Mi enfermedad

La distancia entre una buena noticia y una mala noticia no siempre es grande, a veces las cosas no son lo que parecen.

-Pues verá padre me confieso de masturbarme todos los días, y no una, sino varias veces.

-Pero hombre Oseit, ¿es que no tienes fuerza de voluntad? Mira que te vas a desgastar, ya sabes lo que dicen los médicos, el hombre tiene una canana llena de balas, hijo mío, si las gastas en salvas, no te quedarán para matar pájaros.

-Ya padre pero no puedo evitarlo, además está mi problema…

-¿Cómo tu problema? ¿A qué te refieres con problema?

-Verá padre, con apenas 15 años me detectaron la enfermedad, la pequeña molestia como la definió el médico que me la diagnóstico. Es una de esas raras enfermedades sin cura que aparecen en los humanos y que hacen que la vida de algunos no transcurra como se planeó en un principio.

Aunque el nombre es difícil de recordar, los síntomas no lo son, básicamente consisten en un aumento de entre un 1000% y un 3000% de la producción de líquido seminal que se genera en los testículos.

Si fuera un chiste, a priori esto no tendría más consecuencias que una molesta hinchazón de mis cojones, pero la realidad dista mucho de ser este idílico cuento para gamberros, no sólo aumentan de tamaño, sino que pueden llegar a reventar.

Como comprenderá acepté de inmediato la única solución que me propuso, expulsarlo, a diario, todos los días, cada hora si fuera necesario.

Recuerdo como si me estuviera pasando ahora, la cara de mis padres cuando nos comunicaron, no sólo el diagnóstico sino el remedio, estábamos los tres en la consulta del doctor, una de esas salas blancas que huelen a formol y a desinfectante, yo de píe terminando de ponerme los pantalones y mis padres sentados en unas sillas asexuadas y amorfas, vamos  de diseño.

A mi se me escapó una risita, pero a mi madre se le cayó la mandíbula. La mirada que me echó mi padre me cerró la boca y aceleró considerablemente la velocidad con la que me estaba vistiendo. En cuanto finalizó el revuelo de ropas y de lamentos, nos encaramos los tres a la vez con el médico pidiéndole explicaciones y buscando culpables.

Yo sólo pensaba en todo ese trabajo extra que me iba a suponer la enfermedad, entre el colegio, el inglés particular, las clases de recuperación de matemáticas, el violín y el judo, no me quedaba ni media hora libre, y ahora además me tenía que matar a pajas, con lo que cuesta hacerse una. No, no hay derecho.

Empecé a exigir a voces que tenía que dejar el judo y el violín si querían que cumpliera con mi nueva obligación, imagínense que estoy en plena sinfonía, y justo cuando mis dedos arrancan el si bemol (los aficionados al violín sabrán que es la parte donde tienes que aplicar más sentimiento) me lastimo la muñeca, adiós a deshinchar nada. O bien me encuentro con mi kimono blanco inmaculado subido a una colchoneta (me niego a llamarla tatami por muchas abdominales que me haga hacer mi maestro), enfrentado a Dotu Lope, haciendo genuflexiones de rabadilla antes del combate. Nos miramos simiescamente, el más que yo por supuesto, y nos lanzamos uno a los brazos del otro, forcejeamos, y como siempre él me pone su sobaco en las narices y yo me rindo o peor aún me resisto, me engancho el hombro con sus piernas, un esguince y a tomar por el saco las sacudidas durante mes y medio y el escroto para el resto de mi vida.

Mientras tanto, mi padre exigía una aclaración a todo este mal entendido, su hijo no podía tener una enfermedad de esas, ni él, ni su padre, ni el padre de su padre las habían tenido nunca y no iba a ser su hijo el primero en romper un record tan extraordinario en cuanto a salud se refiere. Además, le recordaba al medicucho ese, que él era ferroviario y que leía a menudo el Muy Interesante y en ningún capítulo había leído jamás algo sobre esa enfermedad, ni tan siquiera en el número aquel en el que describían las cosas raras que hacen los hombres por dinero, hacían mención a mi problema. Estaba claro decía, iba a tener que hablar con los de Comisiones para aclarar todo esto, no se puede permitir que haya médicos en el servicio público que hagan estas insinuaciones, era obvio que alguien se estaba equivocando y a él no se la daban con queso.

