Mi dócil hermana (Final)

Antes de levantarme pienso en la primera vez que la penetré. Fue en casa de mi abuela, en el pueblo, el año pasado. Habíamos ido los cuatro a las fiestas del pueblo. Allí tenemos amigos. Ella se enamoro de uno que venía...

MI DOCIL HERMANA (FINAL).

Antes de levantarme pienso en la primera vez que la penetré. Fue en casa de mi abuela, en el pueblo, el año pasado. Habíamos ido los cuatro a las fiestas del pueblo. Allí tenemos amigos. Ella se enamoro de uno que venía de Cañete que no le hacía caso. El caso es que durante esos días no quiso que hiciéramos nada y yo estaba más bien mosqueado. Llegó la noche crucial, la que podíamos llamar noche grande y me parecía que Raquel se hacía ilusiones. Estaba muy guapa aquella noche. De buena gana la habría atado como a ella le gusta para masturbarla. No tuvo suerte. El chico de Cañete se ligó a otra muchacha que le gustaba más.

Mi hermanita bebió y para vengarse no se de qué, decidió liarse con un tío que me caía muy mal por que de pequeño se metía conmigo. Yo no podía permitir que mi hermana estuviera con aquel energúmeno por despecho hacia el cañetano, así que cuando se iban, le planté cara. Nos encaramos y sin duda nos hubiéramos pegado si Raquel no fuera mi hermana. El chico comprendió o creyó que yo defendía a mi hermana, que estaba bastante bebida. Mi hermana estaba enfadada y enfurecida conmigo por que según me dijo, esa noche tenía que follar, si no con uno, con otro. Me decía que le daba igual. No os podéis imaginar como me excitaba ver a mi hermana, borracha, decir aquellas cosas. La casa de mi abuela tiene una despensa enorme detrás de la cocina, donde cuelga los embutidos y guarda los melones. Dejó de gruñir al llegar a casa, pero seguía poniéndome morros.

En la parte de detrás de la amplia cocina de casa de mi abuela hay una despensa, una alacena donde se guardan los fiambres y los melones. Me dirigí hacia la cocina y animé a Raquel a que me siguiera, convenciéndola de que le convendría comer algo antes de acostarse. La leche manchaba los morritos de mi hermana. Mi corazón latía acelerado cuando la tomé del brazo y me la llevé a la alacena. Dejé la puerta medio cerrada y besé a Raquel, que ya sabía lo que yo quería y que de esta forma superaba su enfado, pasando a un estado de entrega total a mis requerimientos. Llevaba un vestido de una pieza, con una cremallera detrás.

Sabía que es lo que tanto le gusta, así que busqué algo para atarle las manos a la espalda. Luego desabroché lentamente el vestido y le bajé los tirantes. Me encontré su sujetador, interponiéndose entre ella y yo y se lo desabroché. Tiré de él hacia arriba y lo coloqué detrás de su espalda. Sus pechos se me ofrecían cálidos y tiernos. El vestido caía hasta la altura de su ombligo. Luego subí el vestido desde sus tobillos hasta las caderas. Aparecieron sus muslos más hermosos que nunca, sus caderas anchas en un vientre plano, y unas braguitas blancas, escotadas por las caderas y con unos encajes en el medio. Cogí el vestido y se lo recogí por detrás de las manos para que no me estorbara. Bajé las preciosas bragas de Raquel hasta sus tobillos y le ordené que se deshiciera de ellas. Se deshizo de ellas con dificultad, por que su estado de embriaguez le hacía difícil mantener el equilibrio. Le cogí el coñito que aún no se depilaba. Estuve jugando con ella, calentándola hasta que noté que estaba en su punto y entonces salí un momento a la cocina..

Miré en mi cartera y saqué ese preservativo que llevaba siempre encima por que los jóvenes nunca saben cuándo será su primera vez. Me lo coloqué con nerviosismo y volví a entrar en la alacena, cerrando la puerta. No había luz. Cogí a Raquel de la cintura y la obligué, conmigo, a ponerse de rodillas, y luego a tumbarse. Ella debió pensar que le iba a comer su coñito caliente, y de hecho, empecé por ahí, pero luego, avancé por su cuerpo. Encontré sus bragas en el suelo, a un lado de su cuerpo. Yo no sabía como reaccionaría Raquel, así que hice una pelota con ella y le ordené que se la metiera en la boca. Me comí sus tetas durante un rato y al final me tumbé sobre ella, entonces, comencé a realizar lo que ya había decidido hacer mientras me la traía a casa. Nunca lo había hecho. Estaba temeroso y encima, ella no parecía dispuesta a cooperar. AL principio tuve que forzarla un poco.

