Mi enfermedad cap VI

¿Qué nuevos derroteros tomará este pobre enfermo?

La Huida

Como todo en esta vida el intercambio también llegó a su fin, los chicos franceses recogieron sus cosas y sus recuerdos y se prepararon para volver a Europa. Todos los castellanos vimos como nuestras cortas pero intensas historias de amor llegaban a su fin, en el caso de las francesas sus cortos romances con exóticos pueblerinos no fueron más que motas de polvo en sus largas carreras por la vida.

Mi caso no fue muy diferente al del resto al recordarlo, pero en esos momentos lo pasé muy mal. Me había enamorado de Laisse, mi primer amor, ya tenía ese rinconcito de mi corazón ocupado. El quinceañero que yo era, se rebelaba contra la injusticia de la separación, mi corazón no entendía las razones de la mente. Precisamente cuando el cielo era de ese azul del primer amor, los árboles de ese verde del primer amor y los pedos olían como nunca lo habían hecho. En fin todos hemos pasado por esa etapa en la vida y el que no lo haya hecho merece lástima, es tan bonito eso del amor, sobre todo cuando pilla lejos.

El día de la partida aguante como un titán las lágrimas, me despedí con buenas palabras de mi hermana temporal y con mejores deseos de mi adorada Laisse. Después de muchos años, recordando aquella escena, debería haberme dado cuenta que todo era fruto de mi imaginación y que la realidad distaba mucho de la idea que yo tenía de mi relación con la francesita. Yo aparecía compungido mientras ella estaba tan ricamente sonriendo y despidiéndose de todo el mundo. En esos momentos la admiré por su entereza, como aguantaba pese al dolor, como disimulaba para hacérmelo más fácil, como… se puede ser tan pardillo por Dios.

Los días siguientes a su partida se hicieron eternos, me dedicaba a escribirle largas cartas vacías de significado pero llenas de emociones, copiaba todos los sonetos y cuartetos que caían en mis manos, recuerdo incluso, haber incluido en una de las cartas que escribí una estrofa de una canción que quedaba muy bien, seguro que mi madre y las de su generación la hubieran reconocido. Como estaría de desquiciado que no caí en la cuenta que ella no tenía ni idea de castellano, le iba a costar mucho traducir todo aquello, frases en las que al menos había una hipérbole o un hipérbaton y que aunque exageraba algo la realidad, ayudaba a explicar todo el amor que sentía por ella, lástima no haber guardado copias de esas cartas.

A las dos semanas de la marcha de Laisse la situación se hizo insostenible, comía mal, dormía mal, en fin todo mal, hasta las principales obligaciones las hacía mal o las dejaba sin hacer y claro se produjo otra pequeña crisis familiar. Una tarde mi madre viendo que cada día empeoraba entró en mi habitación y me amenazó con vaciarme ella misma si yo no hacía nada por solucionarlo, sabiendo que era capaz de hacerlo me puse a la faena y logré recuperarme, bueno más bien aligerar un poco de peso.

En todo ese tiempo no recibí ninguna carta suya, ni tan siquiera una llamada, nada. No tenía ni una triste palabra de consuelo que hiciera más llevadero mi tormento por lo que trace un plan, había llegado la hora de asumir riesgos. Una mañana, con las casi cuatro mil pesetas que tenía ahorradas y la mochila llena de ropa me fugué de casa y me fui a buscarla, tenía que verla como fuera. Fugarse de casa es bastante sencillo, para tus captores es una sorpresa tan grande que quieras fugarte de un sitio en el que no tienes que pagar un dineral por vivir, te dan de comer gratis, te limpian y ordenan tus cosas, hasta te dan algo de dinero para poder hacer tus cosillas, que no es concebible.

Con la primera parte de la fuga no hubo ningún contratiempo, fue con la continuación cuando me di cuenta que las cosas ni son tan simples ni siempre funcionan como uno quiere. Lo primero que pensé fue hacer autostop, es la forma más barata de viajar y en mi caso absolutamente necesaria ya que con el poco dinero que tenía no me llegaba ni para ir al pueblo de al lado, el problema era ¿por dónde se va a Francia? Cuando uno coge un mapa está claro donde está España, donde está mi ciudad y por supuesto donde está Francia, puedo llegar incluso a localizar la ciudad de Laisse, pero cuando el mapa está en tu cabeza y estás en una de las carreteras que salen de tu ciudad pensar en algo tan abstracto como Francia no sé si puede significar algo para el que te recoge y te pregunta ¿hasta dónde vas? Por otro lado siempre he sabido que Francia está al noreste de mi ciudad pero ¿realmente la carretera del noreste te lleva a Francia?

