Mi enfermedad cap XI

Si no hubiera una primera vez, la inventaríamos

Siempre hay una primera vez para todo

Montados en el viejo coche de Gottdass iniciamos el viaje después de habernos despedido de Vends y habiéndole jurado y perjurado que estaríamos el día previsto de inicio del rodaje en la Suiza de Heidi.

Como buena germana que era, lo tenía todo previsto, había reservado plazas en los hoteles, había avisado a sus amigos para decirles que día íbamos a visitarles, incluso había comprado unos libros para empezar con mis clases de inglés y de ejercicios para mejorar mi maltrecho francés. La mayor parte de las horas que pasamos en el coche las dedicamos a hablar en francés, ella me corregía constantemente y me obligaba a repetir una y otra vez hasta el cansancio, cuando ya estaba harto de repetir y de hablar, me enfurruñaba en mi asiento negándome a dirigirle la palabra. Así pasábamos varios kilómetros, entonces ella siempre paraba en el primer pueblo que veíamos y hacíamos un alto en el camino, tomábamos un helado o un café y recuperábamos el buen humor.

Guardo un buen recuerdo de esas horas de charla, ya que ella aprovechaba cualquier ocasión para hacerme hablar e ir mejorando no solo mi francés sino mi cultura, me compró algunos libros, de historia, literatura incluso ciencias naturales que me acompañaron durante mucho tiempo. Me decía que lo peor que uno podía ser en la vida era ser un ignorante y por el modo que tuvo de decírmelo, tomé buena nota e intenté quitarme las telarañas del cerebro.

Salimos temprano después de haber ingerido un buen desayuno en el hotel, era una conductora muy prudente, nunca sobrepasaba el límite de velocidad, aunque ahora que lo pienso el coche tampoco es que permitiera muchas alegrías. A pesar de ir discretamente vestida con un grueso jersey de lana y unos vaqueros, el olor que Gottdass desprendía me tenía en un constante estado de ebullición lo que nos obligó a realizar varias paradas durante el viaje, le tengo que confesar que aprovechamos bien el tiempo y sincronizamos la necesidad de vaciarme con visitas turísticas de las localidades cercanas, así vimos un castillo muy bonito al pie de una colina, una iglesia en cuyo pórtico pudimos ver figuras de bacantes ligeras de ropa huyendo de sátiros que las perseguían con su dos rabos inhiestos e incluso pasamos por un puente de madera que aún se conservaba en pie y por cuya barandilla arrojé la producción de la última erección.

La primera noche la hicimos en un discreto hotel escondido entre bucólicas colinas verdes donde pastaban algunas vacas despistadas, nos quedamos sin cenar ya que cuando llegamos a la ciudad eran pasadas las seis de la tarde y no había ningún restaurante abierto, menos mal que en el hotel nos prepararon unas tablas de quesos y con ellas pudimos resistir hasta la hora del desayuno. La familiaridad con la que nos relacionábamos Gottdass y yo era sorprendente dado el poco tiempo que hacía que nos conocíamos, apenas tres días juntos y hacíamos que las cosas fueran fáciles y naturales.

Una vez realizadas las abluciones me metí en la cama a esperar a mí doncella y le puedo asegurar que la espera no fue vana, apagó la luz de la habitación manteniendo encendida la del baño y se colocó de perfil en el alfeizar de la puerta. Llevaba puesto un ligero salto de cama que me permitía apreciar la curva de los pechos e incluso la ligera protuberancia del pezón, con la pierna doblada apoyaba el pie sobre el marco mostrando el muslo y ocultando el triángulo de las desdichas a mis aviesas miradas. El corazón se me salía del pecho y la baba me resbalaba por el pecho desnudo, era una diosa.

Con gran parsimonia, regodeándose con los estragos que causaba y siendo muy consciente de lo devastadora que era su actitud se acercó contoneándose hasta la cama y apoyando manos y rodillas gateo hasta colocarse ahorcajadas sobre mis piernas. Me regalé un vistazo a su escote que por la postura me permitió ver sus colgantes pechos y me regaló un primer beso de ensueño, su lengua se enroscaba con suavidad, sin forzar entre la mía, nuestras salivas se mezclaban en mi boca. Sus manos se apoyaban en mis hombros y su torso se balanceaba como Caronte al timón de su siniestra barca, rozándome en cada venida con sus pezones y abandonándome a mi suerte en cada ida, mientras tanto mis manos se ciñeron a su cadera, subían empujando la piel hacia los riñones y entrando por debajo del negligé recorrían como si del teclado de un piano se tratase sus costillas.

