Mi decisión

En ese momento tuve que tomar mi decisión, pude aprovechar para hablar o para irme sin más. Sé que en ese momento hubiese podido explicarlo todo, pero no lo hice.

3 - febrero - 2007

MI DECISIÓN

Tenía pendientes unos días de vacaciones y los estaba gastando en no hacer absolutamente nada. Esa tarde por ejemplo había decidido ir de compras dando un paseo, disfrutando del magnífico tiempo. Iba a acompañarme una amiga a la que le surgió un problema en la oficina y no pudo escaparse, pero yo decidí seguir con mis planes.

Aunque el camino es más largo, me metí por el parque. Me apetecía caminar despacio, lejos del tráfico y hacer tiempo para encontrar abiertas todas las tiendas. Muy cerca de la salida vi un montón de papeles desperdigados por el suelo y una cartera abierta sobre un banco. Miré a mi alrededor pero no había nadie por allí. Normalmente hubiese pasado de largo, pero ese día iba en plan relax y me paré a curiosear los papeles del suelo sin agacharme. Eran exámenes, exámenes con membrete de la universidad, unos corregidos y otros sin corregir. Me acerqué y eché un vistazo a la cartera sin tocar nada, estaba vacía.

Dudaba sobre qué hacer y decidí recoger los exámenes, al menos para que no volasen con la primera ráfaga de viento. Estaba en ello cuando descubrí que bajo el banco había un billetero. Lo cogí, dentro un D.N.I. y un par de fotos, nada más. A alguien le habían robado la cartera y se habían parado allí a desvalijarla. "Debería devolverle todo esto a su dueño", pensé. Para colmo la dirección que aparecía en la documentación me pillaba de camino hacia una tienda por la que tenía pensado pasar. Decidido, me dije, iré a devolverle sus cosas a (miré el carné de nuevo)… a Ángel.

El portal estaba en un edificio precioso de esos antiguos, el portero de la finca barría la acera. Le conté mi historia a aquel hombre, bastante aliviada por no tener que subir a casa de un desconocido con una cartera que ni siquiera sabía a ciencia cierta si era suya. Me confirmó que conocía a Ángel, que vivía allí y que la cartera era suya porque le veía salir con ella todos los días. Me animó a subir con él para devolvérsela, "seguro que le gustará darle las gracias en persona, es un caballero muy educado" me dijo el portero. Desistí con la más típica y mejor de las excusas… "es que tengo algo de prisa".

A los cinco minutos llegaba a la tienda dispuesta a probarme todo lo que tuviesen, imaginaos mi decepción cuando leí en la puerta un cartelito de cambio de domicilio. ¡Pues empezaba bien la tarde!

Di media vuelta, ya había perdido mucho tiempo, cogería el metro para acercarme a la zona comercial más cercana. Metí la mano en el bolsillo del pantalón en un gesto mecánico y me di cuenta de que había guardado allí el carné de aquél hombre para tenerlo a mano a la hora de mirar la dirección. "Bueno, paso por delante de su portal de camino al metro, se lo dejo al portero y listo".

El portal estaba cerrado y no veía a nadie a través del cristal. No quería entretenerme mucho esperando, pero ya que estaba allí era una pena no devolverle su documentación. Pensé en lo que había dicho el portero sobre él y me decidí a llamar a su piso. Enseguida sonó un chasquido de apertura de puerta pero no contestó nadie, volví a llamar y abrieron de nuevo sin contestar.

"No me va a quedar otra que subir" me resigné.

Salí del ascensor, la puerta estaba entreabierta. Llamé de todos modos.

¡Pasa! ¡Pasa! - una voz masculina que sonaba bastante lejos.

Perdone, pero… ¿puede salir? - mientras abría un poco la puerta y daba un paso dentro para que se me oyese mejor.

Estaba claro que esperaba a alguien que no era yo, al escuchar mi voz seguro que se daba cuenta de su error.

Oí pasos acercarse y en un momento se plantó ante mí un hombre de unos 50 años, bastante apuesto y con expresión seria.

Hola ¿Es usted Ángel…? - empecé a decir.

Toma - me interrumpió él mientras me agarraba de la muñeca y me ponía un montón de billetes en la mano donde yo llevaba su carné.

Creo que… - no pude terminar la frase porque me dio una bofetada.

No fue muy fuerte, ni siquiera me dolió, pero mis ojos se llenaron de lágrimas y notaba mi cara encendida. Estaba sorprendida, aterrada e indignada, por ese orden y en un grado que no me dejaba pensar. Iba a exigirle una explicación cuando me empujó suavemente a un lado y cerró la puerta. Desaparecieron todas las emociones y quedó el terror, puro terror. Nadie sabía dónde estaba y ese hombre parecía enajenado y bastante más fuerte que yo.

