Mi diario (09: Gimnasio)
Un adolescente acude a un gimnasio y conoce a un nuevo amigo.
MI DIARIO (IX)
GIMNASIO
Como ya saben, me encanta jugar al volley ball. Ello ha hecho que deba mantenerme en forma, ya que necesito tener agilidad, fuerza y resistencia. Para lograrlo, conseguí que mi abuela consintiera en inscribirme en un gimnasio cercano a casa, tres veces por semana, en horario nocturno (de 6 a 8 p.m.).
Yo tenía 17 años, y al presentarme por primera vez al gimnasio, mi atención fue captada por un joven moreno, alto y muy bien dotado en todos los aspectos, atlético y muy bien marcado en el abdomen, con una personalidad abierta y atrayente. Su nombre era Roberto. Desde el primer momento me sentí atraído por él.
Nos hicimos amigos desde el primer momento y acostumbrábamos trabajar juntos nuestras rutinas de ejercicios. Generalmente, cuando terminábamos, la inmensa mayoría de los demás asistentes ya se había marchado. Así, era común quedarnos solos, excepto por la presencia de don Chepito, un señor ya grande de edad, quien es el guardián, y que vive en una habitación en un ático del mismo edificio.
Todo comenzó una noche, cuando yo me estaba vistiendo. Roberto terminaba de bañarse, y salió del cubículo de la ducha sin la toalla que acostumbraba ponerse alrededor de la cintura. En un gimnasio es cosa normal, al entrar a los vestidores, ver a hombres en distintos grados de desnudez, ya que las circunstancias dan lugar a ello, y nadie se extraña ni se escandaliza, porque es común.
Mientras se secaba, Roberto conversaba conmigo, mostrándome libremente sus genitales. Yo no ponía atención a lo que él decía. Sólo tenía ojos para aquel pene que le colgaba entre las piernas, de unos 15 cm en reposo.
Sin dar muestras de haberse percatado de nada, Roberto terminó de secarse y fue a vestirse. Esa noche y todo el día siguiente, pasé pensando en aquel pene.
A mi próxima sesión de ejercicios, después de haber terminado nuestra rutina, yo me estaba bañando, cuando él entró al cubículo de ducha en que yo me encontraba y cerró la puerta. Estaba desnudo, y traía una respetable erección que inmediatamente monopolizó mi atención. Sin mediar palabra, se acercó a mi y tomó mi pene en sus manos, comenzando a darme masaje. Yo me sentí completamente desconcertado, ya que no esperaba esto, al menos no tan rápido.
Después de un momento de confusión, me abandoné a sus caricias. Él me besó y yo mismo tomé la verga de él entre mis manos y comencé a acariciarla. Tras unos minutos, salimos de la ducha y él se sentó en una banca del vestidor y, con voz suave, me pidió que se la mamara. Yo me quedé desconcertado, ya que nunca había imaginado algo así, en un lugar público, pero finalmente comencé a hacerlo, mientras sujetaba su miembro con una mano y yo mismo me masturbaba, con la otra.
Mamar aquella verga fue una experiencia realmente excitante para mí. Me gustó, y me excitó tanto que cubrí de besos el glande y lo lamí completamente. Metiéndolo en mi boca, inicié la mamada sorbiendo y chupando, en tanto él se retorcía de goce y emitía sinceros gemidos de placer.
Después de un momento, Roberto me detuvo. Retiró su miembro de mi boca y se puso en pie. Me dijo que buscáramos un lugar mejor y con bastante dificultad se colocó una toalla alrededor de la cintura, ya que presentaba una tremenda erección. Tomó su mochila y cubierto sólo con la toalla, fue a hablar con don Chepito.
Me cubrí con mi toalla, teniendo la misma dificultad para sujetar la prenda, porque también yo tenía la verga bien parada. Salí al corredor y vi a Roberto hablando con don Chepito. Desde mi punto de observación, pude advertir que aún exhibía una considerable erección debajo de la toalla. Tras unos instantes de plática, Roberto sacó su billetera y le pasó dinero al otro hombre. Don Chepito le dio unas palmaditas en la espalda y se retiró muy sonriente. Luego, volviéndose hacia mí, Roberto me hizo seña que lo siguiera. Halé mis cosas y fui tras él.
Fuimos hasta las gradas y subimos al cuarto de don Chepito. Roberto entró, encendió la luz y puso sus cosas en el suelo. Luego, encendió una lámpara de noche que se hallaba sobre una mesita y apagó la luz principal. Yo entré, puse mis cosas junto a las de él y me quedé parado, esperando. Roberto se quitó la toalla y, exhibiendo su potente erección, se tendió en la cama. Luego, me indicó que cerrara la puerta.
Yo lo hice y quitándome la toalla, me acerqué a la cama, deseando mamarlo, pero Roberto me tomó por el barrote y me atrajo hacia él. Apasionadamente, cubrió mi pene de besos y después se lo metió a la boca, iniciando una mamada que en pocos minutos, me tuvo gritando de placer.
Tuve que obligarlo a suspender su labor, para no venirme demasiado rápido. Entonces, me acosté a su lado y nuestros cuerpos entraron en contacto, un contacto delicioso, que casi me hacía brincar de deseo y pasión. Nos besamos en los labios y nos acariciamos mutuamente nuestros cuerpos, poniendo especial atención en los penes.
Roberto me besó en el cuello, los hombros, el pecho, las tetillas, el abdomen y bajando por el vientre, llegó hasta mi pene, el que mamó nuevamente con dedicación. Yo, al ver su órgano viril muy cerca, me doblé, hasta apoyar mi cabeza en su pierna y tomando su verga en mi boca, comencé a mamar de la misma manera que él lo hacía. Practicamos el "69" y los dos tuvimos sexo oral durante largo rato. Después, él se incorporó y se montó abierto sobre mí, dándome la espalda. Su trasero quedó directamente sobre mi pubis.
El me agarró el pene y, bajo su dirección, empujé hacia arriba y con alguna dificultad, poco a poco lo fui penetrando por el culo. El orificio de su ano estaba tan caliente y apretado, que casi me vengo con sólo sentirme adentro, pero logré controlarme. Nos quedamos quietos un momento y luego empezamos un movimiento de ir y venir, de sube y baja, de mete y saca, en tanto él se masturbaba con su propia mano.
Aquello era delicioso. El movimiento se fue haciendo más intenso y más furioso, hasta que en muy poco tiempo me sentí sumido en un orgasmo que se vino incontrolable, haciéndome proferir en fuertes exclamaciones y gemidos de placer. Roberto aceleró el ritmo de su masturbación y pocos instantes después se vino, jadeando mientras gruesos goterones de semen brotaban de su pene.
Después de unos momentos de reposo, nos vestimos y, cuando bajamos, ya no había nadie. Don Chepito estaba en el salón de aeróbicos viendo la televisión. Roberto se despidió de él y yo hice lo propio. Él nos salió a dejar hasta la calle, y nos despidió en forma muy amable y muy sonriente, dándonos cariñosas palmaditas en la espalda. Roberto le agradeció y él respondió:
- Cuando quieran, ya saben. Mi cuarto está a su disposición.
Autor: Amadeo