No atinaba a meterla hasta que de un pequeño golpe corto, sentí su estrechez alrededor de la punta de mi pene. Ya no había marcha atrás. Yo y ella misma lo sabíamos, así que dejó de oponerse, se relajó. La metí del todo, poco a poco mientras la traía hacia mí, metiendo mis manos por detrás de su espalda y trayéndola hacia mí. Sentía su calor, su excitación de una manera especial. Me di cuenta de que ya no tenía que temer que chillara o me mordiera, y le quité las bragas de la boca y comenzó a llamarme "amor" y cursilerías por el estilo. Sentía próxima el momento de mi eyaculación y no sabía si esperar a que ella se corriera. Aguanté hasta que mi propio cuerpo me traicionó y comencé a eyacular sintiendo una liberación. Por suerte, ella no tardó en correrse también. La intenté besar, pero rechazó mi boca.

La desaté, cogió sus bragas aunque no se las puso, supongo que hasta llegar a su cuarto. Se puso, eso sí, bien el vestido y subió sin mirar hacia detrás. Con gestos más bien mostrando un orgullo ofendido, una cansada altivez. Me entró temor, por primera vez, de que Raquel decidiera dejar de jugar conmigo, de que, cosa peor, se chivara, lo cual resultaba difícil, por que podría entonces explicar todo desde el principio. A la mañana siguiente, Raquel parecía tener amnesia y no parecía que el haberlo hecho conmigo le hubiera afectado, pero a mí me ignoraba. Yo comencé a sentir ciertos remordimientos, pero a la semana pensaba "¡Qué coño! ¡Que me quiten lo bailado!". Pensé que había hecho bien. Había fastidiado al tonto ese con el que pretendía follar. Yo había follado por primera vez.

Mi hermana se había llevado su polvo. Al fin y al cabo, lo iba a hacer con el primer cateto con el que se tropezó ¿Por qué no hacerlo conmigo? Por otra parte, el que mi hermana se acostara con ese tío, se hubiera conocido pronto en el pueblo, porque habría hecho alardes delante de sus amigos. Por otra parte, a los pocos días, Raquel vino a buscarme a mi cama y lo hicimos otra vez. Ahora la tengo presa tendida en su cama. Son las doce del domingo. Se vistió con unos pantalones cortos ajustado y una camiseta. Le he atado las manos al cabecero de su cama y le he subido la camiseta hasta la altura del cuello. Sus pechos caen aplastados por su peso sobre su cuerpo, pero sus pezones aparecen excitados, erguidos, mirando al cielo. Le he quitado los pantalones y le he bajado las bragas a la altura del tobillo. Está con las piernas estiradas y tan separadas como se lo permiten las bragas.

Me coloco frente a ella y veo que tiene insertado ese tubo de pastillas efervescentes, de unos siete dedos de longitud y un grosor del tamaño de una moneda de dos euros que he sacado de la caja secreta. Le he dicho que se lo he insertado para castigarla por haberse negado a dejar que la rubia la manoseara, pero la verdad es que la encontré un poco estrecha ayer. Lleva así un cuarto de hora. Está excitada.

-¡Por favor! ¡Quítame ya el tubo.-

-Lo haré si te masturbas.- Se que odia masturbarse delante de mí. Bueno. Lo odia pero le excita hacerlo. Guarda silencio. Meto su mano entre los muslos y se lo introduzco un par de dedos más. Entonces cede a mi capricho. Le suelto sólo una mano y ella comienza a mover el tubo dentro de su vagina, controlándolo con sus largos y delgados dedos que mete en el hueco del tubo. Me excita tanto verla. Retira el tubo de su vagina y lo sustituye por sus dedos. Se lo tengo permitido porque se que nunca se terminaría de correr moviendo el tubo. Es el momento de soltarle la otra mano que utiliza para magrearse el pecho e incluso introducir alguno de los dedos junto a los compañeros de la otra mano, dentro de su sexo. Y comienzo a ver la humedad de su sexo, a percibir su olor, su calor, hasta que ella misma provoca su propia tempestad de pasión, el que esa ave fénix que es el deseo sexual, arda en su esplendor para volver a resurgir de sus cenizas. Cuando ha acabado, la beso en el frente y le acaricio su cuerpo sudoroso. Recibe mis caricias sumisa y agradecida. Oficialmente la he perdonado, pero ya le he dicho que no renuncio a verla dándose el lote con una mujer.

