Mi cuñado 5.

Mi marido se sorprendió cuando le rogué a mi amante que me hiciese madre y me tomase por esposa.

Mi cuñado 5.

La confesión de Silvia me sentó como una patada entre mis pechos. No solo estaba aturdida, sino que también me arrasó una ráfaga de furia agresiva. Una cosa es que mi amante tuviese algún desliz con otras mujeres, eso lo sabía y lo aceptaba, pero que las embarazase antes que a mí ¡¡¡eso no estaba dispuesta a consentirlo!!!

Firmamos en su día un pacto mediante el que mi marido y su hermano Jhon tenían libre acceso a mi cuerpo sin límite alguno, incluso sin tomar precauciones, pues todos aceptamos que al placer de sentir las pollas resbalar por mi intimidad, piel con piel, no renunciaríamos. Así que me encaré con Silvia.

—¡¿Te dejaste preñar por mi amante?! – resoplé furiosa, lista para arañar con las uñas la cara de mi cuñada.

—Nena, de eso hace un par de años. Claro que me resistí, pues terminaba de parir a mi querido Toni, pero tú mejor que nadie sabes lo persistente que puede llegar a ser Jhon. No hubo modo de convencerle para que se pusiera el paraguas, así que nueve meses después nació la pequeña Luci.

—¿Me estás diciendo que Jhon te preñó dos veces? – chillé con total desolación.

—¡Qué va!, cuando me uní a esta bendita familia ya traía la barriguita hinchada, aunque aún me pregunto cómo fue posible mi primer embarazo pues en aquel tiempo yo era una chica de lo más recatada. Estoy casi segura de que fue un accidente, me sentaría en el inodoro del baño de cualquier bar y ahí se produjo el embarazo.

—Sí. Seguro que los Reyes Magos te pillaron descuidada y te dejaron el regalo en tu barriguita – soltó Núria con la acostumbrada y sutil ironía – ¡Venga ya, Silvia! lo que ocurre es que eres incapaz de mantener las piernas juntas. Puedes dar gracias a que el regalo no te lo diera el cura el día de tu primera comunión.

—¡Mira quien fue a hablar! La discreta y pudorosa Núria que ni siquiera has tenido la decencia de no exprimir al novio de Bárbara, aun sabiendo que ella lo esperaba con la ilusión de una recién casada.

¿Qué estaba pasando? ¿A santo de qué venía salir mi nombre a colación en la discusión entre mis cuñadas? Cierto es, que todas nos habíamos excedido en las acusaciones, en las sospechas, cuando la realidad es, que somos las siervas de los cuatro señores que tienen el “ derecho de pernada” (cómo, cuándo y dónde les diese la gana), en el pequeño rebaño que formábamos sus tres mujeres.  Aun así, ¿Dónde se situaba el umbral de nuestro sometimiento sexual? ¿Cuál era el límite de los caprichos de los “ señores ” del harén? En mi caso lo tenía claro. Tener a los cuatro hermanos a mis pies fundiendo nuestros cuerpos día y noche, colmaban todos los sueños de una esposa madura y responsable. Aún quedaban tres días hasta el regreso a nuestra casa de Valencia, por lo tanto, necesitaba cumplir mi sueño intensamente.

Pero, también necesitaba hablar con mis dos hombres acerca de la nueva situación. Uno de los dos tenía que preñarme con urgencia y, habida cuenta que mi marido es estéril, la responsabilidad de hacerme madre recaía directamente en Jhon. Aunque eso lo decidiremos tranquilamente en Valencia.

**

El miércoles partimos hacia nuestro hogar. Mi marido conducía por la A3 y mi amante lo acompañaba en el asiento del copiloto hablando y riendo ambos de lo bien que lo habíamos pasado en las mini vacaciones. Yo iba recostada en el asiento de atrás, necesitaba estirar las piernas que estaban entumecidas. Miraba por la ventanilla el sol que se hundía en el horizonte en el confín de la tierra; la vista del romántico crepúsculo hizo que mi mente se recrease en los dulces momentos que habíamos vivido durante los últimos días, sobre todo las inacabables noches.

