Mi enfermedad cap IV

Un peculiar enfermo y como sacar provecho de la desdicha

Familias adultas

Como ya le había dicho, mi madre fue sin duda la que mejor aceptaba mi problema, creo que incluso estaba orgullosa. Se jactaba de tener una holstein capaz de competir en cualquier feria, una vez incluso, por encima de mi sonrojo, especuló con que yo solo podría repoblar, si hiciera falta claro, un planeta entero y nos soltó a mi padre y a mi toda una disertación sobre un artículo que había leído (yo pensando que habían anulado la suscripción al Muy Interesante)  en el que explicaban un proyecto de científicos internacionales que consistía en enviar un grupo de cien mujeres y otros tantos hombres a un planeta deshabitado, con este grupo decía mi madre podrían repoblar el planeta en unos doscientos años, bla, bla, bla. “Si te mandaran a ti sólo se evitarían enviar a otros noventa y nueve más, ¿por qué no te apuntas?”

Que conste que yo quiero a mi madre, pero hay veces en las que, para que le voy a engañar, me gustaría que fuera de otra forma por decirlo de una manera suave. En cualquier caso mi enfermedad además del citado cambio de actitud frente al telediario y la ciencia en general, la afectó con respecto a su cuerpo y a su propia sexualidad y estos cambios fueron radicales, de la noche a la mañana. Una noche llamaron a la puerta de mi habitación, era mi padre.

  • “¿Sabes dónde está tu madre?, son las doce de la noche y aún no ha vuelto” – me preguntó.

Enseguida comprendí que no había cenado y que se moría de hambre ya que a su edad y con su generación a cuestas, difícilmente sabía encender ni el fogón para hacerse unos huevos fritos. Me levanté y le hice algo para cenar, aunque no identificó todas las piezas que había en el plato estaba tan desesperado que se las comió sin rechistar. En esas estábamos cuando oímos abrirse la puerta de la calle y una chica de unos veinte años se asomó a la cocina. Se parecía algo a la señora que era mi madre cuando había salido de casa ocho horas antes.

El pelo no tenía esa doble capa bicolor negro en la coronilla y medio marrón en las puntas, ahora lucía un Marilyn brillante que nos dejó ciegos, más a mi padre que a mí. Una fina camiseta blanca de tirantes con un ondulante letrero que decía “Coco Chanel”, recogía con cierto éxito el generoso busto que un día me alimentó y que en estos momentos pugnaba por salir, pero que no encontrando un camino fácil, el izquierdo lo intentaba por el escote y el derecho por la sisa. Lo que no conseguía de ninguna forma era disimular los pezones que enrabietados ante la desaparición de su más acérrimo defensor, el compañero playtex, lanzaban al receptor del mensaje publicitario una idea bastante equivocada sobre la marca en cuestión. El pantalón muy fino también, se incrustaba de manera escandalosa en su entrepierna, mostrando tan claramente la vulva que parecía no tener nada sobre la piel. Cerraba el modelito unas sandalias de pedrería, una americana negra y un bolso en el que a pesar de lo que hubiera dicho la vendedora ahí  dentro jamás se podría guardar nada.

Cuando se dio la vuelta para mostrarnos el modelito a mi padre se le cayó el tenedor, el sudor perlaba su frente y no lograba tragar la saliva. “¿Dónde está mi mujer?” preguntaba una y otra vez, mientras recorría cada una de las curvas que mostraba mi madre. Yo tomé conciencia de que mi madre tenía culo, si como lo oye, mi madre tenía culo. Pregúntele a cualquier hombre si su madre tiene culo y le contestarán lo mismo, “supongo”, ninguno tendrá la certeza ya que ni siquiera se han fijado.

Esa iba a ser mi madre a partir de entonces, y no crea que dejó de hablarme como lo hacía antes, no que va, seguía insistiéndome  con lo de los pulgares y en que cambiase el vídeo por la lectura, que tenía que fomentar mi imaginación, si ella supiera. Junto con su apariencia también cambió de amistades o al menos amplió el círculo, antes sólo venían a casa vecinas o alguna amiga de toda la vida. Empezaron a venir a tomar café, lo que fue el club de fans de Abba, allá en los setenta, convertidas ahora en super-modernas cuarentonas que dejaban  un rastro de perfume allí por donde pasaban y que eran seguidos por otros de baba de mi padre cuando estaba en casa. Nunca logré enterarme sobre que temas hablaban ya que eran especialmente cuidadosas cuando estaba yo delante, cada vez que me asomaba al salón donde ellas se reunían, un silencio demoledor aplastaba cualquier intento mío por participar. De hecho, no era tan importante escuchar sus conversaciones, verlas era el auténtico espectáculo.

