Mi encuentro visto por ella
Le pedí a la mujer casada de mi relato que me diera su visión de alguno de nuestros encuentros. Esto es lo que escribió.
Y comenzó sin querer.
Como hoy en día empiezan las cosas, por Factbook o por whatsapp, no lo recuerdo. Con un “hi” como empiezan hoy en día las conversaciones que llegan sin intención. Él, un joven que conocía de vista, por haber coincidido en ocasiones, siempre por su trabajo y por el mío.
Una mañana de verano, un sábado, un precioso día amaneciendo, en los que ya no te duermes, en el campo, en los que cualquier pájaro te despierta, recibí en mi móvil su “hi”. Sorprendida respondí. Y la conversación duró un largo rato, sin querer, hablando de muchas cosas. Felicitaciones por un reciente trabajo suyo de éxito, preguntas tópicas de dónde estás, qué haces ahora, por qué estás despierta y tu qué haces, nos mandamos fotos, yo de los árboles y él de sus piernas tendido en la cama. Nos despedimos.
Y sin querer dos días después volvió a escribir, misma circunstancia, yo despierta y él aún sin dormir, de vuelta de su larga noche de juerga. Disfrutaba él de unas vacaciones y yo descansaba después de terminar unos proyectos que acabaron sin éxito. Sorprendida de nuevo, hablamos en el hiperespacio del Facebook un largo rato, le entró sueño y nos despedimos, no sin antes haber propuesto una cita en un lugar apartado y singular, conocido por ambos, al que rodea un especial significado, distinto sin duda para ambos, pero coincidente para los dos.
Pasaban los días, y esporádicamente conversábamos, sin trascendencia, recurrentemente emplazándonos al lugar común, lo bien que se observaría la luna azul de ese día, las perseidas al otro, sin materializar nunca ese encuentro.
Llegaron sus vacaciones de verano, esos viajes que se hacen con amigos, solteros todos, a disfrutar de las noches y lugares no conocidos. Y siguió escribiendome por las noches, cuando sus amigos ya estaban dormidos, y manteniendo conversaciones que ya no eran insinuantes, sino en las que expresábamos el deseo de vernos y coincidir y quizás, de producirse u ocurrir algo más que nos llevara a satisfacer el deseo creciente manifestado en nuestro devenir digital.
He de explicar en este punto, que la diferencia de edad entre ambos era algo que me hacía dudar. Que mi situación familiar y laboral no eran las más propicias para mantener una relación con alguien al que saco 15 años. No cabía en mi cabeza que alguien como él, se interesara por mi, aunque solo fuera como persona.
Y llegó el día de su vuelta de vacaciones, un largo viaje en tren que duraba toda la noche, durante la cual hablamos, y nos emplazamos al día siguiente en el que él llegaba para quedar en su apartamento. En ese momento no dudé. Esperaba que al verme, después de tanto tiempo que llevábamos hablando se diera cuenta de lo inoportuno de la cita.
A la mañana siguiente me duche, me dejé sin secar el pelo, ni me arreglé adrede para que mi natural madurez apareciera y supusiera un freno a sus intenciones, pantalón vaquero sin tacones y blusa discreta sin mangas en azul oscuro.
Bajé la cuesta hacia su casa preguntándome qué estaba haciendo. No era la primera vez que me encontraba en esta situación, pero sí por el hecho de ser él mucho más joven que yo.
Llamé al timbre, en seguida me abrió la puerta y pasé a un moderno apartamento, pequeño, pero bien distribuido. No recuerdo si al vernos nos dimos los dos besos de cortesía, supongo que si. Nos sentamos en su sofá y comenzó a contarme su viaje mientras veíamos unas fotos en su tele.
De repente me miró y fue ahí cuando me besó, y comenzamos a besarnos y desaparecieron mis dudas y mis prejuicios. Me gustaban sus labios, sus besos y su lengua dentro de mi boca, yo respondía a sus deseos, según los iba poniendo en práctica. Acabé desnuda de cintura para arriba, sin camisa y sin sujetador encima de él en su sofá. Recuerdo sentir sus labios en mis pechos y sentir, quizás vergüenza al darme cuenta de que la situación se me había ido de las manos, que aquello no tenía freno y que acabaríamos en su cama.
Nos levantamos y nos dirigimos a su habitación, parando en la puerta con nuevos besos apasionados. Quité su camiseta y pude descubrir su pecho sin bello, depilado, espectacular, nunca antes había tenido delante de mi un hombre que a base de láser, lo hubiese hecho desaparecer. Me pareció algo sorprendente, poder acariciar en toda su anchura su pecho de una piel suave.
