Mi deliciosa amante

La pasión es un ente que esta vivo, cuando se ven un par de nalgas deliciosas, unos pechos que invitan a mamar por largas horas, unas piernas que quieres acariciar teniéndolas a cada lado de tu cuerpo y una panocha ardiente y jugosa que hambrienta de placer quiere ser penetraba una o otra vez...

Siempre me he considerado un caballero y como tal, no tengo memoria de la intimidad con las mujeres, pero me han estimulado tanto los relatos eróticos de nuestros amigos de Todo Relatos, que quiero compartir con ustedes la excitante experiencia de haber conocido a Daniela.

Un día llegue saludando alegremente a los empleados que tenía en mi negocio.

—¿Qué haces, Daniela? —le pregunté.

—Buscando alguna estación que me guste —respondió, al tiempo que seguía moviendo el dial de la radio.

Descubrí en su mirada ese brillo que seduce. Me acerqué detrás de ella, admiré su belleza. Una linda cabellera negra, figura esbelta, en la que resaltaban unas nalgas bien paradas. Atrapé su cabello con mi boca, besándole el cuello y la espalda, pegué sus caderas a mi siempre parada pinga y le susurré con picardía.

—¿Nos vamos de pinta?

—¿En serio?... —me pregunto con alegría.

Poco después nos dirigíamos hacia nuestro éxtasis.

Le pregunté qué a dónde quería ir y me contestó que a donde yo quisiera.

Entonces pensé: “¡Venga, Flagranti, Esta es la tuya!”

Le dije que iríamos a un lugar muy íntimo y al principio se rehusó, pues me dijo:

—La verdad es que tengo novio y lo quiero mucho, además sólo tengo 18 años de edad y no con 19, como anoté en la solicitud de trabajo.

—No creo que te importe mucho la edad… y menos aún tu novio… así que…

—Vamos a donde quiera… tiene razón, nada de eso importa ya…

La llevé a un hotel. Estando en la habitación, la fui desnudando lentamente.

Comencé a sobarle tiernamente sus sabrosos y apetecibles pechos. Era como ir deshojando una flor. Descubrí poco a poco su alto libido. Una mezcla de inocencia y erotismo se dibujó en su sonrojado rostro.

Yo, aún seguía vestido. La fui despojando de sus ropas. Encontré la diminuta pantaleta que cubría su lindo coño, empapada con el jugoso néctar de su raja.

Tomé a Daniela en mis brazos, brindándonos unos intercambios de lengua muy cachondos. La recosté boca abajo en la cama, iniciando un recorrido de lengua, besando, succionándo, mamando todo su cuerpo, desde su nuca, su espalda y la cumbre de un culo que me enloquecía. Me sentía como en un sueño.

Por la ventana entraba la luz del medio día, iluminando su hermosa piel canela aterciopelada y haciendo brillar su Monte de Venus.

Yo, seguía dejando mi rastro de saliva sobre su entrepierna, ahí donde se formaba un corazón bañado por mi lujuriosa ansiedad y la rica miel que manaba de su caverna.

Escuchaba los oleajes que explotaban en su interior, estaba hirviendo de placer, pidiendo que se la metiera.

Empecé a abrir su cachonda vagina y me coloqué sobre la cama boca abajo, abriéndome paso entre sus nalgas; todo el culo le palpitaba.

Me acerqué como serpiente, lamiendo cada uno de sus calientes pelos vaginales, al momento en que me iba despojando de mis ropas, casi desgarrándomelas.

Tenía los charcos de su leche embarrados en toda mi cara. Yo los saboreaba con ansias y la penetraba con mi lengua, con más deseo, frotándola en su clítoris, en toda su cosita, explorando, descubriendo todas sus terminales nerviosas, sus rincones, haciendo que Daniela vibrara y gimiera como un animal en celo.

Me exigía que le diera fuego, que le descargara todo el contenido de mi fierro caliente, erguido, grueso, ardiente y babeante.

Mi intención era que disfrutara todo el cachondeo con mi lengua, labios y todo tipo de caricias, algo que ya había logrado, pues ella había tenido un par de orgasmos deliciosos, que la hicieron estremecer de pies a cabeza.

Entonces apunté al centro de su vulva y le retaqué toda mi dura verga. Daniela estaba tan jugosa que se le fue hasta el fondo, haciéndome sentir como me devoraba hasta los mismísimos huevos.

Le metí un dedo en la boca, para que lo mamara, mientras con la otra mano frotaba con vehemencia sus pezones y debajo de los pechos, alternando con nalgadas en su bello culo. Todo lo sincronizaba en una soberana atascada, para mayor goce de la enloquecida Daniela.

Para mí era un regalo del cielo tener una mujer como ella, hermosa, joven y sobre todo muy caliente. Las venidas de leche, sus múltiples orgasmos eran tremendos.

Se alcanzó a voltear y a darme metidas de lengua en mi boca. Yo seguía cogiéndomela.

Tengo la fortuna de tener buena condición física, debido a que hago ejercicio con regularidad. Procuró, también, ejercitar mi verga con los músculos del abdomen y un pequeño músculo ubicado entre mi verga y el ano.

Realmente no sé cuántas veces me baño con su bien oliente mezcla de leche y miel. Sólo sé que fue muy abundante.

De pronto empezó a temblar, a llorar, arañando mi piel en el momento en que explote de pasión, pero no deje de bombearla.

Los dos sudábamos como caballos. Terminábamos exhaustos.

Lentamente Daniela me musito.

—Flagranti, ha sido delicioso. Cómo me hubiera gustado que mi primera experiencia hubiera sido así. Me has enseñado lo hermoso del amor y del sexo.

En seguida me lleno de besos.

A partir de ahí, iniciamos una relación llena de pasión y erotismo. Juntos compartimos todo tipo de experiencias de alto libido.

Me es muy memorable una ocasión en que estábamos muy tranquilos en la sala de su casa. No se encontraban sus papás. En una recámara cercana dormía su hermanita y apenas afuera de su casa, se encontraba su hermana con su novio.

Repentinamente, Daniela, empezó a chupar mis manos, se recostó sobre mis muslos y me empezó a cachondear. Tomo mi gruesa verga entre sus labios. La devoraba con ansiedad.

Yo intentaba calmarla, para que no nos fueran a sorprender, pero ella insistía en que yo era culpable de que se hubiera vuelto tan caliente y cogelona.

Entonces la empecé a dedear. Haciendo de lado su falda y sus calzones, le inserte dos dedos en el mono y un tercero se lo clave en el ano.

Ya saciada de longaniza con la boca, con la falda puesta y las pantaletas en sus tobillos, la acomode de a perrito, tirándomela con fuerza.

Le tape la boca para contener sus gemidos. Se empezó a arquear, invitándome a que la penetrara por el culo. De una ensalivada le lubrique el coñito, le di un beso negro, con unas cuantas chupadas y lamidas, se relajó y entonces, se la deje caer todita.

Empezó a llorar y le pregunte si la lastimaba.

—¡Me encanta! ¡Ufff! —contesto, extasiada, pegando más sus nalgas a mí, restregándolas en mis hirvientes huevos.

Fue excitante el peligro.

Tal vez, más adelante, les volveré a contar sobre mi sabrosa y cachonda Daniela.