Mi cuñado 8.

Mi marido y mi amante fueron testigos de mi inicio en la prostitución. Incluso de mi entrega al primer hombre negro.

8

Algo más de una hora después el segundo cliente se marchó. Por supuesto, exhausto y satisfecho y, tras ducharme, bajé a la cocina para contar a mis chicos los detalles de la borrascosa sesión de sexo.

—¿Qué tal ha ido tu estreno, Bab?   A Ramón lo has despachado en poco más de una hora – dijo Jhon sirviéndome en la copa un chorrito de coñac.

—Mi opinión es que ha sido genial – respondí a mi amante tras dar un sorbo de la copa – En ningún momento me he sentido incómoda. En realidad, estaba haciendo lo que más me gusta y cobrando, además.

—Pero a los clientes hay que darles por lo que pagan, en tiempo y forma. – siseó mi marido – A Ramón lo has liquidado muy rápido. Eso no es lo acordado.

—Es que ... estaba deseando reunirme con mis dos machos. Pero, os aseguro que el cliente se ha ido satisfecho, pues lo he escurrido varias veces. Además, quería comunicaros mi nuevo proyecto.

—¡¿Proyecto?! – exclamaron ambos a la vez.

—¡Pues, sí!  mientras recibía a Pepe, simulé que era su sobrina Begoña de la que está encaprichado; el tío parecía un toro follando a la imaginaria Bego. Justo en ese momento me iluminó la idea: ¿por qué los hombres soñáis a menudo en follar a una mujer prohibida? – les conté con detalle nuestra experiencia sexual del tío follando a la sobrina, incluso confesé mi recuerdo de la tarde en Madrid en la que descubrí mi relación lésbica con Silvia y Núria.

—¡Vaya! ¿Pretendes simular que eres Caperucita Roja o La Bella Durmiente para los clientes? – largó Jhon con sarcasmo.  –Lo que has de hacer es ofrecerles todos y cada uno de tus encantos, eso lo haces muy bien.

—¿Por qué no lo entendéis? Cada día, por una u otra razón, la prostitución alberga a más mujeres; unas por necesidad económica y otras por cumplir la fantasía que toda mujer esconde de probar algo nuevo. – afirmé convencida.

—¿Entonces...? – cuestionó mi marido.

—Entonces, voy a especializarme en ofrecer placer a novias o esposas. A chicas en general, pues toda mujer oculta en el subconsciente la vena lésbica que la sociedad y el qué dirán les impide sacar a la luz.

—¡Mira Bárbara, el problema es que a ti te gustan los rabos! No te imagino sin tragarte un par de ellos...

—¡Vale, Jhon! Ese problema tiene fácil solución – resoplé ante la falta de imaginación de mis hombres – Acepto ofrecer mis encantos – como tú los llamas – a parejas. Estoy convencida de que ambos quedarán satisfechos, pues tanto uno como la otra se pondrán como burros o burras viendo a la pareja corriéndose en brazos de otra mujer... o de otro hombre.

Un denso silencio nos cubrió ante mi atrevida propuesta. Mi amante y mi marido quedaron mudos; supongo que reflexionaban sobre sus propios sentimientos cuando me veían entregada a otros brazos temblando como una hoja a merced del viento huracanado.

—Me parece una idea... ¡genial, Bab! – exclamó Jhon riendo de oreja a oreja – De ese modo huimos de la vulgar competencia, pues cada día la mancha de aceite de la prostitución doméstica, se extiende más. Ni te imaginas la cantidad de ofertas sexuales que ofrecen las redes ...

—Aún así, ¿te sientes capaz de atender tú sola debidamente a las clientas, nena? – intervino mi marido – Me parece injusto que pases noche y día con las piernas abiertas.

—¿Cuál es la diferencia con lo que hago ahora? Cuando no me follas tú, lo hace tu hermano y, a menudo, ambos a la vez. Nada va a cambiar, excepto que algunas veces quizá necesite vuestra ayuda para complacer a la chica y ... o a la pareja.

—¡Para eso no cuentes conmigo! – exclamó Jhon excitado – No tengo problema en entretener a mujeres, pero a la pareja nada de nada.

—¿Ni aun en el caso de que la pareja fuera mujer? – miré a los hombres inquisidora.

Mi plan de incorporar a mujeres en mis relaciones sexuales, dando prioridad a ellas, desató una nueva discusión con mis machos, aunque al final hube de plegarme a los requerimientos de mi amante – como era habitual – Decidimos que serían ellos los que se ocuparían de la promoción y organización de mis “servicios”, anunciándome en webs de encuentros. Aprovechando que siempre iba desnuda, cumpliendo el capricho de Jhon, me tomaron varias fotos a cuál mas sugerente; unas en el lecho conyugal, otras en el sofá, incluso algunas en la moqueta del suelo; todas mostrando mis íntimos encantos, aunque yo me negué a mostrar el rostro, con lo que las que hacían de frente, un antifaz negro tapaba parcialmente mis facciones.

—¡Vale, chicos! ¡Parad con las fotos! – exclamé cansada de las posturas con las que enseñaba mis intimidades femeninas; las de arriba y las de abajo, por delante y por detrás – Aún he de recibir al tercer cliente. ¡Estoy agotada!  Así que, mientras me folla, vosotros preparáis la cena.

—¿Cómo la cena? A las diez tienes que recibir al último cliente.  –  cuestionó mi marido.

