Mi diario (03: Agua Caliente)

Un adolescente lleva unos fusibles al inquilino de su abuela y se queda a disfrutar de una película y algo más.

MI DIARIO (III)

AGUA CALIENTE

  • Así que pensás salir a jugar volley ball, ¿no es así? -preguntó mi abuela mirándome fijamente.

  • Sí, abuela -respondí-. Voy a ir con mis amigos ya que tenemos un partido contra el equipo de los Pumas. ¡Ah! -agregué- y no me esperés a almorzar, ya que con los muchachos iremos a comer hamburguesas y después al cine. Regresaré como a las seis de la tarde.

  • Bien -me dijo entregándome una cajita-, pues entonces llevate estos fusibles. Son para el inquilino de mi casa, el señor Ramírez, ya que los fusibles del calentador de su baño se quemaron y no tiene agua caliente. Pasáselos dejando antes de ir a jugar, y que no se te olvide.

  • ¡Oh, abuela! -protesté- Ya es tarde. ¡Voy a llegar retrasado al juego! -mentí, ya que tenía tiempo suficiente, pero no quería ir hasta la casa alquilada.

  • No importa. Lleváselos, que los está esperando. ¡Sin discusión! -respondió tajante.

No tuve otro remedio que ceder, ya que mi abuela es inflexible. Tomé mis cosas y me dirigí hacia la casa que mi abuela alquilaba al mentado señor Ramírez. Aunque le había visto un par de veces, no lo conocía bien. Sólo sabía que vivía solo. Llegué hasta la casa en cuestión y llamé a la puerta. El inquilino salió a abrir.

El señor Ramírez era un hombre alto, de aspecto agradable, casi guapo, cabello castaño y unos 40 años de edad.

  • Buenos días -le dije mostrándole la cajita que llevaba-. Soy el nieto de doña Marta y le traigo estos fusibles.

Con una sonrisa me hizo pasar adelante y me recibió el paquete. Yo hice ademán de retirarme, pero él me detuvo.

  • ¿Qué pasa? -me preguntó-. ¿Tenés prisa?

  • No, pero más tarde tengo que ir a un juego de Volley Ball -le respondí.

El señor Ramírez se volvió hacia mí con una sonrisa de picardía y noté un bulto en su entrepierna.

  • ¿Aceptarías tomar un refresco? -preguntó.

Yo hubiera rehusado, pero su insistencia y auel bulto me hicieron aceptar. Me hizo pasar a la sala, donde el televisor estaba encendido y había una imagen congelada en la pantalla.

  • Estaba viendo un vídeo -me dijo a manera de explicación-. Sentate y acompáñame un rato.

Tomé asiento, al tiempo que él salía de la habitación, para volver unos instantes más tarde con dos botellas de gaseosa. Se sentó en el sofá y con el control remoto puso a correr la cinta. Mi sorpresa fue grande al ver que se trataba de una película de sexo y, para ser más exacto, de tema gay. No podía apartar mi vista de la pantalla.

De pronto, pude apreciar que el señor Ramírez me recorría con los ojos de pies a cabeza, al tiempo que se humedecía los labios. Su mirada era cálida, pesada, cargada de lujuria. Ello, aunado a las candentes escenas de la película, me fue excitando y provocando una erección que, estaba seguro, se me notaba a través del pantalón deportivo que llevaba. El señor Ramírez se veía aún más interesado.

  • Tremendo instrumento, ¿verdad? -comentó él.

Sentí que los colores se me subían a la cara y me volví a mirarlo desconcertado. Sin embargo, él me señaló la pantalla, con un ademán. Dirigí mi vista hacia la televisión y pude ver a un hombre con un pene como de unos 25 centímetros, que se preparaba a arremeter contra el ano de otro.

  • ¿Te gustan estas películas? -preguntó.

  • Bueno... yo... ¡Sí! -me sinceré.

  • Me imagino que vos tendrás un pene grande -dijo descaradamente. Hizo una pausa y continuó-: Quisiera comprobar, si realmente lo que me imagino corresponde a la realidad.

  • Oh, señor Ramírez, yo...

  • Nada de señor Ramírez -dijo-. ¡Rafael!

El hombre se acercó a mí y yo me puse de pie. Haciendo avanzar su mano, puso la palma directamente sobre mi pene y comenzó a darle un masaje que fue haciendo que mi verga respondiera y en pocos momentos estuvo en total erección.

  • Es más grande de lo que me imaginaba -exclamó complacido.

Yo estaba paralizado, sin saber que hacer o decir. De pronto, el acercó su boca a la mía y me besó, suavemente primero y luego con pasión. Comenzó a acariciarme el cuerpo con sus manos y yo lo dejé hacer. Dirigí mi mano hasta su pubis y toqué la erección que ya se adivinaba por debajo de sus pantalones.

No era inexperto, ya que como recordarán, había tenido experiencia con el sascristán y el médico, así que poco a poco desenlacé el nudo de la correa que sujetaba mis pantalones deportivos, y los dejé caer al suelo.

