Mi cuñado 6.

El estreno como puta de mis maridos.

Mis dos hombres quedaron, literalmente, boquiabiertos. Obviamente, no esperaban mi alocada propuesta. No obstante, me reafirmé en la decisión pues, aunque adoraba a mi marido por su comprensión y la erótica libertad que me ofrecía con su familia y sus amigos, permitiendo que desfogase mis crecientes deseos sexuales, nada era comparable a lo que sentía cuando mi amante hundía la enorme polla en mi exquisita vagina, destrozándola con frenéticos arreones. Mi marido fue el primero en reaccionar.

—¡¿Te das cuenta de lo que estás pidiendo, Bab?! – rugió Fran – Ya tienes un marido... y aun tres cuñados para saciar tu devastador deseo sexual; eso sin contar a las mujeres de la familia que también contribuyen a sofocar el incendio que te abrasa.

—Claro que lo sé, Fran. – respondí al tiempo que mis dedos acariciaban la mano de mi amante – Tú eres el responsable de que tu esposa se haya convertido en adicta al sexo. Antes con tus amigos que se colaban en mi cama contra mi voluntad. – pausé y seguí – Más tarde ya no te conformabas, me entregaste a tus hermanos hasta el punto de hacer de mí la puta oficial de la familia, como tu hermano acaba de decir.

—¡Venga, nena, cálmate! – intervino Jhon, soltando mi mano con lo que mis dedos quedaron huérfanos de su calor – No fui yo quien mencionó lo de tu nuevo oficio; antes lo hiciste tú misma cuando hablaste de prostituirte. ¿Es así o no lo es?

—Bueno... mmm... bien sabéis los dos que mi exclamación solo fue una especie de silogismo, o como se diga. Aunque si eso es lo que queréis: lo seré. – Ni yo misma me creía a lo que me estaba comprometiendo – Pero Jhon, no me considero más que nadie, aunque tampoco menos. Si preñaste a Silvia tienes el deber de dejar embarazada a tu mujer.

Miré a mi esposo que seguía con la boca abierta, escuchando cómo la recatada mujer madura que había compartido su vida doméstica, se entregaba a su joven hermano sin condiciones para que la preñase y le hiciera un hijo.

—Fran, me hubiera gustado que fueras tú el que me preñara y asegurases nuestra descendencia. Lo he deseado durante los últimos dos años, pero claro, eres estéril y esa no es mi culpa. No te preocupes, cielo, serás el padrino de nuestra criatura – siseé buscando su comprensión.

—¿Cómo que no es tu culpa, zorra? Me exigiste hacerme la dichosa vasectomía, alegando que aun éramos jóvenes y que tu deseo era que follásemos cada noche sin condón.

—No te enfades, hermano – verbalizó mi amante – ya sabes lo que a nuestra putita le gusta enredar. ¡Qué manía tienen las mujeres de esta familia con el embarazo! Que sepas, rubia, que no te voy a preñar, así que ve pensando en la píldora porque yo te follaré dando marcha atrás, pero de los clientes no respondo.

—¿Los clientes? de eso aún tenemos que hablar...

—Mañana mismo recibirás al primer cliente que hemos elegido para tu estreno en el “ oficio”. Detrás del primero vendrán muchos otros que ya hemos seleccionado tu marido y yo – mientras hablaba mi amante se levantó de la silla para, agarrándome las tetas, empezar a manosear mi cuerpo desnudo. Mi “primermarido” no tardó en unirse al abrazo empalándome desde atrás.

El frío huyó de mi piel cuando mis maridos me follaban en el suelo de la cocina, el calor insoportable quemaba los agujeros trasero y delantero que ellos penetraban fustigando mi incontrolable deseo sexual. Aún así, no estaba disfrutando del sueño que enloquecería a cualquier esposa madura y aburrida: follar con dos hombres a la vez. Las dudas arrasaron mi mente. A mi súplica de ser madre y que mi Jhon me hiciera su esposa, respondieron mis maridos con la indecente decisión de prostituirme. Pero, ¡a lo hecho, pecho! si la alternativa era perder a mis hombres o alquilar mi cuerpo a los clientes que pagasen mis favores carnales: la decisión estaba tomada por unanimidad. Puta.

—Pero... ¿a mí qué me toca? – musité en la oreja de Jhon que en ese momento se retorcía entre mis muslos.

—¿Qué te toca? tienes los dos agujeros ocupados, zorrita. Aunque si necesitas una tercera polla en la oreja...

—¡Vaya, resulta que me están follando dos listillos! – alcé mi cuerpo escabulléndome de las pollas – Me refiero a los clientes, os recuerdo que el coño lo aporto yo. ¿Cuánto pensáis cobrar al cliente por gozar de vuestra mujer?

—mmm ppsss – es evidente que mi pregunta lo había pillado con el paso cambiado – Teniendo en cuenta tu avanzada edad y que la casa y la cama la aporta tu marido tu parte serán 200 pavos.

—Pues por 200, prefiero plantarme en la esquina y ofrecer directamente mis servicios – intenté no alterarme pese a los insultos de Jhon – ¡¡¡Que sepas, imbécil, que esta mujer de edad avanzada es capaz de reventar a polvos a multitud de hombres y mujeres!!! Estoy lista para ejercer mi nuevo “ oficio ”, pero también estoy harta de vuestros desprecios. Y si no, poned a mi lado a cualquiera de las jovencitas que os tiráis con frecuencia y a lo mejor comprobáis que la carne madura cobra ventaja contra la carne apretada y suave de las chicas – solté realmente indignada.

