Mi despedida de soltera
En mi despedida de soltera empecé a probar el sexo con mujeres de mano de dos amigas.
Mi nombre es Isabel. Soy una chica que cumple ahora veintiséis años. Hace dos años me casé con mi novio. La verdad es que mi novio está al margen de esta historia que tuvo lugar la noche de mi despedida de soltera.
Mi despedida de soltera comenzó un viernes por la tarde. Mi novio trabajaba en Barcelona y yo estaba en una lejana ciudad del sur, pro lo que él no pudo asistir. A mi despedida de soltera invité a todos mis compañeros de trabajo, mis hermanos y mis amigos.
Fuimos a un bar de unos amigos, que al ser mediodía estaba cerrado. Fueron llegando mis invitados, unos antes y otros después. Las chicas llegaron más tarde por que fueron a arreglarse un poco a su casa. Nos íbamos reuniendo, intercambiábamos los saludos y nos íbamos acomodando de pié delante de una gran mesa donde había un gran surtido de comida. No faltó la cerveza y el ambiente se fue alegrando.
A la hora y media la gente empezó a dejar la cerveza para ir a bebidas mayores y yo, que hacía un poco de relaciones públicas me fui animando con mis invitados. Comenzamos a bailar. Era invitada a bailar por mis compañeras. Cuando la tarde estaba ya bastante animada, mis compañeras de trabajo me entregaron mi regalo: un juego de picardías muy atrevido. Un gracioso pidió a voces que me lo probara. Me sonrojé.
El regalo era idea de Rosa, aquella chica de treinta y tantos años e ideas liberales. Era psicóloga como yo. Una rubia de mandíbula cuadrada y no muy alta. Sus ojos eran marrones, y tenía una mirada penetrante. No me gustaba demasiado, por que la verdad es que me asustaba su fuerte personalidad. Rosa tenía como comparsa a otra compañera, una mujer de treinta y seis años, casada con un hombre maduro y que le había inculcado además sus ideas progresistas y liberales. Se llamaba Laura. Lo que le faltaba a Laura era juntarse con Rosa.
Soy una chica alta y delgada, aunque tengo un culo y unos pechos bonitos. Tengo el pelo rizado, marrón y largo. Mi marido dice que soy muy elegante, a pesar de que no puedo ocultar mi look de universitario de ideas abiertas. Ese día, por ejemplo, a pesar de ser la protagonista, iba vestida con un vaquero y una camiseta.
El alcohol hizo que más de una perdiera la vergüenza y se pusieran a bailar de forma insinuante. Hacían las chicas competiciones por contornearse exóticamente y los chicos parecían chiquillos que jugaban entre ellos a empujarse y se gastaban bromas.
Conforme las horas pasaban nos íbamos quedando un grupo más reducido. Pronto me ví acompañada en un pub de un grupo en el que había varios chicos y chicas. Entre ellas estaban Rosa y Laura. Del Pub fuimos a la discoteca. EL grupo ahora lo formaba yo, Rosa, Laura, una chica y dos chicos más. Todos bailaban menos yo y Rosa, que se dirigió a mí de manera suave para pedirme algo - ¡Ay, Isa! ¡Me tienes que dejar que vea como te queda eso!.- Me dijo refiriéndose al atrevido conjunto que llevaba en mi bolso.
Mientras me lo decía, había cogido mi mano suavemente. Aunque en parte me sentía en deuda con ella por el regalo y meneé la cabeza dando un consentimiento que no me comprometía en realidad a nada. Miré a Rosa y sus ojos parecían arder de deseo de verme. Me desconcerté y salí a bailar aprovechando una nueva canción.
Miré hacia Rosa. Hablaba con Laura y miraban hacia la pista, hacia mí. Yo bailaba transportada por la ginebra de mi combinado. Al rato Rosa nos animó a buscar un sitio más tranquilo. Se las apañó para que yo y Laura nos fuéramos en su coche mientras los otros tres se iban por su cuenta, La ví desconectar su móvil. Yo no llevaba el mío.
Me fui percatando de que no nos dirigíamos hacia el bar tranquilo que habíamos acordado, sino por una carretera alumbrada pero solitaria. Rosa comenzó a hacerse un canuto. Yo no suelo fumar, pero era un día especial. Yo pensaba que iba a ser un día muy triste en el fondo y en cambio, me lo pasaba bien. Le pegué varias caladas. Estoy en una ciudad donde por la cercanía a Marruecos, es fácil encontrar qué fumar.
