Mi cuñado 7.
¡Al fin recibí al primer cliente que eligieron mis maridos!, aunque mis sensaciones eran contradictorias. Tomé una decisión que cambiarían nuestras vidas...
Mi cuñado 7.
El cliente notó las tetas empanando sus orejas y trató de mover la cabeza con la intención de alcanzar los pezones con la lengua, pero estos ya se habían alzado y, con las rosadas areolas, apretaban las mejillas de la cara. En ese momento me sentí dichosa cuando vi al primer cliente deslizar varios billetes de 500 en la mano de Jhon, quien contó los billetes y me miró asintiendo levemente. ¡¡¡Había pagado dos mil euros por mis carnes maduras, tan solo por un ratito!!!
Con el mentón alzado, colgada de los brazos de Jhon y Pepe anduvimos hacia nuestro hogar. Mi marido nos seguía detrás a un par de pasos, estirando la minifalda negra que al levantarme de la silla se enrolló en mi cintura mostrando los preciosos glúteos con el hilo del tanga rojo escondido en la rajita. No me importaba que los vecinos murmuraran al confirmar lo que ya sabían: ¡Que soy la puta del barrio!
Nadie me obligó a prostituirme, mi decisión fue personal, entre otras cosas porque necesitaba demostrar a mis hombres que su mujer es capaz de ser la golosina de otros y otras, jóvenes o maduras. Sin depender de mis maridos ni económica ni sexualmente. Me sentí una mujer libre sin ataduras ni dependencia de nadie. ¡Ahora sí iniciaba la vida soñada! No tengo por qué dar explicaciones o justificar mis fantasías. El que no quiera ver, que no mire.
Apenas cerramos la puerta del piso tomé la mano de Pepe y lo senté en el sofá. Frente a él terminé de desabotonar la blusa desprendiéndome de la prenda y la faldita negra que cayó en las sandalias ofreciendo un striptis, supuestamente sugerente, ondulando mis curvas como anticipo a lo que él iba a disfrutar en pocos minutos. No obstante, debo reconocer que el baile no es mi habilidad preferida, más bien soy algo patosa, pero debía desnudarme por dos motivos; el primero por la exigencia de mi amante de ir siempre desnuda y también porque... ¡porque soy puta! y si los clientes van a pagar por follarme, la ropa sobraba.
Miré a mi amante dubitativa. A pesar del numerito que estaba haciendo, los nervios me asaltaron pues aun con la decisión irrevocable de vender mi cuerpo, es el último paso de una mujer casada a la infidelidad. Al desenfreno. Jhon asintió levemente. Me hizo una seña con el mentón dirigido a mi braguita roja, así pues, el tanga se deslizó por las piernas y, sin dudarlo, me senté bien abierta sobre las del cliente con los pechos a la altura de su boca y el pezón de la teta derecha restregando los labios que lo absorbieron.
A Pepe le faltaban manos, dedos y lengua para acariciar mi piel, hurgar en los huecos y lamer los erectos pezones, pero lo compensaba con el bulto que crecía en mi entrepierna.
—Cielo, ¿me follas aquí o en la cama? – gemí emocionada, pues desde la tarde anterior la vulva no había sido perforada por polla alguna. La simple presión de la erección en mis labios del sur, me estaban poniendo como una perra.
—eh... ca... cama – resopló Pepe mirando a mis hombres que observaban la representación.
—Mi amante y mi marido no deben preocuparte, Pepe. Simplemente les gusta mirar, como buenos cornudos que son – solté con sarcasmo – aunque si deseas nuestra intimidad ¡Vamos! Me levanté del regazo del cliente y estirando de su corbata lo arrastré al dormitorio conyugal.
Creí que, en la intimidad de la habitación Pepe se relajaría. Que consumaría el acto por el que había pagado, pero los nervios del hombre eran evidentes, mantenía las manos en los bolsillos mirando a cualquier rincón; así que me acuclillé frente a él y bajé la cremallera del pantalón rebotando en mi cara la barra de tamaño medio, aunque bien dura, << ideal para mi maltrecho coñito >> pensé. Tomándola por la base introduje la punta entre los labios lamiendo con dulzura el capullito. En ese momento él reaccionó y agarrando mi cabellera clavó la polla hasta la garganta iniciando un mete-saca frenético, aunque el cliente mugía como un toro, no logré vaciarlo.
—Termina de desnudarte, Pepe. Ya estás preparado para fornicar a tu hembra – lo miré desde la cama a la que me había lanzado pues, aunque el servicio duraba dos horas, mi intención es escurrirlo en menos que canta un gallo.
Como cabía esperar, en segundos lo tenía desnudo entre las piernas, bueno, en realidad la cabeza es la que husmeaba entre mis muslos observando los labios vaginales que sus dedos abrieron con delicadeza. La lengua empezó a explorar los labios menores resbalando arriba y abajo, repitiendo sin descanso el movimiento lingüístico hasta que el clítoris apareció por allí, en la cima de la abierta vagina, que también fue invadido y acorralado por la lengua. Mi cuerpo reaccionó a las intensas lamidas. Las secreciones vaginales, en forma de líquidos acuosos, inundaron la boca que tanto placer me daba, mientras que mis jadeos y quejidos rebotaban en las paredes del dormitorio conyugal.