Esa fue la primera discusión fuerte que tuve con mis maridos. Aunque presentí que no sería la última. Convinimos, tras el intenso regateo con chillidos e insultos varios, que el precio de mi entrega a los client@s sería 2.000 euros, de los cuales 1.500 serían para la mujer de edad avanzada y ellos se repartirían como buenos hermanos los 500 restantes.

Agotada por las desabridas protestas de mis hombres, opté por largarme al dormitorio y tumbarme en la cama conyugal tapada con la colcha hasta las orejas. Ni siquiera me duché, esperaba la visita de mis maridos para firmar la paz. Que me consolasen. Que destrozaran a la mujer que en pocas horas sería un objeto sexual en manos de otros hombres. La decisión de ser puta me inquietaba, pero a la vez me ilusionaba...


Desperté cegada por el sol que se filtraba por el ventanal. Palpé la sábana a derecha e izquierda y comprobé que dormí sola, aunque cuando miré el móvil también comprobé que en menos de cuatro horas recibiría al primer cliente ¡¡dormí más de diez horas!! Molesta con mis chicos, entré en el baño y me duché restregando a conciencia la piel que aun adornaban ronchas pegajosas de materia blanca, sobre todo, el bajo vientre, los pechos y la zona alrededor de la boca.

Con las sandalias verdes de tacón cubriendo los pies como única vestimenta, anduve hasta la cocina para demostrar a Jhon que él era el dueño de mis carnes, pero el piso estaba vacío. Supuse que Fran marchó al trabajo, pero mi segundo marido ¡seguro que se estaba revolcando con la tal Sofía o cualquier otra zorra! Así pues, regresé al dormitorio para elegir la ropa que vestiría en la entrega al primer hombre que pagaría por hundirse entre las piernas de la mujer madura y casada.

Sobre las dos de la tarde escuché voces que provenían de la cocina. Repasé la melena rubia que caían sobre los hombros, humedecí con la lengua los labios cubiertos con carmín rojo magenta y tras observar en el espejo mi aspecto bajé por la escalera para tomar un café. Lo necesitaba.

—¡Guuuaauuu! – exclamó Fran con los ojos casi saliendo de las órbitas – ¿Dónde quedó mi mujer?

— Justo la tienes delante, querido. ¿Os parece adecuada la pinta de fulana que medio cubre mi cuerpo? – sonreí orgullosa por el impacto que les causé con la minifaldita negra que llegaba escasamente a tapar el tanga rojo, un palmo arriba de las rodillas y la blusa blanca casi desabrochada con el escote que llegaba hasta el ombligo. Y para completar las sandalias de tacón de aguja a juego con la faldita.

—Pues, para lo que te has puesto mejor irías tal como te ordené: desnuda. – se quejó Jhon – Pareces una puta barata y te recuerdo que vas a cobrar dos mil pavos.

—¡Jhon, por favor, no seas así! hemos quedado con el cliente en la cafetería, no pretenderás que ande por la calle desnuda.

—¿Te preocupa lo que piensen los vecinos? ¡Ja! Todos saben que convives con dos hombres y con el alboroto que escuchan por las noches no hay que tener demasiada imaginación para deducir que te follamos a todas horas. Deberás contener tus gritos con los clientes, Bab, no sea que...

—¡Estoy harta de tus caprichos, Jhon! – le miré furiosa con los brazos en jarras – me pediste que me prostituyera y lo voy a hacer, pero sólo de puertas hacia adentro, en nuestro hogar. Por la calle voy a colgarme de los brazos de mis maridos, orgullosa y vestida como una esposa normal. A partir de ahí, me importa un pimiento lo que piensen los vecinos. ¡¡¡Os amo a los dos!!!

En breves minutos andábamos hacia la cafetería, colgada de los brazos de mis maridos feliz y orgullosa, bueno, feliz y temblando porque el paso que iba a dar cambiaría mi vida, incluso podría ser adictivo. << ¿Qué importa? si ese es el precio que debo pagar por el maravilloso trío con mis hombres, es una buena inversión.>>

Entramos en el bar y mis chicos se adelantaron a saludar a un señor de cierta edad, sobre los sesenta, que estaba sentado alrededor de la mesa circular en el extremo de la sala. De inmediato el sesentón reseteó la minifalda negra y la blusa desabotonada que mostraba el nacimiento de mis pechos; tras observarme detenidamente de norte a sur se acercó y me abrazó como si nos conociéramos de toda la vida, aunque lo que me inquietó fue notar la mano que apretaba mis nalgas contra su entrepierna. Entonces comprendí que el amigo que me abrazaba debía ser mi primer cliente, que estaba sopesando la mercancía por la que iba a pagar.

—¡Venga, Pepe! eso no es lo convenido. – decía Jhon a gritos, sentados los cuatro, alrededor de la mesa – Puedo asegurarte que nuestra mujer te va a exprimir en las dos horas que vas a entrar en ella, le harás lo que te apetezca y por donde quieras. Aún siendo veterana, serás el primer tío que la folle, aparte de la familia, claro.

Yo no era consciente de lo que hablaban, obviamente hacían un trato comercial. Aunque de lo que sí fui consciente es de que todo el barrio se estaba enterando de mi puterío , de la nueva profesión que ejercía desde ese mismo momento. Así que, separé el culo de la silla, anduve a la espalda del cliente y tomando su barbilla con las manos deposité su cabeza contra mis pechos:

—Cielo, vas a recibir mucho más de lo que pagas. Vamos a casa, estoy ansiosa por que me encames, entregarme en cuerpo y alma a tus caprichos. – susurré en la oreja de Pepe.