Mi cuñado y yo
Desde que tengo uso de razón escuchaba decir que Marcos era muy apetecible y que muchas mujeres querrían llevárselo a sus casa, pero lo que no sabia era lo mucho que disfrutaría de su compañía.
Desde que tuve uso de razón escuchaba decir que Marcos era un hombre muy apetecible, que mi hermana había tenido suerte en encontrar un marido tan apuesto y que lo cuidara porque muchas mujeres querrían llevárselo para sus casas, pero solo eran comentarios porque eran una pareja muy unida y nunca dieron tema de conversación respecto a infidelidades de uno y otro lado.
Al cumplir mis 18 años, ellos ya llevaban 7 de casados y no tenían aún niños, pero eso no les impedía ser ampliamente felices. Lo que descubrí al llegar a mi adolescencia es que se puede ser feliz con una pareja, pero también tener fantasia sexuales que van más allá de cualquier felicidad conyugal y normalmente nunca se llevan a cabo con la esposa o el marido.
Me fui de vacaciones de invierno a la casa de mi hermana, a pasar unos maravillosos 10 días al borde de un lago y rodeada de montañas, con la firme promesa de que irían mis amigos más tarde y nos escaparíamos una semana completa de campamento así que poco y nada molestaría a mi hermana y a Marcos, porque estaría fuera de su hogar más tiempo del previsto. Anabella se puso feliz cuando supo que la visitaría, así que me arregló la mejor habitación de huéspedes que tenía y me esperó con un delicioso almuerzo. Llegué a la cabaña hacia el mediodía y nos quedamos charlando con ella hasta entrada la tarde, hora en que se dispuso a preparar algo para tomar el té y de paso, esperar a Marcos con algo calentito.
Mi cuñado llegó alrededor de las seis y media de la tarde y la verdad es que estaba más apuesto que la última vez que nos habíamos visto, hacía año y medio atrás. He de decir que en ese tiempo yo también había cambiado: Estaba más alta, más morena, mi cabello llegaba casi a la cintura (siempre lacio y espeso) y había terminado de desarrollarme con un cuerpo carnoso, moldeado y mi gran orgullo eran mis pechos blancos, turgentes, redondísimos y siempre cálidos.
Todo ese gran paisaje carnal aún estaba intacto y la verdad es que me moría por descargar toda la energía acumulada haciendo el amor con alguien, pero nadie me había motivado lo suficiente hasta ese momento. Cuando surgió la idea del campamento con mis amigos supe que vendría David y pensé que tal vez ésa iba a ser una buena oportunidad de hacerlo por primera vez, teniendo en cuenta que ambos nos gustábamos aunque no nos arrastraba la pasión ni mucho menos.
Cuando Marcos, mi cuñado, me vio, se quedó parado frente a mí y una oleada de calor me recorrió el cuerpo, cuando sus ojos fueron de los míos a mis pies e hicieron el camino inverso admirándome... Mirándome como si no me hubiera reconocido. Un silbido de admiración se le escapó de los labios mientras me decía: -Vaya, vaya, vaya... ¡¡¡Mira mi cuñadita!!!- y me encerró en un fuerte abrazo, que me dejó apreciar la dureza de su pecho tan solo contados instantes. -¡¡Hola Marcos!!, ¡¡Cuánto tiempo sin vernos!!!-.
Nos sentamos los tres a tomar chocolate caliente y a contarnos miles de cosas, me aconsejaron zonas para acampar, lugares para recorrer y prometieron ir conmigo al pueblo al día siguiente, para comprar algunas cosas de último momento para que me llevara en esa semana que no estaría con ellos.
La verdad es que no podía dejar de mirar a mi cuñado con unas ganas enormes, estaba realmente bueno: Tenía más canas de las que recordaba, el aire de montaña le había curtido la piel y las labores del campo le habían trabajado el cuerpo de una forma increíble, se veían sus músculos tensos por sobre las mangas de la camisa y sus piernas eran como columnas de mármol bajo sus jeans de faena.