Sentí una mano en mi muslo. Estaba sentada en el asiento del copiloto. Era la mano de Rosa, que estaba a mi lado. Me volvía a insistir en si me probaría el conjuntito, pero yo acerté a contestarle que no sabía donde cambiarme. Rosa me indicó que podía irme detrás. Yo me negué. Me parecía una idea absurda. La mano de Rosa cada vez se acercaba más a mi ingle y yo no era capaz de oponer resistencia.
Laura, desde detrás tuvo la idea de que les enseñara mi casa, donde me iría una vez me casara. La verdad es que no se la había enseñado y estaba ya montada. Rosa se dirigió hacia allí con el coche. Ellas sabían que llevaba una llave en mi bolso. Insistían en qué mejor sitio para acabar la noche que la tranquilidad de la casa. A mi me atormentaba la idea de que me dejaran un montón de vasos sucios y de cigarrillos aplastados en el cenicero. Me prometieron no fumar. -¡Salvo uno de estos más!.- Me dijo Rosa mientras me señalaba un papel de fumar vacío.
Subimos al ascensor. Rosa estaba detrás mía y me cogía de la cintura y a mí me preocupaba lo que me pudiera pedir Rosa y lo que Laura pudiera pensar. Luego tocó abrir la puerta. Yo no atinaba y para colmo, Rosa cometió la insolencia de besarme y mordisquearme el cuello mientras Laura se reía. Me ponía nerviosa y el alcohol me hacía errar una y otra vez hasta que protesté.
No les podía negar un sorbito de whisky en un baso repleto de hielo y luego Rosa comenzó a hacerse su cigarrillo y a pasarlo a un lado y otro. Yo fumaba para que ellas no se lo fumaran todo y les hiciera más efecto. Luego Rosa volvió a repetirme su deseo y ya no me pude negar, así que fui a mi dormitorio y me puse aquel minúsculo y trasparente sujetador y aquellas bragas, haciendo juego en tamaño y trasparencia.
Me dirigí al salón donde ambas expresaron su satisfacción y admiración. Me miraban de arriba abajo y me sentía observada mientras a petición suya me daba la vuelta.
Me senté en el sofá pues cada una había tomado posición en un sillón, y entonces Rosa se puso a hablar de la forma en que lo hacía con su marido con el mayor descaro. Laura le seguía el juego. Luego me tocó a mí confesarme.
Rosa me preguntaba. -¿Hacéis el sesenta y nueve?.-
-¡¡No!!.- Le respondí escandalizada.
-¿Nunca te ha pedido que te la chupe?- Me preguntó Laura. Me puse colorada. Al final le respondí que a mi me daba un poco asco.
-¿Y el te lo ha coido alguna vez?.-
-¡Jesus, Laura, Qué cosas tienes!.-
Rosa retomó la ofensiva. -Entonces será un follador ¿No?.-
Nadie me ha explicado que significa eso pero no hace falta en realidad. Es bastante ardiente. No creas que va directo al grano. Me hace muchas caricias y me da besos.-
-Pero ¡Es follador!.-
Mujer, Rosa. Pues es hombre, así que le gusta.-
¿Te ha dado por detrás alguna vez?.- Retomó la conversación Laura. Empezaba a enfadarme y lo notaron. Entonces Rosa se sentó a mi lado de un brinco y volvió a posar su mano sobre mi muslo, pero pasando su otro brazo por encima de mis hombros. Por lo menos sabemos que es besucón ¿No?.-
Yo callaba mientras Rosa cruzaba la línea fronteriza que separa la amistad del sexo - ¿Te hace esto tu maridito?.- Me dijo antes de meter la punta de su lengua en el agujero de mi oreja. Sentí un escalofrío y miré de reojo a Laura, que se levantaba y se acercaba lentamente a mí, hasta ponerse frente a mí. Me agarró de la barbilla y me alzó la cara hasta que nuestros ojos se cruzaron.
Rosa seguía lamiendo mi oreja mientras su mano se posaba sobre mi vientre cubierto por la delgada y suave tela de las minúsculas bragas. Laura me bajó uno de los tirantes del sujetador mientras con la otra mano sostenía mi cara y Rosa pareció percatarse de ello porque hizo lo mismo con el otro tirante. Yo luchaba por mantener los tirantes en su sitio, pero al final me tuve que conformar con cruzar mis brazos sobre mis pechos para evitar que las copas del sostén cayeran.
