavemente a lo largo de mi vagina, para acabar con movimientos rápidos acompasados por mis nalgas, que querían sumarse al delirio que me causaba la invasión de su encantador falo, dentro de mi más preciado tesoro.

Creí que me desmayaba de placer. No pude reprimir el grito que salió espontáneamente de mi boca. El orgasmo fue brutal. Me retorcía de gusto. Luigi acompaño a mi grito con enormes y continuos jadeos, al mismo tiempo que sacaba el pene de mi húmeda y excitadísima vagina, descargando todo su semen sobre mi vientre.

Luigi se colocó a mi lado agarrándome de la mano. Nuestros pechos oscilaban al ritmo de nuestras profundas respiraciones y nuestros corazones emitían unos latidos que se percibían claramente.

Con voz entrecortada me dirigí a Luigi:

-Gracias… por no eyacular dentro de mí… pero no me hubiera importado…

No me dejó terminar. Sus labios se unieron a los míos en un apasionado beso para después decirme:

-“Mia cara signorina Atrevida”, no  creas que no me hubiera gustado, pero no me perdonaría que te arrepintieses. Sí que te voy a decir, que con ninguna mujer he sentido lo que contigo. Estas calando mucho en mí y no quisiera que esta noche fuera la última de estar contigo. Puedo ser tuyo siempre que quieras, sin necesidad que pagues por ello.

Me acerqué a el, le besé en los labios, en el cuello, en la cara que tenía al descubierto y me hubiera gustado retirar ese antifaz para besar también sus ojos que se parapetaban detrás esa máscara.

Como si estuviese leyendo mi pensamiento  me dijo:

-¿Deseas que me quite este antifaz?

-Sí, claro…, me gustaría ver completa esa cara de la persona que me está haciendo pasar los momentos más sublimes de mi vida.

Antes de proceder a quitarse el antifaz me rogó:

-Después mi dulce Atrevida, quiero también yo que me muestres  enteramente el bello rostro de la mujer que me está hechizando.

El grito que emití no era no fue de gozo y placer como los anteriores. Fue un grito desgarrador, al mismo tiempo que exclamaba.

-¡¡¡Luís!!!

Esa vez si no me desmaye de verdad, fue de puro milagro. A pesar de la luz tenue que invadía la habitación, pude distinguir que el rostro escondido por el antifaz, era mi hijo. Me separé de él como si hubiera recibido una descarga eléctrica y busqué rápidamente la bata para refugiarme dentro de ella.

Mi hijo sorprendido por mi reacción, enseguida me retuvo agarrándome del brazo para decirme:

-¿Qué ocurre?... ¿Qué has visto en mi rostro?

Las lágrimas salían de mis ojos y no pudiendo ser retenidas por mi antifaz resbalaban por mi cara. Luis se percató de ello y sin decirme nada, me quitó la máscara.

No gritó como yo lo hice, pero su voz retronó en la habitación exclamando:

-¡¡¡Laura!!!

Se acabó su acento italiano, era su voz, la voz de mi hijo que no entendía como no me había dado cuenta antes. Me entró tal congoja, que aparte de esconderme detrás de la bata no sabía que hacer. Era muy fuerte lo que había sucedido. Yo, con mi hijo. No lograba concebirlo. Era un incesto en toda la regla y el caso que había gozado con él como nunca lo había hecho con su padre, que era el único que me había poseído. Lloraba desconsoladamente.

Luis, después de la enorme sorpresa al reconocerme, lo tomó de distinta manera. Con la misma dulzura que se había comportado toda la noche, me invitó a sentarme en la cama a lo que rechacé.

-Quiero irme de aquí inmediatamente –le dije siguiendo con mis sollozos.

-Laura mi vida, primero quiero que te calmes. Después ya veremos que hacemos.

-Luis, por favor…, no me digas que me calme… ¿Pero te das cuenta lo que hemos hecho? –le recriminé.

-Me doy cuenta y no me arrepiento.

-¿Cómo que no te arrepientes?

No me contestó. Se puso su bata me cogió de la mano y me invitó a sentarme en uno de los silloncitos.

-Aquí sentados, hablaremos mejor.

-Que tenemos que hablar…, por Dios. Me muero de vergüenza y de angustia… Esto no debería haber pasado.

-Pues a pasado y todo lo que te he estado diciendo es cierto. Me has hecho sentir algo distinto que nadie había logrado.

-Pero esto es una locura, soy tu madre.

-Si que es verdad que eres mi madre, pero no dejas de ser una mujer sublime y yo veo en ti eso. Bueno, lo he visto desde hace tiempo.

-¡Ay Luis!... Que quieres decir con eso.