Como cabía esperar, pues eran cuatro hombres contra tres mujeres, la locura se apoderó de nuestros instintos y nuestras emociones salieron a flote. La misma noche del domingo comenzó la más increíble ceremonia que mujer alguna pueda imaginar, pues, aunque Gustavo y Poli ya habían asaltado antes mi virginal entrepierna, al fin llegó mi querido Jhon reclamando su parte del botín.

Nuestros cuerpos desnudos se reconocieron entre caricias, besos y un abrazo profundo de entrega absoluta. Me arrodillé para que entrase en mí desde atrás, conocía que esa es la postura preferida de mi amante, separar los labios con sus dedos, con mi culo en pompa y meterla lentamente resbalando con los jugos vaginales fluyendo, mojando la polla. Mi corazón galopaba cuando escuché el chirrido de la puerta, pensé que sería mi marido que quería observar cómo mi amante follaba a su mujer y sonreí. Mas cuando los suaves muslos se apoyaban en mis mejillas, noté algo raro pues las piernas de Fran eran musculosas y con algo de vello; alcé la cabeza y mis ojos encontraron la sonrisa de Silvia, quien me agarró del pelo y depositó mi boca en la melenita rubia que cubría el pubis. Lo que sucedió aquella noche me cuesta describirlo, aúnhoy recordándolo se me pone la piel de gallina. Mi mentón se apretaba entre sus labios vaginales rojos, hinchados y abiertos mostrándolos como un jardín salvaje y erótico. No me pude resistir a la tentación de deslizar la lengua y acariciar el botoncito dorado que crecía en la parte superior de la rajita y que iba tomando forma de un pequeño pene que suavemente follaba mi boca...

—Nuestra chica se ha quedado dormida – escuché la voz de Jhon que le hablaba a mi marido.

—No estoy durmiendo. Estaba soñando – respondí a la vez que vi una zona de descanso – Para ahí Fran, voy a hacer pipí.

—Vale, no te entretengas Bab, quiero llegar a Valencia antes de que anochezca.

Salí por la puerta del coche y le pedí a Jhon que me acompañase. Antes de dirigirme a la cafetería me incliné en la ventanilla del copiloto para preguntar a mi marido si quería que le trajese algo, circunstancia que aprovechó Jhon para levantar mi falda y meter la mano por el interior de la braguita.

—¡Saca la mano, Jhon! ... pueden vernos. Luego te sientas detrás y podrás meter la mano donde quieras, que estoy muy aburrida.

—Me traes una cerveza fresquita, cielo – dijo mi marido descojonándose de la risa.

Cogidos de la mano alcanzamos la cafetería, pero cuando mi amante pretendió colarse en el baño de señoras tuve que detenerlo.

—No, no – sacudí la cabeza – Mientras meo, compras un bote de Cola que compartiremos los dos y otro para Fran. Ya beberemos cerveza en la cena.

Tuve que aguantar las protestas de mi marido por la Cola, mientras Jhon y yo compartíamos la nuestra boca a boca, daba un sorbo del bote y acercando mis labios a los suyos degustábamos el líquido con nuestras lenguas enredadas, pero en uno de los sorbos la Cola se derramó en la blusa y escurrió a la falda. Segundos después falda y blusa colgaban del reposacabezas, pues Jhon me advirtió del riesgo de que pillase un resfriado.

—¿Te da igual que los camioneros vean a tu mujer desnuda? – me quejé mirando suplicante a Jhon. Evidentemente desde hacía varios días no usaba sujetador ni braguitas ¿para qué?

—Nena, tu cuerpo desnudo deberían declararlo Monumento Nacional, así que, desde este instante quiero ver a mi mujer desnuda en todo momento y en cualquier lugar.

—Per... pero... ¡¿Fran, has escuchado a mi amante?! – chillé a mi marido.

—Sí, lo he escuchado y respecto a eso estoy totalmente de acuerdo con mi hermano. – respondió mi marido a mi súplica observándome por el retrovisor – Porque, a ver ¿a quien pertenece tu cuerpo?

—mmmm... – dudé, pero necesitaba decirlo – Fran, sabes que él es mi dueño, aunque también lo eres tú a ... a ratos.

El resto del viaje lo pasé escuchando bocinazos de los vehículos que nos adelantaban, pero yo estaba entretenida con las piernas abiertas recibiendo a mi... ¿cuñado?

