Mi educación como sumiso (2)

Continúa el aprendizaje de un joven sumiso sometido por su vecina. Dominación, Femdom, Anal.

Dos días después de haberme colado en la casa de mi vecina Verónica todavía me costaba caminar normalmente a causa de la brutal paliza a la que había sido sometido mi culo.

Por supuesto ni se me ocurrió volver a su casa, y además hacía todo lo posible por evitar cruzarme con ella, en parte por temor y sobre todo por la gran vergüenza que sentía después del incidente.

Pero por suerte o por desgracia, en un piso con solo ocho inquilinos es realmente difícil que tarde o temprano no te cruces con ninguno de ellos en el portal o, como me ocurrió a mí, en el ascensor.

Yo regresaba del instituto con las nalgas todavía doloridas y, tras comprobar que no había nadie en el portal, llamé al ascensor. Cuando el elevador estaba ya casi llegando, escuché la puerta del edificio abrirse. Me puse nervioso pensando en si sería ella y absurdamente pulsé varias veces el botón de llamada lo que lógicamente no varió en absoluto la velocidad del ascensor.

Escuché el retumbar de unos zapatos de tacón subiendo por las escaleras del descansillo, cada vez más cerca de mí. No me atreví a mirar, solo seguí pulsando el botón. Por fin la puerta se abrió y casi tropezando me colé dentro del elevador y marqué mi piso, con la esperanza de que el maldito aparato arrancase antes de que aquella mujer me alcanzara. Cuando la puerta ya se estaba cerrando, escuché un correteo y vi una mano que impidió el cierre. Después la vi a ella por completo y mis temores se confirmaron: era mi vecina Verónica como siempre alta, imponente y preciosa, con una melena roja como el fuego y unos bellos ojos de gato a la caza del ratón. Inconscientemente me arrinconé contra la pared del ascensor. Ella sonrió, entró normalmente y marcó su piso.

Las puertas se cerraron y el ascensor subió. Ella estaba de espaldas a mí, su escultural cuerpo a unos cuantos centímetros del mío. La primera parada del ascensor era la mía. Me separé de la pared y tímidamente intenté llegar a la puerta, pero no pude. Ella me cogió de una oreja como si fuese un niño pequeño y susurró:

– Quieto ahí chupabragas. Te vienes conmigo.

– No, por favor...todavía me duele...he aprendido la lección, se lo juro.

– Eso ya lo veremos – Me dijo al oído mientras el ascensor retomaba su ascenso hacia la casa de Verónica.

Al llegar a nuestro destino ella, todavía sujetándome de la oreja, abrió la puerta de su vivienda con la otra mano y después me arrojó dentro de un empujón. Yo grité, y ella casi instantáneamente me cruzó la cara con un bofetón.

– No chilles. ¿Es que quieres molestar a los vecinos?

Yo negué tímidamente con la cabeza mientras me llevaba la mano a la mejilla enrojecida. No quería enfadarla bajo ningún concepto. Ya había comprobado lo que era capaz de hacer conmigo.

Verónica caminó hacia el salón y me hizo un gesto para que la siguiese. Yo obedecí en silencio. Después se sentó en el sofá y dio unos golpecitos en el cojín de al lado, indicando que me sentase.

Al sentarme no pude evitar gemir y recolocarme un par de veces. Tenía las nalgas amoratadas de la paliza que me había dado un par de días atrás.

Ella se rió y me acarició el pelo como si fuese un chucho.

– Jajaja...pobrecito ¿Todavía te duele?

– Mucho señora. Me han salido cardenales.

– A verlos

– ¿Qué?

– Que quiero verlos. Bájate los pantalones y enséñamelos.

– Por favor señora, no me haga daño. Siento mucho lo que pasó, de verdad que no volveré a hacerlo.

– Te estoy diciendo que te bajes los pantalones y me enseñes el culo ¿Es que no me entiendes?

– Ssí se-señora.

Muerto de vergüenza me levanté y me bajé los pantalones y el calzoncillo hasta la mitad para que Verónica pudiese ver mi maltrecho trasero. No quería contradecirla y que se volviese a enfadar.

– Madre mía, tienes la nalga derecha casi negra

– Lo sé señora.