Mi madre más pragmática que duda cabe, se centró sobre todo en dejar claro que si era uno de esos programas con cámaras falsas y actores que te engañan no tenía gracia y que si no era así pues que qué íbamos a hacer con todo ese líquido que yo tenía que sacar, que cómo iba a ser capaz de hacerlo yo sólo y un montón de preguntas más que sin duda fueron las que dejaron al médico sin habla, porque las reclamaciones mías además de justificadísimas tenían todo el sentido del mundo por no hablar de las de mi padre que pensándolo fríamente tenía toda la razón para estar enfadadísimo, y no sólo con el médico sino con la seguridad social y con el sistema financiero, impuesto por los capitalistas de la reserva espiritual de occidente como me decía siempre que me pillaba ocioso en el salón.

Después de una hora larga intentando darnos explicaciones los unos a los otros nos dimos cuenta de que la cuestión estaba clara, y es que a pesar del abatimiento que le había entrado el buen doctor por todo lo que había tenido que oír, yo no tenía cura.

La definición “una pequeña molestia” era una cruel realidad, como cuando en el telediario dan esas noticias con una cama de hospital verde explosivo lleno de desconchados y de gente con vendas pero sin piernas y alguien con voz de off dice “los daños colaterales…”, estaba jodido.

A partir de ese momento yo viví de una manera un tanto equívoca, es lo que se llama consternación post-dolencia y no sabía muy bien ni qué hacer ni cómo.

Mi casa se convirtió en la cafetería de la ONU, buenas palabras pero sin soluciones.

El tema se las traía como sin duda comprenderá, cada miembro de la familia reaccionó de una forma, mi padre empezó a buscar sinónimos para palabras que no sonasen tan mal como semen, pene, masturbarse o eyaculación. Doy fe que las encontraba, jamás pensé que mi padre tuviera imaginación, de hecho estoy seguro que me concibieron por carta como hacía todo el mundo en la época de Franco a pesar de su bolchevismo reconocido. La primera vez que oí a mi padre usar la expresión “abanicar el pavo” estuve muy cerca de conseguir parar el Talgo Guadalete-Logroño con mi cabeza, lástima que era mi padre el conductor.

Expresiones como “regar las flores” o intentar responder a preguntas como “¿Has realizado tocamientos a tu miembro viril hoy?” pueden marcar a cualquier adulto para siempre y dejarlos aparcados en la esquizofrenia, así que imagínense lo que le pueden hacer a un niño de 15 años, estuve buscando durante días una tienda de esas con dependientes pequeños que ni te entienden ni los entiendes y que venden katanas sin exigir carné de manipulador.

Mi madre se pasaba el día pegada a mis talones, ya saben, una madre es una madre y gracias a dios sólo tenemos una. ¿Estás bien hijo?, ¿necesitas alguna cosa?,  porque esto no es como cuando tienes tos y tu madre pregunta si ya te has tomado el jarabe, que no, que no es igual. Ya me contará padre, como le dices a tu madre que lo que necesitas es un desahogo, claro que lo peor sin duda alguna estaba por venir, tenía que estar atento ya que en cuanto me descuidaba aparecía la cabeza de mi madre, “¿qué?, ya has…”, “si mama ya he…” en fin, todo un panorama.

Imagínese por un momento, ya se que no padre, pero imagínese en su habitación en penumbra, con Memeco (la chica de sexto “b”) haciendo un desnudamiento en mis retinas, tarara, tarara, mi mano haciendo su terapia y mi polla morcillona como si no se creyera del todo que esa preciosidad me está haciendo un numerito a mi (y tiene razón, yo tampoco me lo creería, pero como el sueño es mío y la necesidad también pues eso), dale que dale, mi muñeca echando humo y mi cerebro que se estruja para aportar nuevos detalles que me mantengan al menos la media erección y pueda descargar. “Si muñeca si, menéate que te vea los bajos fondos” (lo he oído en las películas, a las chicas esas se las llama muñecas y se las habla con monosílabos, como si no entendieran nada más complejo) y en ese momento el chirrido de la puerta y la cabeza de mi madre “qué hijo ya has…?”, “joder mama, no, no he, y si no me la chupa una calienta-pollas-tetuda de 100 euros por una mamada no me saca la leche ni dios”. Por supuesto a pesar de tener la respuesta cada vez más cerca de la punta de la lengua me la trago y la digo “si mama si, ya he…”