Mientras daba vueltas a la ciudad buscando un cartel que dijera algo parecido a: Francia 600 kilómetros empecé a inquietarme, el dichoso cartelito no apareció, pero el que sí que apareció con su coche fue mi vecino, que al verme rondando por la carretera paró y me llevó de vuelta a casa. Aunque me negué a dar explicaciones en casa al respecto de lo que hacía a horas lectivas perdido por las carreteras de Dios, la conclusión a la que llegó mi madre no pudo ser más acertada, el tonto de su hijo se había fugado de casa, supongo que la mochila llena de ropa la ayudó bastante en el proceso deductivo. Tuve que aguantar una charla madre-hijo bastante seria y luego otra padre-hijo ininteligible, pero no pasó a mayores, la única consecuencia negativa de esta aventura fue que no volví a ver mi mochila.

Está claro que cuando alguien tiene determinación, no hay nada que pueda detenerle. Me pasé una semana en la biblioteca pública mirando mapas de carreteras, apuntando ciudades y rutas alternativas para llegar hasta Laisse, parecía uno de esos aventureros que se adentran en la selva sin saber que se van a encontrar en el siguiente recodo del camino. Mi ignorancia sobre el mundo era tan grande que algo de miedo si me entró cuando repasando la ruta, comprobé la cantidad de ciudades que tenía que atravesar para llegar hasta mi destino.

Espié a mi madre durante varios días hasta que vi que realmente ya no creía iba a volver a fugarme. Una mañana temprano me fui hasta una gasolinera que había justo en la carretera que yo necesitaba y allí al rato de esperar me recogió un camionero, para no levantar sospechas le dije que iba hasta una ciudad próxima a mi casa y que si me llevaba me ahorraba el dinero del autobús, me llevó encantado. Durante la hora y media que tardamos en llegar a mi primer hito señalado, logré sonsacar al camionero todo tipo de información que me vendría de perlas a la hora de seleccionar lugares para hacer autostop, como arreglármelas para comer barato en carretera y mil cosas más.

Y así tramo a tramo fui alejándome de mi casa, me bajaba en las gasolineras a la entrada de las ciudades y allí mismo preguntaba a los que estaban descansando o repostando por el siguiente punto. Cerca de la frontera con Francia un golpe de suerte me colocó en el sitio adecuado en el momento oportuno, una pareja de turistas franceses con una auto-caravana se ofrecieron a llevarme cuando les pregunte enseñándoles el mapa por uno de los hitos en el camino. Con esta pareja aprendí muchas cosas durante el viaje, lo primero fue que las mentiras han de ser simples si queremos que sean creíbles. Conté tal enredadera de historias paralelas para que me llevaran con ellos sobre mi padre inmigrante en Francia, mi madre muerta y no sé cuantas cosas más, que al final confundía a mi madre con mi padre y a mi hermano con mi tío. Cualquier persona normal me hubiera bajado en ese mismo momento, pero como luego verá esos franceses eran de todo menos normales.

Poco a poco nos hicimos entender, sobre todo ella, me hablaba muy despacito pronunciando cuidadosamente cada palabra hasta que estaba segura que lo había entendido. La mujer se presentó como madame D’Epiné, pero me dijo que la llamará Rassasi. El marido o al menos lo que en principio creí que era su marido, se llamaba Jenetian Alibí. Todos estos nombres los escribo según entendí de su pronunciación y seguramente no estén correctamente escritos.  A medida que pasaron los días se hizo evidente que ellos mintieron tanto como yo en su historia, durante el viaje en una de sus múltiples discusiones y de la que apenas entendí nada, me pareció que se llamaban con otros nombres diferentes, pero puede ser que se estuvieran insultando sin que yo pudiera comprenderlo del todo.

Conmigo se portaron fenomenalmente, comía con ellos en su casa rodante y dormía en una pequeña cama que salía de una pared. Para los que nunca habíamos visto una auto-caravana, puedo decirle que son todo un mundo, casi como el de las Maravillas de Alicia. Cualquier cosa que tocase tenía un uso diferente de lo que había imaginado, ningún hueco se desperdiciaba y todo servía para todo. Cuando extendían la mesa para comer y que hacía las veces de tabla de planchar, aparecía en el hueco una televisión y las patas que se desmontaban, también servían para la cama, ya le digo todo un mundo concentrado en tres metros cuadrados.

En los casi cuatro días que duró el viaje mejoró mucho mi nivel de francés, lo que a priori no era difícil, como le he confesado, nunca fue muy bueno. La primera noche que pasamos yo estaba un poco cohibido, era la primera vez que dormía con extraños y a pesar que el ambiente era muy familiar no estaba del todo cómodo. Me desnudé y me metí en la cama lo más deprisa que pude para que no me viera madame en calzoncillos, me di la vuelta y fingí que me dormía casi inmediatamente. Ellos también se acostaron pronto.

