Mi cuñado
Esto es lo que pasó cuando mi marido envió a su hermano para que cuidase de mí.
Me miré en el espejo del baño, terminaba de salir de la ducha y trataba de alisar mi cabello rubio que, como siempre, estaba enredado. Era el habitual martirio de cada mañana, pues con el paso de los años los nudos de los pelos se empeñaban en retorcerse más, pues mi cabello era ondulado pero me gustaba llevarlo liso, justo por debajo de los hombros.
Sonó el timbre de la puerta y ni siquiera me moví <<seguro que sería algún vendedor de seguros o algo así>> , aunque el timbre no paraba de sonar. Me enfundé el albornoz blanco y anduve hacia la puerta, la entreabrí con la barra de seguridad.
—Lo siento, no necesito nada...
—Soy Jhon, el hermano de Francisco. Tú has de ser Bárbara ¿no?
—Sí, Bab. Un momento, Jhon – cerré la puerta y volví a abrirla tras quitar la barra – Eres el hermano nómada, eh!
—Siempre ando de aquí para allá. De hecho, termino de llegar de Calcuta, pero ¿no vas a invitarme a café, cuñada?
—Vale, entra. Solo un café Jhon, estaba a punto de vestirme y salir a comprar.
Él tomó asiento en la cocina mientras que yo preparaba el café, aunque mi instinto me avisó y giré la cabeza: efectivamente sus ojos estaban clavados en mi trasero y le pregunté si lo tomaría con leche y asintió sin apartar la mirada.
Sorbíamos el café sentados frente a frente, aunque al estar sentada el albornoz se ahuecó a la altura del escote mostrando levemente los lados interiores de mis senos. Como era de esperar, su vista ya no analizaba mi culo ahora se concentraba en las tetas, pero lejos de sentirme incómoda me agradó que un hombre joven como Jhon mirara de ese modo a una mujer madura de 38 años y él estaría por los 26.
—Anoche hablé con mi hermano. Sé que está en Lisboa en viaje de trabajo y cuando le dije que venía a Valencia, me invitó a pasar unos días en vuestra casa, que tenéis un dormitorio libre y que cuidase de ti. Y aquí estoy, Bárbara.
—¡Vaya, así que vas a cuidarme! Mira, Jhon, como has podido observar con insistencia, te habrás dado cuenta que soy una mujer madura, capaz de cuidar de mí misma. Aunque si mi hombre te ha invitado a dormir en la habitación contigua, nada tengo que objetar al respecto; salvo que debes dejar de mirar mi cuerpo de ese modo tan descarado –concluí mirándolo seria.
—Lo siento, de verdad, Bab. Es que no te conocía en persona y pensé que serías como alguna de sus anteriores novias, insípidas y aburridas y de pronto me encuentro ante una mujer espectacular. Te prometo que intentaré no mirarte – bajó el mentón en un gesto de abatimiento.
—Tampoco es eso, Jhon – acaricié su mano con la mía, para consolarlo – tal vez he sido algo cortante, pero es que creí que me desnudabas con las miradas y, aunque somos familia, debes controlarte y recordar que soy la mujer de tu hermano.
Puestas las cosas en claro, ambos nos relajamos. Mi cuñado relataba sus andanzas por la India, aunque en un momento dado se levantó y se quitó la cazadora y entonces fui yo la que recorría la imagen del muchacho que lucía los pectorales y la tableta marcada bajo la camiseta, los musculosos brazos adornados por tatuajes, uno de ellos de una mujer desnuda, todo eso y la coleta que colgaba de la cabeza mostraban el cuerpo joven y exótico de un hombre que nada tenía que ver con los rasgos aniñados del rostro.
—Mira, Bab, he de confesarte algo que me dijo Fran anoche. En realidad, sus palabras fueron que te entretuviese, por que estabas sola y aburrida.
—¿Y eso qué cambia, Jhon? Entretener o cuidar, viene a ser lo mismo, ¿no?