El último miembro de la familia, es decir el mío y el más directamente implicado sufrió lo que le llaman un exceso de presión y dejó de funcionar, se hace duro perder la confianza en uno mismo pero perderla en el mejor y único amigo que te queda es bastante peor.

A la semana la situación era insostenible, mis huevos pesaban cinco veces más, mi padre medía cinco veces menos, y a mi madre la tuvimos que llevar de urgencia al hospital con un ataque de ansiedad cuando en lugar de preguntarle a mi padre que se si se había terminado los huevos le preguntó si se los había vaciado.

Caótico ya le digo y mis huevos seguían hinchándose, va a ser verdad eso que dijo el médico.

Tuvimos que volver al médico, me sentaba con dificultad, andaba como si estuviera escocido y ni los pantalones ni los calzoncillos me valían, todos me apretaban enormemente.

La entrada en la consulta fue como esas que se ven en las películas, esas salas de urgencias, en las que todo el mundo corre y parece que saben lo que están haciendo, bueno en este caso no creo que nadie supiera lo que estaba haciendo pero corrían de todas formas, el único que estaba más o menos quieto era yo y si le tengo que confesar algo, lo hacía porque moverme me costaba horrores, con todo eso entre las piernas. Piense en ello, usted cuando se sienta, instintivamente separa las piernas y reclina el culo, bueno pues cuando yo hacía eso los huevos tiraban de mi escroto hacia el suelo como si estuvieran bajo una gravedad de 12g, y eso que ni tan siquiera sé lo que significa, pero lo leí en un libro de ciencia ficción y me gusta como suena, por eso se lo digo a todo el mundo cuando les explico lo que siento cuando tengo los testículos hinchados. Menos mal que no tenía una de esas costumbres tan femeninas en una mujer y afeminadas en un hombre que es la de cruzar las piernas.

Cuando terminamos de explicarle mi caso al vigésimo primer médico que vino a verme, entró nuestro doctor, jamás pensé que me iba a alegrar de volver a verle pero así fue. Como una vaca que espanta moscas con el rabo fue echando a todos los especialistas que habían bajado a verme, el de hinchazones, el de aparatos reproductores y el de las fotocopias que no se creía que alguien pudiera tener los huevos de ese tamaño, en fin a todos. El doctor les dijo que ya estaba bien y que dejaran de tocarme los huevos, ahí fue cuando empecé a querer un poco a mi padre, pensé que le mataba.

Tras lo que ellos llamaron un tratamiento de urgencia y que consistió en dejarme encerrado dos horas con dos ejemplares del Interviu del 67, una enfermera del mismo año y un bote de aceite corporal, salí por mi propio pie del hospital, mucho más desinflado y mucho más relajado, todo hay que decirlo. Gran año ese sin lugar a dudas.

La enfermedad se consolida

Poco a poco la situación en casa se fue normalizando, tuvimos alguna que otra crisis pero nada que no se pudiera arreglar con un Interviú y una enfermera solícita, aunque para ser del todo sincero, de estas últimas no había demasiadas.

Mi cuarto estrenó un cerrojo, fue una de las condiciones, un vídeo y una televisión y yo una suscripción al playboy y una tarjeta con puntos para los canales de pago por visión, ya saben, para el fútbol.

Mi padre también cambió, se compró la enciclopedia de la heráldica, creo que estaba intentando descubrir el error genético de mi enfermedad, aunque últimamente ha debido encontrar un punto sin retorno en el árbol genealógico y se dio de baja del Muy Interesante. No he logrado que hable como las personas normales, ya saben, un “dardo de amor” no es un pene ni aquí ni en ninguna película porno que yo haya visto, pero está convencido de que me equivoco.

