Mi discreta vecina (2º)

Como no recordar el triángulo blanco de su culo respingón con esa estrecha y profunda raja que se precipitaba hacia su entrepierna

Mis primeros pensamientos volvieron a ella. Quien pudiera con los ojos tapados ir besando de forma húmeda ese recorrido por encima del delicado satén de su tanga; reconociendo poco a poco la mayor calidez, el característico olor de su ano y el sabor agridulce del flujo casi transparente rebosando por los extremos de los labios de su sexo; la hendidura de su vagina dibujada sutilmente por su humedad; su clítoris saliente. ¡Qué delicia saborear a ciegas su tanga de un extremo a otro sin quitárselo!...y si se lo quitaba, iba a lamerlo de un extremo a otro…que delicia llegar a ese punto donde su néctar se acumula, fresco y salado y mojarlo con mi saliva para hacerlo reverdecer si cabe más.

Cuando  abrí  los ojos y vi la luz del sol me sorprendió mi desnudez: las manchas de semen secas cubrían mi pubis, parte de mis muslos y mi abdomen. Mi pene estaba anormalmente morcillón. Súbitamente me corrió un sudor frío…, ¿estaría mi esbelta vecina paseándose por su casa desnuda para arreglarse y desayunar?; ¿llevaría un minúscula braguita (marcando su sexo abultado precedido de su línea de pelo púbico (ambos transparentándose por delante y los morritos de su sexo al descubierto) mientras se preparaba para salir?; ¿la camisa estaría entreabierta y podría ver sus delicados sostenes con sus pezones queriendo sobresalir por la blanca tela?. Corrí, sin importarme el balanceo descontrolado de mi pene para localizarla por alguna de las ventanas.

Solo acerté a verla ya vestida aún más “seria” pasando por el recibidor: traje de punto gris marengo por encima de la rodilla con un delgado cinturón acentuando su cintura. Elegante traje pero dibujando deliciosamente sus suaves formas, formas delicadas que no se podían disimular); medias más oscuras; zapatos negros abiertos con  su pelo estaba todavía mojado y brillante. Por un momento desee que llamase a mi puerta y abrirle; hacerla entrar.  Esperar que dejase caer el gabán desde sus hombros: bajase la cremallera del vestido cayendo arrugado hasta sus pies;  ver su conjunto blanco de tela transparente insinuando cada uno de sus tesoros (sexo, pechos, pezones)….por un momento me imagine al personaje de “Siete” del Dr House acercándose a mí y logrando lo que todos aquellas batas blancas de tres patas soñaban. Mi despertador se sacó del sueño en vivo: debía acudir al entierro y me faltaba poco tiempo.

Al salir del velatorio, casi me caigo por la escalera. Mi vecina subía las escaleras con una elegancia propia de una mujer segura y sabedora de que su estilo y glamour eran un somnífero para los tíos más lanzados…Por un momento dudé si estaba en un velatorio o en la alfombra roja de algún evento de renombre. Se subió ligeramente las gafas de sol, me miró fijamente y con una voz sorprendida pero cordial dijo mi nombre “Ramiro, ¡que sorpresa!; que lástima que nos tengamos que ver aquí.”. Su perfume, Burberrys Sport con olor a chocolate y vainilla me inundó. Esperé que subiese y nos dimos dos castos besos en las mejillas.

Charlamos y descubrimos que mi amigo fallecido y ella fueron novios años atrás …, ¿tú eres el cabroncete que él llamaba “el conejito de duracell”?.  Se disculpó por el espontaneo comentario. “Bueno, creo que será mejor que salude a la familia” y se marchó. Súbitamente frenó, se giró (la cabellera acompañó su movimiento y tapo la mayor parte de su cara? Y me dijo: ¿haces algo para cenar?, estoy sola y me iría bien evitar que llegar a casa y ver la teletostón (¡Vaya ahora ir en tanga por casa desnuda fumando apoyada en la ventana le llaman “teletostón”)…Balbucee un “no, sería una buena idea una cena de náufragos en esta capital solitaria; ¿qué tal si nos vemos directamente en el pequeño restaurante de al lado del faro del espigón a las nueve?. Ya reservo yo”, dije. “Ok Ramiro, hasta entonces”, respondió ella.

