Mi curso universitario con mi madre II
(...) Me quedé exhausto, y tirado como estaba, intenté calmar poco a poco mi agitada respiración. La polla iba perdiendo firmeza lentamente, pero todavía estaba bastante hinchada. En ese momento...
En el campus, las cosas seguían más o menos igual. Me cruzaba alguna vez con ella, me saludaba sonriendo, y me decían que estaba buena. Tenía sentimientos encontrados: por una parte, me daba rabia que dijeran eso de mi propia madre; pero al mismo tiempo sentía orgullo. Mi madre estaba buena . Y no quería decir quién era ella, pero al mismo tiempo sí.
Así que me empezó a gustar la situación. Comenzó a darme morbo, el conocer a alguien a quien mis compañeros en cierto modo deseaban.
Así que ahora, en lugar de saludar simplemente, cruzaba con ella algunas palabras. Era obvio que a ella también le hacía gracia ese juego, al fin y al cabo fue idea suya.
- Oye este viernes vamos de botellón y luego a la Sala López. Dile a tu amiga que se venga -me propuso un día Ramón, todavía en septiembre.
No me lo esperaba, y me dejó un poco descolocado. ¿Invitar a mi vieja a una fiesta de beber? No lo veía.
Tío no la conozco como para eso -respondí, y no mentí: no dije que la conociera poco, sino que mi relación con ella no era para eso.
Venga macho tú díselo. Parece enrollada -insistió.
Veré lo que puedo hacer -accedí, pero por supuesto no la iba a invitar.
Esa noche, en casa, mi madre me preguntó qué tal las clases, como siempre.
Bien, lo normal. Aburrido estos días.
Y ya veo que cada vez te da menos vergüenza hablar conmigo -dijo con una mirada de complicidad-. Ahora me hablas además de saludarme.
Hombre ya lo sé mamá, qué te crees -contesté sin saber muy bien qué decir.
Entonces me vino a la cabeza la invitación, que por supuesto no tenía intención de decirle. Pero sí le iba a decir que su presencia no pasaba inadvertida.
Por cierto, mis amigos se han fijado en ti. Dicen que pareces joven -expliqué.
¿Ah sí? ¿En serio? -exclamó con cara ilusionada.
Claro. Y han dicho que estás buena -me salió sin pensar. Me arrepentí al instante.
¡Qué dices! -gritó, y se echó a reír.
Se sentía sinceramente halagada. La verdad es que es guapa, y de cuerpo siempre ha estado bien aunque no es algo en lo que me haya fijado antes. Y ahora, pese a que solamente duró un segundo, había comprobado que su bonita figura con ropa, no defraudaba sin ella.
- Pues les quiero conocer. ¡Qué majos!
Por eso me arrepentía. Sabía que les querría conocer, y la situación me incomodaría.
- Bueno... un día te vienes a la cafetería con nosotros -omití la fiesta deliberadamente.
En el botellón, me preguntaron por mi madre, sin saber quién era, claro.
¿No ha venido la de tu pueblo? –preguntó Tito, mi otro compañero de fatigas.
No, al final no podía –expliqué, sin entrar en mayores detalles.
Por cierto, ¿cómo se llamaba?
La verdad es que nunca había dicho el nombre, y dudé si decir la verdad o mentir. Finalmente, fui sincero.
Merche –dije.
Pues dile a Merche que a la próxima se venga.
No me hacía ninguna gracia, y por supuesto que no invitaría a mi madre a salir de marcha con nosotros. Además, los fines de semana ella solía ir al pueblo muchas veces, y yo me quedaba solo en el piso. Precisamente esa tarde se había ido, así podría hacer unas cosas el sábado por la mañana en el despacho.
- Se lo diré, pero no prometo nada.
Me gustaba estar solo en el piso: así tenía esa intimidad que en parte había perdido al compartir piso con Merche. Y aunque sólo fuera el fin de semana, lo agradecía. Podía llegar tarde sin que se quejase, y masturbarme con total libertad.
Justamente a la mañana siguiente estaba resacoso, y comencé a hacerme mi habitual paja matutina de resaca. Me desnudé en la cama, y me puse porno en el móvil. La señal de wifi llega a la habitación a ratos, los vídeos se me entrecortaban y tenía que esperar. Así que decidí ir al salón, donde se encuentra el router y la señal llega perfecta. Como no estaba mi madre, no estaba “condenado” a quedarme en la oscuridad de mi habitación. De modo que me dirigí desnudo al sofá.
Comencé por unos vídeos de sexo en las dunas de la playa. Pero quería ver más categorías: me estaba excitando un montón y se me amontonaban los vídeos que deseaba ver. A todos nos pasa. Escogí uno de una madura llegando al orgasmo entre gemidos, metiéndose un gran consolador de goma en la vagina. Mi glande estaba reluciente de líquido, y súper sensible; un lametón de la madura del vídeo hubiera bastado para hacer que me corriera.
Pero estaba disfrutando mucho y no quería acabar tan pronto. Además, tenía que aprovechar mi soledad del finde. Cambié a un vídeo en el que una belleza vestida, daba un masaje a un tío en pelotas en una camilla. Antes de cinco minutos, el masaje se había transformado en una mamada profunda, que acababa en unas convulsiones del chico dentro de la boca de la chica, y el semen escurriéndose hacia fuera.
“ Lo que daría por ser ese tío ahora mismo ”, pensé. Ahora quería ver la situación contraria: masaje a una chica. Pero en esta ocasión era una mujer quien lo daba; para mi gusto, más excitante si cabe. Pasé los casi cuarenta minutos que duraba, y vi directamente el final: la joven tenía sus piernas cogidas, y dejaba su sexo a expensas de la masajista, que se cebaba en él y no le daba cuartel. La chica quedaba exhausta y colorada tras el orgasmo, y besaba a su masajista en agradecimiento.
Ahora era mi rabo el que estaba a punto de explotar. Llevaba más de media hora dándole al manubrio. Incapaz de aguantar mucho más, intenté elegir un vídeo para correrme. La madura de antes me gustaba, así que busqué otros vídeos suyos. Eran todos parecidos, de manera que le di a uno cualquiera, en el que se masturbaba en el exterior.
Ella aceleraba el ritmo, y yo acompasé el mío al suyo. Con el celular en una mano, y el pene en la otra, me daba placer a mí mismo. No aguantaba más, tenía que correrme. Ya había dispuesto el rollo de papel higiénico a mi lado, para limpiarme al acabar; soy muy previsor. Por fin, sin dejar de mirar a la madura, sentí tensos todos los músculos del vientre, y el caliente orgasmo me invadía. En la pantalla, veía el ano de la mujer y su coño, adonde introducía sin parar los dedos; mientras, mi rabo expulsaba ráfagas de semen directamente a mi tripa, que quedaba totalmente pringosa y pegajosa.
Me quedé exhausto, y tirado como estaba, intenté calmar poco a poco mi agitada respiración. La polla iba perdiendo firmeza lentamente, pero todavía estaba bastante hinchada. En ese momento se abrió la puerta de entrada y apareció mi madre con un traje elegante de trabajo (falda por la rodilla y chaqueta gris) y el maletín del ordenador en la mano.