Mi desayuno

El perro, siempre es el mejor amigo de un Amo (o Dueña).

En el suelo de parqué, resonaban los zapatos con tacón metálico. Avanzaba envuelta en su traje de látex negro. Iba con una coleta cogida por unas gomillas rojas y en su mano derecha llevaba una pequeña fusta acabada en una pequeña mano plana, mientras que en la izquierda llevaba un cubo metálico con agua.

Giró la llave de la puerta de la habitación que había al fondo del pasillo. Escuchó abrirse los cerrojos dobles y penetró en ella. Una leve luz se filtraba entre los visillos que había en la única mini-ventana que adornaba el cuarto. Se acercó con paso decidido hasta un lateral del cuarto, donde había una sábana blanca que tapaba algo. Al tirar de ella, descubrió una jaula de perro de metro y medio de largo por algo más de un metro de alto. En su interior, una figura masculina atada con los brazos a la espalda y un bozal, se encontraba unido a los barrotes por una cadena que acababa en un collar de perro en su cuello.

Al ver que la figura aun dormía, sin haberse percatado de su presencia, vertió el contenido de agua fría del cubo sobre él. Inmediatamente vio moverse con espasmos al hombre que estaba encadenado.

  • Bueno días cachorrito, ¿remoloneabas? Niño malo...

El hombre no alcanzó a decir nada, puesto que la mujer metió por entre los barrotes la fusta y golpeó varias veces la cabeza del hombre.

Acto seguido, se levantó un poco la falda, dejando al aire un sexo perfectamente rasurado con un aro en cada uno de sus labios exteriores. Se puso a horcajadas sobre la jaula, abriendo bien las piernas y se inclinó levemente sobre ella.

  • Mmm, ¿has echado de menos a tu Dueña, mi niño? Seguro que sí. Vamos, demuéstrame como me has echado de menos... – dijo al tiempo que tiraba de la cadena hacia arriba.

Haciendo esfuerzos por estar atado y notando que su Dueña tiraba de la cadena hacia sí, irguió el cuerpo como pudo y sacando la lengua entre el bozal y los barrotes, lo acercó hacia el sexo de ella, jugueteando como pudo.

Ella tiraba más hacia sí de su cadena, como si intentase que traspasara la jaula.

  • Buen chico, buen chico... veo que si que me echabas de menos. Ven, te voy a sacar para dar un paseito.

Se volvió a bajar de la jaula y abrió el candado que cerraba la puerta con una pequeña llave que llevaba enganchada a la muñeca. Quitó la cadena de los barrotes de la jaula y tiró con brusquedad hacia fuera haciendo que el hombre tropezara con los barrotes varias veces hasta que logró salir. Una vez fuera, este se quedó de rodillas y su Dueña le quitó el bozal dejándolo sobre la jaula. Lo desató de manos y este empezó a andar hacia la puerta. Mientras andaba, su Dueña le fustigaba el culo, donde se empezaban a ver las señas que dejaba.

Llegaron hasta la cocina, donde la Dueña soltó la cadena y se sentó en una banqueta cruzando las piernas. El zapato de tacón colgaba de su pie, el cual se dispuso diligentemente a chupar y a besar el hombre.

  • ¿Qué tenemos hoy para desayunar, mi perrito? ¿Algo bueno? – Dijo la Dueña al tiempo que acariciaba el pelo de hombre.

Este se levantó y se movió ágilmente por la cocina, poniendo sobre una bandeja un tazón de leche, una jarra de café, un bote de miel y puso un par de rebanadas en el tostador. Cuando estas terminaron, las puso sobre un plato y acercó la bandeja a su Dueña, al tiempo que se arrodilló a su lado, con la lengua fuera a la espera de alguna minucia que su Señora quisiera compartir.

Esta cogió una cucharada de miel y la untó en una rebanada de pan la cual se llevó a la boca. Mientras la mascaba con gran placer, volvió a meter la cuchara en el tarro de miel y esta vez hico que goteara sobre el pie desnudo, lo que el perro aprovechó para lamerle vorazmente sus dedos. Chupó con ahínco dedos, empeine, tobillos... mientras su Dueña seguía comiendo su tostada. De repente esta se quedó buscando algo en la bandeja y al ver que no lo encontraba se dirigió a su perro, quitándole de la boca los dedos de su pie. - Mmm, ¿qué nos falta? – Torciendo la boca en una muesca.

Al escuchar esto, el perro se dio cuenta de su error, y bajando la cabeza la Dueña lo vio temblar.