Por la mañana empezaron mis problemas, después de estar todo el día metido en el camión con ellos, no había podido descargar. Me desperté con una erección descomunal y con dos balones de rugbi por pelotas, casi no me cabían dentro de los calzoncillos. Por suerte cuando me levanté, ellos aún seguían acostados, salí a toda prisa fuera de la camioneta para intentar descargar y liberarme de la presión antes de que se levantaran. Habíamos aparcado junto a un pequeño río no lejos de la carretera y no tardé en encontrar un rinconcito un poco escondido para hacer mis ejercicios. Bastaron unas pocas sacudidas para soltar toda la mercancía acumulada, pero cuando volvía hacia la camioneta vi a Rassasi escondiéndose deprisa detrás de unos matorrales, supuse que me había estado espiando pero me hice el despistado y me volví a la cama.

Durante ese segundo día de viaje, la señora se sentó conmigo en el asiento de atrás en lugar de sentarse como copiloto y pasamos toda la mañana practicado con el idioma, cada vez que me atascaba con una palabra, ella con paciencia infinita me la repetía hasta la saciedad, en algunas ocasiones y aunque no entendía porque lo hacía, se acercaba mucho a mi para que leyera de sus labios las palabras que me decía, yo notaba que cada vez que se producía una de estas aproximaciones luego no retrocedía y yo cada vez me encontraba más encajado entre sus tetas y la ventanilla. Cuando paramos para comer ella estaba prácticamente encima de mí, una de sus manos apoyada en mi entrepierna y la otra sobre el respaldo del asiento del conductor y sus labios tan cerca de los míos que veía perfectamente los pelillos de su incipiente bigote.

Después la parada culinaria reiniciamos el camino, cada uno en la misma posición en la que lo dejó, yo justo detrás del conductor y la señora compartiendo mi espacio vital. Al rato, colocó la cabeza en la ventanilla y estirándose completamente, apoyó sus pies encima de mis piernas, no sé si por los movimientos del vehículo o por el mal estado de la carretera, los pies de Rassasi se frotaban continuamente con mi entrepierna, las primeras veces no le di importancia, luego me puse en tensión, tanto rozamiento ya no se podía justificar, estábamos en plena recta de la autopista, el vehículo no se balanceaba en absoluto y su pie me estaba masturbando claramente.

No necesité mucho más para que la maquinaria se pusiera a producir, llevaba un déficit acumulado desde que me fui de casa, las ventajas de una vida ordenada que me ayudaba a tener controlada mi enfermedad habían desaparecido, por lo que a medida que sus pies me frotaban notaba como iban creciendo mis pelotas. Ella disimulaba escondida detrás de un libro que parecía leer, aunque no la vi pasar la página en ningún momento. Después de unos cuantos kilómetros de frotamientos, el cargamento estaba más que preparado y dispuesto para ser desembarcado, por las buenas o por las otras. Cuando ya el tamaño no podía disimularse de ninguna manera, Rassasi se giró en el asiento, colocando la cabeza encima de mis piernas, yo miraba por la ventanilla disimulando todo lo que podía, aunque no me quitaba de la cabeza los palos que me iba a dar el marido si nos pillaba en esos tejemanejes.

Sin ningún disimulo ya, me desabrochó los pantalones y tirando de ellos me dejó con el culo al aire encima del asiento, no podía juntar las piernas de lo hinchado que estaba. En esa postura, la madame, tenía las dos bolas al alcance de su boca y el mástil sobresalía por encima de su cabeza. Noté su mano fría cuando me agarró la verga, durante un buen rato se dedicó a acariciar con mucha suavidad cada una de mis bolas que estaban en ese momento a punto de estallar. Mientras tanto, yo alternaba la vigilancia del marido con las maniobras de la señora y pasaba de los sobresaltos que me producía el marido cuando cambiaba de marcha a los de la mujer y las sacudidas a mi aparato que se habían transformado sin ambages en una fenomenal paja.

No necesitó mucho tiempo para extraer el petróleo ya que se encontraba muy cerca de la superficie, el primer chorro sobrevoló su cabeza y se estampó en la parte trasera del asiento del piloto, el segundo se estampó en la nariz de la masajista, el resto fueron saliendo como buenamente pudieron. Cuando acabé, había un enorme charco a mis pies, el pelo, la cara y las manos de la señora estaban absolutamente pringados a pesar que no me había vaciado del todo, con el entusiasmo la buena mujer, había dejado de darle a la manivela demasiado pronto y no había logrado una extracción completa. Una vez terminado el trabajo, se levantó y sin ninguna prisa se limpió con una toalla y el suelo con un trapo y se fue a la parte trasera para cambiarse de ropa.

Apareció con un camisón muy corto que apenas le llegaba a medio muslo, cogió el libro y se sentó otra vez con la cabeza en la ventanilla, posando los pies de nuevo sobre mi paquete. Por la postura, dejaba entrever una negra mata de pelo a través del blanco triángulo que dibujan las bragas que mostraba sin ningún pudor. La media sonrisa que mostraba su rostro no dejaba lugar a dudas, algo se le estaba ocurriendo y seguro que yo era parte implicada en todo ello.

Continuará...