Mi cuñado

Enamorado de mi cuñado.

Mi Cuñado

Cuando mi hermana Laura se casó yo tenía 14 años cumplidos, y aunque era mi única hermana, no sentí ninguna pena de que se casara, por el contrario, estaba feliz, porque disfrutaría por primera vez de una recámara para mi solo. Cualquiera que haya tenido 14 años sabe lo importante que es eso. Podría poner la música que me gustaba sin que nadie me regañara por mis gustos escandalosos, por fin tendría el cuarto desordenado y nadie me gritaría por tener la ropa sucia tirada por todos lados, podría dormir desnudo como siempre había querido, y podría masturbarme en la cama sin tener que esconderme en el baño para hacerlo. Por donde se mirara, que Laura se fuera era una bendición.

Desde luego, iba a extrañarla, porque por muchos problemas que tuviéramos, de verdad nos queríamos. Éramos los únicos dos hijos que nuestros padres habían podido procrear, y eso nos unía bastante. Cuando empezó a andar de novia con Ricardo, sentí una incipiente antipatía por aquel joven alto y moreno que ilusionaba tanto a mi hermana, pero ya que lo conocí mejor, empezó a gustarme a mi también. Y cuando digo gustarme me refiero realmente a eso.

Cuando Ricardo fue por primera vez a casa, mis padres y yo lo vimos con mucha desconfianza, pero pronto nos ganó a todos. Tenía atenciones con mi mamá, se sentaba a mirar los aburridos partidos de tenis con papá, y a mi me ganó rápidamente con el último CD de mi grupo de rock favorito.

Mi hermana estaba loca por él y todos nos dábamos cuenta. Hasta ese momento yo no sentía sino una gran simpatía por mi cuñado, pero una noche en que ellos habían salido a bailar y yo me había quedado hasta muy tarde escuchando música todo cambió.

Estaba en mi cama cuando escuché el sonido del auto de Ricardo. Apagué la música, porque Laura no tardaría en entrar y me armaría una bronca, pero los minutos pasaron y Laura no aparecía. Me asomé a la ventana y vi que ellos estaban en el auto todavía, imagino que despidiéndose. Laura y Ricardo se estaban besando apasionadamente fundidos en un abrazo. Con cierto morbo me quedé espiando a mi hermana con su novio. Las manos de Ricardo estaban bajo la blusa de Laura, y ésta le acariciaba el paquete. Me llamó la atención el bulto notoriamente grande que se hinchaba bajo los pantalones de Ricardo. Empecé a desear que mi hermana se avivara y se lo sacara, para poder mirarlo con mayor detalle. La luz de la farola no era muy buena y yo me estaba quedando ciego tratando de ver el paquete de mi cuñado.

Finalmente Laura se apartó y se arregló las ropas. Ricardo trató de retenerla, pero mi puritana hermana no cedió y se bajó del coche, despidiéndose rápidamente. La maldije en silencio mientras veía a mi pobre cuñado tratando de acomodar su tremenda erección sin lograrlo. Cuando mi hermana entró en la casa, vi a Ricardo abrirse la bragueta y sacar su hinchado pene de su prisión de tela. Su largo y grueso miembro me dejó sin habla. Nunca había visto otro pene que no fuera el mío, y de pronto, ese largo apéndice de carne erecta desató una desconocida y fuerte atracción que nunca había sentido. Hubiera querido poder volar desde la ventana hasta el coche de Ricardo para mirarlo de cerca. Necesitaba verlo con detalle, mirarlo de cerca. Escuché los sonidos que hacía mi hermana abajo en la cocina sin perder detalle de mi cuñado. Vi que Ricardo se sobaba su verga hinchada y yo hice lo mismo con la mía. Separados, y sin que él lo supiera, alcanzamos juntos el orgasmo. Vi que Ricardo sacudía su mano fuera del coche y que arrancaba el auto sin guardarse el miembro. Lo vi marcharse, y lo imaginé conduciendo en la noche, con el pene duro apuntando hacia arriba, mientras el semen continuaba escurriendo lentamente a lo largo de su tronco. Me acosté antes de que mi hermana terminara de llegar y me dormí soñando por primera vez con mi cuñado.

Después de aquella noche, Ricardo no significó lo mismo para mí. El continuaba siendo el de siempre, pero yo lo miraba con otros ojos. Empecé a fijarme mucho más en él. Miraba su rostro atractivo, y adoraba la sombra que lo oscurecía cuando no se afeitaba. Veía sus antebrazos cubiertos de vello oscuro y estaba pendiente de atisbar entre los botones abiertos de su camisa un poquito de su pecho poblado de vello. Si alguna ocasión venía en shorts, yo no me alejaba para nada, disfrutando de sus piernas largas y peludas, delgadas pero definidas, como las de un corredor. Si por casualidad abría lo muslos al sentarse, yo me excitaba solo de imaginar lo que había entre esas piernas y cualquier atisbo entre su ropa que me permitiera adivinar la silueta de sus huevos o su pene casi me hacían venirme de emoción.

Ni mi hermana ni él parecían notar mi constante acecho, pero yo vivía para esas ocasiones en que Ricardo venía a casa. No se si a alguno de ellos se les hacía extraño que yo no me les despegara para nada, pero nunca me impidieron hacerlo. Siempre que era posible los acompañaba, y Ricardo se acostumbró a mi presencia.