  • Mi señora... falta el edulcorante. Se me tuvo que pasar en la compra de ayer. – Sus mejillas denotaban un claro enrojecimiento movido por las imágenes del castigo al que sería expuesto por dicha falta.

La Dueña lo miró con dureza, frunciendo el ceño, mientras se mantenía en silencio pensando cómo iban a discurrir los acontecimientos venideros. En un momento pareció que su cara se relajó y ordenó al hombre:

  • ¡Túmbate! – Al tiempo que daba una palmada en la mesa.

El hombre se tiró inmediatamente al suelo boca arriba, dejando sus brazos al costado, quieto, completamente inmóvil. La Dueña se levantó y poniéndose encima de su torso y clavándole los tacones, abrió una de las portezuelas de la alacena y alcanzó a coger un embudo que había en una de las repisas. Dejó el embudo sobre la encimera y se quedó con ambas piernas abiertas a ambos lados de la cabeza del hombre.

  • Veo que últimamente siempre eres un poco descuidado con la compra... ¿No será que lo haces a propósito? Creo que debería castigarte son comer unos cuantos días... Si no fuera porque eres el chiquitín de mamá... – Decía esto al tiempo que había cogido la fusta y le golpeaba en los muslos, sin que el hombre osase moverse lo más mínimo.

  • Eso sí, sabes lo que me gusta el café por las mañanas y no me lo puedo tomar si no tiene sabor dulce... A ver cómo lo arreglamos.

Entonces se agachó y se colocó en cuclillas sobre la cara del hombre, dejando que todo su sexo rasurado se acoplase sobre la nariz, boca y ojos del hombre. Aun tuvo de moverse un poco hacia delante y hacia atrás, para que el acoplamiento fuera perfecto. Con la fusta empezó a acariciar la polla del hombre, soltándole de vez en cuando algún golpe en los testículos. Este, que ya conocía lo que deseaba su Dueña cuando se ponía en esta posición, sacó la lengua al tiempo que chupaba el rico tesoro que le ofrecía su Señora.

  • Mmm, eres un perro malo... y debería castigarte. Malo, malo... – Mientras decía esto, no dejaba de intercalar caricias de polla con golpes en los testículos con la fusta. Su cuerpo se movía adelante y atrás, haciendo que el roce fuera mayor, raspando boca, nariz, barbilla... contra su coño que empezaba a babear sobre la cara del hombre. Del placer y la postura incluso llegó a acumulársele gases que expulsó sin ningún reparo sobre la cara del hombre. Veía como el sexo de su perrito cada vez se ponía más y más tieso, sabiendo que tanto tiempo den amaestramiento habían hecho que el tacto de la fusta con su pene lo excitara de sobremanera. Se empezó a notar muy chorreosa, y observó como su flujo manchaba completamente la cara de su perrito, el cual empezó a ver que se tenía problemas para respirar normalmente. Al mismo tiempo, su erección iba en aumento y su cuerpo se convulsionaba tanto por placer como por la sensación de ahogo en los fluidos de su Señora.

Con la percepción que sólo se consigue tras años de enseñanza y de observación, la Dueña sabía en qué momento su dulce perro estaba a punto de eyacular, con lo que cogió el embudo y tapó su pitorro. Los espasmos aumentaron. El sentimiento de asfixia por los fluidos que se colaban por la nariz y boca del hombre, producían en él agitación, que unidos a las caricias del glande por la fusta de su Dueña, hacían que llegara al éxtasis para eyacular. Acercó a la polla de su perro el embudo y con ágil habilidad aumentó el roce de la fusta con el glande, lo que hizo correrse en medio de grandes convulsiones.

  • Muy bien, mi niño. Pero lo quiero todo, hasta la última gotita... – Lo dijo soltando la fusta y apretando la polla del perro hacia arriba, para que expulsara todo cuanto quedaba en su conducto.

Se volvió a levantar dejando al hombre en el suelo, con la cara completamente llena de fluidos vaginales, tosiendo, echando líquido por la nariz y boca. Cogió su taza de café y vertió un poquito de semen en su interior. Se volvió a sentar en la misma banqueta, con la misma posición de piernas cruzadas, dejando el zapato descolgado.

  • Si has terminado de toser, acércame tu tazón de comida.

Este era un plato para perros, que estaba en una esquina de la cocina, con poco de pienso y restos de carne enlatada para perros. La Dueña vertió el semen sobre estos restos, y dándole unos golpecitos en la cabeza, dijo sonriendo:

  • El próximo día te dejaré sin comer.