Apoyada contra la pared, me dirigí directamente hacia su pantalón, sin pensarlo, como si lo hubiera hecho cientos de veces, bajé su bragueta, y sus calzoncillos y apareció delante de mi su polla, grande, suave, erecta. De los hombres con los que había estado hasta ese momento, era la mejor formada, la de mayor tamaño, la que mostraba un deseo mayor.
La metí en mi boca, disfrutando de su erección, pero dada mi inexperiencia en estas situaciones pronto cesé en mi actitud y volvimos a los besos. Sentía sus manos en mi culo, en mi espalda, me encantaba sentirlo disfrutar de mi piel y de sus manos entre mi pantalón.
Pasamos a su habitación, nos quitamos la ropa y le pedí que usaramos preservativo. Yo me sorprendí cuando sacó uno de su cartera. Estos jóvenes, pensé, siempre preparados. Desnudos en su cama, él encima de mi, me penetró con suavidad, mi cuerpo se había ido preparando a base de besos y deseo. A pesar del tamaño de su polla no tuvimos ninguna dificultad.
Después de sus embestidas, me pidió que me diera la vuelta, que le diera la espalda, si, que me pusiera encima de su cama para penetrarme por detrás, y accedí sin dudar. Sentí el entrar de su cuerpo en el mío y las repetidas veces en que su cuerpo rozaba con mi culo, hasta que se corrió. Y allí estaba yo a mis cuarenta y tres años con un chico de 28, desnuda en su cama después de haber follado con él.
Nos vestimos, nos despedimos y me fui a una reunión de trabajo, como si fuera lo más normal del mundo. Así no me daba tiempo a pensar lo que acababa de hacer.
Desde entonces, han pasado dos años y cada cierto tiempo, recibo sus mensajes, sus llamadas a horas intempestivas y sus proposiciones para quedar. Hemos tenido nuestros intervalos, de quedar, de no hablar, de tener cada unos nuestras historias paralelas, el con sus novietas y yo con otros amantes. Pero, recurrentemente siempre volvemos a quedar. Siempre a escondidas, sin coincidir ni siquiera en ascensores, ni en la calle, ni en el coche. Unas veces en su casa si está solo, o en la casa de campo de mi familia. O en mi casa. En mi casa, que comparto con mi marido y mis hijos.
Hace pocos días dormí sola, casualidades hicieron que mis hijos estuvieran de campamento, mi marido de viaje de trabajo y Martín de juerga por los pueblos de alrededor. Esas juergas que los de veintimuchos siguen disfrutando, cerveza tras cerveza y dan las seis de la mañana. Son sus horas de llamarme, son nuestros intervalos de hablar, cuando yo me voy a despertar, él se va a dormir. Y ese sábado me llamó, claro. Y acabó subiendo a mi casa. Nunca me puedo resistir a sus besos, aunque pasen meses sin vernos, un beso suyo y es romper todos los muros que hayamos construido. Avanzamos por el pasillo hacia mi cama, pero me pidió antes ducharse. Le llevé toallas limpias, ya se había quitado la camiseta cuando llegué al cuarto de baño. Me encanta su pecho. Ya no sé cómo devino la situación pero nos quitamos mutuamente el resto de la ropa y desnudos nos metimos en la ducha, bajo el chorro de agua caliente, que mojaba su pelo y su espalda. Recorrí su torso a besos en dirección a su polla que metí en mi boca de una sola vez, sin preámbulos. Sé que es lo que más le gusta y me esmeré en que disfrutara mientras rozaba mi garganta con el extremo suave de su polla, y la recorrí con mis labios, apretando de principio a fin con mi boca. Nos secamos y nos pasamos a mi habitación. Me tumbó boca abajo y subido encima probaba a pegarme en el culo, primero flojo para ver cómo respondía y luego mas fuerte, una y otra vez, pidiéndome al oido que le dijera cosas. Si, soy tu puta, llegó a salir de mi boca. Me gusta que me folles, también lo dije. Empujaba desde atrás fuerte, haciendo que todo mi cuerpo se desplazase a su ritmo impetuoso. Iba a ser imposible evitar que se corriera, excitado como estaba por la morbosa situación de estar en mi cama amanecido ya el día, de los juegos en la ducha, de lo que le había dicho jadeando. Y se corrió encima de mis tetas como tantas veces había pensado en hacer.