Ahora entendía todo lo que decían sobre su belleza y la suerte que había tenido Anabella al casarse con él, se notaba la síntesis exacta de ternura y salvajismo en su mirada y sabía por mi hermana que, además de todo, era una maravilla haciéndole el amor. Esa última parte era la que más curiosidad despertaba en mí, porque mi hermana no había ahorrado detalles al contarme su experiencia y me decía que ojalá me tocara un hombre como él para mi primera vez, así me quedaría un recuerdo imborrable.
Más lo miraba a lo largo de la noche, menos ganas tenía de que David apareciera en el campamento o en una misma cama conmigo. Había momentos en los que me daba cuenta de que me quedaba mirándolo como embobada y agradecía que tuviera que quedarme solo tres días ahí, sino no sé que hubiera pasado con él.
Nos acostamos temprano y al otro día nos fuimos al pueblo a comprar algunas herramientas para el campamento y mi hermana me aconsejó que comprara un impermeable y unas botas de goma, por si llovía alguno de esos días. En la tienda de ropa elegí dos o tres prendas y entré al probador.
Cuando me había quedado en ropa interior y me disponía a colocarme una prenda, ví a través de la cortina que había quedado abierta, que los ojos de Marcos no dejaban de mirarme a través del reflejo del espejo...
Su mirada era profunda, electrizante y se detenía en mis pechos y mis piernas... No se cuánto tiempo me quedé mirando cómo me miraba por entre la cortina del probador, pero sí sé que un cosquilleo se apoderó de mí y comencé a sentir que mi entrepierna se calentaba, más o menos como cuando veía acariciarse a los que vivían frente a mi casa y después tenía que correr a masturbarme.
Me probé la ropa como pude, sin dejar de pensar en Marcos y terminé comprándome el impermeable, dos jerseys y el par de botas de goma, más unas botas de caña alta para la nieve, de pluma de ganso. Después del comer me acosté un rato, pero a la media hora me despertaron sonidos que provenían de la habitación de mi hermana y pude reconocer los gemidos de placer de ella y los jadeos de mi cuñado. Debo reconocer que fueron unos 30 minutos, más o menos, de pura excitación, pero no me moví de mi cama, aunque a juzgar por lo que escuché, era una función digna de ser vista.
Allí fue cuando confirmé que Marcos era realmente un salvaje hecho y derecho porque las cosas que decía Anabella eran increíbles, los gritos que pegaba de éxtasis retumbaron en mis oídos durante toda la tarde y era dificilísimo para mí, no imaginarlos en la cama a medida que me los cruzaba por la casa, pero más difícil aún era no imaginarme al lado de Marcos, dejando que me hiciera lo que le diera la gana, igual que había hecho en mi hermana horas atrás.
Después de la cena nos fuimos a dormir y rogué para que no me despertaran sonidos provenientes de ningún lado, porque no iba a poder resistirlo dos veces en el mismo día; Gracias a Dios eso no sucedió, así que dormí como un bebé hasta entrada la mañana siguiente.
Se suponía que mis amigos llegarían al otro día así que me quedaba uno solo para terminar de arreglar las cosas y reconocer ciertos terrenos que me indicarían mi hermana y mi cuñado, para no perderme, pero la verdad es que mi cabeza ya no estaba en el campamento sino en mi cuñado y en mi cuerpo, que cada vez me pedía con más urgencia alguien que lo despertara, le sacara las ganas acumuladas y me diera mi primera vez.
La última mañana que me quedaba en casa de mi hermana, amaneció nevando de una forma descontrolada, eso no era un muy buen síntoma para mis planes de acampar, porque preveían una caída de nieve importantísima durante dos días y eso podía llegar a cortar algunos caminos que debíamos recorrer con mis amigos, así que me abandoné la idea de que se dificultaría todo, pero no quedaba más remedio que esperar.
Mi hermana había salido, pero no dejó dicho dónde y Marcos se había quedado en la cabaña porque tenía que terminar unos planos, así que estábamos los dos solos hasta que llegara Anabella y, para ser sincera, la idea de quedarme sola con él, hacía que me relamiera de gusto.
Al rato de estar solos, Anabella llamó desde su movil avisando que no podía llegar a la hora prevista porque se había cerrado uno de los caminos de acceso a la cabaña, así que tardaría más de lo previsto, se quedaría esperando que las máquinas abrieran huella y el coche pudiera pasar.