Llamé antes a Antonello el dueño del restaurante. Quería asegurarme que la cena siendo apetitosa cuadrará con un vino argentino de uva Malbec (alguien me dijo que era la mejor llave para potenciar la desinhibición de las mujeres, suave de entrada, con cuerpo y más de 14º). Antonello era un italiano que cocinaba como los dioses: nos prepararía un entrante de embutidos y quesos caseros con focacia; de segundo unos fungi con aceite al perfume de trufa blanca y cerraríamos con un Tiramisú sobre fondo de chocolate blanco…los licores serian elección del chef, nunca falla (licores caseros de canela o de limón).

Cuando llego Clara, mi vecina, yo ya estaba sentado: un aperol (el clásico bitter con alcohol) en una mano; la otra se ajustó a su cintura para atraerla hacia mí y besarnos. Su perfume, Burberrys Sport, en su cuello me puso a cien y me costó más de la cuenta separarme de ella. Al acompañarla a su silla pude ver dos detalles: la holgura de su manga me “alarmó”,  vi que no llevaba sostenes; al agacharse para sentarse, ahí estaban de nuevo bien marcadas sus “brasileñas”…Tuve que hacer un esfuerzo para que no se viera el enorme bulto en mis tejanos.

Acabó la cena y todo el alcohol. Se empeñó en pagar ella en compensación por la elección del lugar (cálido y de un servicio atento pero no pesado) y del menú. “Bien” pensé me lo pone a huevo para acompañarla hasta su puerta con la botella helada de grappa que Ramiro me había regalado y buscar esa última copa. Cuando llegamos al rellano, le propuse probar el regalo del chef. “Si pero una, que mañana me voy de nuevo de vacaciones”.

“Ponte cómodo” dijo. Cauto, como mucho llegue a quitarme jersey, los calcetines y los zapatos. La espere en el salón y contemplé la ventana donde la noche anterior su cuerpo moreno con las marcas del bikini se exhibía con un ritmo lento y natural ante mis ojos. Los tejanos y la camisa blanca me daban un aspecto bastante “guay”. Pero lo “guay” fue su idea de ponerse cómoda: descalza, camiseta corta, sus brasileñas al aire y sus pezones a punto de rasgar la ropa. “Y eso que si estoy sola, solo voy en braguitas (ya tego bastante con guardar las formas con mis padres), pero no quería incomodarte”. ¿Incómodo?, lo que estaba era babeando y empalmado como un berraco en celo (como la primera vez con 15 que roce el culo de una amiga en los “lentos” de una discoteca).  Estaba claro que el alcohol había hecho el suficiente efecto: la conversación lentamente la fui llevando a como la rutina de un matrimonio pueda matar la chispa en la cama; y se me ocurrió pedirle consejo, dejando bien claro que no asumía por ello que fuese una “fresca”.  Me comentó algunas de sus últimas experiencias por si me podían ayudar. Para entonces su pierna derecha colgaba del brazo del sillón y su sexo (labios y vello) se marcaban bien definidamente en sus braguitas ya algo transparentes por su humedad interna que ya fluía fruto del alcohol y la conversación.

Y paso a explicarme su última aventura. En una noche algo loca, se encontró en el pasillo de casa de unos amigos contra la pared con la mujer del anfitrión desnuda (solo unos tacones de aguja y unas medias blancas hasta medio muslo) que hundía su lengua por su boca, mientras sus manos acariciaban en círculos y lentamente sus aureolas, pellizcando sus pezones suave y alternativamente. El marido de la mujer desnudo sentado desde la cama las iluminaba con una potente linterna: ahora la cabeza de Carla estirada hacia atrás con su cabellera colgando; ahora la cabeza rubia de pelo corto de su mujer mordisqueando los pechos de Carla. Me comentó, bajando la cabeza, que jamás había estado antes con una mujer, pero que la sensación tan novedosa, el efecto de la iluminación de la linterna y el espectáculo de ver el pene del marido, largo y acho, apenas cubierto por su mano mientras subía y bajaba, le excito sobremanera. Me dijo, manteniendo la cabeza baja pero con su mano ya acariciándose por encima del pubis, que cuando la mujer lamió su estómago acabando en su pubis, se volvió loca. Abrió las piernas, separo sus labios y contemplo con la lengua mojada de la mujer recorría su sexo. La lengua entraba y salía de la vagina, se paseaba por sus labios exteriores; y y mordisqueaba su clítoris, mientras un hilo de saliva y flujo se mecía entre el sexo y su boca. Reconoció que le encantó, eso sí, sorprendida, al saborear el delicioso sabor de su propio flujo en la lengua de otra mujer…..

Ya seguiremos.