– Bájate del todo los calzoncillos.

Obedecí. Estaba de espaldas a ella, pero aún así me tapé el pene instintivamente para que no lo viese.

– Jajajaja ¿Te tapas? ¿El pajillero chupabragas tiene ahora vergüenza?

– Sí señora.

– Ven, túmbate en mi regazo boca a bajo. Quiero inspeccionar bien tu culo.

– No, señora, por favor... no quiero que me pegues más.

– Haz lo que te digo o de lo contrario sí te pegaré de veras.

Me di la vuelta todavía cubriendo pudorosamente mi pene con las dos manos y después me tumbé en el regazo de Verónica tal y como ella me indicó, con el culo totalmente expuesto. Supuse que me iba a azotar otra vez, así que cerré los ojos bien fuerte y me preparé para otro castigo, pero no fue así. En lugar de eso comencé a sentir suaves caricias recorriendo mis nalgas. Tenía la zona tan sensible que a veces me dolía, pero en general era una sensación agradable.

– A pesar de los cardenales tiene un culo hermoso, pequeño chupabragas.

– Gra-gracias – Dije yo sin ocurrírseme otra cosa que decir.

– Redondito y bien salidito hacia fuera.

Sus manos seguían acariciando mis nalgas con gran delicadeza. A pesar de lo extraño de la conversación fui sintiéndome cada vez más a gusto y mis nervios y temores se fueron apaciguando.

– Y muy suave además. Es un placer acariciarlo. Parece el culo de una chica.

Aquello me fastidió, pero no dije nada. Era mucho mejor que dijese que tenía culo de chica que los golpes de la otra vez.

– Mi querido chupabragas tiene un precioso culo de putilla. Tal vez por eso te guste tanto la ropa interior ¿No es así?

Yo seguía dejando que hablase sola, pensé que cuanto más callado estuviese mejor me iría. Además lo cierto es que estaba realmente disfrutando del tacto de sus manos en mi culo. Tanto que estaba empezando a tener una erección.

– No dices nada, sabes que es cierto. Un verdadero hombre nunca entraría en una casa a oler bragas usadas y a arrastrarse por el suelo. Tú no eres más una putilla pervertida con culo de chica.

Mientras seguía escuchando sus humillaciones, sentí algo húmedo cayendo sobre mi culo. Enseguida entendí que era saliva. Sus dedos empezaron a extenderla todo a lo largo de mi raja y yo me puse tenso. Empezaba a temerme lo peor.

– Desde hoy vas a empezar a usar ropa interior de mujer. Así no tendrás que ir a buscarla a casas ajenas. Podrás oler tus propias bragas.

Mientras decía esto sus dedos mojados empezaban a masajear en círculos la entrada de mi culo. No pude mantenerme en silencio.

– No quiero usar bragas. Yo soy un chico.

– Eres una putilla. Lo sabes tan bien como yo.

Su dedo índice empezó a presionar levemente mi esfínter. Inconscientemente apreté el ano.

– Shhhh. Relaja el culo.

– Yo no soy marica. Y no quiero ponerme bragas

– ¿Quieres que te azote?

– ¡¡¡Nooo!!!

– Pues relaja el culo. Te gustará.

Yo no sabía qué hacer. Sin duda aquella mujer me destrozaría las nalgas a golpes si me negaba a obedecerla, pero por otro lado yo también tenía un miedo terrible a dejarme penetrar. Me quedé bloqueado, sin saber qué hacer.

El bloqueo se rompió con una sonora cachetada en mi nalga derecha que me hizo aullar como un animal. Casi al instante ella me tapó la boca con su mano izquierda y volvió a golpearme con la derecha hasta 10 veces más. Me saltaron las lágrimas de dolor. Cuando por fin retiró la mano de mi boca me puse a sollozar.

– ¡Para, para, por favor! Haré...haré lo que tú quieras.

– Eso está mucho mejor – Dijo ella mientras volvía a acariciar suavemente mis maltrechas nalgas – Entonces...¿Usarás bragas a partir de ahora?

– Sí, sí señora, usaré lo que usted me diga.