Te he pagado ya. Ahora eres mía. Como no me fío para nada de tu agencia voy a suponer que no te han informado de mis gustos y vas a ser un desastre como todas las que han mandado hasta ahora. Para evitar que me desagrades demasiado y me estropees la diversión no quiero oírte decir ni una palabra. Si te arriesgas a hablar y no es para decir algo que me excite te amordazaré y azotaré hasta que me canse.

Me dijo esto mientras mantenía una mano sobre mi boca, no hacía fuerza, pero simplemente el miedo, su contacto y su voz ronca paralizándome con esas palabras me impedían reaccionar. En medio del terror apareció la explicación para todo aquello. Estaba esperando a una puta. Pero yo no era la puta, ¿y cómo iba a decírselo si no me dejaba hablar?

Estaba pensando eso, un poco más esperanzada, cuando me agarró con fuerza la mano que tenía libre y la puso en su entrepierna sin quitarme la mano de la boca. Estaba excitado, lo noté a través de su ropa. Y, curiosamente,… me agradó saberlo.

No me pongo cachondo tan fácilmente, debes tener algo que le gusta a mi subconsciente, putita. - sin parar de frotar con mi mano sobre su bragueta.

Ese comentario me gustó aún más. Aunque no entendía mis motivos, a pesar de su brusquedad, de llamarme putita y de tratarme como tal, me sentía halagada. Uní ese pensamiento con el terrible malentendido que estaba viviendo y visualicé mi situación, allí petrificada y muda, tocando el miembro erecto de un desconocido con una mano y un puñado de dinero en la otra y me pareció de lo más gracioso y surrealista todo, así que ¡sonreí!

Notó mi sonrisa bajo su mano y dejó de taparme la boca para empezar a acariciar mis labios con sus dedos que se mojaron levemente en la humedad inicial de mi boca entreabierta, los pellizcó suave pero firmemente. Sus ojos no perdían detalle de mi expresión. Me intranquilizaba sentirme tan atraída por todo aquello. Me apetecía lamer sus dedos, pero no hice nada. ¡Aquello era una locura, tenía que marcharme de allí ya!

Espera…, es que… - "plas", otra torta. Esta vez un poco más fuerte.

¿Quieres desafiarme? ja ja ja ja, puede ser divertido…, sobre todo para mí. - Me lo dijo riendo, muy cerca de mi cara, mientras me agarraba por la mandíbula con fuerza.

Rozó con sus labios los míos. Sacó la lengua y la pasó a lo largo de mi cara, desde la barbilla a la frente, dejando un rastro de su saliva. Notaba su olor en mi cara, ese olor puramente sexual que tiene la saliva en momentos de excitación. Cerré los ojos para no llorar de impotencia por mis sensaciones. Contra toda lógica mi cuerpo se empeñaba en excitarse. Notaba mis pezones endurecerse y rozar contra el sujetador, notaba un cosquilleo entre mis piernas, notaba mi sangre alterarse sensibilizando y calentando mi piel.

Sin soltar mi cara ni dejar de mirar mis ojos cogió mi mano y la metió en mi bolso para que dejara allí el dinero.

Puedes dejar el bolso y la chaqueta en ese perchero - y me soltó.

En ese momento tuve que tomar mi decisión, pude aprovechar para hablar o para irme sin más. Sé que en ese momento hubiese podido explicarlo todo, pero no lo hice. Me quité la chaqueta y la colgué junto con mi bolso. Quería seguir.

Me agarró de la cintura del pantalón y tiró de mí. Entramos en el baño y empezó a desnudarme. Lo hacía con mucho cuidado mirándome atentamente cada vez que me quitaba una prenda. Mi vergüenza por saberme observada se convertía en excitación al comprobar la aprobación que reflejaba su cara.

Arrodíllate - dijo cuando se cansó de mirarme.

Me puse de rodillas y él empezó a quitarse la ropa ante mí. Yo apenas me atrevía a levantar la cara. Vi su polla hinchada cuando se quitó el calzoncillo. Se acercó y la frotó contra mi cara, yo no me moví y él resopló de gusto.

Me gusta tu perfume, pero les dije que no quería que te pusieses ninguno. Tendremos que arreglarlo.

Sacó el cinturón de su pantalón y se metió en la bañera.

Arrástrate hasta aquí - se había sentado en el borde de la bañera con la espalda contra la pared.