—No para nosotros, Bárbara. Hace algunos años, siendo yo aún un mozalbete, acompañaba a mi hermano mayor en sus frecuentes aventuras sexuales y recuerdo una tarde en la que dijo, mientras montaba a una chica y otra esperaba al lado “ Jhon, termina de entretener a ésta, mientras monto a la otra” , así que entretener tiene un significado especial para los dos.
—¿Insinúas qué lo que Fran te indicó es que follaras a su mujer? Estáis locos los dos, porque a ver ¿qué edad tienes, chaval?
—Veinticinco, ocho años menos que Fran. Aunque nuestros gustos por las chicas curiosamente coinciden, pero si tú no estás de acuerdo nada tienes que temer, mujer.
—¡Venga, Jhon! te acompaño a tu dormitorio y ni se te ocurra pensar que esta mujer madura te va permitir que entres en ella, así por las buenas. – anduvimos hasta el recibidor, él cogió su abultada maleta y yo colgué de mi hombro la mochila.
Cuando entramos en su dormitorio él descargó la maleta frente al armario a la vez que yo deslizaba la mochila de mi hombro, con tan mala fortuna que la cinta arrastró la hombrera del albornoz y mi pecho izquierdo rebotó en el aire mostrándose a sus ojos en todo su esplendor.
—¡Jo-der, nena, vaya meloncito duro y firme que te gastas! Lo dos juntos deben ser algo así como el collar de una reina. – decía con los ojos muy abiertos. En respuesta al grosero comentario me di la vuelta salí del cuarto y me encerré en el mío.
<<Solo me faltaba esto, siquiera podré andar por mi casa como me gusta: desnuda o apenas con una camiseta>> <<el mocoso piensa que voy a aceptar que me entretenga, siguiendo las instrucciones de su hermano>> ¡Pero su hermano resulta que es mi marido!, pues bien, si eso es lo que quiere a mí me toca decidir, porque de mi cuerpo o mis impulsos la única dueña soy yo.
Desnuda ante el armario, intentaba de puntillas alcanzar el jersey rojo del estante superior. Mis dedos lo tocaban, pero no llegaban a pinzarlo, cuando una voz recitó a mi espalda:
—Me temo que vas a necesitar la ayuda de tu cuñado – de inmediato sentí su cuerpo pegado al mío, alcanzó con facilidad el jersey, aunque el bulto que lo acompañaba no se apartó ni un milímetro del lugar que apretaba: justo entre los glúteos.
—Pero... pero ¿qué haces...Jhon? – mi cuerpo tembló, pues hacía varios días que nadie me empujaba y aun años que no lo hacían con esa contundencia, pues el rabo entre las nalgas tenía tal dureza y dimensiones que dolían. Así que, junté las piernas empujé con el culo sus ingles y abrí el cajón que estaba en los bajos del armario que contenían la lencería. Entonces él contestó
—Pues mira, zorra, ahora estoy pensando si te destrozo el culo o te reviento la vagina ¿tú que opinas, Bab? – a la vez que hablaba agarró con las manos mis pechos que colgaban al aire y empezó a amasarlos suavemente, al tiempo que los dedos estiraban los pezones y todo ello mientras frotaba el duro cabezón arriba y abajo, desde al ansioso culo hasta la abierta vulva que gritaba reclamando su parte del botín.
La inmensa tensión sexual que nos arropaba, unida al dolor de espalda que la incómoda postura me producía, hizo que diese un fuerte empujón con el culo y entonces me puse en pie, lo miré directamente a los ojos, impulsé mi cuerpo contra el suyo y respondí a su pregunta.
—¡Vale, chico, deja de pensar en lo que vas a hacerme! Te recuerdo que ésta es mi casa. Tú tan solo eres el invitado y por mucho que diga tu hermano, no me vas a entretener – hablaba con suavidad, aunque mi tono cambió – ¡Te voy a follar y enseñarte los placeres que puede darte una mujer madura, me la meterás dónde, cuándo, y cómo yo quiera! Tú tan solo aportarás esa birria de colita. ¿Estamos?
