Mi discreta vecina

No intuía lo que escondía mi vecina bajo ese ropa de beata. Las casualidades nos pueden deparar sensaciones inimaginables y muy placenteras.

Desde hace años vivo en el mismo edificio. Mi vida, dentro de lo normal, me resultaba de lo más satisfactoria y feliz. A mis 43, la vida me sonreía y no parecía que algo la pudiese alterar.

Estábamos de vacaciones (con mi mujer y sus dos hijos) y un wasap a las 10 de la noche, en plena cena en el jardín de mis suegros, le pegó una bofetada a la realidad. Un amigo de la facultad había fallecido tras un derrame cerebral con 44 años acabados de cumplir. Dejé a mi mujer, los niños y los suegros y me subí al coche.

Llegué a las 3 de la madrugada a casa. Me apresuré a entrar al ascensor al ver alguien que entraba en el portal. Me extrañó que hubiese alguien más en el edificio porque era pleno verano. Como era una noche no muy cálida pero con brisa, como lo son muchas en el norte de España, no encendí el aire acondicionado, y abrí las ventanas para disfrutar de la brisa de la madrugada. El largo viaje en coche, la noticia, me hicieron estar totalmente despreocupado: me desvestí; tiré la ropa en el comedor, encendí la tele y me fui a buscar un cenicero a la cocina.

La imagen que ví al pasar por las ventanas del pasillo del patio de luces me conmocionó. La hija de nuestros vecinos (28 años pero aun viviendo con sus padre que se habían ido de viaje) había llegado al mismo tiempo que yo a casa y estaba repitiendo el mismo ritual que yo; con una salvedad, al tiempo que había ido avanzando por el piso (al cerrar la puerta, entrar en el baño e irse en el salón a fumar un cigarrillo en la ventana) había ido encendiendo todas las luces y se había ido desprendiendo de la ropa. De diario, y bajo su vestimenta de oficinista clásica (chaqueta, pantalón o falda nada ceñidos y tacón bajo), jamás había reparado en ella como mujer, ni lo que se escondía bajo esa ropa más propia de una beata.

De entrada, en su recorrido por la casa, giró su falda y bajo la cremallera; la chaqueta y la falda se quedaron en el baño. Solo con la blusa azul celeste muy clara y completamente desabotonada, empecé a darme cuenta de la realidad de su excitante y deseable cuerpo: sus piernas eran divinas (mucho gimnasio, pensé); acababan en un culo redondito y no muy grande. Cuando en el salón se agachó sobre su bolso para coger el tabaco, mi corazón se puso a mil…llevaba unas braguitas brasileñas blancas que dejaban sus dos nalgas totalmente al descubierto; pedían a gritos que una lengua se hiciese con el sabor y la textura de cada centímetro. Encendió el cigarrillo: expiró el humano y al tiempo que levantaba la cabeza para echar el humo, deshizo el moño de su nuca cayendo toda su cabellera sobre la espalda. La imagen no podía ser más sensual. Mi corazón palpitaba y mi pene estaba empalmado como el de un chico de 18 años.

Tras dos caladas, movida por la aparente sensación de soledad y desinhibición, volvió a su habitación para ponerse más cómoda. Al volver, la blusa y los sostenes habían desaparecido; el espectáculo era digno de una película erótica que no porno (había mucha sutileza y un ritmo muy natural en los movimientos). La cabellera negra y larga llegaba hasta el final de su espalda; sus pechos eran pequeños pero muy tiesos, altos, y con unos pezones muy marcados; no siendo de formas muy voluptuosas su estrecha cintura lo mejoraba todo; su estómago sin un ápice de grasa bajaba recto definiendo una ligero arco que se remataba al final con una pequeña línea de pelo púbico.

Sin embargo lo que produjo más morbo fue como resaltaba su piel morena por el sol sobre los triángulos blancos de su pubis, trasero y senos. Me corrí de una forma brutal; no me importo a donde salía disparado mi semen, donde caía, o si me mojaba mi propia piel. Seguí contemplándola mientras se fumaba el cigarrillo y acariciando constantemente mi pene totalmente pegajoso. Muchas veces, como la mayor parte de los tíos cuando vemos una mujer que por su vestimenta aparenta un bonito cuerpo, nos imaginamos: sus braguitas (y lo que esconden); los sostenes (¿tendrá los pezones duros y prominentes?); el pubis (si está depilado o no) y que forma tendrá su culo al natural. En este caso la realidad superó con creces lo que se podía intuir.

Acabé dormido en el sofá del comedor, disfrutando de uno de los sueños más reparadores y relajantes. Con la excusa de ver a mis antiguos compañeros con más tranquilidad y tiempo tras el entierro, me quedé un par de días más en la ciudad. En mi cabeza solo había una idea: saborear toda la piel de mi vecina sobre todo las zonas más íntimas protegidas del sol, (la piel más blanca y dulce); recorrer todos los rincones de su cuerpo; olerla; lamer su cuello, mojarla toda con mi boca (desde su espalda hasta su torso pasando por la linea de su culo, el ano, los pliegues de su vagina, su ombligo y sus senos) ;ver reflejado su cuerpo desnudo en un espejo mientras mis manos y lengua lo recorrían; y tras mucho tiempo de empaparnos de nuestros sabores y aromas y cuando el sudor y la excitación llegasen al límite, follarla de pie mientras se fumase un cigarrillo apoyada en la ventana abierta. Desde atrás, mordiendo su nuca, oliendo su pelo y el aroma a sexo que lo impregnaría todo; acariciando delicadamente sus senos y pezones, notando la humedad cálida de su coño. En definitiva devolverle en forma de placer compartido todo lo que esa primera noche me había hecho sentir.

…No imaginaba las casualidades que me depararía el re-encuentro con mis viejos amigos en relación a mi vecina…ya os lo explicaré otro día.