Fui hasta allí de rodillas.

Si en cualquier momento quieres parar debes decir "rojo", o mostrarme tus dedos cruzados. ¿Lo entiendes?

Asentí muy seria, mirándole a los ojos y me sonrió.

Me puso una mano en cada uno de sus costados, las palmas abiertas en contacto con su cuerpo y poniéndose el cinturón me ató a él. Yo estaba de rodillas con la mitad del cuerpo fuera de la bañera. Mis muslos pegados a los azulejos fríos, mi vientre apoyado en el borde y mis brazos en sus piernas, la cara muy cerca de su sexo tieso. Abrió el grifo, y agarró la manguera de la ducha que estaba descolgada. Cuando notó que el agua estaba tibia me roció con ella y comenzó a enjabonarme. Sus manos resbalaban por mi cuello, por mis hombros, por mi espalda, por mi vientre y mis pechos como modelándolos. Mi cara quedaba aplastada por momentos contra su cuerpo, su polla juguetona chocaba contra mi rostro. El agua caía por mi cara dificultando mi visión y el ruido de la ducha me ensordecía. Quise actuar, hacer algo. Le busqué con la boca y él me ayudó. Dejó sus caricias y guió mi cabeza sin dejar de echar agua sobre nosotros. Su polla resbalaba por mis labios empapada de agua y saliva. Mi lengua la apresaba cada vez que podía para retenerla un poco más dentro de mí, pero él me tenía agarrada por el pelo y marcaba el ritmo de la felación. Me costaba respirar sin tragar agua. Entonces llamaron al timbre y me entró el pánico. Me esmeré en darle el máximo placer para que no fuese a abrir. Llamaron de nuevo, los timbrazos sonaban insistentemente.

Soltó el cinturón y salió de la bañera.

No abras - casi le supliqué.

Ni loco iba a abrir ahora, pero me encanta que me lo pidas así.

Se agachó tras de mí y acarició la cara interna de mis muslos en sentido ascendente. Metió los dedos entre mis piernas y descubrió lo excitada que estaba.

¡Te está gustando de verdad, puta! Si lo sé no te pago. - el tono de su voz denotaba lo satisfecho que se sentía.

Plantó su mano abierta sobre mi sexo y la movió en círculos mientras presionaba. Yo gemí y él introdujo un par de dedos en mi coño. Empezó a tantear en mi interior frotando la yema de los dedos contra mis paredes vaginales. Mis caderas decidieron ir por su cuenta y comenzaron a moverse.

¿Cuántos te han follado hoy, zorra? ¡Contesta!

Ninguno, ninguno,… fóllame tú, por favor - le dije entrecortadamente porque estaba a punto de correrme.

Mmmm, estoy notando cómo te corres en mis manos. ¡Qué lujo de puta me ha tocado hoy!

Y era cierto, me estaba corriendo gracias a sus dedos. No podía parar de gemir mientras mi orgasmo se alargaba y alargaba.

Levanta de ahí - me rodeó la cintura con el brazo y me ayudó a ponerme en pie.

Las piernas me temblaban por la posición que había mantenido y por el placer que aún no se había disipado. El agua que empapaba mi pelo se había enfriado y goteaba sobre mí cuerpo. Me sentó sobre sus rodillas de cara a él y me secó acariciándome con la toalla. De vez en cuando mordisqueaba, besaba o lamía mis pechos, yo aprovechaba para pegar las caderas contra él y notar el roce de su polla.

Ven, vamos a la habitación - dijo bajándome e incorporándose.

Y me fue dando empujoncitos en el culo por el pasillo para guiarme.

Nada más entrar en el cuarto me llamó la atención una extraña vestimenta que aparecía estirada en la cama.

Verás qué bien te sienta. Deja que mire cómo te lo pones - me dijo al darse cuenta hacia donde se dirigía mi mirada.

Aquello era una especie de malla calada que cubría todo el cuerpo ajustándose a él. Tenía una gran abertura alargada entre las piernas que permitía el acceso a mis dos agujeros inferiores y otras dos aberturas dejaban al descubierto mis pechos. En el cuello, las muñecas y los tobillos se abrochaban unas cintas de cuero con pasadores. Me costó un poco ponérmelo pero cuando lo hice y me miré al espejo me encantó lo que vi. A Ángel también parecía gustarle, me seguía con la vista como hipnotizado.

Ponte de rodillas y camina por la habitación - debía sentir una gran excitación porque de vez en cuando no podía evitar acariciar su tremenda verga.

