Mi diosa
La chica de la oficina.....
No podía creer que mis labios, estuviesen rodeando aquellos pezones.
Eran increíblemente grandes, muy suaves, no tenían ni una estría; se erguían desafiantes ante mi.
Las veces que había soñado con rozar su cuerpo.
Hacia quince días que me decidí a pedirle una cita.
Es Marta, secretaria en una oficina en la que reparto el correo a diario.
Cada día la veo detrás de su mesa.
- Hola buenos días, ¿Qué tal hoy?
- Hola Rubén, parece que mejora el tiempo, no?
- Pues si, eso han dicho en la tele.
Poco más nos contábamos, yo creo que ella ni me veía, contestaba con el “piloto automático”.
Sin embargo, yo repasaba todo su cuerpo, sin dejar ni un solo rincón.
El pelo largo, moreno, ondulado, casi siempre recogido en un moño o una coleta alta; con la coleta estaba especialmente guapa.
Su piel morena, los ojos de un marrón verdoso que resaltaban más por el tono de su piel.
La nariz es pequeña, sobre ella descansan unas gafas de pasta que le dan un toque súper sexy.
Los labios carnosos, casi siempre maquillados con un pintalabios rojo.
Suele vestir con traje chaqueta-pantalón, las blusas ligeras.
Sus escotes no suelen ser muy generosos, pero detrás de la fina tela, se adivinan unos pechos voluptuosos, muy muy firmes.
No es una chica delgada, y yo diría que no hace mucho deporte, tiene curvas.
No se ve gorda, pero su cadera es generosa.
Buenos muslos y unos tobillos finos, rematados, casi siempre, con unos zapatos de tacón.
Como ya he dicho; hace quince días me animé a charlar un poco más con ella.
Por primera vez creo que me radiografió.
Me habló de lo sola que se sentía a veces, aún rodeada de tanta gente; yo con más miedo que vergüenza y sin pensarlo dos veces, la invité a salir a tomar algo.
Le apunté mi teléfono en una agenda que tenía en la mesa, hizo intención de darme el suyo pero no la dejé:
- No, no me lo des, cuando luego me llames para quedar, ya lo guardo.
Ella no salía de su asombro, ni siquiera me había dicho que me iba a llamar.
Jugué esa carta, aparentando una gran seguridad en mi mismo, pero las piernas me temblaban.
Noté que su mirada cambió, me miró con otros ojos.
Me marchaba, viendo que había funcionado mi estrategia, me giré hacia ella otra vez:
- No me llames de ocho a nueve, que salgo a correr.
Esbozó una sonrisa, eso ya no coló, mi cuerpo no es precisamente el de un atleta.
Esa misma tarde, a las ocho y media, me llamó:
- Hola
- Hola buenas
- Qué raro, pensé que no me ibas a coger, te hacía corriendo. ( ya no eran sonrisas, eran puras carcajadas)
- Ups!!!! Me has pillado, sonreí sonoramente.
- Siguen en pie esas cañas??
- Por supuesto, cuando quieras.
- Te parece bien mañana sábado?, podemos quedar por la mañana, así tomamos algo y tapeamos.
- Me parece un plan estupendo.
- En la plaza del ayuntamiento a eso de la una?
- Estupendo.
- No me falles; y ponte guapo!!
Colgó sin darme tiempo a despedirme.
Su voz sonaba tan diferente a la de la oficina…, más jovial, más pizpireta.
Al día siguiente me coloqué mis mejores galas, unos pantalones pitillo, camiseta de grandes letras, que un amigo me había traído de un viaje a Londres, botas Timberland desatadas con los pitillos por dentro, y mi chupa de cuero negro, desgastada por los años de trote.
A la una menos cuarto estaba en el sitio acordado, llegó tarde, no muy tarde, quince minutos.
Marta apareció por una de las calles laterales que van a morir en la plaza, no parecía ella.
El pelo suelto, una chaqueta abierta, con una camiseta negra con una gran calavera dibujada en la parte delantera, los pantalones de cuero negro, ceñidos, y unos botines de tacón, negros con tachuelas.
Un look muy roquero, las gafas eran las mismas.
Caminaba con gran decisión, moviendo la melena y sonriendo.
Casi no llevaba maquillaje, su piel se veía resplandeciente.
Cuando llegó se lanzó a darme dos besos.