Marcos me avisó de ésto y me miró divertido al decirlo, con lo cual no pude evitar una sonrisa disimulada pensando que era mi oportunidad, que no podía dejarla pasar, que ya no quería estar más sin probar ese cuerpo y que necesitaba que él me hiciera mujer a costa de lo que fuera, aunque sabía que a pesar de mi decisión, algo de timidez me impediría ser tan franca como deseaba. A las dos o tres horas de estar sentados charlando en el living, al lado de la chimenea, me levanté para ir a la cocina a preparar algo de almorzar y lo dejé leyendo el diario.
Mientras estaba en la cocina Marcos apareció varias veces para supervisar su almuerzo y de tanto en tanto pellizcaba cariñosamente mis mejillas, diciéndome cuanto había crecido, cuanto me había desarrollado, cuanto había cambiado y eso encendía más y más mi deseo, mis mejillas se teñían de un rojo profundísimo, pero eso no parecía molestarle, muy por el contrario, parecía encantarle la mezcla de niña-mujer que anidaba en mí. Almorzamos juntos, nos divertimos, hablamos de la primera vez que nos vimos y de los cambios que el tiempo había hecho en los dos, me preguntó si tenia novio, le respondí que no y que jamás lo había tenido formalmente, que los chicos que había conocido no dejaron de ser solo compañías agradables, pero nada serio y que estaba esperando el gran momento de sentirme enamorada. Después de almorzar me tiré en el sillón del living y al calor de la hoguera me quedé adormecida...
No sé cuanto tiempo pasó, lo único que sé es que entre sueños comencé a sentir que alguien me decía cosas bonitas, que comenzaba a sentir un aliento cálido en mis oídos y una boca fuerte, pero muy dulce que me daba pequeños besitos en mi cara.
Abrí levemente los ojos y me encontré con los de Marcos que me miraban a pocos centímetros, que me acariciaban con la mirada y pensé que estaba soñando, que no era cierto, que no podía tenerlo tan cerca de mí y transmitiéndome todo ese calor que su cuerpo emanaba. Al intentar desperezarme sentí mi cuerpo inmóvil y no tardé demasiado en entender que el propio peso del cuerpo de él era el que inmovilizaba el mío, lo tenía tendido sobre mí, lo tenía todo para mí, estaba a punto de lograr lo que quería y eso no hizo más que comenzar a calentar mi piel y mi deseo.
Marcos me recorría la cara con sus manos diciéndome que era tan diferente a su esposa como hermosa, que no podía creer todo lo que yo había cambiado, que la otra noche le hizo el amor a mi hermana pensando que era a mí a quien tenía a su lado, que no había dejado de desearme desde que había llegado a su casa, que si no era lo que yo deseaba que se lo dijera y el jamás volvería a molestarme.
Como pude, como me salieron las palabras, porque me faltaba el aliento, le respondí que el sentimiento era mutuo, que mi deseo no se había extinguido sino aumentado al pensar que era mi cuñado, que nunca había estado con un hombre, pero que lo deseaba a él para ese momento y que me moría porque me hiciera el amor como había escuchado que se lo había hecho a mi hermana el otro día.
Al mismo tiempo que me escuchaba, me acariciaba, me rozaba los pechos, me recorría con la yema de sus dedos por encima de mi jersey, con el peso de sus piernas presionaba entre las mías para que las abriera despacio y la amplitud del sillón iba cediendo a nuestros cuerpos y nos hundíamos más y más así, pegados, soldados uno dentro del otro y sentía que flotaba ante cada dedo de Marcos en mi carne.
Me besó la cara, los ojos, la boca, me llenaba de besos y de pasión, me repetía lo bonita que era, lo deseable que era y lo excitado que estaba. Yo sentía que estaba mareándome de deseo, pero no podía quedarme así de inmóvil, quería que él se encendiera más y más, quería arrancarle los mismos gemidos que le había arrancado mi hermana la otra vez.
El sabía que yo jamás había estado con nadie, pero aun así, quería que sintiera que aún virgen, podía ser una mujer completamente apasionada así que comencé a dejar que mis manos lo recorrieran, le acaricié la espalda de arriba hacia abajo, descendí por su espalda llegando a sus nalgas, apretando sus caderas más y más hacia mí, hasta que sentía que la dureza de su entrepierna me perforaba la mía, mientras que su respiración se agitaba en mis oídos y sus caderas se movían refregándose contra las mías.