Ella ha mirado para abajo y se ha mordido los labios. Estoy muy caliente, pero voy a esperar a hacerlo después de comer, a ver si se me baja el calentón. Me calienta la comida que mamá nos ha dejado preparada. Comemos y le pido que prepare café. Raquel me obedece sin rechistar. Espero un poco más. Cada vez que se mueve por la cocina con esos pantaloncitos, con esa camiseta ajustada, me pongo cachondo. Se le nota la costura de las bragas, que a veces se le meten entre las nalgas y me imagino la escena sin pantalones. A las cinco de la tarde ya no aguanto más. La llamo -¡Raquel!.- Se da la vuelta y se mira sorprendida. Ahora le toca ir a mi cuarto.- ¡Ve a mi cuarto y espérame desnuda y a cuatro patas encima de la cama!-

Yo estoy tan excitado que no necesito preparación. No busco su orgasmo, sino mi propio placer. Es un ejercicio de docilidad. Una dócil no debe buscar su placer, sino el de su dueño. Es un círculo vicioso. Su placer produce su docilidad y su docilidad produce mi placer. Pero este círculo se alimenta en un punto fundamental. Su docilidad le excita y esa excitación alimenta su docilidad. Y cuando más dócil es ella, más la deseo. Le doy su tiempo. Más del necesario. Que se aburra. Que me espere. Seguro que cuando llegue me encuentro su coño mojado como un bebedero de patos. Me desnudo antes de entrar. Allí está, como yo la he enseñado. Ha apoyado los codos en el colchón, pero al verme rápidamente estira los brazos. Lo primero que veo son sus dos nalgas, y en medio, abajo, su coño depilado. Me hace gracia el agujero de su culo. Lo adoro, aunque aún no me he atrevido a jugar con él. Los muslos le aparecen firmes. Sus pies aparecen delante de mí, desnudos, blancos. Adoro sus pies. Me ha masturbado muchas veces con ellos. Su espalda aparece arqueada y larga. Mira hacia detrás, docil. Me hace una pregunta.

-¿No te vas a colocar condón?-

-Hoy no lo vamos a necesitar.- Le digo mientras me pongo justo detrás de ella, sintiendo sus nalgas en mi vientre. Raquel se resiste. Hace amagos de resistencia.

-¡No lo haremos sin preservativo! ¡No quiero tener sustos!-

-Tranquila.- Le digo mientras cojo mi pene excitado con la mano y se lo coloco entre las nalgas. –Tranquila, que por donde te la voy a meter no te puedes quedar preñada en la vida.

  • La he agarrado de su rubia cabellera para evitar que salga huyendo, que se resista. -¡No! ¡Por favor! ¡No lo hagas!

  • Sigo jugando con ella.- ¡Me estás poniendo muchas pegas últimamente! ¡No quiero estar con la rubia! ¡No quiero por ahí! ¡O te la meto por el culo o la próxima vez te corres con una chica! ¡¿Qué dices?!

  • Se su respuesta. Me dice que prefiere estar con una chica. Es lógico, puesto que eso puede ocurrir dentro de unas semanas y lo otro era un peligro inmediato. Ha conjurado el peligro inmediato. Se la meto del tirón. Está tan suave y cálida como siempre. Ahora sus nalgas se me clavan y yo me esfuerzo por metérsela todo lo que puedo, hasta el final. Me muevo contra ella, que me espera docil, quieta, sin moverse, esperando cada una de mis nuevas embestidas.

Estoy a punto de correrme y por eso, la cojo de las caderas, la aprieto todo lo que puedo contra mí y mientras me corro, sintiendo como se me nubla el sentido, hago una premonición que mi hermana finge no oír –Algún día... y no a mucho tardar...tu culo será mío.-

Hasta aquí amigos.

FIN.