Mi enfermedad cap VIII
Un giro inesperado
Doble intención
Con la tranquilidad que da saber que tus necesidades básicas están cubiertas, seguimos el viaje. Una de las últimas paradas antes del destino final, coincidió con una ciudad bastante grande comparada con las demás que habíamos visitado. El matrimonio mantuvo una de sus constantes discusiones, tras la cual el marido se ausentó durante todo el día. Era casi medianoche cuando regresó y lo hizo acompañado de un extraño al que tampoco conocía Rassasi.
Vestía un elegante traje gris en el que resaltaba una corbata de gran nudo que ocupaba gran parte de su cuello. Los gemelos de la camisa llamaban la atención por el brillo de las gemas que tenían incrustadas. Fuimos en el coche de este señor a cenar a un restaurante, deduje que era italiano ya que tanto el nombre como la decoración evocaban a este país y que se encontraba en una calle peatonal en el mismo centro de la ciudad, fue la primera pizza que comí en mi vida. No sabía exactamente como era, cuando la sirvieron, esperé educadamente hasta que vi como la comían los demás, ya que no tenía claro cómo debía hacerlo. El hombre de gris, creo que se llamaba Vends de la Viande, no probó bocado durante toda la cena, no me gustó su forma de mirarme, como si me estuviera estudiando y me mantuvo en alerta toda la velada, dispuesto a salir corriendo en cuanto la ocasión se volviese peligrosa o su curiosidad por mí superase la barrera de la ética.
Noté que hablaban de mí por referencias, aunque desconocía en esencia lo que se estaba tramando. A medida que discurría la cena, Rassasi estaba cada vez más alterada, enfrentándose directamente a su marido y razonando de manera más suave con el visitante, al que le explicaba sus puntos de vista con tranquilidad. Al finalizar la cena, habían llegado a una especie de acuerdo, las sonrisas del invitado y la actitud más relajada de madame me tranquilizaron en cierta medida, no desconfiaba en absoluto de ella, nunca pensé que pudiera pasarme nada malo. La cara de satisfacción del marido de Rassasi fue el único punto de intranquilidad, tenía la expresión del que se ha comido la mejor parte del pollo y el resto las migajas.
En el coche del visitante, de camino hacia la casa rodante, que habíamos aparcado a las afueras de la ciudad, Rassasi, con su mano apoyada en mi muslo me fue contando quien era este señor, por qué habían estado hablando tanto rato de mí y cuál había sido la causa de la discusión. El señor era un personaje en el mundillo del cine, representaba a artistas, buscaba nuevos talentos, producía películas, etc. Me costó bastante tiempo comprender lo que me estaba explicando ya que no entendía nada de cine y todos esos términos me eran ajenos, tuvo que dar muchos rodeos hasta que logré entender lo que me estaba explicando. Lo que Rassasi me contó y yo entendí, Jenetien su marido, había contactado con él para hablarle de mi talento. Estaba seguro que había entendido lo que me estaba diciendo pero no comprendía cual era mi talento para que un representante de artistas se interesara por mi persona. Llegamos al aparcamiento donde teníamos la furgoneta, pero no había terminado de explicarme todo, estaba costando mucho llegar al meollo de la cuestión. Cuando la pregunté qué talento tenía yo que interesara a este señor, la explicación me dejó más sombras que luces, pero no insistí.
Sí entendí que este señor tenía una proposición de negocios para mí y mi especial habilidad para trabajar en el cine, incluso dijo que podría llegar un día a protagonizar mis propias películas, siempre y cuando lo que le habían contado fuera cierto. Yo no me imaginaba con sombrero calado y besando a Ingrid Bergman con el ruido de los motores de un avión como fondo, quizás debería pensar más en positivo en lo que se refiere a mi persona, pero la realidad se impone tristemente a la imaginación.
Mi juventud, candidez y sobre todo la ignorancia del mundo, no me permitieron, inicialmente darme cuenta de lo que me estaban proponiendo, hasta que me especificó que dentro del mundo del séptimo arte había algunas clasificaciones que no eran del todo arte, pero seguían siendo cine, este tipejo se dedicaba al cine "X" y mi talento no era otro que mi enfermedad. Aun así no lograba ver la conexión entre mi problema y el porno. Yo no era un gran entendido en el género, debo reconocerlo pero por lo que había visto no encajaba en el perfil, mi físico no se parecía a ninguno de los actores que había visto, mi aspecto claramente infantil, casi juvenil no mostraba ningún tipo de vello corporal, a diferencia de los actores que solían participar en estas películas, incluso la falta de la "barriga cervecera" que muchos de ellos mostraban sin ninguna vergüenza, en mi caso y debido al deporte que hacía era inexistente totalmente y en cuanto a mis atributos no se podían considerar bajo ninguna perspectiva fuera de lo común. En la época en la que sucedió esto, los actores no eran como los de hoy en día, tipos musculosos y superdotados, incluso artificialmente, en aquel entonces los actores eran tipos más bien normales, con su pelo en pecho y grandes bigotes que usaban para hacer cosquillas en sus partes a las actrices y a los que no les importaba mostrar en público sus partes menos públicas, las cuales por cierto casi nunca se parecían a las de los equinos como sucede ahora.
