Mi diario (02: La Mordida)
Un adolescente es mordido por un perro, va a ver a un doctor y recibe algo más que tratamiendo médico.
MI DIARIO (II)
LA MORDIDA
¡Hola! Soy yo, Amadeo, otra vez. Ya les conté de mi primera experiencia sexual y de cómo perdí la virginidad con el sacristán de la iglesia a donde asistía con mi abuela (Mi Diario I). Ahora les contaré algo más.
Un día, poco después, de regreso de clases, iba con un grupo de amigos, cuando vimos una pareja de perros en brama, que estaban copulando. Comenzamos a molestarlos y el macho, muy bravo y furioso, respondiendo con violencia, nos atacó. Al tratar de escapar, recibí una pequeña mordida en la nalga derecha. Cuando llegué a casa, mi abuela que era muy aprensiva para asuntos de mi salud, decidió que debía consultar con un médico. Pese a mis protestas, ella insistió, no fuera a ser un perro rabioso, y me hizo ir a una clínica ubicada a unas tres cuadras de casa.
Después de más o menos una hora de antesala, me recibió el médico. Era un hombre de unos 35 años, de pelo obscuro, mediana estatura y usaba unos lentes que le daban cierto aire de intelectual. Me hizo desnudarme y tenderme boca abajo en una mesa para auscultarme. Me examinó detenidamente, me desinfectó y dijo que no había mayor problema, ya que era sólo un rasguño.
Entonces, sentí que pasaba sus manos por mis nalgas y, en forma atrevida, comenzaba a sobarlas. Yo me sentí sorprendido y sobresaltado.
- No temás -me dijo-. No voy a hacerte daño. Por el contrario, te va a gustar.
Yo, por supuesto, aunque era adolescente, ya tenía en mi haber la experiencia con el sacristán y me di cuenta de que aquel hombre tenía otras intenciones más allá de curarme. Por tanto, esperé a ver que sucedía y no opuse ninguna resitencia.
Él, aprovechándose de mi quietud, continuó sobándome y fue metiendo sus dedos entre la unión de mis nalgas, hasta encontrarse con el orificio de mi culo. Aprovechó la ocasión para darme masaje en el ano, al tiempo que con su otra mano buscó mi pene y me lo acarició con intensidad.
Entonces tuve aquel arranque. Mientras él seguía excitándome, yo de pronto puse mi mano sobre su verga, sintiéndola dura y palpitante. Eso fue suficiente para él: la muestra de mi consentimiento.
Me dio la vuelta y quedé desnudo, boca arriba, con mi verga alzándose poderosa. Él tomó mi pene entre sus labios y comenzó a darme una gran mamada, al tiempo que abriéndose la bragueta, dejó en libertad su propio pene, que también cabeceaba de deseo. Traté de tomarlo con mi mano, pero no alcancé a hacerlo.
Se irguió soltando mi verga, y fue masturbándome lentamente. Al tenerlo más cerca, tomé su pene con mi mano y fui masturbándolo con lentitud.
Me miró con una sonrisa y pude ver el deseo en sus ojos. Siguió masturbándome, hasta que ya no pude más y terminé en su mano, mientras dejaba escapar un profundo gemido. Gruesos goterones de semen brotaron del orificio de mi pene y cayeron al suelo. Entonces, él me soltó y comenzó a lamerse los dedos, tragándose mi leche, al tiempo que, refiriéndose a la masturbación que yo le hacía a él, me dijo:
- Seguí. No parés. ¡Seguí!
Continué en mi labor masturbatoria hasta que él, con un grito gutural, lanzó un chorro de esperma que pegó en mi pierna. Siguió lanzando semen. hasta que se calmó su orgasmo y
con un profundo suspiro se apoyó en el escritorio. Yo dirigí mi atención al semen que escurría por mi pierna y, dejándome llevar por la curiosidad, tomé un poco en mis dedos y lo llevé a mi boca. El sabor me pareció tan agradable, que terminé de limpiarme y tragué todo el semen que estaba a mi alcance.
El médico me miró con una sonrisa y me dijo:
- Mañana miércoles no recibo pacientes, ni viene la secretaria. Yo estoy solo toda la tarde. ¿Por qué no venís? Me gustaría enseñarte una o dos cositas.
Ese miércoles temprano, como de costumbre, fui al colegio. Sin embargo, no me podía concentrar en mis clases. Continuamente volvían a mi mente las escenas del día anterior. Conforme se
acercaba la hora de salida, me iba poniendo más y más nervioso y excitado.
Después del colegio, regresé a casa y almorcé. Aunque sentía una sensación extraña en el estómago y no tenía hambre, comí para no hacer sospechar a mi abuela. Al terminar, me cambié de ropa y, con el pretexto de que tenía que reunirme con unos compañeros para hacer una tarea del colegio, salí de casa.
Caminé rumbo a la clínica, que no estaba muy lejana. Llegué hasta allí y pasé enfrente. Las puerta, como él me había dicho, se encontraban cerrada. Al irme acercando, a cada paso que daba, sentía cómo que algo se me atoraba en la garganta y el corazón se me quería salir del pecho. Al llegar frente a la puerta, me acerqué y temblando como una hoja, oprimí el botón del timbre. Indudablemente el médico me estaba esperando, porque abrió casi de inmediato. Me hizo pasar y cerró por dentro con un cerrojo. Esbozó una sonrisa.