En una ocasión organizaron un paseo en la universidad donde ambos estudiaban y yo hice todo lo posible por ser invitado. Mi hermana no estaba muy de acuerdo, pero Ricardo me apoyó. El paseo era a un balneario, y por primera vez vi a Ricardo en traje de baño. Alto y velludo, fuerte como un cable, sentí que mi atracción crecía más que nunca. No me aparté de él en todo el día. Como buen cuñado, se preocupó de integrarme a todas las diversiones y jugamos en la alberca y fútbol juntos. Mi hermana se entretenía con sus amigas, lo que me permitió pasar mucho tiempo con mi cuñado. Al final del día, hombres y mujeres se separaron para bañarse y cambiarse antes de regresar. Entré a las duchas tras Ricardo, admirando su pequeño y firme trasero moviéndose bajo el traje de baño. No había suficientes duchas para todos, y el grupo se dividió compartiendo duchas. Por supuesto yo no me despegué de Ricardo y cuando empezó a desnudarse para bañarse me sentí más excitado que nunca. Me dijo que me apurara a bañarme o me ganarían el sitio, pero yo no podía desnudarme sin que se notara la dolorosa erección que había bajo mi traje de baño. Le dije que esperaría hasta llegar a casa para bañarme y no pareció extrañarle. Se dio la media vuelta y se bajó el traje de baño. Sus pequeñas y velludas nalgas me dejaron mudo. El oscuro rincón de su ano estaba oculto a mi vista, pero sus huevos asomaron entre sus piernas al inclinarse, pesados y grandes. Como en un sueño, lo miré enjabonarse el cuerpo, su piel morena y velluda resaltaba con la espuma del baño y cuando finalmente se dio vuelta frente a mi, pude mirar su pene dormido. Colgaba bajo una oscura maraña de pelos, y aunque no estaba erecto, era más hermoso de lo que recordaba. La cabeza estaba medio cubierta por el prepucio, asomando su punta rosada y clara. Cuando se la enjabonó, vi sus huevos, gordos y suaves debajo, y el agua caliente los hizo colgar aun más bajo su cuerpo. Terminó de bañarse y mientras se vestía traté de ocultar mi profunda excitación. El regreso a casa fue rápido y mi enamoramiento más rápido todavía.

Meses después Ricardo y Laura nos anunciaron su boda, y la felicidad de saber que lo tendría cerca mucho tiempo se mezcló con la culpa de sentir esa atracción por el futuro marido de mi hermana.

Fui uno de los padrinos de boda, y seguramente el más ansioso por esperar el retorno de la pareja después de su luna de miel. A su regreso, se instalaron en un pequeño apartamento cercano a casa y pronto se estableció una rutina donde cada viernes venían a cenar a casa.

Mi nueva recámara había sido totalmente decorada a mi gusto, y yo me masturbaba en mi cama cada noche, siempre con Ricardo en mi mente. Soñaba, solo soñaba.

Uno de esos viernes de cena familiar, los recién casados nos dieron la feliz noticia de que ya estaban esperando bebé. La familia los felicitó y yo no pude dejar de pensar en la verga de Ricardo arrojando aquellos millones de espermatozoides que permitirían a mi futuro sobrino formarse y nacer. Así de trastornado estaba todavía por mi cuñado.

Los meses pasaron y la panza de Laura se hinchó como un globo. Como era su única hija, mi madre no dejaba pasar un día sin estar al tanto del embarazo de Laura, y al empezar el noveno mes decidieron que Laura se vendría a la casa para que mi madre pudiera atenderla. Me quedaría nuevamente sin recámara, así que pronto se llegó a la conclusión de que me fuera a la casa de ellos hasta que naciera el bebé. Un mes entero en casa de Ricardo, él y yo solos. Mi futuro sobrino se ganó no solo mi cariño, también mi agradecimiento. Tendría oportunidad de disfrutar de la compañía de su padre por 30 días y eso era el mejor regalo que podían hacerme.

Ricardo me recibió tan amable como siempre y como su departamento era pequeño, dijo que si no me molestaba podía dormir en su cama. Sobra decir que aquello no me molestaba para nada.

Sin que me lo pidieran asumí el papel de mi hermana. Me levantaba temprano para preparar su desayuno. Le arreglaba la ropa que usaría y ponía la ropa sucia en la lavadora. Comíamos diario en casa de mi madre y aprovechaba para llevarle a planchar la ropa limpia. Mi mamá nos cocinaba la cena y yo la calentaba más tarde en casa de Ricardo para que cuando llegara por la noche la encontrara lista y esperándole. Mientras pasaba todo esto, mis oportunidades de verlo a mis anchas eran muchas. Espiaba su baño por una rendija de la puerta y me masturbaba mientras lo veía desnudo y ajeno a mi excitada observación. Por las noches, Ricardo dormía con unos boxers de algodón viejos y suaves. Yo fingía dormir y cuando lo escuchaba respirar pausado y profundo, me deleitaba mirándolo. Bajaba las sábanas y me acercaba lo más posible a su entrepierna sin atreverme a tocarlo, aspirando el aroma de su sexo bajo la tela, tratando de adivinar la silueta de su pene. En un par de ocasiones encontré una erección bajo la tela, y hubiera dado cualquier cosa por tocarla, pero nunca me atreví.