Mi diario (04: Entrega Inmediata)
Un adolescente ayuda a un turista algo perdido.
MI DIARIO (IV)
ENTREGA INMEDIATA
Una tarde, después de clases, fui a la oficina de Correos en el Centro Histórico a depositar una carta que me había encargado mi abuela. Compré el sello respectivo y eché la misiva en el buzón internacional. Me disponía a retirarme, cuando un hombre maduro, de aspecto extranjero, se acercó a mí y en mal español me preguntó:
- Disculpar, ¿qué significar entrega inmediata?
Dándome cuenta de que no sabía dónde depositar el sobre que llevaba, le expliqué que "entrega inmediata" significaba "special delivery". Me dio las gracias y se retiró, pero en la puerta del edificio se quedó mirando en todas direcciones. Estaba perdido y no sabía hacia dónde ir para regresar a su hotel.
Tratando de ayudarlo, le di las indicaciones del caso, pero al ver que él no comprendía completamente, decidí encaminarlo, ya que no quedaba muy lejos. Durante el camino, el trató de conversar conmigo, pero la barrera del idioma hacía la empresa difícil. Con cierta dificultad me pidió información acerca de sitios de interés y, como era temprano y el parecía dispuesto, le indiqué como llegar a algunos lugares principales del Centro Histórico de la ciudad.
Aceptó complacido y lo llevé a ver el Palacio Nacional, el Parque Centenario, la Plaza de la Constitución y la Catedral Metropolitana.
El era rubio, alto, de unos 42 años y bastante bien conservado, musculoso, dijo llamarse Gunther y ser de nacionalidad alemana. Estaba de vacaciones y deseaba pasar un buen momento en Guatemala, ya que le concedía gran importancia a todo lo que tenía sabor latino.
Finalmente, llegamos a su hotel y él insistió en corresponder a mi amabilidad, invitándome a comer algo. Los dos comimos juntos, y charlamos hasta donde lo permitía la barrera del idioma. Cuando hubimos terminado, sentí que la mano de Gunther se posaba en mi rodilla.
El rubio sonrió ampliamente y me dio a entender que deseaba subir conmigo a su habitación. Algo nervioso accedí y los dos fuimos hasta el ascensor, que nos llevó al sexto piso.
Caminamos por el pasillo hasta la habitación 618. El turista abrió la puerta con su llave y entró seguido por mí. Una vez adentro y con la puerta cerrada, se volvió y pasando sus brazos alrededor de mi cuello, estampó en mis labios un beso apasionado, que denotaba un calor interior que crecía por momentos. Se rozó contra mí, para excitarme y asegurarse de que me estaba produciendo una erección, puesto que él ya tenía la suya a punto.
Comenzó a desvestirse y yo lo imité. Poco tardaron nuestros cuerpos en quedar desnudos. Su miembro era espectacular, largo (unos 25 cm) y grueso. Tomé aquel pene con mi mano y lo hice caer de espaldas en la cama. Luego, comencé a chuparle la verga con verdadera hambre, lamiendo la cabezota y cubriéndola de besos.
Él estiró su mano y se apoderó de mi palpitante miembro, el que masajeó profundamente, pudiendo sentir la respuesta del instrumento que estaba acariciando. Aprovechando una pausa que hice para respirar, el turista se apoderó de mi pene con sus labios y comenzó a mamar con furia, haciendo que me rindiera ante el placer.
Yo le permití mamar por unos instantes. No podía negarle a mi cuerpo y a mi pene enfurecido de pasión, el privilegio de ser mamado por esa boca que sabía muy bien su trabajo. Pero también deseaba pasar a cosas mayores.
Poniéndome en posición de "69", coloqué mi cara entre las piernas del hombre, apliqué mi boca a su pene, haciéndolo gemir de placer. Por mi parte, yo me sentía transportado a un paraíso por causa de su boca, que me hacía sentir en otro mundo con sus caricias orales, en tanto yo mamaba la verga de aquel turista, quien realmente se estremecía de voluptuosidad. Aplicó sus labios a mi pene, y mamó con fruición. El alemán me hizo sentir en éxtasis y me chupaba el instrumendto cuan largo era, heciéndome vibrar de lujuria con cada toque de su lengua, que atrevidamente bajaba hasta insinuarse en mi abertura anal, llevándome a la gloria con febriles estertores de pasión.