—Pues ya puedes avisarlo y anular la cita ¿no es suficiente que a vuestra mujer se la hayan cepillado tres individuos? – jadeé harta de su egoísmo – Las noches las reservo para mis dos cornudos, que aplaquen el ansia sexual de su hembra. Creo que me lo he ganado ¿no?

Justo en ese momento sonó el timbre de la puerta. Mi amante apartó la mano que estrujaba mi pecho izquierdo pellizcando el pezón erguido y, la mar de tranquilo, abrió la puerta facilitando la entrada del cliente. Ambos iniciaron la conversación en un idioma extrañísimo, al tiempo que yo miraba boquiabierta la masa humana que, supuestamente, entraría en mí en breves minutos. La alarma me hizo cerrar la boca cuando los dos alcanzaron la mesa en la que estaba sentada con mi marido. Jhon hizo las presentaciones usuales, señalando a Jamir y susurrando nuestros nombres.

—Jhiampcbo minx bbwaet – dijo Jamir, al tiempo que abrazaba mi cuerpo desnudo y su mano sobaba mis nalgas.

—¡Oye, aun no ha pagado y ya está magreándome! – chillé mirando a Jhon – además no entiendo ni papa de lo que dice, por lo tanto, deberías entrar con nosotros para traducir.

Jhon habló con el moreno y este sacó el billetero entregando a mi amante varios billetes, a la vez que negaba con la cabeza.

—Bab, como puedes deducir Jamir es hindú, y se niega a tener espectadores mientras te folla. – explicó Jhon, sonriendo al observar como el indio frotaba el bulto que empujaba la bragueta, casi a la altura de mis tetas.

Miraba aterrada al cliente. Su estatura superaba de largo los dos metros y el resto de la estructura física me recordó a Hulk , con la diferencia de que el monstruo era verde y el cliente era negro claro, color chocolate. La presión de la erección entre mis pechos, me hizo suponer cuál sería el tamaño de la polla. En realidad, nunca me había follado un negro y la fama de la dimensión genital de los negros era legendaria. Así pues, señalé con el dedo tembloroso el dormitorio conyugal y, tras dejarme en el suelo, anduvimos hacia la habitación.

De pie ante la cama observaba a Jamir que se desnudaba y cuando bajó el pantalón estuve tentada de huir, pues la dimensión del pene dejaba diminuta a la de mi Jhon. Sé que en los relatos se tiende a exagerar las dimensiones de las pollas de los chicos, pero este no era el caso. La largura y el grosor de la herramienta de Jamir superaba cualquier cosa que os podáis imaginar. Cuando al fin se despojó del pantalón agarró mis glúteos, levantó mi cuerpo encarándonos nariz contra nariz, a la vez que yo apoyaba las rodillas en sus costillas para mantener el equilibrio con lo que mis muslos quedaron totalmente abiertos.

Rodeé su cuello con los brazos. Hasta ahí todo iba bien, notar la piel negra frotando mi carne pálida, casi lechosa, significaba una nueva fantasía hecha realidad. De pronto las manos que sujetaban mis nalgas cedieron y mi cuerpo resbaló mientras la polla negra perforaba la vagina atravesando el cérvix, el cuello y la bolsa uterina hasta depositarse en mi vientre, o más allá. Mi alarido retumbó por toda la casa a la vez que los sollozos me ahogaban por el penetrante dolor en mis entrañas. Llamaba a mis hombres para que me liberasen de esa tortura, pero nadie me auxilió.

¿Qué podía hacer yo? Contra más pataleaban mis piernas en el aire, más se hundía la polla en el vientre; le arañaba la espalda, incluso le mordí la yugular, pero el cabrón no cesaba de empujar la barra que por mi propio peso la tragaba hasta notar los huevos pegados a las ingles. Tras un largo rato destrozando mi ya casi insensible vagina me empujó sobre la cama, quedando él sobre mí, aunque sin sacar la polla ¡claro, era tan larga!

Al fin pude respirar. Moví mis caderas buscando el encaje de nuestros genitales, pero no había forma, los músculos vaginales amenazaban con rasgarse por el violento roce de la polla que se retorcía entre las paredes. Hasta que tras innumerables intentos enlacé los tobillos en su espalda.  ¡Ahí sí nos acoplamos perfectamente! el camino hacia el agujero vaginal quedaba expedito. Entonces empezamos a disfrutar ambos del sexo entre un negro y una rubia de piel blanquísima.

Os puedo asegurar que la leyenda de las pollas oscuras es real, tanto por tamaño como por la habilidad con las que las utilizan los morenos. Las dos horas siguientes follamos en todas las posturas imaginables. Jamir berreaba y exclamaba en hindú y yo respondía en castellano, aunque el lenguaje sexual es universal y los frecuentes orgasmos que tuvimos, también lo fueron.

Cuando mi amante abrió la puerta del dormitorio para indicarnos que el tiempo convenido había pasado, el cliente con gesto de fastidio dijo:

—Mnhofuax ulo. Btil euros.

—Cielo, Jamir quiere follarte el culo. Prorrogar una hora más y pagar mil euros por el capricho.

—¡Estoy rendida, Jhon! Hemos hecho de todo. Pero vale, advierte a Jamir que en cuanto se corra en mi culo, se acaba la fiesta. Vosotros esperadme para cenar.

—¿Cenar a la una de la madrugada? – se quejó mi amante.

—¡¡¡Pues claro!!! He de recuperar energía, pues después quiero que mis dos cornudos me entretengan . ¡Como cada noche!