-¡Te quiero follar!-, me decía despacio en los oídos y eso me encendía porque estaba dicho desde una pasión profundísima, no me avergonzaba que me hablara así, sólo me excitaba. -¡Hazlo! ¡¡Deseo que seas el primero!!-. La boca de mi cuñado descendía por mi cuello, su lengua se había convertido en una suave pluma que me recorría el pecho y dejaba a su paso caricias de fuego.
Sus manos habían quitado mi jersey y mi pecho había quedado expuesto a sus ojos, sus dedos y su boca. Me quitó lentamente el sujetador y se dedicó a besarme cada uno de mis pechos, a encerrarlos entre sus manos uno a uno y quedarse un buen rato besándolos, lamiéndolos, tocando con la yema de sus dedos mis pezones, recorriendo el contorno y pellizcando el centro para después hacer lo mismo con su lengua.
Jamás había sentido la dureza que podían alcanzar, ni siquiera cuando me excitaba viendo películas subidas de tono. Sentía que el extremo de mis pechos quemaba y que sólo calmaría ese fuego su boca, su saliva, el contacto de su dura lengua al acariciarlos, al besarlos, al succionarlos como lo hacía. Mi espalda no podía dejar de arquearse y elevarse hacia él, mis caderas seguían soldadas a las suyas y su erección me quemaba, no veía el momento de poder quedar libre de toda esa ropa y poder sentir de una vez por todas todo el esplendor de su cuerpo contra el mío y ofrecerle la pasión que me estaba matando.
Mientras él seguía dedicado a mis pechos, comencé a quitarle la camisa y mis manos así vagaban por su espalda, sintiendo la suavidad de su piel, esa piel que me fascinaba, sintiendo sus músculos tensos, duros, listos para dejar que su cuerpo se amoldara perfectamente al mío. Acaricié su espalda en círculos, subí y bajé por sus hombros, descendí un poquito con mi boca para poder besarle su pecho y me entretuve mordiendo levemente sus tetillas y así escuchar como aumentaban sus leves gemidos hasta convertirse en profundas exhalaciones de placer.
Alternaba los mordisquitos con caricias de mi lengua en ellos, los endurecí, los retuve entre mis labios y los solté hasta que los sentí duros como los míos, fui de uno a otro, me entretuve enloqueciéndolo así y no podía creer que fuera capaz de esas cosas, cosas que mi instinto me dictaba, cosas que jamás me había enseñado nadie, pero que a Marcos parecía enloquecerlo porque se arqueaba hacia mi boca con desesperación y seguía gimiendo.
No pronunciábamos palabra, nos dejábamos llevar por las sensaciones y los únicos sonidos que se escuchaban en el living eran los de nuestros besos y nuestros gemidos. Mientras seguía besándome sus manos comenzaron a acariciarme las piernas, la cara interna de los muslos y llegó a mi entrepierna.
Separó mis muslos delicadamente, aún con mis tejanos puestos, abrió la palma de su mano y me acariciaba por encima de la tela con su mano abierta, pasaba su palma de arriba hacia abajo, encerraba mi vagina en su mano y apretaba delicadamente viendo como mis ojos se humedecían más y más al sentir esa descarga eléctrica que significaba la mano de un hombre en ese rincón inviolable hasta ahora. Su propósito era calentarme al extremo, que yo llegara al delirio con sus caricias, que me dejara lista para todo lo que vendría después, parecíamos no tener límite de tiempo y nunca nos detuvimos a pensar que mi hermana podía llegar de un momento a otro;
Estábamos consumidos de deseo y yo no daba más, estallaba ante cada movimiento de mi cuñado, no creía que el cuerpo fuera capaz de dar tanto placer junto. -¡¡¡Sácame los pantalones, por favor!!!-, no podía dejar de decírselo, necesitaba sentir la piel de su mano junto a la piel de mi vagina, no quería más que eso.
