Mi despertar

Una nota anónima, hace despertar en mí mi instinto, por un camino que yo no había esperado.

Tengo 21 años. Soy alto y delgado. Hace unas meses tuve unos problemas en la espalda y acudí al médico. Mi constitución es débil y el doctor me recetó unas pastillas para fortalecer los huesos y me recomendó que practicara la natación, para desarrollar algo mis músculos y, sobretodo, ejercitar mi espalda para evitar dolencias futuras. Me asesoró también acerca de qué tipo de ejercicios debería realizar e incluso me recomendó una piscina del barrio. Así que fui allí a apuntarme. En la piscina me informaron que, aparte de la práctica libre de la natación, podía también inscribirme en actividades de ejercicios en el agua, que me irían bien para superar mis dolencias, las cuales les había comentado.

Me presenté entonces al día siguiente por la mañana, unos minutos antes de que empezara la actividad. Había podido encontrar en casa un bañador tipo slip que tenía de hacía ya unos años, y que, aunque algo ajustado, todavía me podía poner bien. Al entrar al vestuario masculino, me sorprendió ver algunos cuerpos atléticos que yo sólo había observado alguna vez por televisión a deportistas de élite, pero sin imaginarme que podían pertenecer también a personas anónimas de nuestro entorno próximo. Vi 2 jóvenes hablando jocosamente mientras se cambiaban. Habían acabado su ejercicio físico y se disponían a duchar. Eran algo más altos que yo, pero enormemente más anchos. Tuve una impresión cuando uno de ellos se giró en dirección a las duchas y vi algo grande balanceándose entre sus piernas. Algo que tampoco había visto nunca de esa manera. También había algún señor mayor y hasta algún abuelito. Me quité mi ropa y me puse mi bañador, a la vez que saqué de mi bolsa una toalla de baño de mi madre que ella me había prestado. Era de un color azul claro con unas flores bordadas. Salí del vestuario hacia la piscina y pregunté al monitor dónde se realizaba la actividad dirigida. Él, un tipo también fuerte que marcaba algo de músculos en su camiseta ajustada, me miró de arriba abajo y esbozando algo así como una sonrisa me señaló la piscina pequeña situada detrás de la grande que había visto nada más salir del vestuario, donde se realizaba la actividad. Me dirigí hacia esa piscina pequeña donde observé ya un grupo de gente entrando en ella. Era una piscina que cubría hasta la cintura. Al llegar allí, me topé con la monitora que me indicó:

Esta piscina es para actividad. Para nadar debes ir a la otra.

Sí, ya sé. Yo vengo para la actividad.

La chica me miró también del mismo modo que había hecho el monitor. Era una chica más baja que yo. Llevaba la misma camiseta del centro por encima de su bañador, marcando unos pechos redondos. Me volvió a observar y me dijo:

Bueno. Pero para ello necesitas un gorro de piscina. No has traído?

Gorro? Nadie me dijo nada.

Lo siento, pero sin gorro no puedes meterte en la piscina.

Yo tengo uno de sobras —oí a una mujer detrás de mí. Si quieres te lo presto.

Gracias.

La mujer entró rauda de nuevo al vestuario y volvió a salir con una pequeña pieza de látex de color rosa.

Venga, que empezamos ya —dijo la monitora. Métete dentro, pero acuérdate de comprarte un gorro para el próximo día.

Agradecí su gesto a la señora que me prestó el gorro y me dispuse a introducirme en la piscina. Mientras hacía cola en la escalera para bajar al agua, me di cuenta de que únicamente había mujeres en esa piscina, la mayoría de mediana edad, aunque también había alguna chica más joven. Me metí dentro del agua y estuvimos por 45 minutos realizando ejercicios. La clase estuvo divertida. No eran ejercicios muy exigentes físicamente. Se trataba de moverse dentro del agua, al ritmo de la música. También realizamos unos ejercicios en pareja donde teníamos que juntar la espalda con nuestra pareja y levantarnos unos centímetros dentro del agua. A mí me tocó con la señora que me dejó el gorro. Era muy simpática, de unos 40 y pocos años y nos reímos un rato mientras ejercitábamos. Al finalizar la clase, Nuria, que era el nombre de la señora, me dijo que se lo había pasado muy bien y que me regalaba el gorro para que no tuviera que comprar otro. Se lo agradecí y me dirigí al vestuario a cambiarme.

