Mi diario

La triste historia de una prostituta, contada a traves de su diario.

Diana se observaba en el espejo. Aunque tenía veintisiete años, su rostro marcaba unos cuarenta. Al común de las personas, a sus años, todavía le quedaba toda la vida por delante. Pero Diana había vivido más en su corta edad de lo que hubiera querido.

Con la tez pálida, sus sempiternas ojeras, sus labios delgados y casi transparentes, finas y hundidas líneas surcaban su cara cerca de los ojos, los cuales eran de un color verde esmeralda, lo único que representaba vida en ella.

Había terminado de escribir en su diario los últimos acontecimientos, y reflejado en delicadas líneas su fututo inmediato. Por primera vez, el porvenir daba una tenue luz de esperanza. Por primera vez en muchos años, podía darse el lujo de soñar. No con algo idílico, pero al menos, con algo mejor.

Hacía seis meses que convivía con Juan. El destino los había unido. Dos perdedores juntos, en una sociedad que tiende a valorizar lo superficial del hombre, solo pueden tener una felicidad pequeña de puertas adentro.

Nunca serían los invitados de honor, ni siquiera los invitados a nada, fuera que se reunieran con otros tantos perdedores, solo para tratar de ganar el premio al más desdichado.

Pero lo que estaba viviendo en este momento, era lo mejor que le había pasado. Alguien más se preocupaba por ella, la miraba con dulzura, la trataba con amor, la deseaba con pasión.

Sabía que ella no devolvía ni una ínfima parte de lo que recibía, pero se alegraba cuando retribuía una pequeña porción de afecto. Ella tuvo cerrado desde siempre ese sentimiento, y su triste vida le enseño a cerrar con toda su fuerza el corazón.

Juan llegaría en cualquier momento, con su sempiterna sonrisa, la besaría en la frente, y si no estaba demasiado cansado, tal vez la sentaría en su regazo, como una niña pequeña, mientras le acariciaba suavemente el pelo, por largo rato, en silencio, consolándola, si saber de que.

En los primeros tiempos, ella solo atinaba a quedarse quieta, sentada en algún rincón de la casa, esperando con inaudita paciencia que las horas pasaran, que los días vuelen. Al arribar Juan a casa, ordenaba todo lo posible, cocinaba alguna sencilla cena para ambos, y sin dirigirse palabra, se acostaba a dormir. Por lo general, al despertase ella, el ya se había marchado. Solo los fines de semana, el con mas animo, le hablaba, le contaba las trivialidades de su trabajo, las esperanzas depositadas en algún alumno, los desencantos diarios de un esfuerzo inútil.

Poco a poco Diana fue saliendo de su encierro. Comenzó con alguna tarea doméstica, la cual era llevada al punto de la perfección en los comentarios de Juan. Empezó a cuidar mejor su higiene y su aspecto. El día culmine fue cuando le dirigió la palabra. El saltaba de alegría, y ella por primera vez en años sonrió.

El siempre solitario y oscuro cuarentón de Juan, había encontrado al parecer un alma gemela. Así por lo menos lo creía el. Una fría noche de agosto, la besó por primera vez. En la misma noche, le hizo el amor, tratándola como si ella fuera la persona más frágil del mundo, con un millón de besos y mimos, con una infinidad de dulces palabras susurradas al oído. Fue una noche de calma y paz, y así con las luces apagadas, ella sintió por primera vez un orgasmo.

El la penetró con una suavidad infinita, mientras ella reprimía el reflejo de mover sus caderas. El lo tomó como un signo de timidez, por lo que trató de consolarla con palabras de amor. Ella quería gritar su verdad, pero significaba echar a perder toda la felicidad del momento.

Juan tomó un ritmo lento y sostenido midiéndose en cada milímetro de su movimiento. Diana, se concentró el las sensaciones que desde su cuerpo partían a millares hacia su cerebro. Cuando estas estallaron en el más hermoso de los placeres, sintió la semilla de Juan que se derramaba dentro de ella, haciendo de su felicidad, la dicha mas completa.

Fue la noche mas corta de la historia, pues habría querido que durara para siempre. El amanecer los encontró abrasados en silencio, disfrutando cada uno del calor humado del otro.

A partir de allí eran ambos una pareja, dentro de un feliz mundo de cuatro paredes.

Sus manos, de dedos largos y huesudos, transpiraban y temblaban trémulas. Oyó la puerta de calle abrirse y cerrarse, y supo que le quedaban segundos para decidirse. No estaba acostumbrada a tomar decisiones, ya que jamás tuvo las opciones.

Su mente recreaba a toda velocidad las posibles reacciones de Juan, y la esperanza que el representaba.. Todas y cada una le eran altamente desfavorables. Desde lo mas íntimo de su ser, sintió el deseo de hacer lo que creía correcto.

Juan entró contento como siempre, pero al ver a su amada llorando desconsoladamente, supo que la hora de las verdades había llegado. Era un momento muy temido, del cual siempre trató de mantenerse alejado.

Vió la mano de Diana extenderse, sujetando una ajado y amarillento librito, en cuya desgastada tapa podía leerse "MI DIARO". Cuando lo tomó, Diana salió corriendo de la habitación, dejándolo solo, para poder enterarse de la vida de su amada. Trató de gritarle que su pasado no le importaba, que el la amaba tal y como era ahora. Que ella representaba toda la felicidad de su vida, y que sin su compañía volvería a ser el mas triste de los hombres. Pero no pudo articular sonido alguno.

Con el rostro surcado de lágrimas, sintió el salvador apoyo de una pared, y se dejó caer en cámara lenta, hasta llegar a sentarse frío suelo, para abrir el librito y leer en su primera página.

"20 de noviembre de 1977, hoy cumplo doce años y mi mamá me regaló este libro, que se llama mi diario, y me dijo que escriba todas las cosas lindas que me van pasando. Yo le prometí escribirlas para ella, para que pueda ser un poquito mas feliz"

Juan cerró el diario y sus párpados, con el adverso de su mano secó sus ojos, inspiró profundamente y volvió a la lectura.