Necesité otra buena hora de charla para terminar de entender la situación y tomar conciencia de lo que me estaban proponiendo. Pregunté si la actriz sería Rassasi, lo que provocó una cálida sonrisa en ella y un monumental cabreo en él, pero el cineasta enseguida intervino, aclarando que ella no estaría incluida en el contrato. Al ver reflejadas en mi cara las dudas que me asaltaban, el señor De la Viande, que era un auténtico profesional de los negocios, me tentó, enumerando todas las ventajas y beneficios que obtendría al trabajar con él en ese mundo. Fueron muchas las razones que me convencieron para dar el sí definitivo, grandes coches, chicas rendidas a mis pies, mi propio club de fans y por último una gran suma de dinero que estaría a mi disposición. El único sacrificio que se me pedía era que en lugar de expulsar de manera privada en una toallita el líquido que se acumulaba en mi interior, lo hiciera delante de una cámara y por encima de una actriz porno. Menudo sacrificio, esto es sufrir y lo demás son tonterías.
Quedamos al día siguiente en su oficina para firmar los contratos y todos los trámites de manera que pudiéramos empezar cuanto antes. Jenetien se fue con el cineasta y nos quedamos Rassasi y yo solos en la furgoneta, la notaba algo rara, pero no quise preguntar el motivo, podría ser por haber aceptado yo la oferta o porque seguramente dejaríamos de vernos en breve, aunque esto no era una explicación muy plausible, sobre todo sabiendo que estábamos llegando a mí destino y no tenía ninguna intención de renunciar a Laisse ni por una vida en una auto-caravana, ni por muchos polvos que hubiéramos echado en ella. Rassasi me llevó a la cita, antes de subir a su oficina, fuimos a desayunar. Durante el desayuno, me dijo que tuviera cuidado con él, que no firmara nada que no entendíera y que cualquier duda o pregunta la hiciera sin miedo antes de consentir con nada, que ella me ayudaría lo que pudiera.
La oficina del productor estaba dividida en dos salas, una que hacía las veces de sala de visitas y otra que era el despacho. En la sala de visitas estaba una secretaria que no dejó de hablar por teléfono durante el rato que estuvimos esperando. Las paredes estaba decoradas con los posters de las películas que teóricamente había producido o colaborado el que pretendía ser mi representante. Era un pequeño museo del porno, carteles de pelis que a mí me sonaba haber visto, Deep Throat, California Gigolo y un largo etcétera. También había fotos de actores y actrices, féminas mayoritariamente, con autógrafo incluido, algunas de las cuales me habían servido para incentivar la imaginación y liberar mi pesada carga en otros tiempos no tan remotos como me pareció en esos momentos.
Rassasi se sentó en un sillón y cogió maquinalmente una revista para hojearla, pero en cuanto vio el contenido la soltó como si de una serpiente se tratase, la revista, cayó abierta por las páginas centrales, dejando ver perfectamente una gran maroma de un maromo entrando en el minúsculo hocico barbado de una rubia sorprendentemente bien dotada para lo flaca que era. Todo allí evocaba al porno-mundo, no había dudas de la ocupación del susodicho personaje. Tras más de una hora de espera, Vends, salió del despacho para recibirnos, nos hizo pasar a un confortable cuarto forrado de estanterías llenas de libros y una bonita mesa labrada de madera, vi un portarretratos orientado hacia la silla de trabajo, pero no pude ver la foto, no me hubiera sorprendido que fuera una de sus hijas en lugar de una de sus actrices, el ambiente del despacho era diametralmente opuesto al de la sala de visitas, como si el porno sólo fuera para sus clientes.
La secretaria entró con una bandeja que tenía café y galletas, apenas había reparado en ella cuando estuvimos en la sala de espera, pero cuando se inclinó para servir el café del jefe, pude admirar asomado al escote, un bonito sostén negro que resaltaba de manera espectacular con el blanco de la camisa. Encaje negro balconé que mostraba a través de la tela transparente del corpiño unos pezones oscuros. La visión unida a los movimientos sensuales que sugerían una ocupación muy distinta a la actual, provocaron una erección en mi adormilado compañero y que se mantuvo hasta mucho después de haberse marchado, como un flash que se queda en la retina y te deja viendo motitas blancas.