La actividad se realizaba los lunes, miércoles y viernes por la mañana. Así que 3 veces por semana iba a la piscina y me metía en ella con las demás mujeres. Algunas iban esporádicamente, pero había un grupito que acudían cada día como yo, entre ellas, Nuria. Poco a poco fui tomando confianza y después de salir de la piscina, nos quedábamos charlando y tomando un refresco en el bar, con Nuria y 3 ó 4 mujeres más. Básicamente, yo no intervenía. Ellas hablaban de sus cosas, de sus maridos, alguna de sus hijos, de alguno de los chicos musculosos que veían en la piscina y en quién se fijaban. Una de ellas, comentó un día, dirigiéndose a mí:

Qué suerte que tienes tú, de poder estar en el vestuario de los chicos!

Todas rieron, yo esbocé una sonrisa. La mujer lo había dicho sin malicia, aunque esto me hizo notar que me tenían confianza como para hacerme bromas así.

Los días fueron pasando y ya las habituales me conocían y me saludaban cuando llegaba. También Sandra, la monitora, que muchas veces me felicitaba por lo bien que hacía los ejercicios. Me decía que estaba bien que hubiera un chico entre tantas mujeres.

Un día, acabada la clase, me fui al vestuario para ducharme y cambiarme y salir a tomar algo con ellas. Me quité el gorro rosa que me regaló Nuria y el bañador y me puse la toalla con flores alrededor de mi cintura como hacía siempre. Después de la ducha, volví a mi sitio para vestirme. En cuanto metí la mano dentro de mi bolsa para sacar mis calconcillos, encontré un papel. Estaba doblado varias veces. Me sorprendió porque no lo había visto antes. Lo desdoblé y había una nota escrita:

Hola,

me gusta tu cuerpo de princesita. Cada día te observo cuando te bañas con todas las mujeres y lo bien que te lo pasas. Luego me fijo cuando te desnudas en el vestuario.

Por las noches, pienso en tu sonrisa, en tu piel fina recién salida de la ducha y en tus nalgas, que siempre me dan ganas de tocarlas. Quiero decirte algo un día, en el vestuario o cuando te veo en el bar con tus amigas, pero no encuentro el momento. Te seguiré observando, hasta el día que tenga la ocasión.

Me gustas

Inmediatamente, una sensación de calor recorrió todo mi cuerpo. No me pude ver en el espejo pero creo que me debí poner totalmente rojo como un tomate. Instintivamente, guardé el papel dentro de la bolsa y me vestí lo más rápido que pude. Cogí la bolsa y salí de allí, sin apenas levantar la vista. Sólo antes de abrir la puerta me giré discretamente y vi varios hombres cambiándose para entrar o salir de la piscina, sin que ninguno de ellos pareciera fijarse demasiado en mí. En el bar, estuve bastante callado, como de costumbre. Al acabar, Nuria se ofreció a llevarme a casa en coche como hacía frecuentemente, si no tenía otras cosas que hacer. En el trayecto, me comentó:

¿Qué te pasa? Te veo muy callado. No tienes color. ¿Te ocurre algo?

Al principio, me daba mucha vergüenza comentarle lo que me había pasado, por eso le dije un no tímido que sonó poco convincente.

Bueno —me repitió. Si quieres, sabes que soy tu amiga y podemos charlar.

Mira… es que me estaba cambiando… —balbuceé—, y me encontré esto en mi bolsa.

Nuria leyó la nota y me miró fijamente:

Y qué piensas, ¿te has asustado?

Sí.

Bueno, no es que sea una nota muy romántica, pero es un admirador.

¿Un admirador?

Cielo… —Nuria se acomodó como para tratar de explicar sus palabras—, verás… tú eres un chico con una belleza especial. Eres muy guapo y tienes un cuerpo bonito. No es extrañó que alguien se sienta atraído por ti.

Pero… esta nota me la encontré en el vestuario. Ha debido de ser un hombre!