- Estaba seguro de que vendrías -me dijo. Y luego agregó-: Vení conmigo.
Lo seguí por un corredor al interior de la casa y por una escalinata, que nos llevó hasta una habitación en el segundo piso. Abrió la puerta y entramos. Había una cama y algunos otros muebles. El ambiente era cálido, ya que por la ventana entraba de lleno el sol de la tarde. Yo lo miraba con cierto aire de timidez y él me dijo:
- Quitémonos la ropa, para estar más cómodos.
Le obedecí y comencé a desabrocharme el pantalón. Él hizo lo propio. Estando lo dos ya solamente en calzoncillos, él se acercó. Era imposible ocultar la erección que yo tenía y él
sonrió satisfecho. Acarició mi pene con su mano y suavemente, me besó en los labios.
El se quitó los calzoncillos y quedó completamente desnudo
ante mí, mostrándome una respetable erección que inmediatamente monopolizó mi atención. Sin mediar palabra, se acercó a mi y tomó mi pene en sus manos, comenzando a darme masaje y me abandoné a sus caricias. Él me besó y yo tomé la verga de él entre mis manos y comencé a acariciarla. Tras unos
minutos, nos tendimos en la cama y él, con voz suave, me pidió que se la mamara.
Mamar aquella verga me excitó de manera extrema. Cubrí de besos el glande y lo lamí completamente. Tomando el bálano en mi boca, inicié la mamada, sorbiendo y chupando, en tanto él se retorcía de goce y emitía sinceros gemidos de placer.
Mientras se la chupaba él me agarraba por la cabeza haciendo presión como para que no dejara ni un solo centímetro sin mamar. Su excitación iba en aumento y él me hizo suspender la tarea y cambió de papeles conmigo. Apasionadamente, cubrió mi pene de besos y después se lo metió a la boca, iniciando una mamada que en pocos minutos, me tuvo gritando de placer.
Tuve que obligarlo a suspender su labor, para no venirme demasiado rápido. Entonces, el médicoa me besó en el cuello, los hombros, el pecho, las tetillas, el abdomen y bajando por el vientre, llegó hasta mi pene, el que mamó nuevamente con dedicación. Yo, al ver su órgano viril muy cerca, me doblé, hasta apoyar mi cabeza en su pierna y tomando su verga en mi boca, comencé a mamar de la misma manera que él lo hacía. Practicamos el "69" y los dos tuvimos sexo oral durante un rato. Después, él se incorporó, me dio un beso profundo y se montó abierto sobre mí, dándome la espalda. Su trasero quedó directamente sobre mi pubis.
El me agarró el pene y bajo su dirección, empujé hacia arriba y con alguna dificultad, poco a poco lo fui penetrando por el culo. El orificio de su ano estaba tan caliente y apretado, que casi me vengo con sólo sentirme adentro, pero logré controlarme. Nos quedamos quietos un momento y luego empezamos un movimiento de ir y venir, de sube y baja, de mete y saca, en
tanto él se masturbaba con su propia mano.
Aquello era delicioso. El movimiento se fue haciendo más intenso y más furioso, hasta que en muy poco tiempo me sentí sumido en un orgasmo que se vino incontrolable, haciéndome
proferir en fuertes exclamaciones y gemidos de placer.
Después de unos instantes él se incorporó, para desconectarnos. Entonces, me dio vuelta poniéndome boca abajo. Me tomó por las caderas, me levantó el trasero y acto seguido sentí la
cabeza de su pene en mi ano tratando de abrirse paso.
Yo me resistí un momento, pero él más bien me dijo que me relajara, ya que de lo contrario me dolería. De pronto, empujó con fuerza y sentí que ya estaba adentro de mi. Me dolía ligeramente, pero no tanto como para desear suspender la sesión. Más era la sensación de llenura y plenitud. Era tanto el frenesí que me colmaba que no protesté y más bien comencé a moverme. Creo que eso hizo que el placer fuera más intenso y el dolor desapareciera.
Tras un rato, me sacó su verga y me dio vuelta. Al ver su pene tan erecto cerca de mí, quise mamarlo nuevamente, pero él no me dejó. Levantó mis piernas y las colocó sobre sus hombros,
dejando mi abierto ano al aire y libre para que entrara esa verga que, por lo visto, estaba ansiosa. Le pedí que lo hiciera despacio, pero sin hacerme caso, nuevamente me la metió, esta
vez sin piedad, y de un solo empujón estaba dentro.
Me sentí invadido, pero más que dolor lo que sentía era un placer indescriptible.
Estuvo cogiéndome durante unos 10 minutos, y cuando comenzó a aumentar la velocidad, me di cuenta de que estaba a punto de correrse. De pronto me sacó el pene y descargó toda su leche
sobre mi vientre, yo seguí masturbándome y en unos instantes me corrí como nunca.
Él se acostó a mi lado y durante unos momentos nos quedamos en silencio, recobrando el aliento. Luego él tomó un rollo de papel higiénico y comenzó a limpiar los restos de semen que
había en mi piel.
- Me gustás muchísimo -me dijo-. Doy gracias al cielo que ese perro te haya mordido, ya que eso me permitió conocerte.
Luego me besó. Después de salir a la calle, me alejé sabiendo que, el miércoles siguiente, allí estaría yo, tocando la puerta de la clínica.
Autor: Amadeo