Rosa tomó el relevo de la mano de Laura en mi barbilla y me hizo girar la cara casi a la fuerza, apretando la mano en mi quijada, haciendo que mi boca se abriera y fundió sus labios con los míos mientras Laura se sentaba al otro lado del sofá y comenzaba a darme besitos en la nuca y en el cuello. Sentía las palmas de sus manos sobre mis muslos y yo cerraba mis muslos en un gesto instintivo de autodefensa, aunque sus dedos se colaban entre mis muslos y unas cosquillas insoportablemente deliciosas me invitaban a abrir mis piernas.
Laura tiró de mi cuerpo hacia detrás y me tumbó sobre el sofá, poniendo mi cabeza en su regazo. Entonces tomó mis brazos y entre las dos me lo separaron. Me puse a sollozar, a pedirles por favor que me dejaran, pero sin querer alzar la voz. Era inútil. Rosa y Laura separaron mis brazos y mientras Laura me los mantenía separados, Rosa, que estaba colocada entre mis piernas, al fin abiertas como respuesta a un intento de recuperar el equilibrio perdido, abría el broche delantero de mi sostén y liberaba mis pechos. Rosa comenzó a magrearme los pechos de manera indecente mientras yo me agitaba. Miraba como se movían mis pezones entre sus dedos y al fin me dijo -¡Vamos a ver si tu marido te hace el amor bien o no! ¡Te vamos a dar para que puedas comparar!.-
Me estiré hacia detrás al sentir la lengua de Rosa sobre mis pechos blancos. Sentí erizarse mis pezones de color marrón al tacto empalagoso de su lengua. Rosa aprovechó para morder mi barbilla. Una de las manos de Rosa abandonó mis pechos y la sentí agarrar mis nalgas fuertemente, introduciendo las yemas de sus dedos por debajo de mis bragas. Sentía hundirse sus dedos en mi nalga, no obstante que por mi postura, las apretaba para arquear mi cuerpo.
Laura no me soltaba y ahora buscaba mi boca con la suya sin encontrarla, pues yo me resistía aún a salir del armario de una forma tan improvisada y forzada. Rosa bajó su cabeza por mi vientre mientras colocaba sus dos manos por detrás de mis piernas en ambas nalgas. La sentí tirar del borde superior de mis bragas y cómo estas se enrollaban poco a poco hasta dejar mis nalgas desnudas y luego, deslizarse por mis muslos hasta las rodillas. Sentí su aliento sobre mi sexo y de repente Rosa hundió su cara en mi sexo. Lo sentí levemente penetrado, tal vez por la lengua o tal vez por la nariz. Gemí, por miedo, pues en realidad la sensación era muy placentera. Laura aprovechó para morder mis labios con los suyos. Me dí cuenta que mi lucha decaía.
-¡Te vamos a convertir en una puta con la que tu marido pueda gozar, niña remilgada!.- Me dijo Rosa levantando la cara momentáneamente. Mis piernas se abrieron, mis muslos se relajaron y mis brazos se quedaron inertes. Laura me comía la boca mientras Rosa pasaba la punta de la lengua entre otros labios, buscando mi crestita. AL ver que ya estaba vencida. Laura soltó mis manos y pasando una mano por encima de un hombro y la otra por debajo de mis brazos, me hizo notar la fuerza de la palma de sus manos sobre mis pechos. Laura me modelaba los pechos como queriéndolos contener en su mano.
Rosa lamía mi clítoris mientras jugueteaba con su dedo alrededor de mi sexo. Me avergüenza reconocer que se lo pedí- ¡Métemelo! ¡Métemelo, pro favor!.-
Rosa se apiadó de mí y me metió el dedo despacio. Sentí dentro como se introducía hasta la segunda falange y el sentirlo agitarse en mi interior fue la causa determinante de que mi excitación desencadenara en una serie de gemidos que no deseaba emitir, pero que al lanzarlos al aire eran como las "os" del humo de un cigarro.
Quería pedir ahora piedad pero no conseguía articular esa palabra y a Rosa parecía que le reconfortaba mucho sentirme agitarme pro el orgasmo y mantenía su dedo dentro como si deseara de esa forma controlar mi placer. Sólo cuando quedé sobre el sofá tendida, desfallecida, retiró su dedo de mi sexo.