Todos los días cuando volvía a casa a las ocho más o menos después de clase merendaba y me encerraba en mi habitación, allí además de no hacer los deberes me entretenía con mi colección de revistas y ponía al día mi videoteca, pero una tarde regresé a eso de las cuatro ya que no hubo clase. Fui a mi cuarto directamente, dejé los libros y cuando abrí la puerta para ver quien había en casa oí un ruido bastante extraño que venía del dormitorio de mis padres. Yo sabía que mi padre no estaba en casa ya que esa semana tenía el trayecto de Irún y no volvía hasta el viernes. Al principio me asusté un poco, no fuera un ladrón o algo así, pero armándome de valor me acerqué todo lo sigilosamente que pude. El crujido de mis zapatillas sobre el parquet era como si fuera golpeando un tambor, me las quité y seguí conteniendo la respiración. El ruido seguía oyéndose, era casi rítmico y claramente provenía del dormitorio de mis padres.

La puerta estaba entreabierta y el ruido definitivamente era de cama. ¡Coño¡ pensé, mi madre le está poniendo los cuernos a mi padre. El mero hecho de pensarlo casi hizo que me diera la vuelta y me marchara corriendo, pero la curiosidad pudo con la vergüenza y seguí acercándome. Desde el pasillo y con la puerta entornada no se puede ver la cama ya que está ubicada justo detrás, si esto fuera una película habría un espejo orientado justo hacia la cama pero la realidad no suele funcionar igual. Si la película fuera de las que ganan premios en el espejo se podrían observar dos cuerpos retorcidos en poses imposibles, semi-ocultos por alguna sábana o por las barras de la cama que impedirían que a la actriz se la vieran los pechos desnudos. Por el contrario si la película fuera de las que suelo ver yo para aligerarme, el enfoque del espejo coincidiría con los genitales acoplados de los amantes y la cama no tendría ni barrotes ni sábanas inútiles.

Pero en la habitación de mis padres las cosas son como en todas las habitaciones de los padres del mundo, salvo claro está, que en esta los que se estaban revolcando no eran precisamente mis padres. Ahora que estaba prácticamente pegado a la puerta oía con claridad los gemidos y ronroneos clásicos en las escenas de sexo, todo ello amenizado por el acompasado ruido del somier. Estaba decidido a averiguar quien era el amante de mi madre, pero no tanto como para que me descubrieran espiando, si movía la puerta se vería claramente desde la cama y por la rendija no me cabía la cabeza para echar una ojeada rápida, tenía que hacer algo y deprisa ya que el polvo podía acabar en cualquier momento y yo tendría que salir volando de allí.

Estaba maldiciendo mi mala suerte y al guionista de la película por no haber pensado en poner un espejo cuando se me ocurrió la solución, si no hay espejo en la pared coge uno y listo. Dicho y hecho, me escabullí hasta el cuarto de baño donde mi madre tiene uno de esos espejos redondos con dos lados, uno con aumento para verte cualquier cosa y otro normal, no era muy de mano pero valdría para lo que lo necesitaba. Introduje el espejo por la rendija de la puerta con mucho cuidado para no golpear la puerta y no hacer ruido, cuando miré lo veía todo borroso, lo había puesto del lado del aumento y no se distinguía nada, tuve que sacarlo y volver a meterlo esta vez del lado correcto. Ahora si, pensé, pero lo único que veía era el armario, lo giré hasta que apareció la cama, menos mal que el tipo este tenía aguante, llevaban por lo menos diez minutos dale que te pego y los ruiditos seguían constantes. Cuando logré enfocar la cama tan sólo se veían los pies, no se distinguía nada más. Tanto trabajo para un par de pies, como si estuviera mirando un suelo de cristal desde abajo, dos pies allí plantados que se movían siguiendo el ritmo cansino. Mi valentía no conocía límites, empujé un pelín la puerta, lo suficiente para poder maniobrar con el espejo, orientarlo hacia la cama y lograr ver algo más. Como supuse que la puerta chirriaría intenté que coincidiera el empujón con el ruido del somier, allí estaba yo siguiendo el compás del polvo de mi madre y contando uno, dos y … nada, la puerta se movió lo suficiente para que pudiera dirigir el espejo pero no hizo ningún ruido, estaba claro que veía demasiado cine.