Di una vuelta por la habitación para que me observase desde todos los ángulos y me dirigí hacia él con la boca entreabierta y la punta de mi lengua fuera, mis intenciones eran claras. Entonces, él se levantó, me agarró del pelo y me tiró en la cama. Ató mis tobillos a mis muñecas con las correas de aquél disfraz, luego pasó una correa larga por las argollas del cuello y ató a ella los tobillos también. Mi postura así expuesta era incómoda además de humillante.

No puedo más, me tienes loco de deseo - pero aún así se entretenía en deslizar su polla desde mi clítoris hasta mi ano.

Estaba deseando sentirle dentro, aquello era lo más excitante que me había pasado en la vida, sabía que no tardaría en correrme en cuanto me penetrase, incluso era posible que me corriese antes de que me la metiese si seguía así por más tiempo. Entonces lo hizo, la metió despacio pero hasta dentro, como deleitándose en conocer el camino. Mis movimientos eran limitadísimos y aún así no podía parar quieta, quería más y más deprisa. Por fortuna para mí era cierto que él estaba muy excitado. Sus movimientos no tardaron en cobrar fuerza y velocidad. Yo me corrí gritando y él sacó su polla e inmediatamente la metió en mi culo y siguió con el ritmo fuerte y rápido que llevaba. Eso dolió bastante pero enseguida el dolor se convirtió en placer de nuevo, tenía el siguiente orgasmo allí mismo y lo aproveché, este fue más intenso incluso que el anterior. Las contracciones de mi orgasmo le ayudaron a conseguir el suyo. En cuanto notó que iba a correrse sacó la polla y apuntó hacia mi cara; su leche me salpicó el pelo, la cara, el cuello y goteó sobre mi abdomen, él lo restregó sobre mi piel.

En cuanto recobró el aliento me soltó las correas. Mis articulaciones estaban doloridas, pero yo estaba pletórica. Descansé un rato sobre la cama, él estaba tendido a mi lado mirando al techo. De repente se levantó, abrió el cajón de la mesita y sacó unas pequeñas tijeras.

Me gustaría guardar un mechón de tu pelo - me dijo.

Debí poner una cara de total incomprensión.

Guardo un mechón de las mujeres que me dieron experiencias memorables, quiero guardar el tuyo.

Seguí sin contestar.

Te lo pagaré aparte, por supuesto - asintiendo como si de repente hubiese entendido mi silencio.

Vale - y cogí un mechón finito de la zona de la nuca para que no se notase mucho.

Guardó el mechón con cuidado en una funda de plástico que colocó en una especie de álbum de fotos. Me fijé que tenía otros cinco mechones guardados.

Voy a pedir en la agencia que te manden siempre a ti - era todo un halago que me dijese eso.

Verás,… es que voy a dejar la agencia. - no sabía muy bien en qué lío me estaba metiendo.

No me extraña, eres tan buena que por tu cuenta te irá mucho mejor. Ya tienes tu primer cliente fijo. No te vayas sin darme tu teléfono de contacto. - se había tirado en la cama de nuevo y charlaba relajadamente sin darse cuenta de que mi cabeza estaba funcionando a toda máquina para salir airosa de aquella conversación.

Si no te importa me gustaría ducharme - se me ocurrió que así ganaba tiempo.

Mientras me duchaba volví a decidir sobre todo aquello. Para mí también había sido extraordinario y no quería desaprovechar la ocasión de repetirlo. Cuando salí le encontré en una especie de despacho, los exámenes que había traído hacía unas horas estaban desparramados por la mesa y él estaba colocándolos. Apuntó mi número en una agenda y sacó un billete.

Por el mechón.

Ése te lo regalo. - le dije sin aceptar su dinero.

Llevo un año viéndome con Ángel sin descubrir el engaño. Me llama cada vez más a menudo, incluso me ha llevado algún fin de semana de viaje, siempre pagándome generosamente. Ese dinero no lo toco más que para comprar ropa y juguetes eróticos que uso en nuestros encuentros.

Hace unas semanas que está bastante raro. Sé, por comentarios y preguntas que me hace, que le molesta pensar que presto mis servicios a otros. Parece sentimentalmente atraído por mí. Por una parte estoy ilusionada, porque yo le amo, y por otra parte no quisiera cambiar nuestra situación. Y ahora me encuentro dividida entre mis ganas de contárselo todo e intentar una relación estable con él o seguir callada, seguir fingiendo y seguir disfrutando como una loca por ser únicamente su puta.

Un relato de Erótika Lectura .

erotikalectura@hotmail.com