Rosa y Laura comenzaron a decirme cosas bonitas. Celebraban lo bien que me había corrido. Yo me acurrucaba poniendo mi cabeza sobre la cabeza de Laura. Las caricias de Rosa ya no me sonaban a sexo.
Estuvimos así un rato. Yo pensaba que quizás ambas habían conseguido su objetivo, pero me equivocaba. La noche sería larga aún.
EL caso es que mientras yo descansaba, incluso llegue a dormirme sobre las piernas de Laura, Rosa se tomaba la libertad de ver mi casa.
Me desperté, seguramente al cabo de unos veinte minutos. Rosa me hacía cosquillas en la oreja con un mechoncito de mi pelo. Al abrir los ojos, las dos se rieron nerviosas. Estaban desnudas y eso me chocó de principio. Tiraron de mi hacia el pasillo. Como os digo, la casa estaba prácticamente preparada para ser habitada. Me llevaron hacia el cuarto de baño del dormitorio de matrimonio. Yo me dejaba arrastrar por aquellas mujeres que aunque me ganaban en algunos años, yo las ganaba en altura.
La ducha de mi dormitorio estaba separada por una mampara. Laura se metió conmigo y yo dejé que me acariciara con la esponja llena de espuma. Laura me frotó la espalda, pero luego pasó la esponja por las nalgas y entre ellas. Me llenó los muslos de espuma que el agua se encargaba de hacer desaparecer, y luego el vientre y los pechos. Lo hacía mirándome a los ojos. Yo no sabía a donde mirar. Finalmente le consentí que metiera la esponja entre mis piernas para que me llenara la entrepierna de espuma.
Miré a Rosa, que nos espiaba desde el otro lado de la mampara. La miré como retándola y Rosa recogió el guante y se unió a nosotras dos. Pronto Laura se deshizo de la esponja. El agua estaba muy caliente y el estar las tres juntas contribuía a hacer que sintiera el ambiente más asfixiante. Sentía sus manos, suaves sobre mi piel mientras sus labios comenzaron a beber el agua que se derramaba por mi cuerpo.
Volví a sentir sus labios en mis pezones y sus manos deslizarse entre mis muslos, agarrarme los pechos. Sus cuatro manos y dos bocas recorrían todo mi cuerpo. Yo sentía sobre mi nuca el agua caliente, que luego se resbalaba por mi cuello. Laura estaba detrás mía. La sentí agarrar mis nalgas y separarlas. Solté una exclamación al sentir el cosquilleo que me producía su lengua jugueteando en mi ano. Rosa me abrazó y nuestros pechos tropezaron con una suave torpeza.
No tuve más remedio que aguantar el estímulo anal de Laura, pues Rosa, con su abrazo me impedía evitarlo. Me besaba con fuerza hasta que terminé entregada a sus besos, disfrutando ahora de la excitación que Laura me proporcionaba. Laura se deslizó por mi cuerpo y se colocó de rodillas delante de mí. Pronto comencé a sentir las dos lenguas, delante y detrás.
Colocaba cada una de mis manos sobre cada cabeza, intentando controlarlas de alguna manera. Laura echó mano al jabón de forma ovalada y la sentí restregarme con el entre las nalgas. Casi puedo decir que me lo intentaba meter. Pronto comprobé que su intención era dejar mi piel resbaladiza, cuando sentí su dedo atravesar mi ano. El agua me caía ahora en la cara y se deslizaba por mi cuello hasta mis pechos.
Rosa se animó y metió a su vez su dedo en mi sexo, sacándolo y metiéndolo con lentitud, mientras su boca seguía enganchada a mi clítoris. Laura se levantó sin dejar de meter el dedo en mi culo y se colocó detrás mía. Me recosté sobre ella y ella puso el otro brazo en mis pechos, agarrándome mientras me besaba el cuello y me chupaba la cabeza. El chorro de agua caía sobre mi vientre y Rosa me follaba con el dedo y la lengua. No lo pude aguantar más y me volví a correr, haciendo un esfuerzo por mantener mis piernas rectas. Tuve varios orgasmos, uno tras otro, pues Rosa no me dejaba en paz.
Estuvieron besándome y besándose entre ellas durante varios minutos, debajo del agua caliente, en cuclillas, hasta que decidimos salir.