El hombre cayó de rodillas y con un rápido movimiento me bajó el boxer, llevándolo hasta mis tobillos. Tomando mi pene comenzó a besarlo, chuparlo y mamarlo, transportándome rápidamente a la cumbre del placer. Sin poder contenerme, en pocos momentos, solté mi chorro de semen entre su boca. El tragó todo y luego me limpió con su lengua, hasta dejar mi glande limpio y reluciente.

  • Ahora es mi turno -dijo poniéndose en pie.

Lo miré como hipnotizado y poco a poco me fui poniendo de rodillas sobre la alfombra y quedé con la cara frente a la parte baja de su vientre. Sin necesidad de que él me dijera nada, le desabroché el cinturón y le bajé los pantalones junto con los calzoncillos, quedando mi cara directamente frente a aquella corcoveante verga, que cabeceaba de deseo.

Agarré en mi mano derecha sus 20 cms y acercándome, tomé su pene en mi boca y comencé a mamar. Chupé y lamí todo el largo del instrumento y bajé a lamerle los huevos, los que cubrí de besos. Regresé al miembro y , poco a poco, me fui metiendo el pene en la boca, llevando el glande hasta mi garganta, buscando tragarlo cuan largo era, sin que me provocara arcadas.

Rafael comenzó un movimiento de vaivén, para adentro y para afuera, buscando llegar al colmo de su excitación. Yo continué con la mamada, al tiempo que empecé a masturbarme, mientras seguía dando tratamiento oral al pene del inquilino de mi abuela.

Sin previo aviso, él se corrió en mi boca, la que inundó con su chorro de semen. Fue un placer tragar aquel líquido que consideré exquisito. Rafael esperó a que yo lo limpiara con mi lengua y tras unos minutos de reposo, nos tendimos en el sofá y platicamos sobre asuntos eróticos, mientras continuábamos viendo la película. Dándose cuenta él que mi erección se iba recuperando, comenzó a acariciarme. Después iniciamos un "69", que excitó y enardeció nuestros cuerpos. Me sentí transportado al séptimo cielo por aquella mamada, cuando él de pronto interrumpió su labor, se incorporó y mirándome fijamente, me dijo con voz cargada de deseo:

  • Quiero entrar en ti.

Vi su pene inflamado y un aire de deseo en su mirada, por lo que no me pude negar. Me coloqué en cuatro patas y él, tomando un frasco de mayonesa que había sobre la mesita cercana, comenzó a untármela en el ano. Aquella caricia me excitó más de lo que ya estaba. Sentir el toque experto de sus dedos fue una sensación increíble. Cuando me tuvo bien lubricado, me acarició con su lengua y fue disfrutando de aquel aderezo, al tiempo que me volvía loco de deseo y de placer.

Luego, insinuó la penetración de un dedo. La sensación de aquel dedo entrando en mi recto, fue para mi una mezcla de excitación y placer. A cada momento me sentía más caliente y él lo comprendió. Me fue dando masaje para lograr la distensión del esfínter y el relajamiento del recto. Cuando lo creyó conveniente, enarboló su erecto pene y, sujetándolo con una mano, apuntó hacia la abertura en mi trasero y comenzó a empujar.

  • ¡Aaaahh! -exclamé al sentir el embate de la tranca en mi recto.

  • ¿Te duele? -preguntó, deteniendo la penetración.

  • ¡No se detenga! -exclamé-. ¡Siga!

Empujó nuevamente y sentí mi trasero completamente colmado por su pene, a la par de cierto dolor. El siguió empujando y mi esfínter cedió. El príapo se abrió paso por completo en mis entrañas y me invadió como un hierro candente. Ante sus movimientos, el glande de su pene le daba masaje a mi próstata haciendo que, poco a poco, la leve molestia inicial diera paso al placer.

Despacio primero, fue acelerando el ritmo de su "mete-saca", haciendo que mi propia verga estuviera cada vez más excitada, sin necesidad de tocarla. Me dejé apoyés sobre el sillón y él se colocó al estilo perros, encima de mí, continuando con el movimiento. Al tiempo que me sentía más y más excitado, me iba acercando al punto de mi clímax. Mi verga encabritada era ya incontenible y una erupción de semen salió con fuerza, depositando gruesos goterones de esperma sobre el mueble, al tiempo que un gemido sordo salió de mi garganta.

Rafael aceleró sus embates y llegó a su propio orgasmo. Un caliente chorro de semen inundó mis intestinos, mientras él prorrumpía en genuinos gritos de placer. Derrumbados sobre el sofá permanecimos largo rato, ya que la presión de mi esfínter hacía más lenta la reducción de su miembro y la posibilidad de separarnos.

Al desconectarnos, fuimos al baño. Nos dimos una ducha caliente, estrenando los fusibles que yo había llevado y finalmente nos vestimos. Nos despedimos con un beso y cuando salí a la calle, me llevé la sorpresa de que ya estaba oscureciendo. Al despedirse de mí, Rafael, me dijo:

  • Decile a tu abuela que le agradezco mucho por el agua caliente y... ¡por todo!

Autor: AMADEO

amadeo727@hotmail.com