Mi madre es la que mejor ha aceptado todo esto, según sus propias palabras ha profesionalizado su actitud, está en esa fase en que hoy es hoy y ayer también. Se ha sensibilizado con la problemática y está adoptando una actitud como la de esos personajes que salen en la tele a menudo y teorizan sobre cosas tan singulares como el fútbol, algunos de ustedes cree que una estupidez como esa puede tener teóricos y filósofos, bueno pues mi enfermedad también. Ahí está mi madre para demostrarlo. Veo en el telediario las noticias del fútbol y un tipo le dice al micrófono ”el esquema defensivo de no sé qué equipo es muy rígido” y mi madre le responde “la rigidez del pulgar durante la masturbación hace que el sistema sea muy defensivo”, el tipo este del flequillo continúa como si los comentarios de mi madre no hicieran mella en su filosofía del juego, “es mejor jugar con dos delanteros y un media punta”, mi madre no se arredra y contraataca ferozmente “mientras con una mano sujetas tus testículos, con la otra sacudes con vigor el miembro”. Realmente es la que mejor se adapta, aunque ha logrado que no vea el telediario.

Mi primera experiencia

Como todo el mundo sabe, la primera vez que se hace algo siempre se tiene miedo de no hacerlo bien, en mi caso mi miedo era hacerlo demasiado bien, ya comprende. Todos hemos soñado, sobre todo cuando estamos en la pubertad, con grandes hazañas, primero las tienes con tus soldaditos de plástico, luego con las muñecas de tu hermana y más tarde con las muñecas de carne y hueso. En esa época de tu vida todo es voluptuoso, todo tiene ese sentido que tú le quieres dar.

Cuando conocí a Malena tenía 16 años, es decir, llevaba casi un año con mi enfermedad y en cierta medida había logrado acostumbrarme. Malena era todo lo que un chico de 16 años puede desear y más, ese “más” era lo que hacía que ningún otro chico quisiera ligar con ella.

Supongo que en ese momento lo que me atrajo de ella era que también tenía una enfermedad, aunque no sé si su problema es realmente una enfermedad o un defecto, ¿cómo lo denominarían ustedes? Cuando alguien tiene un ojo mirando a su oreja y el otro al infinito, eso ¿es una enfermedad o un defecto?

Fue durante la excursión de semana santa cuando intenté por primera vez acercarme a ella. Estábamos los dos cursos encerrados en una residencia juvenil, un centro de esos construidos por el “Movimiento” para la OJE o la Sección Femenina no recuerdo muy bien, lo que si recuerdo con claridad meridiana es el frío que hacía, todo era grande, todo era antiguo. Flotaba un tufo a viejas rencillas y a “grandes” y “libres” y por supuestos “unas”, pero sólo a “unas”.

Para la segunda noche los profesores habían propuesto que hiciéramos un fuego de campamento, contáramos historias de miedo y cantáramos. No recuerdo ninguna de las historias que se contaron, pero mientras estaban contándolas me di cuenta de que tenía a Malena a mi lado. No queriendo perderme esa oportunidad, la miraba y sonreía y ella me miraba y no sonreía, al cabo de unos minutos, volvía a mirarla y a sonreírla y ella miraba y no sonreía. Tarde más de una hora en darme cuenta de que no me miraba a mí, ni al chico que tenía al otro lado por cierto, aunque pareciera lo contrario.

Estábamos en esas, más yo que ella por lo que pude deducir cuando el narrador soltó un chillido de hiena estúpida que hizo que nos sobresaltáramos todos, instintivamente Malena se lanzó a mis brazos, ocultando su rostro en mi pecho. Cuando mi ritmo cardiaco volvió a la normalidad noté que seguía su cabeza apoyada en mi pecho.