Mis caderas se alzaban con desespero, a la vez que mi mano empujaba la nuca del hombre contra la vulva y la otra mano estrujaba la sábana. El inesperado placer arrambló por mis venas concentrándose en las terminaciones nerviosas del cérvix. Exploté en una ola de orgasmos que no cesaban, al tiempo que mis rodillas se abrían y cerraban abatidas por el ardoroso sentimiento que me envolvía.
—Di... disculpa la ... violencia, Bab – gimió Pepe amorrado en el hueco de mi cuello – pe... pero es que .....
—No pasa ... nada, cielo – suspiré intentando respirar, pues él cubría mi cuerpo con la masa muscular – nadie me comió el bollo como tú lo has hecho, Pepito. Ahora toca que siembres el chochito y descargues la esencia de la vida. – fui consciente de la tensión de su espalda.
—Por favor, no me llames Pepito. – suplicó en tono ronco.
—Sólo ha sido un apelativo cariñoso, si lo deseas te llamo don José.
—¡No es eso, nena! – titubeó – es que así me llama Begoña, mi sobrina, cuando ....
—¿Cuándo ...? no me digas que abusas de tu sobrina, Pepe. Por tu edad ella debe ser una chiquilla.
—¡¡No!! tenéis, más o menos, la misma edad. Sois tan parecidas que cuando acaricio tu piel me imagino que es la de Bego.
—A ver, ¿qué edad tiene Begoña?
—Veintinueve. Tiene un cuerpo poderoso, su trasero y los muslos son igual que los tuyos, incluso los pechos son similares. Además, también es rubia natural... ¡¡¡me vuelve loco su cuerpo!!!
—¿Está casada Bego? – inquirí, orgullosa de que comparase mi cuerpo con el de la joven sobrina. Tomé nota mental para restregarlo en los morros de mis hombres.
—Sí, lo está con el marica de Edu. Pero él no la atiende como es debido ¡Cómo puedo arrepentirme de lo que ocurrió la semana pasada! – resopló al tiempo que su miembro crecía considerablemente entre mis muslos.
—¡Claro! Te follaste a tu sobrina para calmar su ardor. De eso no debes arrepentirte, Pepe. Cuidaste de Begoña como se debe hacer con la familia.
—Aún no la he follado, aunque lo voy a hacer. Lo nuestro empezó con roces fortuitos. Después los roces se transformaron en inequívocos apretones, hasta que el pasado jueves cayó una servilleta en la cena y Bego la recogió, inclinó la melena rubia, desabrochó los botones del pantalón y ... bueno ... ¡¡¡jamás podré olvidar la mamada!!!
Me emocionó el relato del amor sincero que nació entre tío y sobrina. Al punto que traté de consolarlo asumiendo el rol de Begoña entregando el cuerpo de su sobrina.
—¡Venga, Pepito destrózame! pero, hazlo rápido antes de que llegue mi marido. Toma lo que siempre ha sido tuyo – (mis piernas abiertas de par en par recibían el miembro durísimo).
—mmm uufff ¿est ... estás segura Be ... Bego?
—Siempre he soñado con que llegase este momento. Estoy cansada de imaginar que es mi tío el que me abraza cuando me folla el ganso de Edu. Derrámate en mí, tío.
—mhmhmh pe ... pero ¿sss ... sin con ... condón?
—A pelo, bobo. Ojalá me preñes, Pepito. Incluso el cornudo de mi marido sería feliz de recibir a nuestra criatura.
- Así ... más ... más, hasta ... el fon... fondo. ¡¡ No paro de correrme, cariño!! ¡Te necesito cada noche! – gemía la imaginaria sobrina.
Lo cierto es que el intenso orgasmo no solo apabulló a la sobrina. Yo jadeaba agarrada al cuello del cliente con nuestros sudorosos cuerpos pegados, abrasada por los empujones de... ¿Pepito?. Por unos minutos Begoña se había fundido en el cuerpo de Bárbara, éramos una sola persona y ambas disfrutamos del sexo con el hombre enamorado.
Seguimos “amándonos” durante más de una hora. Él en brazos de su sobrina y yo recordando aquella tarde en Madrid. La imagen de Silvia ofreciéndome su dulce monte de Venus se coló en mi mente; las sensaciones de la dichosa tarde me perseguían día tras día. Aún notaba el sabor en la boca de los jugos de la rubia, aunque también los de la morena Núria. Ese día descubrí la emoción de lamer carne de mujer, al tiempo que dos lenguas femeninas saboreaban mi piel por arriba y por abajo. Los pensamientos me desconcertaron pues, mis íntimos sentidos reaccionaban al pensar en Silvia, Núria y además ¡Begoña!
Aunque yo lo tengo claro. Ejerceré mi nueva profesión complaciendo tanto a hombres como a mujeres, aunque me especializaré en las chicas. Sacando a la luz mi parte lesbiana que terminaba de descubrir.
Justo en ese momento se abrió la puerta del dormitorio y apareció mi dueño.
—¡Vale, Pepe! ha pasado de largo las dos horas por las que pagaste y mi zorra necesita reponerse para recibir al siguiente cliente.