Cariño, como te decía, tú tienes una belleza especial. Quizás seas algo inocente y no te hayas percatado, pero aceptarás que no tienes un cuerpo como el del resto de chicos que van a la piscina y de los que a veces hablamos. Tú eres diferente. Tienes una belleza más… más femenina que masculina. Desde el momento en que te vi por primera vez, me fijé en tus rasgos. Tienes la piel suave como la de cualquier chica, eres alto y delgado, tienes muy buen tipo, pero nada de músculo. No me extrañó verte allí con todas las mujeres y la naturalidad con la que te pusiste mi gorro rosa. Cualquier otro chico hubiera tenido reparo a venir con las mujeres, y más aún a ponerse un gorro rosa. En cambio tú, te encontraste tan natural entre nosotras, tan en tu ambiente... Todas pensamos en seguida que eras afeminado y por eso nos caíste tan bien y hablábamos de nuestras cosas con toda confianza, como si fueras una más.

Yo seguía su charla, petrificado, mirando hacia delante, luego bajando la mirada.

La cuestión es —prosiguió Nuria—, ¿cómo te sientes tú?

¿Cómo me siento yo?

En ese momento, pasaron por mi mente imágenes furtivas de mi pasado: una representación en el colegio, de pequeño, donde tuve que hacer de princesa; una vez que mi ropa se echó a perder y mi tía me prestó unos tejanos de mi prima; un carnaval, algo más mayor, donde una amiga me convenció para que fuera vestido de mujer… Eran momentos que habían estado ahí, que los había disfrutado como algo divertido, pero que no habían pasado a más. Ahora, todos ellos volvían, junto con la nota del vestuario y la charla de Nuria. Nunca me había planteado realmente acerca de mi sexualidad, sexualidad que, por lo que decía Nuria, parecía más evidente para las otras personas.

Tú tranquilo. Piénsalo esta noche y el próximo día verás.

Aquella noche, apenas pude dormir. Sobre la oscuridad de mi habitación, recordaba continuamente la nota, que aún conservaba en mi cartera, y sentía el mismo calor que me vino al encontrarla y leerla por primera vez. Nunca había tenido novia y no había estado demasiado interesado en encontrar. Pero jamás me había planteado salir con un hombre. En cambio, ahora, el hecho que un hombre se sintiera atraído hacía mí, me provocaba una sensación que no había tenido anteriormente.

Dos días después, volví a la piscina. Hice mis ejercicios habituales, como siempre, con Nuria como compañera. Ésta me había preguntado qué tal me sentía, si ya se me había pasado el trasiego del otro día. Al acabar, me dirigí al vestuario y, como cada día, fui a ducharme antes de salir. Al regresar, me encontré una nueva nota en mi bolsa:

Hola,

el otro día te observé cuando leíste mi nota y vi que te ruborizaste. Lo siento. No pretendía incomodarte. Verás, es cierto que me gustas y me siento extraño porque nunca me había sentido atraído por un chico, pero tú eres especial. Pero me da mucho corte dirigirme a ti directamente. Por eso te dejé la nota.

Cuando leas esto, habré salido y te esperaré en la puerta de salida. Cuando estés en el bar con tus amigas, mírame. Si quieres que nos conozcamos, acércate y charlamos. Si no, mañana mismo me daré de baja y no volverás a verme.

Hasta luego

Otra vez subió la temperatura de mi cuerpo. En esta ocasión, sin embargo, me encontré más tranquilo. Habían pasado dos días desde la sorpresa inicial y había podido calmarme. Recogí mis cosas y me dispuse a encontrar a Nuria y el resto de mujeres, en la misma mesa del bar que siempre ocupamos. Cuando llegué, me senté y eché una mirada a la puerta del local. Allá había un hombre, de unos 40 años, mirándome fijamente. Me sonaba su cara de haberlo visto alguna vez en el vestuario, creo que hasta alguna vez se cambió a mi lado, pero nunca habíamos hablado. Tenía un cuerpo atlético, alto y bien afeitado, pelo corto ligeramente ondulado. Es de lo que pensaba que podría ser considerado como un maduro atractivo. No sé por qué, pero su mirar despertó en mi un sentimiento de ternura. Después de unos segundos en que parecía me encontraba congelado, el comentario de una de las mujeres me hizo volver en mí:

¿Os habéis fijado en el bombón de la puerta? ¿No es el que te gusta a ti, Laura? Está mirando hacia esta mesa

Disimulé y aparté mi mirada de la puerta, mientras las mujeres sonreían. Unos segundos después, volví a mirar y observé cómo el hombre se daba media vuelta y se disponía a salir a la calle. En aquel momento, sentí mucha pena. Pensé que iba a hacer lo que me advirtió en su nota y que nunca más lo volvería a ver y me sentí culpable. Tanto, que conté una excusa para irme y salí a la calle:

Nuria, recordé que he de hacer un recado. ¿Me pagas mi coca cola?

Claro, cielo —me contestó Nuria, mientras me miraba con unos ojos interrogatorios.

Salí a la calle y miré a ambos lados sin encontrar a ninguna persona. Avancé unos metros para llegar al cruce. Parecía que el hombre se había marchado más rápidamente de lo que había salido yo. Me giré nuevamente, como para volver a la puerta de la piscina y un coche paró en seco a mi lado. Miré a la ventanilla y allí estaba él, observándome.

Hola —me dijo.

Hola.

Entonces, ¿saliste a buscarme?

Eh… sí.

¿Quieres que te lleve a algún sitio?

Y, sin saber cómo, me encontré subido en su coche. Él me miró:

Mira, siento haberte asustado el otro día. Yo también estoy nervioso.

¿Nervioso? Yo estaba como un flan! Me encontraba dentro del coche de un desconocido que me había enviado un anónimo diciendo que le gustaba!

Desde que te vi, me gustaste. Es la primera vez que me pasa esto con un chico. No soy gay. Pero tú eres tan… tan… femenino. Me atraes. Perdona que sea tan directo, pero es algo nuevo para mí. Me gusta tu cuerpo y me encanta cuando te veo reír con tus amigas.

Yo no sabía qué decir.

No quiero intimidarte. Ya es bastante difícil para mí. Si quieres, paramos a tomar algo y charlamos.

Paramos en un bar y ahí me estuvo explicando su vida. Me dijo que estaba casado, pero que de hacía unos meses, no estaba bien con su mujer, hasta el punto de no tener vida sexual. Tenía una hija de 3 años. No quería tener problemas en casa, pero sí que le gustaría seguir viéndome si a mí me parecía bien. Yo le dije que no me importaba. Así que a partir de ese día, Víctor, que era su nombre, me acompañaba en coche a casa. A la salida del vestuario, me despedía de Nuria y las demás mujeres y me iba con él. Las chicas estaban sorprendidas, pero contentas por mí. Desde el día siguiente, cuando Nuria, durante los ejercicios, me interrogó y me dijo que a dónde había ido con ese tipo tan guapo —ella me vio subir en su coche al salir—, fue un secreto a voces entre nuestro grupito. Con Víctor, salíamos siempre a tomar algo pero solamente hablábamos. Yo le expliqué que vivía con mis padres y que también me sentía a gusto con él. Un domingo, quedamos para ir juntos a la playa. Estuvimos tomando el sol y luego me invitó a comer. Le di mi teléfono, y a veces me llamaba por las noches. Empecé a sentir dependencia de él, hasta el punto que si algún día el no podía venir por trabajo, yo lo echaba a faltar. Al cabo de unas semanas, ya hasta se sentaba un rato con mis amigas y luego nos íbamos juntos. Mis amigas sonreían y me preguntaban qué hacíamos y dónde me llevaba. Nunca nos besamos, pues nos daba vergüenza a ambos. A lo sumo, me cogía la mano cuando estábamos en el coche. También me decía cosas como que no sólo era muy guapo sino también muy dulce y que seguro que era muy cariñoso y que le gustaría poder acariciarme públicamente sin temor a que nos viera la gente. Nuria me daba consejos de cómo tenía que comportarme con él, de cómo eran los hombres y así. Yo me sentía con él en el cielo.