Sentí como se sonreía ante mi pedido e inmediatamente lo hizo, bajo el cierre de mis jeans y rápidamente los deslizó por mis piernas, quedando frente a sus ojos sólo en ropa interior. Las mismas caricias que me había hecho hace instantes, las repitió por sobre mi pubis, con la diferencia de que ahora sus dedos se hundían en la carne de mi vagina, sentía como sus uñas cortísimas me arañaban muy despacio, como presionaba con la punta de sus dedos tratando de meterse en ella, pero no, sólo seguía excitándome.
-¡¡Estás mojada!!-, decía suavemente, casi susurrándome y era cierto, hacía rato que había sentido como me estaba humedeciendo y ahora él lo podía comprobar al sentir la humedad por encima de la tela de mi ropa interior.-¡Te deseo tanto!, ¡Te deseo tanto!-, repetía mi boca una y otra vez en sus oídos. El mismo camino que habían hecho sus manos ahora lo estaba haciendo su boca, con lo cual, en menos de dos minutos, sus labios estaban besando la entrada de mi vagina, siempre sobre mi ropa interior.
Sentía cómo me olía, como aspiraba mi excitación, como su lengua rozaba la tela húmeda y yo creía que no aguantaría más, pero quedaba tanto por delante que me parecía una eternidad. Ahora entendía por qué mi hermana decía las cosas que decía de mi cuñado.-¡Quítame las bragas, por favor!-, no pude evitar decírselo, la necesidad de sentir sus labios en mi carne era muy grande, no aguantaba más. No me las quitó, me las arrancó y fue el comienzo de mi real delirio.
Sus manos descendieron hacia mi vagina, la acariciaron, la moldearon, sus dedos separaron los labios de mi vagina y se humedecieron con mis líquidos.
El dedo índice de Marcos se empapó de mi flujo y recorrió internamente mi vagina, fue y vino, fue y vino, la aprendió de memoria hasta que suave y lentamente lo metió, abriendo camino dentro de mí, lo metió y lo sacó tiernamente, excitándome aun más si cabía. Ante cada arremetida de su dedo dentro de mí, mi cuerpo se elevaba hacia el cielo, sentirlo allí era una delicia y Marcos gozaba viendo mi cara y escuchando mis gemidos.
-¡Bésame! ¡Quiero que me beses ahí!-. Ese era uno de los deseos más profundos que tenía, sentir la boca de Marcos dentro. Mientras seguía abriéndome los labios con sus dedos, su lengua me recorría completa, me acariciaba por dentro, por fuera, me saboreaba, me degustaba y se entretenía haciendo círculos pequeñitos en mi carne...
Me estaba enloqueciendo y eso parecía darle más placer a él, más del que me estaba dando a mí, estaba dispuesto a que ese momento fuera completamente inolvidable para mí y lo estaba logrando. Yo sentía como me penetraba con su lengua, como la dejaba entrar y salir despacio, prolongando mi delirio, dejando que su aliento me cubriera y podía sentir como su respiración caliente me inundaba y yo respondía mojándome más y más, desde mi lugar podía sentir mi propio aroma de mujer escapándose y llenando el living de la cabaña, ese mismo aroma que me excitaba tanto a mí como a él.
Su lengua me enloquecía, la acompañaba con sus dedos, era fascinante sentir que había un verdadero hombre entre mis piernas, que esa primera vez nunca en mi vida iba a poder olvidármela, que hacer el amor era mucho más que una simple penetración, que había miles de formas de alcanzar el delirio y la boca y los dedos de mi cuñado me estaban arrastrando al borde del éxtasis.
Pero yo quería darle algo más que caricias, quería sentir que su hombría se vería satisfecha también conmigo, aunque mi experiencia fuera nula la reemplazaría por el instinto animal que él me despertaba. Lo alejé de mi entrepierna y así, con su boca llena de mí, empapada de mi flujo, lo atraje hacia mi boca, lo besé con pasión, supe lo que era mi propio sabor, lo que se sentía al tener mi flujo entre sus labios, el sabor agridulce de mi interior, dejé vagar mi lengua entre sus labios, metí mi lengua dentro de su boca y recorrí su paladar, batallé con la de él, absorbí la punta de su lengua con mis labios y dejaba mi aliento a cada paso, quería bebérmelo de una sola vez, hacerlo mío por completo.