Cuando tienes una joroba en tu espalda, nadie te preguntará jamás cuando te vas a echar novia, si por el contrario, eres deportista y físicamente no eres deplorable, la pregunta en cuestión te la plantean casi todos los días. La necesidad de tener una novia o la posibilidad de tener una relación sentimental con alguna chica no era algo que me pareciera urgente, ni tan siquiera me parecía necesario. Pero las cosas no funcionan así, uno a veces no hace lo que quiere sino lo que quieren los demás, y cuando se trata de mujeres esto se cumple doblemente, primero porque realmente lo que nosotros queremos no es lo que ella quiere y segundo porque para obtener lo que queremos debemos dar lo que ella quiere y esto siempre impide que consigamos lo que nosotros queríamos.

Conocí a Jane en el baile del instituto, a pesar de su nombre no era una estudiante de intercambio ni nada parecido, su madre era una seguidora incondicional de las películas de Tarzán. Siempre me quedé con la duda de saber que nombre le hubieran puesto a la pobre en el caso de ser varón. Creo que Jane se quedó conmigo en ese baile porque fui el único chico que cuando se la presentaron no dijo "tu Jane yo Tarzán", la falta de sensibilidad de la gente me repugna. Estuvimos charlando y bailando durante un par de horas antes de ir a los reservados a meternos mano, que al fin y al cabo era el objetivo principal de estos bailes.

De Jane me llamaron dos cosas la atención, hablaba como los chicos y tenía unas grandes tetas, como podrán ver no fue ese orden de prioridades, pero obviando la segunda parte que tiene poco que contar, la primera y con 16 años era muy chocante. Los recuerdos del reservado me dejaron un gran sabor de boca, supongo que aquel enorme chicle de menta que estuvimos intercambiando de boca en boca tuvo mucho que ver, pero también influyeron mucho las grandes tetas. Todo muchacho está acostumbrado a espiar las tetas que tiene en casa, ya sea por proximidad o por desfachatez es lo que hacemos todos, pero estas no eran familiares, eliminan ese clima de culpabilidad de las otras y además puedes tocarlas si te lo montas bien.

En mi caso me lo monte muy bien, aunque he de reconocer que las cosas no son tan sencillas como a simple vista parecen, todo tiene su truco y nunca mejor dicho. Tardé unos diez minutos en conseguir soltar el broche del sostén, una especie de conjura entre corchete y agarrador anti dedos torpes que me impedía acceder al tesoro, cada vez más nervioso notaba como se retorcía, giraba, enredaba sin éxito. Recibí un aviso como los toreros malos, ese "te ayudo" provocó más nerviosismo. Al final no sé muy bien como lo hice, puede que se soltara solo, el caso es que la grandeza se derramo como una marea sobre un dique roto. No comprendo cómo pueden llevar eso durante todos los minutos del día, todos los días de la semana. Por cierto se ha fijado que en las películas cuando a una chica la quitan el sostén nunca tiene las marcas en la piel.

Después del faje, recuerdo los comentarios jocosos por parte de ambos, en un tono gracioso pero respetuoso. Algo así como ¿no nos vamos a hacer daño, verdad?, ambos teníamos grandes atributos que ofrecer al otro y que ocultar al mundo, en mi caso os puedo asegurar que dos horas de enfebrecida erección habían producido tal cantidad de semen que la mano de Jane apenas era capaz de abarcarlos, y en el caso de ella, a pesar de que no generaba leche, hubiera sido imposible que ninguna de mis manos acogiera la inmensidad de uno de sus pechos.

No debí portarme muy mal con ella ya que al finalizar el baile me dijo que si quería que podía llamarla para salir y tomar algo, estuve todo el camino hacia casa tragando saliva, supongo que como recuerdo del chicle.

Fue al cabo de unas cuantas citas nos propusimos, es la única forma que tengo de explicar mi recuerdo, tener un primer encuentro realmente sexual, algo que provocase enfriamiento y no calentura como los anteriores. A partir de tomar esa decisión empezó una carrera frenética para obtener la infraestructura y los medios necesarios para llevarlo a cabo, como verán me he puesto en plan muy profesional, porque siempre he creído que las cosas hay que hacerlas bien si vas a hacerlas y si no es mejor dejarlo.