– Mañana te compraré un par de conjuntos de lencería. Tendrás que usarlos siempre ¿entendido?

– Sí señora.

– Podrás lavarlos aquí para que tu familia no se entere.

– Gracias señora

– Buen chico. Ahora relaja el culo.

Lo intenté. Hice lo posible por tranquilizarme y aflojar todo el cuerpo. Al menos las caricias eran agradables, y tenía claro que no me iba a exponer a una nueva paliza. Pronto sentí un buen salivazo en la entrada de mi culo, y de nuevo su dedo presionando y moviéndose en ligeros círculos.

– Eso es mi niño. Abre ese culo de putilla.

Poco apoco el dedo empezó a entrar, muy suavemente. Me sentía raro, pero no era desagradable. Ella lo hacía delicadamente y me acariciaba con la otra mano haciéndome sentir bien, de alguna manera reconfortado a pesar de todo.

– ¿Ves como tienes culo de nena? Se abre perfectamente.

He de reconocerlo, empezó a gustarme. Mi polla se hinchó y yo empecé a jadear poco a poco. Sentir a Verónica dentro de mí me estaba excitando mucho. Su dedo se movía lentamente y en espiral, frotando las paredes de mi ano. Incluso escuchar sus humillaciones empezó a resultarme estimulante. Poco a poco me fuí olvidando de mis prejuicios y me dejé invadir.

– Seguro que fantaseabas con follarme ¿eh pequeño pajillero? Pues ya ves, la que te folla ahora soy yo a ti.

Su dedo entró del todo y yo gemí de placer. Ella rió ante mi jadeo. Después empezó a meter y sacar el dedo como si de una polla se tratase. Yo no me lo podía creer...me estaban follando y además me encantaba.

– Eso es putilla, abre bien el culo. De ahora en adelante es así como te vas a correr siempre.

Aquello estaba siendo increible. Mi polla se rozaba con las piernas de Verónica a punto de estallar mientras yo ya no solo me dejaba penetrar sino que buscaba el dedo con mis propias caderas.

Pero de pronto el dedo salió y yo dejé escapar un largo suspiro, como el de un niño al que acaban de sacar su juguete. Verónica estalló en una larga carcajada.

– ¿Qué pasó mi niño? ¿Querías más?

– Sí, sí, por favor, dame más...

– ¿Quieres que te folle el culo?

– ¡Sí!

– ¡Pues pídelo!

– ¡Fóllame!

– ¡No, así no! ¡Pídelo bien!

– Fóllame el culo por favor...

– Eso ya está mejor.

Un nuevo salivazo cayó en mi hoyo, su dedo lo extendió y abrió las paredes de mi ano, ya dilatado por la anterior penetración. Entonces un nuevo escupitajo salió de su boca, directo al interior de mi ojete. Yo gemí mordiéndome el labio y casi al instante la sentí entrar. Pero de esta vez no era un dedo, sino por lo menos dos. Los metió directos y con brusquedad, me dolió un poco.

– ¿Lo sientes putilla? ¿Sientes como te lleno?

– Sí...

– Dame las gracias

– Gracias señora.

– ¿Gracias por qué?

– Gracias por follarme el culo.

Las risas de Verónica retumbaron por todo el salón mientras empezó a penetrarme con dos dedos salvajemente. Aquello dejó de ser placentero y empezó a dolerme. Tuve un poco de miedo.

– Más despacio por favor...me duele.

– Tonterías, sigue abriendo el culo.

Y siguió como si nada, taldrándome el culo con los dos dedos hasta que ya no pude más y grité.

– Para, para por favor...me duele de veras...tengo miedo.

– Está bien – Dijo ella – Quédate ahí quieto en el sofá con el culo en posición.

Obedecí. Salí de su regazo y me coloqué en el sofá, con la cabeza bien baja y el culo en pompa hacia arriba. Ella salió de la habitación y regresó con un frasco.

No pude ver bien lo que era, pero enseguida noté el tacto frío de algún tipo de crema en mi ano. Verónica lo extendió suavemente, primero por fuera y después lo el interior de las paredes de mi ano. Aquello me alivió el dolor.

– ¿Mejor así chupabragas?

– Sí señora, gracias.