Le mordí levemente los lóbulos de las orejas, metí la punta de mi lengua dentro de ellas y suspiré pesadamente en su interior, sintiendo como su cuerpo se arqueaba contra el mío al sentir la calidez de mi respiración; Bajé con mi boca por su pecho, repetí la operación de morder y succionar sus tetillas, arrastré mi lengua por su pecho, dejándole una estela de saliva hasta llegar a su ombligo, donde me detuve acariciándolo en círculos y apoyé mis mejillas en su entrepierna, donde advertí que su excitación era enorme.
Acaricié su entrepierna con los pantalones puestos, mis manos fueron y vinieron por encima de la rústica tela que cubría ese tesoro que estaba duro, hinchado, inflamado de deseo. Acerqué mi boca y besé levemente la zona y con mis dientes fui bajando lenta, pero cuidadosamente el cierre que lo atrapaba.
Ayudada por mis manos, logré bajar los pantalones y al liberar su prisión, sentí que Marcos suspiraba aliviado y ahora se dedicaba a gemir cada vez que sentía como mi boca subía y bajaba por sus muslos.
Era difícil creer que yo nunca hubiera tenido relaciones con nadie, pero la verdad es que desde que había tenido mi primer novio hasta ese momento, tantos días de caricias me habían enseñado como darle el mínimo placer a quien estaba conmigo, lo que nunca había experimentado yo, era el delirio que Marcos me estaba dando y la gloria de la penetración, el sello final de cualquier relación sexual.
No podía dejar de admirar su pene, de tomarlo delicadamente entre mis manos y darle pequeños besos como suspiros, de ver la cara de placer de mi cuñado al sentir como lo besaba, como mi boca quería enloquecerlo y lo besaba, dejaba que mi lengua descansara sobre la punta rosada y húmeda de su pene, que lo recorriera a lo largo, descendía hasta sus testículos, los lamía.
Llené de saliva toda la zona, no dejé de lamerlo un solo instante, lo tomé firmemente entre mis manos y dejé que su punta húmeda recorriera mis labios, en un arrebato de pasión lo metí completo en mi boca y la pelvis de Marcos se elevó al cielo, permitiendo así que su pene se metiera más aun dentro de mi paladar, sentía que me llegaba hasta la garganta y crecía dentro y eso hizo que una corriente eléctrica me recorriera el cuerpo y solo consiguió liberar más pasión y más instinto, con lo cual metí y saqué su pene frenéticamente de entre mis labios, escuchando que él me pedía más y más, que elevaba su torso para poder ver mi boca llena de su pene, para poder ver mi expresión lamiéndolo, comiéndolo entero, engulléndolo.
Me sentía poderosa con su pene dentro, me sentía hembra, caliente, dándole placer a él, una adolescente virgen enloqueciendo al marido de mi hermana, ese pensamiento me calentaba más y más.
Me deslicé hacia arriba un poco, justo para que mis pezones quedaran a la altura de su pene y con mis manos lo refregué sobre cada uno de mis pechos para que cada centímetro de mi piel entrara en contacto con la de él, para seguir aumentando esa calentura que nos consumía a los dos.
El aire de la cabaña estaba denso, ardiente, el aroma a sexo inundaba cada rincón, el sillón se hundía más y más, pero nada importaba, excepto nosotros dos y ese momento glorioso. Marcos me separó de él y sin dejar de besarme, me colocó nuevamente de espaldas en el sillón para poder dejarme gozar de él dentro de mí, al fin sabría lo que era ser penetrada con pasión, con delirio. -¿Estás lista?-, -¡Sí, por favor, sí!-. Abrió mis piernas delicadamente con sus manos y las elevó tanto como para poder facilitar la penetración y causarme el menor dolor posible;
Colocó la punta de su pene sobre los labios de mi vagina, acarició la zona con él y de una sola vez, dejó que se deslizara dentro, de un solo y seco empujón se metió en mí, abriéndose camino, desvirgándome, dejándome su sello para siempre.
El empujón me arrancó un pequeño quejido de dolor, pero rápidamente dejó paso a la sensación de querer retenerlo dentro, de no querer que me abandonara, dejé que mi instinto me guiara una vez más y comencé a moverme, a seguir el ritmo de sus embestidas, de sus entradas y salidas. -¡¡Me gusta, Marcos, me gusta mucho!!... Hummm, ¡¡¡sí!!!-. Escuchaba su voz gutural suspirando y moviéndose dentro de mí.