El lugar elegido fue mi casa por ser menos peligrosa, la ausencia de hermanos y padres durante periodos más o menos largos hacía menos arriesgada la situación y el momento surgió cuando mis padres dijeron que íbamos a visitar a los abuelos al pueblo, ahí es cuando aproveché para tener un partido crucial ese fin de semana y no poder ir a ver a la abuelita, con la ilusión que me hacía, una verdadera lástima, ya tenía casa y tiempo.

El último problema surgió con la seguridad, con todo ese ajetreo había olvidado mi pequeño problema médico, no creo que fabricasen preservativos con depósito de litro. El cerebro en estos casos es la parte del cuerpo que mejor responde, debía adoptar dos medios de protección que se complementasen. Supongo que muchos graciosos estarán riéndose y pensando "este se pone una bolsa en lugar de un preservativo" o "metete una sonda capullo", claro es fácil, cuando el problema no es tuyo frivolizar, pero con 16 años la cara con dos erupciones de acné por semana y una erección permanente la perspectiva no es la misma. Como le decía, la única alternativa que se ocurrió fue la de utilizar dos métodos anticonceptivos que se complementasen. Si desglosamos el problema punto por punto veremos que la solución es sencilla. Tenemos un problema de eyaculación, esta eyaculación como ya sabemos no cabe en un preservativo "normal", y no existen preservativos "anormales". Si el preservativo es obligatorio y no puedo eyacular dentro de él, la solución es simple, utilizo el preservativo para el coito y en el momento de eyacular me lo quito. Dos métodos, el preservativo y la marcha atrás.

Sólo quedaba un pequeño detalle para que la solución fuera perfecta, ¿cómo va a reaccionar Jane ante estos hechos? Me planteé hablarla de mi problema pero lo descarté enseguida, finalmente decidí explicárselo después, así al menos me quedaría el buen sabor de boca cuando me dejara. Todo estaba preparado para la gran cita, las escopetas cargadas y las dianas preparadas, los medios, la infraestructura y el tiempo perfectamente coordinados. Mis padres se fueron el viernes por la tarde, a las ocho de la tarde cuando salí de clase con Jane de la mano lo comprobamos personalmente en mi casa. Merendamos y nos dedicamos a mirarnos sentados en el sofá, había llegado el momento y ninguno daba un paso adelante. Muy lentamente entre sonrisas forzadas nos fuimos relajando, hasta conseguir que el encuentro fuera uno más.

Todo discurrió sin grandes sobresaltos ni torpezas, salvo algún pequeño rifi-rafe con el condón, nada importante. Logré arrinconar en una esquina de mi cerebro las imágenes mentales de la cara de Jane cuando viera lo que se le venía encima. Estábamos tan felices, tan sofocados y jadeantes, que no veíamos el final, pero claro, este, siempre acaba llegando. Una presión en el perineo me advirtió de que el momento se acercaba, me olvidé de Jane, de mi cerebro y me dediqué a sentir, notar como el semen entraba en ebullición en su gran cazuela.

Tras un último intento por aguantar un poco más me vi en la necesidad de cumplir con las pautas que había planificado, la saqué precipitadamente y arranqué de un tirón el preservativo. Un gran chorro salió impulsado como por una catapulta romana, fue como si lo viera en cámara lenta. Volaba, con una trayectoria ascendente dibujó un arco en el aire y terminó cayendo por detrás de la cabeza de Jane que levantaba los ojos siguiendo la trayectoria del chorro. Miraba asombrada hacia arriba cuando salió el segundo manguerazo, más caudaloso que el primero, su trayectoria fue más corta, cayó como un caldero de agua fría en la cara de Jane, su expresión de sorpresa intentando esconder la cara, abrió la boca para expresar la conmoción cuando la alcanzó el tercero, con una precisión que hubiera querido para si la artillería francesa en Waterloo acertó de lleno en la campanilla. A partir de este tercer obús, todo fue confusión, yo seguía eyaculando y Jane corría por la habitación bamboleando sus enormes tetas intentando en vano esconderse de las salvas.

Creo que si no hubiera sido por ese tercer impacto mi relación con Jane aún podría haberse salvado, el final no fue muy feliz, tuve que limpiar la habitación y el pasillo de leche y el cuarto de baño de su vomitona.

Continuará...