Se acercó demasiado, dejando que notara sus pechos en mi pecho, su mano me recorrió la cintura y terminó en mi espalda, debajo de la camiseta y llevándome hacia ella.
Fue muy rápido, con naturalidad, como si todo fuese casual, pero yo sabía que estaba todo muy estudiado.
Pasamos todo el día juntos, cervezas, vinitos, tapas, algún gin tonic, bares de moda, tabernas de toda la vida….
Contándonos historias, como si de dos amigos de toda la vida se tratase, solo a la hora de despedirnos nos detuvimos y miramos de manera diferente.
- Adiós, dijo.
Sin dejarme decir nada, me plantó un beso en los labios.
Un beso rápido, pero pude notar el calor de esos labios, y su humedad.
Me dejó y se perdió entre la gente, casi dando saltitos, el alcohol aún resaltaba más aquel aire jovial.
No éramos unos críos, ella 32 y yo 34.
Me quedé paralizado en medio de aquella calle, la veía alejarse y no podía creerme que ella me besase.
Me repetí a mi mismo que no significaba nada, que igual era su forma de despedirse, igual era un simple pico, al que yo había otorgado la categoría de beso por las ganas que tenía de que así fuese.
A la mañana siguiente, cuando encendí el móvil, sonó un whatsapp; era ella.
- Me encantó el día de ayer, me supo a poco ( y un emoticono con una carita giñando el ojo)
Más desconcierto aún, jugaba con la ambigüedad de saber si era el beso lo que le supo a poco o el día en general.
Esperé un par de horas antes de contestar.
- Cuando quieras repetimos, a mí también me supo a poco, muy poco.
El su respuesta no se hizo esperar, en un par de minutos, el sonido de aviso del móvil sonó:
- Estoy en casa con la familia, luego hablamos. Unos labios rojos remataban el mensaje.
Se me aceleró el corazón; al leer el mensaje, algo en mi entrepierna se despertó.
A primera hora de la tarde el teléfono sonó:
- Hola!! Soy Marta….
- Hola, llevo toda la mañana esperando oírte.
- Ahh si !!!!! Y eso??
Sonaba tan estúpido, me quedé bloqueado.
- El lunes es fiesta, podemos ir a cenar hoy…
- Por mi estupendo.
- Menos mal que no me has dicho que no, ya había reservado.
Nuestras risas sonaron al unísono, me dio una dirección y una hora.
- Allí te espero… no te retrases, me dijo.
Cuando llegué a la dirección, que me había dado, vi que era un restaurante moderno, situado en la parte baja de un hotel de 4 estrellas.
Parecía un lugar caro, grandes cristaleras, mucho diseño y muy luminoso.
La vi por la cristalera, esperando en una barra que había en el recibidor del restaurante, me quedé mirándola sin que me viera.
Estaba impresionante, el pelo recogido, nada improvisado, parecía de peluquería.
Un vestido negro, con escote palabra de honor, y la falda corta, como a medio muslo.
No llevaba las gafas.
Al entrar por la puerta, me vio, su cara se iluminó y me hizo gestos con la mano para que me diese prisa.
- Corre, que se calienta!!!!
En la barra había ya dos cervezas.
Me acerqué y cogió una de las cervezas y me la ofreció a la vez que me daba un beso en los labios.
Tomó su cerveza y bebió, yo bebí.
Del cuello le colgaba un collar que se perdía entre sus pechos, el maquillaje era más cargado que el día anterior.
Terminamos la cerveza en la barra y pasamos al comedor, seguíamos hablando y riendo.
De nuestras vidas, del día anterior… de todo.
De vez en cuando nuestras miradas se clavaban la una en la otra y se hacía un silencio.
Ya habíamos terminado la cena, la conversación era animada, pero se iba haciendo tarde, ya estábamos solos en el comedor.
Ella cogió su bolso, rebuscaba en el:
- Tienes prisa?, me preguntó mientras miraba dentro del bolso.
- No ninguna, no sé donde iba a estar mejor?
- Yo si.
Cunado dijo eso me miró, guiño un ojo y desde su bolso deslizó encima de la mesa la lleve de una habitación del hotel.
El corazón empezó a palpitar y un cosquilleo me recorrió todo el cuerpo.
Cuando me quise dar cuenta ya estábamos en el ascensor.