Entre caricias nos secamos unas a otras con las toallas. Estabamos cansadas, especialmente yo, así que tomamos posición en la amplia cama de matrimonio. Cabíamos las tres apretándonos un poco. Yo estaba dispuesta a ocupar la posición de honor, pero Laura decidió recompensar a Rosa comiéndole el coño. Yo contemplaba como Rosa abría las piernas para recibir la cara de Laura y esperaba el momento y ayudaba a que llegara acariciándose ella misma los pechos y su vientre. Recuerdo que yo misma la acaricié, pero eran caricias de ánimo, no sé, de amiga. Nunca había visto a una mujer correrse y Rosa me pareció hermosa mientras lo hacía.. Después llegamos al consenso tácito de descansar al menos hasta despertar de una primera cabezada.
Me desperté al sentir a una de ellas sobre mí. Yo estaba de cara al techo y al abrir los ojos descubrí a Laura. Tenía puesta cada una de sus piernas a ambos lados de mis muslos. Estaba de rodillas y tumbada sobre mí. Sentía sus pechos en los mías y su vientre sobre el mío. Sus hombros estaban a la altura del mío. Me cogió los brazos y me agarró de la muñeca. Se empeñó en darme un beso. Era ridículo que me negara ya.
Su boca me sabía a la ginebra de los combinados que habíamos bebido. Laura comenzó a moverse sobre mí, a dejar que nuestros pechos chocaran, a sentir ambas la suavidad de su piel, la caricia deliciosa de nuestras masas. La ví arquear la espalda y sentí separarse su vientre mientras se empeñaba en mantener selladas nuestras bocas. Sentí la madeja de pelos de su sexo sobre los míos y la humedad de su sexo embarduñar el vello de mi monte e Venus. Se movía a un lado y otro.
Me soltó las manos y mientras yo me agarraba a su cuello, ella tomaba con fuerza mis senos, para luego pellizcar repetidamente mis pezones. Los sentí abrasarse, endurecerse. Me excitaba sentir cómo se masturbaba contra mi cuerpo. Cómo me utilizaba para proporcionarse el placer necesario.
Rosa debió de entusiasmarse al vernos e incorporándose ligeramente colocó su mano en la espalda de Laura y la deslizó hasta que al ver la cara de sorpresa y placer de Laura comprendí que había introducido un dedo en su sexo. Laura dejó de besarme. Alzó el cuello y apoyó los codos en el colchón. Se movía mecánicamente, Su cuerpo recorría el mío en busca de la mano de Rosa y huyendo como la marea. Nuestros pechos se restregaban, se frotaban como dos bolas de mantequilla.
Laura volvió a buscar mi boca. La noté besarme brevemente casi con violencia hasta que finalmente no aguantó más y volviendo a alzar el cuello, emitió una serie de ahogados alaridos de placer.
Laura quedó tumbada sobre mí. Yo, que comprendía su zozobra le besaba en la sien mientras ella lamía mis pezones como si de un cachorrito se tratara. Rosa no tardó en reclamar su puesto.
Rosa fue directísima. Se puso de rodillas sobre mi cara, pasando sus pantorrillas por debajo de mis hombros. Nunca había tenido una visión así de un coño. Me parecía hermoso. El misma se separó los labios de la almeja y pude ver su clítoris, en el extremo delantero de su sexo. Detrás se veía su sexo que se perdía entre sus nalgas. Alcé mi cara poniéndome sobre la almohada y empecé a restregar mi lengua sobre el húmedo sexo de Rosa. Lo hice como me hubiera gustado que me lo hicieran a mí. Laura decidió que podía echarnos una mano y pronto sentí de nuevo mi sexo lamido por una lengua.
Yo comprendí que lo único que tenía que hacer era trasmitir con mi lengua las sensaciones que yo misma recibía. Y de esta forma no sentí ningún remilgo al meter mi lengua entre los labios del sexo de Rosa, pues en ese momento yo sentía como los míos se separaban para recibir la lengua de Laura. Agarré las nalgas de Rosa y me tomé la libertad de separarlas, lamiendo la parte trasera de su sexo, aunque sin atreverme a mojar su ano con mi saliva.