Un día me dijo que su mujer y su hija se iban a ir al pueblo de su madre durante la semana santa y que podríamos quedarnos en el chalet que tenían en una localidad cercana a la capital. Yo no tuve problemas en aceptar y en decirle a mis padres que iba a casa de un amigo (en realidad, eso era cierto, sólo que quizás era más que amigo). Cuando se lo conté a Nuria se puso muy contenta.

Bueno, cielo. Quizás ahora veas realmente cómo te sientes.

El día señalado, Víctor me recogió a la salida del gimnasio y fuimos directamente al chalet. Nada más llegar allí, nos metimos dentro de la casa. Yo quería coger la bolsa que había traído con algo de ropa pero él me dijo que no la necesitaría.

¿Por qué?

Verás… corazón… me gustas mucho, cómo eres, tu físico, tu carácter… pero me gustaría que dieras un paso más.

¿Un pasó más?

Cariño, te siento como si fueras una mujer. Quisiera verte como mujer. Si no quieres, no pasa nada, lo aceptaré, pero si te apetece probar, tengo un montón de ropa de mi mujer que seguro que te sentaría genial.

Volví a quedar parado delante de él. Mientras me decía esto, me había rodeado con sus brazos como nunca antes había hecho, por temor a miradas ajenas. Allí, en la intimidad de su hogar, me acarició la mejilla para darme un dulce beso en los labios y entonces me volvió a preguntar:

¿Te apetece?

Sentí una sensación especial , en ese momento comprendí muchas cosas que me había explicado Nuria sobre mí. En ese momento, con sus labios todavía tan cerca de los míos, comprendí que me sentía muy mujer, sin saber lo que ello significaba ni cómo explicarlo. Rodeé su cuello con mis brazos y volví a ofrecerle mis labios húmedos de su saliva, cuando él me contestó con otro maravilloso beso que parecía me iba a hacer volar. Cogido por la cintura, me llevó hasta la habitación donde había una cama grande y un armario del que abrió una de las puertas.

Mira si encuentras algo que te guste. Te dejo sola. Cuando estés lista, sales.

El hablarme en femenino provocó en mi una excitación especial. Me dio un nuevo beso en la boca y abandonó la sala.

Empecé entonces a nadar entre todo ese mar de ropa femenina que miraba con fruición. Durante las últimas semanas me había sentido diferente, siempre especial, querida, y justo en el momento en queme dio el primer beso, entendí hacia dónde iban esas sensaciones y cómo quería encauzarlas. Así que me desnudé, tomé un baño y empecé por ponerme unas braguitas negras de lycra con encaje y unas medias. Encontré una falda que me gustó, ajustada hasta las rodillas y el sujetador que iba en conjunto con las braguitas. Me di una vuelta al espejo para ver cómo me quedaba la ropa.

Entonces, después de probarme multitud de suéteres y blusas, encontré una plateada que me encantó. Pasé de nuevo al baño y me di un toque suave de maquillaje. Al mirarme al espejo mientras me pintaba los ojos, vi mi cara femenina como la de cualquier chica que se preparara para salir. Me pinté también los labios y me di una última mirada al espejo.

Cuando salí, él se me quedó mirando por unos instantes.

Estás preciosa —me dijo.

Gracias.

Sacó una rosa de un jarrón y me la dio.

Pensaba preparar algo de cenar aquí, para estar a solas, pero tan guapa como vas, me gustaría salir a cenar fuera. ¿Te parece?

Y así salimos, como un hombre y una mujer enamorados, cogidos de la mano, abrazándonos, besándonos. Me llevó a un restaurante donde el encargado nos asignó una mesa escondida y con velas. Todo el mundo me trataba como una mujer y hasta se acercaron unos músicos para tocarnos una balada romántica. Yo seguía llevando conmigo la rosa que me había regalado antes en su cosa.

Al llegar a casa, me abrazó y me llevó hasta la cama, donde me depositó suavemente para ponerse encima mientras me besaba. Me despojó de la blusa y la falda, me giró sobre mí misma y, siguiendo encima mío, me hizo experimentar lo único que me faltaba para ser y sentirme una verdadera mujer.