- Tócame, que SI muerdo.
Mis manos se colaban, furtivas, por debajo de su falda, mientras le mordía el cuello.
Podía notar el calor de su sexo cuando mis dedos se deslizaban entre sus glúteos.
Se apretaba contra mi cuerpo, notaba todas las formas de su anotomía dibujándose en la mía.
Al entrar en la habitación, la luz era tenue, los zapatos volaron por los aires, y de un empujón me lanzó encima de la cama.
Yo estaba muy muy cachondo, se paró delante de la cama.
Desabrochó la cremallera del vestido y este se deslizó por su cuerpo, hizo una pequeña pausa en sus pezones y de golpe calló hasta el suelo.
Tenía un cuerpo increíble, sus pechos desnudos, firmes, desafiando la gravedad.
Llevaba unas braguitas tipo culote, negras, con encaje y transparencias.
Se acercó a la cama y se colocó a horcajadas sobre mi.
Empezó a rozar nuestros sexos, con la ropa interior aun puesta, podía notar su calor, hasta creía notar humedad.
Ella con los ojos cerrados suspirando y moviendo la cadera con buen ritmo.
Sacó mi polla y con gran habilidad, retiró su braguita hacia un lado, y mi sexo se deslizó suavemente dentro del suyo.
Noté un calor fuera de lo normal, mi polla estaba dura, muy dura.
Ella ni me miraba, ni abría los ojos, parecía ausente, yo no le importaba.
Estaba totalmente concentrada en ella misma, empezó a mover su cadera con movimientos más rápidos y más secos.
Un grito sordo, llenó la habitación, sacó mi polla de su cuerpo con un movimiento brusco, en ese momento noté como sus flujos corrían por mi cuerpo, se había corrido de una manera que yo nunca había visto.
Abrió los ojos y me miró, sonrió, su cuerpo aún sufría espasmos, la respiración entre cortada.
Avanzó por la cama y colocó su vulva en mi cara, el olor era intenso, estaba totalmente mojada.
- Come. Me espetó.
Obedecí y pasé mi lengua por su sexo, sabía mejor que olía.
Se apretaba contra mi cara, cuando ya estaba bien limpio, se retiró.
Acercó sus labios a mi polla, rodeó el glande con los labios, apretó y succionó fuerte, a la vez que iba dejando entrar mi miembro en su boca y después en su garganta.
Noté como mi polla se abría paso en su garganta, el estrechamiento me hizo retorcerme de placer, sus ojos en blanco, sacó la lengua, con mi polla metida en la garganta hasta la base, y empezó a jugar con los testículos.
Se apretaba contra mi cuerpo, con movimientos cortos, sacando solamente dos o tres centímetros mi polla.
Sacó la polla de la boca suavemente, un largo hilo de saliva colgaba de su boca.
Cambió de postura y se puso en la posición del 69, esta vez coló mi falo en su garganta casi de golpe, ella quería que comiese su coño.
Metí mi dedo índice en su coño, casi ni se inmutó, lo saqué y estaba mojado, entonces sin previo aviso lo metí por su culo, de golpe, fuerte, sin miramientos.
Se contrajo y un grito se ahogó en su garganta, pero no sacó mi polla de ella, noté en la polla las vibraciones de su grito.
No se retiró, y continuó follándose la garganta ella sola.
Yo no podía más, me iba a correr.
La avisé, ella lejos de retirarse, más se apretaba contra mi polla, me corrí en su garganta… creo que mi leche fue directa a su estómago, mantuvo la polla en su garganta mientras yo me retorcía de placer.
Cuando terminé de correrme ella sacó la polla de la garganta pero no de su boca, chupaba y jugaba con mi miembro dentro de su boca, casi me dolía de placer.
Con la polla ya flácida, paró de chupar.
Se dio la vuelta, se tumbó a mi lado, en silencio.
Su cuerpo contra mi cuerpo, me besó en la boca, y agarró mi polla, llena de su saliva.
- Date prisa en recuperar, que el agujero que has despertado te espera, me susurró, sabía que se refería a su culo.
Las horas se pasaron, por supuesto lo próximo fue sexo anal, se volvía loca con mi polla dentro de su cuerpo, perdí la cuenta de las veces que se corrió, yo tres veces.
Era una diosa, una diosa muy sucia.