– Muy bien, ahora vamos a abrir bien ese culo de niña que tienes ¿de acuerdo?

Asentí con la cabeza, solo esperaba que no me hiciese daño otra vez. Empezó suave, masajeando mi esfinter en círculos. Con la crema sus dedos resbalaban mejor y no tardé en dilatarme. Ella metía y sacaba un dedo, luego dos, después volvía a meter uno y lo enterraba bien hondo. Una vez más mi polla se puso tiesa y la excitación se apoderó de mí.

– Eso es putilla, ahora sí que tienes el culo bien abierto

– Sí señora.

– ¿Preparado para que te folle del todo?

– Sí señora...creo que sí

Dos o puede que tres dedos entraron entonces en mi interior. Se movían, giraban, masajeaban las paredes de mi ano ensanchándolo cada vez más. Antes de darme cuenta tenía prácticamente toda su mano dentro de mi culo. Solo el pulgar hacía tope en el inicio de mi espalda, mientras el resto de su mano se hundía absolutamente en mi ano. Me sentía totalmente lleno, a punto de estallar.

– ¿Lo sientes pequeña puta? ¿Sientes como tu culo me pertenece?

– Sí señora, mi culo es tuyo.

– Dilo otra vez

– Mi culo es tuyo

– ¡Más alto!

– ¡MI CULO TE PERTENECE!

Después de mi grito la mano de Verónica empezó a taladrarme bestialmente el culo. Entraba y salía con furia mientras yo jadeaba como una perra. El dolor ya no existía, solo la sensación de haber perdido el control de mi cuerpo. Mi polla estaba tan hinchada que temí que estallase. Verónica me agarraba de vez en cuando los testículos y los apretaba, haciéndome sentir todavía más suyo, totalmente dominado. No pude evitar llevarme la mano a la polla y empezar a masturbarme furiosamente, pero cuando ya casi estaba a punto de correrme ella me apartó y fue su mano la que apretó con fuerza mi pene, que estaba ya goteando justo antes de estallar.

Entonces su mano entró por completo en mi culo. No sé cómo lo hizo pero incluso el pulgar penetró por mi agujero y su mano se cerró formando un puño dentro de mí. Pensé que me correría definitivamente en ese momento, pero Verónica apretaba tan fuerte mi pene que fue imposible. Un escalofrío recorrió mi espalda y noté un salvaje orgasmo que erupcionaba en algún lugar de mi interior. Grité y me corrí como no lo había hecho en mi vida, pero la férrea mano de Verónica impidió que de mi polla saliese nada más que un par de gotas. Noté una ola de picor y calor recorriendo mi pene, era una sensación insoportable a la vez que placentera. Estaba en otro mundo.

Y en ese momento Verónica me hizo regresar al mundo real. De un empujón me sacó del sofá y me hizo caer al suelo. Al soltar mi polla un chorro de leche caliente salió lastimeramente de mi pene, libre por fin de obstáculos. Fue la sensación más extraña de mi vida y por alguna razón me puse a llorar allí, de rodillas, sobre el suelo.

Verónica me dejó tranquilo unos cuantos segundos y después acarició mi espalda y me dio un leve beso en la mejilla.

– Lo has hecho muy bien pequeño.

Su voz por primera vez sonó cariñosa y sin asomo de burla. Me sentí reconfortado.

– Gracias señora.

– Ahora vístete y vete, mi marido estará a punto de llegar y todavía es pronto para que te conozca.

Obedecí y me marché. Ella me dio un beso en la frente en el marco de la puerta. Yo estaba intrigado con lo que Verónica había querido de decir con eso de “todavía es pronto”, pero no quise hacer preguntas. Estaba destrozado después de la enculada que me acababa de propinar, aunque también agradecido y de algún modo contento. No comprendía en absoluto mis propios sentimientos, estaba hecho un lío. Solo quería llegar a casa y darme una ducha caliente. Y eso fue lo que hice.

CONTINUARÁ

P.D.

¡Muchas gracias por leerme!.Como siempre agradezco cualquier comentario u opinión, ya sea aquí o en mi mail.

Continuaré la saga si sigue gustando y recibe visitas.

¡Que tengan una feliz semana!