Sentir su pene friccionando las paredes de mi vagina ante cada entrada y salida me enloquecía, el ruido de mi flujo absorbiendo su miembro era delicioso, sentía que dentro de mi vagina había zonas que su pene rozaba que me estaba enloqueciendo. Marcos con sus manos separaba más y más mis piernas, elevaba mis caderas hacia él y me penetraba más y más. Instintivamente coloqué mis piernas alrededor de su cintura y ese movimiento me dio más placer.
Sin saberlo, contraje naturalmente los músculos internos de mi vagina y encerré dentro de mí el pene de mi cuñado y parece que eso lo transportó, porque escuché que me decía que eso le fascinaba, que no lo dejara salir, que lo apretara más y así hice, encerré su pene cada vez más, dificultando así las salidas y las entradas, para que el roce fuera más intenso.
Cada vez que el sacaba su pene para acariciar mi clítoris con su punta, sentía que miles de rayos me atravesaban el cuerpo y le pedía que volviera a meterlo, que me llenara cada rincón. En un momento lo sacó y sentía que lo ubicaba en la entrada de mi culo...
Me asustó la idea de que me penetrara por ahí, jamás creí que fuera a hacerlo, pero no me atreví a detenerlo porque lo sentía excitadísimo y tenía miedo de que me abandonara al sentirse rechazado así que lo dejé hacer, con la promesa interna de que si me dolía mucho se lo haría saber. ¡¡¡¡Qué placer mezclado con dolor fue sentirlo dentro de mi culo!!!!
Hizo lo mismo que antes, excitó la zona con su punta y cuando me quise dar cuenta, estaba dentro, bombeando, follándome sin piedad, entrando y saliendo por ese agujero estrecho, pero casi tanto o más placentero que el tradicional. Iba de un lado al otro sin miramientos, solo perseguía más y más placer.
El calor de la hoguera y el de nuestros cuerpos hacía que ambos estuviéramos sudadísimos y era una delicia sentir la piel de Marcos mojada de calor y placer, sentir como ambos cuerpos resbalaban al contacto, cómo el esfuerzo nos excitaba y nuestros gemidos nos llevaban más allá del éxtasis.
Su boca dedicaba los besos y los mordiscos más tiernos a mis pechos, sus manos separaban mis piernas y las mías masajeaban su espalda, palpando la tensión de cada músculo. Yo sentía que oleadas de calor subían y bajaban desde mi frente hasta mi vagina, como si estuviera en medio de una marejada, como sí flotara en agua caliente, me dejaba llevar por sus movimientos y los golpes de su pelvis contra la mía.
Cuando ninguno de los dos pudo más, cuando el estallido era inevitable, Marcos sacó su pene de mi vagina y estaba dispuesto a terminar sobre mi vientre cuando de pronto, sin saber cómo, me encontré con su pene entre mis manos, queriendo beberme su semen sin vergüenza, sin pudor, sólo por el mero hecho de darle el último segundo de placer, en agradecimiento a todo lo que el había hecho por mí.
Así, sin más ni más, coloqué nuevamente su pene dentro de mi boca y solamente acariciando su punta con mi lengua, logré que su semen se esparciera por mi paladar y el contacto de su leche con mi lengua me llevó a un orgasmo increíble, al mismo que llego él, al mismo que compartimos los dos mirándonos a los ojos profundamente.
Nos quedamos acostados, abrazados en el sillón y satisfechos.
Él, por haber disfrutado de una jornada de sexo increíble, tal vez una de las tantas que había tenido a lo largo de su vida. Yo, porque al fin conocía lo que era el sexo en todo el amplio sentido de la palabra, porque había pasado de adolescente a mujer apasionada, capaz de dar y recibir placer en igual medida y porque había comprobado que mi cuñado tenía la fama bien ganada.
Estaba pensado seriamente en irme de campamento. Sólo rogaba que la nevada cerrara los caminos durante mucho tiempo más.
Espero que les haya gustado.
nadia_sexysex_LoL@hotmail.com