Cual serpiente cimbraba su cuerpo haciendo sus pechos se rozasen con el mío y su chumino embadurnase de flujos mi cipote, notaba como el calor y la humedad de su vulva envolvía mi aparato haciendo que sufiera pequeños latigazos, como si de estertores de la muerte se tratase. Con un leve empujón logré tumbarla de espaldas en la cama y abandonando sus labios bajé por su cuello dándole suaves besos y rozando su piel ligeramente con mis labios lo que provocó que arquease la espalda como buscando un contacto más directo. Seguí bajando hasta uno de sus pechos, donde rodeando el pezón con la lengua logré que se pusiera erecto y duro, pequeños golpecitos con la punta de mi lengua arrancaron los primeros gemidos de mi partenaire.

Sin abandonar los Alpes me alojé en la otra cúspide y repetí el mimos proceso, si algo funciona no lo cambies, mi mano se alojó en su entrepierna y … ¡por los clavos de cristo! Se había afeitado el felpudo. Me incorporé como si tuviera un muelle y me asomé para contemplar esa magnífica obra de la naturaleza que es un coño de mujer depilado, la baba, literalmente me escurría por la barbilla, mi príapo tocaba los timbales en mis abdominales al ritmo de la charla de Zarathustra. Me lancé de cabeza a comer el primer coño de mi vida, aunque la palabra más adecuada para este caso era chocho pelón sin lugar a dudas. Abduje su gran clítoris en la boca y empecé a succionar, primero con delicadeza, pero a medida que los quejidos de Gottdass se hacían más reveladores fui incrementando el ritmo hasta que tuvo un espasmo que le hizo clavar los talones cerrar los mulos, arquear la espalda y levantar el culo y con claro junto con el culo me levantó en vilo. Me tuve que poner de rodillas, pero sin ninguna intención de soltar mi presa, como un buen podenco que atisba una pieza no cejé y aprovechando la postura bajé unos centímetros mi lengua y la introduje todo lo que pude en su abertura. Una amalgama de sabores penetró en mi boca inundando mis fosas nasales, acre, picante, ázimo y un poco astringente, sorprendente y sobre todo, recuerdo que mi mente quedó tan inundada como mi paladar haciendo que me corriese como nunca en mi vida me había corrido, sin nadie que me tocara descargué entre contracciones que me convulsionaban un chorro tras otro.

Por suerte la habitación contaba con dos camas y pudimos pasar el resto de la noche en la otra, a partir de esa noche, siempre que tomábamos habitación pedíamos que nos subieran un cubo a la habitación no podíamos dejar aquel desaguisado cada noche.

Me desperté temprano, una sonrisa iluminó mi cara al percibir todavía en boca el aroma de mi joven dama. La observé mientras dormía dándome la espalda, mi amigo estaba en pie de guerra, esperaba el polvo mañanero. Haciendo un poco de submarinismo me introduje bajo las sábanas buscando como un sabueso la trufa del tesoro que sabía que se escondía en las profundidades de la cama. No me costó mucho esfuerzo, empecé besando las nalgas de mi adorada rubia, suaves besos que apenas la rozaban y que hicieron que la piel se le pusiera de gallina, me introduje entre sus mofletes y recorriendo con mi lengua su raja encontré una sorpresa en el camino hacia Roma. Quedó demostrado que todos los caminos terminan allí, aunque no importó que me demorase un poco en llegar, penetré ligeramente la punta de la lengua en el oscuro agujero y continué mi viaje hacia tierras más cálidas. Fue un mero ejercicio de tienta, como hacen los toreros cuando sale el toro por los derroteros.

Cuando escalaba la séptima colina, la dueña del Aventino se desperezaba mientras me acariciaba la cabeza, clara invitación a que continuase lo que había empezado. Al llegar desde atrás mi posición esta vez era inicialmente ventajosa, introduje la lengua en la abertura degustando una vez el delicioso néctar con el que me recibió mi anfitriona. Al abrir los ojos me percaté que se estaba acariciando el clítoris con dedos húmedos, tomé nota mental para la próxima y seguí incrementando el ritmo de los lametones, el espasmo no tardó en llegar, aunque esta vez fue más suave duró bastante más tiempo.

Lejos de dar por terminada la sesión se giró quedando mi cabeza entre sus piernas y su panocha a mi total disposición, tomó lo primero que encontró, casualmente fue mi cipote empalmado y se lo introdujo en la boca, ¡qué imaginación la de esta chica! Nunca se me hubiera ocurrido que podíamos darnos placer mutuamente con nuestras bocas, inocente de mí cuando me explico que el sesenta y nueve no era un número mágico que le gustaba a todos los hombres para jugar a la lotería.

Continuará...