-Que siento por ti algo distinto que amor de hijo y si me he dedicado a esto, ha sido para intentar desviar mis pensamientos de los que me absorbes. No me tienes que recordar que eres mi madre, lo tengo muy grabado. Este sentimiento que tengo hacia ti, me ha causado mucho desasosiego. He llegado a pensar que era un depravado, hasta que me convencía que el amor que sentía por ti no era sucio. Te quería con todas las consecuencias, pero nunca me hubiera atrevido a confesártelo. Y ahora que lo sabes me siento muy liberado. Tampoco me extraña el porque durante esta noche, me atraía tanto tu cuerpo.

Se paralizaron mis lágrimas y en esos momentos estaba completamente confundida. No sabía que pensar… ¡mi hijo enamorado de mí! Esto era algo inconcebible, pero algo dentro de mí me empujaba a abrazarle y decirle también que él era toda mi vida. Cogí con mis manos su cara y le dije:

-Mi vida…, esto que me estas diciendo es muy bonito y siento de verdad lo que estás pasando, pero tu lugar está en encontrar una chica joven que te quiera y no en una vieja como yo. A mí siempre me tendrás como madre.

Eran palabras que debería decir, pero algo en mí se negaba a admitir que era lo que realmente pensaba y quería. Si hasta surgir este encuentro, lo veía como un chico muy atractivo, mi sentido de madre no me dejaba ir más allá: ¿pero que me pasaba en esos momentos?..., aparte de hijo, veía en él un hombre que me había embrujado. Me estaba volviendo loca… Al volverme hablar Luis, me hizo salir de mis confusos pensamientos.

-Laura, en mi ánimo no está buscar a alguien. No voy a encontrar a nadie que te supere y más después de  los momentos que hemos pasado… Quiero ahora que seas verdaderamente sincera; dime que no sientes, en estos momentos, algo distinto por mí que el que se supone amor de madre.

Daba la sensación de que leía mis pensamientos.

-No me hagas decir ciertas cosas…

-Es muy fácil…, dí  sí o no.

No se como, pero me salió de dentro como si fuera un grito:

-¡Sí, sí!, pero no debemos…

No me dejó acabar. Repentinamente tenía sus labios atenazados a los míos y me dejé llevar. Algo nuevo había renacido en mí y aunque era algo impensable, estaba sucediendo.

Me entregué a él de nuevo pero esta vez había algo distinto entre ambos. Al deseo, se unía un amor desmesurado y para nada se parecía al amor que se profesa entre madre e hijo.

Ese cuerpo era mío, era muy mío, pero no porque lo hubiera parido, sino porque lo deseaba con todas mis fuerzas. Tomé la iniciativa y después de besar esos ojos que había escondido, la cara, sus labios, su cuello… En fin… Verdaderamente hice un repasó a todo su cuerpo llenándolo a besos, hasta llegar a su miembro viril al que mi boca, por primera vez, absorbió como si se tratara de un polo. Pero no quise en ese momento se perdiera en mi boca algo que deseaba se perdiera en mis entrañas.

Mi vagina estaba completamente mojada y pedía a gritos que fuera bañada de su esperma. Apunté su pene en mi gruta y se desplazó a lo largo de todo su recorrido sin ningún problema, hasta sentirlo en lo más hondo de mí. Cabalgué con su miembro dentro de mí como si estuviera ante un potro desbocado, hasta que dos gritos casi al unísono retumbaron en la habitación. Fueron unos orgasmos algo espeluznantes. Sentía como mi vagina  desprendía una cantidad bárbara de flujo y a la vez como un chorro abundante de semen, que desprendía su venerado pene, me impregnaba el fondo de mi vagina sintiendo como se infiltraba en el cuello uterino…. Soberbio…, sublime…, divino… No se que más palabras utilizar para definir mi gozo y deleite.

Como decía al inicio, ya ha pasado un tiempo y Luis ha dejado de ser mi hijo para convertirse en el padre de la criatura que llevo en mis entrañas.

Vida más agradable y placentera, no podía llegar a imaginar tener ni en sueños. Si yo estaba loca por Luis, puedo asegurar que él no me iba a la zaga. Nuestro amor el uno por el otro, se transmitía y se desarrollaba en todos los terrenos. Y como no, uno de ellos era el placentero deseo de poseernos. La experiencia de Luis en sus aventuras de chico de compañía, ya nunca más ejercidas, nos servía para no caer en la rutina. Practicábamos con enorme placer, las variantes más insospechadas en el deleitoso ejercicio del amor.

Ni que decir, que nunca mis amigas supieron ni sabrán, quien fue el chico de compañía que ha hecho que todos los poros de mi cuerpo desprendan felicidad. Sé, que siguieron el turno de encuentros con los chicos de compañía pero, al nosotros cambiar de barrio e ir a uno bastante alejado, no he vuelto a saber nada de ellas. Sí que las tengo en buen recuerdo, porque gracias a ellas se ha colmado de dicha y felicidad, la vida que llevo junto a Luis.