Por fin podría ver quien se estaba cepillando a mi madre, abandoné la visión de los pies hasta que topé con más carne. ¡Un culo! ¡Y de tía! Del susto moví el espejo para no seguir viendo el culo de mi madre, la educación de las monjas me ha marcado mucho, pero al moverlo, el espejo se quedó parado sobre unas tetas. ¡Leches¡ iba a terminar viendo a mi madre en bolas y yo lo que quería era ver la cara del fulano que se la beneficiaba. Pero un momento, piensa, me dije a mi mismo, ¿cómo es posible que pueda ver el culo y las tetas de mi madre a la vez? O esas tetas no son de mi madre o es la niña de la película del exorcista. Orienté el espejo hacia arriba para intentar averiguar algo, y en efecto, mi madre no era la niña del exorcista, ¡era Emmanuel¡ Ese culo era de una tía y las tetas también, ¡pero no de la misma!, mi madre era tortillera (en aquella época los términos gay y lesbiana no significaban lo mismo que ahora) y se lo estaba montando allí mismo, delante de mis ojos. ¡Pero si yo era menor de edad y no podía ver esas cosas¡ Además, que es mi madre por Dios.

Mi polla opinaba justamente lo contrario que mi cerebro, cuatro tetas eran cuatro tetas y dos coños eran dos coños y si además se estaban frotando entre sí, pues no le quiero ni contar, en el lenguaje básico que manejan estos apéndices, no puedes andar con remilgos, las cosas claras y el chocolate espeso, y aunque es cierto que en temas de sexo es cerebro en un noventa por ciento, hay veces en las que ambos no logran ponerse de acuerdo. Tuve que separarme de la puerta por miedo a abrirla con la erección que me había provocado la escenita, nunca se me habían llenado tan rápido los aljibes. Habrá visto como llenan de agua los globitos los niños en la fuente del parque, pues eso les estaba pasando a mis pelotas, coloqué el espejo lo mejor que pude para poder manejarlo con una mano mientras la otra maniobraba dentro de mi pantalón. He de reconocer que habiendo más de ochenta años en la cama, no estaban nada mal, el busto un poco al estilo Golden Gate, los vientres no muy tersos y unos labios grandes y jugosos, increíblemente apetecibles con una clara ventaja, no hablaban. Se notaba que mi madre era un poco novata o estaba bastante floja de forma, le costaba mantener el ritmo de su compañera y constantemente deshacía el nudo de piernas. Al cabo de un ratito, noté una convulsión y oí claramente el lamento del orgasmo.

Como no me había dado tiempo a vaciarme y tampoco quería dejar allí el charco delator, me retiré lo más disimuladamente que pude a mi cuarto para seguir con la terapia. Me miraba en el espejo de mi madre con cara de culpabilidad, los recuerdos me asaltaban una y otra vez mientras grandes salvas salían disparadas celebrando la recién descubierta sexualidad de mi madre.

Todo esto me provocó dos profundos traumas, tuve que deshacerme de todo el porno lésbico que tenía acumulado, cada vez que veía una escena entre dos mujeres, pasados unos minutos terminaba viendo a mi madre y a su peculiar amiga en el televisor y aunque he de reconocer que mi erección era bastante más consistente que con las actrices no me sentía muy reconfortado por ello y el segundo, que cuando iba con mi madre por la calle y nos cruzábamos con alguna chica guapa, en lugar de mirarla, me fijaba más en la reacción de mi madre, no sé que esperaba ver, quizá oírla chiflar o ver como le tiraba un pellizco al culo, yo que sé, supongo que es lo que deseaba en el fondo, pero nunca sucedió.

Continuará...