Atrapé su clítoris con mis labios al sentir el mío atrapado y dí un tironcito, ni más no menos fuerte que el que Laura me dio a mí. Rosa resistió menos que yo. Sus jugos llenaron mi boca cuando su sexo, por el efecto de las convulsiones de su cintura recorrían mi barbilla. Rosa so movía sobre mi boca pausadamente, armoniosamente, casi con suavidad. Sus jugos me sabían a almíbar mientras acariciaba mi cabeza.
Laura paró de lamerme. No me había corrido y intuyendo mis anhelos me pidió paciencia. Coincidió con Rosa en que había llegado el momento. No sabía a que se referían. Incluso temí que mi futuro marido apareciera por la puerta. Rosa vió una monedita sobre el aparador y las dos eligieron cara y cruz. Ganó Laura, que se retiró con una extraña sonrisa de satisfacción. Rosa me entretuvo mientras, durante unos minutos acariciando mi espalda y mis nalgas. Me pedía una calma que no comprendía..
Noté que Laura entraba en el dormitorio. La miré. Me quedé sorprendida, asustada al verla aparecer armada como un hombre. Efectivamente. Debían llevar escondido en el bolso aquello. Era un juego de correas que se agarraban a los muslos y la cintura y del que prendía, casi horizontal un pene rosa intenso, largo, casi amenazador. Mi rpimera reacción fue escaparme, pero Rosa me agarró las manos.
Yo me negaba casi llorando. Me negaba a ser tomada de aquella forma. Mi error fue intentar incorporarme, pues al recoger mis rodillas, Laura aprovechó y se colocó de rodillas detrás mía. Rosa me agarraba decididamente y yo me intentaba rebelar. No quería gritar, pues hubiera creado una situación muy difícil de explicar, así que decidí luchar físicamente, pero ellas resultaron más fuertes. Sentí un fuerte tirón de pelo que hizo que mi cuello se doblara hacia detrás. Mi columna se combó y la sensación decidida de la mano de Laura en la cadera casi me hizo desistir de cualquier lucha.
Rosa sustituyó a Laura en la posesión de mi mata de pelo y Laura utilizó su mano para cerrarla sobre el pene. Apuntó y la cabeza de aquello se metió dentro de mí. La sentí en mi sexo, escurrirse hacia mi interior, penetrarme cada centímetro hasta sentirme totalmente ensartada. Una brisa fría recorrió mi espalda estaba sudando.
Decidí aguantar aquello. Era lo único que podía hacer. Me relajé y dejé que Laura me cogiera a ambos lado de las caderas y me llevara hacia ella tan pronto como me alejaba de si vientre unos centímetros. Aquello producía, junto a su movimiento de cintura, que su pene recorriera mi sexo, una y otra vez.
Comprendí que el único objetivo de aquello era hacer que me corriera, y que su placer era verme sentir placer a mí, así que ya no me conformaba con aguantar. Me moví contra el vientre de Laura. Cerré los ojos e imaginé que era mi marido quien me follaba, aunque no imaginaba un sustituto para la mano de Rosa que me manoseaba los pechos., pero en un segundo pensé que aquella situación, en realidad me hacía gozar y decidí disfrutar del momento. No era otra que mi compañera de trabajo, en realidad una de mis jefas, Laura, la que me metía y sacaba aquel consolador, a mi me gustaba.
Un cosquilleo incesante recorría mi vientre, mis pezones, un hambre extraña, un sopor insoportable me atenazaba la nuca y recorría como un agradable hormigueo mi columna. Mis rodillas desfallecían , mis manos sentían la necesidad de tocarse. Apreté los labios, miré hacia detrás y la vi apretando los dientes , esforzándose por cumplir como un hombre. Suspiré con fuerza varias veces hasta que sentí como si un volcán reventara dentro de mí, como si un terremoto me agitara y ya sólo me preocupé de aprovechar las sensaciones agradables del torrente de placer físico que recorría mi cuerpo.
Rosa y Laura me dejaron allí, en el piso. La verdad es que en aquel momento no se si habría podido aguantar el que me llevaran a casa. Lo cierto es que al lunes siguiente estaban como si nada, mientras yo me moría de vergüenza y vinieron a mi boda, como si no hubiera pasado nada.
Yo, la verdad es que la noche de boda, mientras mi marido me hacía el amor, me puse a cuatro patas, y cuando mi marido se puso detrás de mí, imaginé que era Laura, o Rosa, o esa chica de la oficina de al lado, la que estaba detrás mía, metiendo y sacando un consolador.