Mi cuerpo respondía a las demandas de sus labios ardientes y su lengua golosa me había provocado una formidable erección. Chupó entonces ese hirviente trozo de carne, hasta que sentí algo indescriptible en mi interior. Un temblor agudo me sacudió, empujé mi verga hasta adentro de su garganta y con un grito comencé a largar fuertes cantidades de leche. Él tragaba el néctar que manaba en abundancia, mientras abalanzaba mis manos hacia mis nalgas y comenzaba a acariciarlas.
Temblé con la caricia de sus dedos en mis glúteos, en tanto vi su pene cabecear de deseo, con su cabeza roja y húmeda, triunfante y agresiva. Con mi ano bien lamido, Gunther necesitaba ahora de un coito completo. Necesitaba sentir su verga en mi interior, su erección hundiéndose toda en mi ano hambriento. Ansiaba yo la sensación de esa verga explotando muy dentro de mis entrañas, disparando los chorros hirvientes de semen contra las paredes sensitivas de mi estuche de amor. Con la voz enronquecida y teñida de lujuria, me dijo con su peculiar acento:
- ¡Querer metértelo ya! ¡Poseérte!
Tras ponerme en cuatro patas, colocó la cabeza de su pene a la entrada de mi hirviente ano. Incorporándose un poco, con su verga lista frente a mi orificio, empujó, haciéndome desfallecer al sentir que su enorme miembro se abría paso entre mi cavidad estrecha, caliente y húmeda que se resistía a abrirle paso. Con una diestra embestida, logró introducir la cabeza de su pene, al tiempo que yo emití un grito, mezcla de dolor y placer.
Sin detenerse, Gunther presionó más y todo miembro pronto estuvo dentro de mí, provocándome una sensación de plenitud. Poco a poco comenzó a moverse y el placer reemplazó el dolor en mi cuerpo, haciéndome pedir que me la metiera más y se moviera con mayor celeridad.
La pasión crecía en ambos a cada embestida del instrumento. Consumidos por el ardiente deseo y excitados por el ruido de humedad que el vaivén de su pene producía entre mi rector, el alemán bombeaba a cada momento con más entusiasmo, provocándome una nueva erección y llevándome a las cercanías de la culminación.
Nuestros suspiros y gemidos denotaban lo mucho que estábamos gozando. Con su verga totalmente dentro de mi ano, seguimos en aquel ritmo, hasta que el alemán gritó desaforadamente al arribar a su orgasmo.
Gozando como nunca, sentí el momento en que su pene explotó en mi interior, con la fuerza de un volcán. El esperma hirviente me inundó a torrentes, sumiéndome en un éxtasis delicioso. Yo sentía cada gota del ardiente semen en el interior de mi recto y su estremecimiento encendió las llamas de mi propio orgasmo. Y el clímax me azotó arrollador, tremendo, incandescente. Con movimientos incontrolables, me retorcí y me clavé más contra su cuerpo.
Ambos, muy unidos, dejamos descansar nuestros sentidos y dimos tiempo para que se normalizaran nuestras agitadas respiraciones y pudiéramos desconectarnos. Abrazados, nos dispusimos a reposar. Por un rato sólo se oyó el sonido entrecortado de nuestra respiración. Un olor a semen, sudor y sexo, llenaba la habitación. Un sopor nos invadió durante un rato, hasta que un sonido hizo que yo volviera a la realidad.
La hora ya estaba muy avanzada y me di cuenta de debía marcharme, pese a las protestas de mi amante. Me vestí rápidamente y me despedí de Gunther, perometiéndole venir a visitarlo todos los días, mientras durara su permanencia en mi país.
Con todo el dolor de mi corazón, tuve que irme. Mi abuela me estaba esperando y alguna excusa le tendría que dar por mi tardanza.
Autor: Amadeo