Él agarró mi cintura y simplemente se dejó caer de espaldas sobre la cama, rebotando nuestros cuerpos en el colchón. No obstante, la situación era desigual, pues mi cuerpo estaba desnudo mientras que él permanecía con la camiseta y el pantalón. Lo desnudé en segundos y lo que rebotó ante mi cara me produjo una mezcla de sorpresa y terror, ya que la herramienta era de proporciones desmesuradas; el grueso capullo coronaba una barra dura y tan amplia como el cipote, además llena de venas y bultos varios.
—¿Eso... qué... es? – tartamudeé alarmada.
—Supongo que te refieres a la polla. Eso es lo que utilizo para hacer bebés.
—Eso lo sé, idiota. Hablo de los bultos, quiero suponer que estás limpio y no me contagiarás nada.
—Los bultos solo aparecen en situaciones especiales, cuando estoy muy cachondo como ahora, Bab – decía al tiempo que restregaba la polla en mis labios – Venga, abre la boca y trágala entera que quiere que la remojes con la saliva.
Abrí la boca al máximo, como una soprano cuando cantaba un aria de ópera, pero ni aún así. El capullo entró algo, pero los bultos atrancaban las mandíbulas a punto de quebrarse. ¡No cabía! Entonces recordé que quién dirigía la orquesta era yo, así que, de un salto cabalgué su cuerpo, ya era un reto personal, si los labios de arriba eran incapaces de tragar, los de abajo lo harían sin dificultad alguna. Habían absorbido decenas de pollas, tan gruesas o más que las del muchacho; cogí con una mano la batuta mientras con los dedos de la otra separaba los labios mayores y el concierto empezó, con un golpe de caderas el capullo finalmente entró, aunque el concierto dio paso al desconcierto cuando los músculos vaginales se estiraron al máximo pero la barra quedó a mitad de camino pues los bultos impedían el avance.
—Bárbara, necesitas relajarte. Estás excesivamente tensa, esto no es un torneo. Verás como entra hasta el fondo y morirás de placer – dijo Jhon a la vez que introducía dos dedos en el botón del clítoris que acarició tiernamente y sus dientes jugaban con mis pezones.
Mi matriz pronto empezó a llorar y las lágrimas se deslizaban a lo largo de mis mulos, noté que el abdomen estaba muy dilatado, subía y bajaba sin tregua. El pene resbalaba bañado por las abundantes secreciones mientras mis caderas combinaban movimientos rotatorios con clavadas arriba y debajo de tal modo que en segundos el prepucio alcanzó el cuello uterino y allí se quedó retorciéndose, proyectándose para alcanzar cualquier rincón que encontrase más allá del tubo vaginal. Cuando una descarga eléctrica arrasó mis venas y descargó en mi vientre, exploté en una tormenta perfecta, los espasmos se enlazaban uno tras otro, me corrí infinidad de veces durante más de una hora, estaba agotada y me dolía hasta el suave vello del pubis, así que cerré los puños y empujé los pectorales del chico para evitar su violenta invasión, pero él agarró mis caderas y volteó mi cuerpo quedando el suyo sobre el mío, aunque sin sacar la barra de fuego que quemaba el centro de mi intimidad femenina y no solo eso sino que hundió el trozo de polla que aún no había entrado. Tomó mis tobillos con las manos abriendo los muslos a tope y entonces empezó a “entretenerme” de verdad se hundía con violencia hasta el fondo.
Y ahí estaba yo, una mujer madura y experimentada con los labios vaginales, las paredes y el útero casi desgarrados por un jovencito, supuestamente inexperto... aunque su inexperiencia me estaba volviendo loca pues ambos cuerpos temblaban por un placer salvajemente morboso, mas cuando noté que el cipote cabeceaba, una lluvia de placer se derramó en mi vientre, se mezcló sus chorros de esperma con mi eyaculación. Los dos quedamos abrazados compartiendo el suave calor de nuestros cuerpos.
Sonó mi móvil, estiré un brazo y miré la pantalla: era mi marido.
—Buenos días, Bábara. ¿Llegó mi hermano? ¿Te cuida bien?
—Hola, Fran. Precisamente en este momento tengo encima a mi cuñado y me está “entreteniendo”.