Sobre las diez Fran aparcaba el coche en el garaje subterráneo de nuestro hogar. Continuaba desnuda ya que la falda y la blusa seguían mojadas por la Cola que se derramó.

—Cariño, alcánzame el chaquetón gris del portamaletas – le dije a Jhon.

—¿Para qué, Bab?

—¿Para qué va a ser? pues para ponérmelo, tonto.

—Te dije que a mi mujer la quiero siempre desnuda – Jhon me miraba serio, mientras se subía el pantalón al lado del coche.

—¡Venga, Jhon! déjate de tonterías. En cuanto entre en nuestra casa podréis ver mis carnes en vivo y en directo. – empezaba a sentirme mosqueada – No pretenderéis que los vecinos me vean desnuda... – miré a mi marido con la esperanza de encontrar su apoyo.

—Bárbara, tú misma reconociste que el único dueño de tu cuerpo es tu amante. Sabes que estoy de acuerdo con mi hermano, en eso y en todo.

Me sentí furiosa, bueno, furiosa y humillada. Creí por un momento que el control sobre mis dos hombres lo tendría yo. No había más que ver la devoción con la que mi amante y mi esposo usaban cualquiera de mis agujeros para su placer, pero....

—Vamos, zorrita, subamos a casa. – ordenó mi amante sacándome de mis reflexiones. Así que, ambos vestidos y yo calzando las sandalias verdes de tacón como única vestimenta nos dirigimos hacia el ascensor rezando para no coincidir con algún vecino.

Aunque por fortuna nadie nos había visto, apenas cerré la puerta de casa me planté en mitad del salón y los señalé con el dedo índice.

—Esta ha sido la última vez que me tratáis como a una puta. No soy vuestra esclava sexual ni mucho menos la de la familia – rugí cabreadísima – Si alguna vez decido prostituirme seréis los primeros en conocerlo y, por supuesto, pagar la correspondiente tarifa por maltratar mi cuerpo. ¡Como lo habéis hecho hoy, cabrones!

Reconozco que me pasé tres pueblos, pero necesitaba mostrar mi rechazo a los abusos de los hermanos Quintana.

—Nena ¿tienes frío? – susurró mi marido besando mi cuello pegado a mi espalda.

—No lo tiene, Fran. Al contrario, mira sus pezones parecen pararrayos de lo caliente que está. – John apretaba mi cuerpo por delante con lo que estaba emparedada entre los dos hombres de mi vida. Sus erecciones eran evidentes, una donde terminaba mi espalda y la otra clavándose en el estómago.

—¿Me vais a follar ahora? ¿O cenamos antes? – musité mirando a mi amante, caliente como una gata en celo. Estábamos en la postura perfecta para que entrasen uno por delante y el otro desde atrás.

—Bueno, yo tengo hambre – habló Jhon con sus labios a un centímetro de los míos y sus dedos pellizcando mis pezones – una de las opciones sería comerte el coñito, pero eso calmaría nuestra sed con tus chorros de jugos, pero necesitamos algo más sólido.

—¡Pues no voy a permitir que mastiquéis mi coño! Lo tengo en carne viva – me escapé del abrazo – Preparo las pizzas mientras lleváis las maletas al dormitorio. ¡¡¡Abusones!!!

Mientras mis dos maridos descargaban las maletas en el dormitorio conyugal, calenté en el horno las pizzas. La cena iba a ser la oportunidad de concretar el rol de cada uno en nuestra complicada relación sentimental. Alcancé la botella de vino rojo que tenía guardada para momentos especiales y la deposité en la bandeja junto a las pizzas calentitas.

—¿Qué tal si hablamos de nuestro matrimonio? – solté directamente, sentada desnuda entre ambos. Mi piel estaba erizada por el frío, aunque los pezones lo estaban por el roce en el mantel y porque mi excitación estaba a tope.

—Estoy encantado de la mujer de mi hermano – respondió Jhon con una sonrisa perversa – claro, realmente lo estamos todos los hermanos y cuñadas pues te has ganado a pulso ser la puta oficial de la familia. Nadie folla con la intensidad con que tú lo haces, cielo.

—¡No estamos hablando de lo puta que soy! ¿No era eso lo que queríais? – sollocé por la nueva humillación que encerraban sus palabras  – Lo que yo quiero es que me preñes esta misma noche y que me tomes por esposa.