Mi representante, me entregó una serie de documentos para que los firmara y siguiendo el consejo de Rassasi los leí con detenimiento, preguntando todo aquello que no entendía, sólo recuerdo una de las objeciones que planteé -“¿Tengo que desnudarme en las películas? Y si es así, ¿se verá mi cara?”– viéndolo con la perspectiva del tiempo, puede parecer estúpida la pregunta, pero en ese momento lo que más me quitó el sueño durante esa noche fue que me viera mi madre chingando en una película, lo que me faltaba, que no hubiera recibido noticias mías en no sé cuántos días y ahora me viese posando en la portada de un video porno en el videoclub.
Cuando todo quedó aclarado y las pegas que puso Rassasi quedaron plasmadas en el contrato, lo firmé y quedó sellado con un fuerte apretón de manos. Fue ese momento el que aprovechó Rassasi para decirle a mi representante que había firmado un contrato con un menor de edad y que a menos que tuviera la autorización paterna o de su representante legal, aquello no serviría para nada, incluso dado el tipo de negocio, podía ser considerado como un delito. La cara le cambió en un momento, se reclinó en el respaldo del sillón y el sudor le perló la frente. Tardó algunos segundos en reaccionar, supongo que estaría esperando ver entrar en el despacho a la policía de un momento a otro, pero al ver que eso no ocurría, intentó enfrentarse a la estafadora, discutieron o más bien Rassasi le dejó las cosas claras, él apenas dijo nada, sólo escuchaba y asentía mientras se frotaba las manos con nerviosismo. Hablaban atropelladamente y no pude entender casi nada de lo que dijeron. La conversación finalizó cuando Vends, sacó un talonario del escritorio, firmó un cheque y se lo entregó a ella. Inmediatamente lo dobló y lo guardó en su bolso sin siquiera mirar la cifra que había escrita en él, se giró hacia mí y agarrándome los mofletes me plantó un beso en los labios, me dijo -“Au revoir, mon petit étalon”- y se marchó sin más, dejándome allí plantado con cara de tonto.
Me quedé tan bloqueado que no supe reaccionar y cuando quise darme cuenta ya se había ido, en ese momento me sentí engañado, humillado, como si fuera un fenómeno de feria que se podía vender y comprar. La muy sinvergüenza se había dedicado a explotarme sexualmente para luego traspasarme al siguiente propietario. Tampoco quiero engañarle con falsos sentidos de vergüenza o humillación, del cabreo pasé a la preocupación cuando me di cuenta que todas mis pertenencias se habían quedado en la auto-caravana, no tenía ni una triste muda para cambiarme de ropa.
Cuando me levanté para marcharme, el señor De la Viande se levantó conmigo, se le veía cavilando, indeciso. Al tenderle la mano para marcharme, me preguntó si tenía con quien quedarme o dinero para buscar algún sitio, la respuesta fue evidente, todo cuanto tenía se lo habían quedado mis explotadores. Me propuso un trato, si yo le ayudaba a él, el me ayudaría a mí. Se comprometía a pagarme lo mismo que a sus actores si colaboraba en una película, pero tenía que ser con sus condiciones, -“Il n'y a pas affaire“-, no hay trato, ya me buscaría la vida para salir adelante, le pedí que me dejase marchar, no pensaba denunciarle ni nada por el estilo. Al oir la palabra policía se produjo un radical cambio de actitud, se ofreció a ayudarme sin ninguna contrapartida.
Como muestra de buena voluntad, rompió el contrato delante de mí y cogiendo las llaves de su coche me llevó de compras. Entramos en unos grandes almacenes y compré algunas cosas, una mochila para sustituir la que tenía y un poco de ropa para poder cambiarme. Mientras tanto, le fui contando mi historia a Vends, una mezcla de lo que les había contado a mis anteriores mecenas y lo que habíamos hecho juntos durante el viaje.
No oculté ningún detalle sobre lo que había sucedido en la autocaravana, Vends me hizo pocas preguntas, casi todas pidiéndome más detalles sobre las relaciones sexuales que mantuvimos Rassasi y yo. Cuando me preguntó más detalladamente sobre los aspectos de mi talento, le esquivé ya que pensé que no debía contarle nada al respecto del problema, le dije que siempre había sido así, en cuanto a volumen y número de emisiones, le dejé ver que para mí aquello era lo normal al no tener con qué realizar comparaciones. Doy por sentado que no me creyó, o al menos no todo lo que le conté, pero tuvo la delicadeza de no decir nada al respecto.
Me llevo a un hotel de infarto y al despedirnos, me invitó a ver un rodaje que tenía esa misma mañana, para quitar el mal sabor de boca. Una oferta así no se puede rechazar.
Continuará ...