Mi cuñado 4.

¡¡¡embarazada!!!

Un sudor frío bajó por mi espalda. ¿Era necesario que Jhon contase a la familia que somos amantes? Por muy liberales que fueran, nuestra relación no es natural. Una cosa es mantener durante unos días un frenesí sexual, pero mi frenesí va acompañado de un intenso y sincero amor y quiero suponer que el suyo también. Por la otra parte, él no estaba vinculado a mí del mismo modo en que yo lo estaba: ¡estaba follando a la tal Sofía!

Entramos al salón y vi a mi marido riendo y bebiendo con sus tres hermanos. Sí. Mi amante había llegado al fin. Me dirigí muy decidida hacia Jhon y cuando lo alcancé le di una sonora bofetada.

—¡Esto por la tal Sofía! – di un paso al frente y mis brazos rodearon su cuello – esto por...que...te amo – mis labios se unieron a los suyos en un beso desesperado. Si todos conocían nuestra condición de amantes, yo tuve la necesidad de confirmarlo, de mostrar orgullosa al hombre que me había hecho su mujer. Tras varios minutos de morreo y suspiros, los padres, los hermanos, las chicas, incluso mi marido, empezaron a aplaudir. Me sentí feliz, pues entendí que había superado la prueba del 9. ¡Ya formaba parte de la familia! O eso creí.

La comida fue espléndida. La interconexión en la familia era abrumadora, todos hablábamos a la vez, sobre todo los hermanos recordando anécdotas de su niñez. De postre apareció la tarta con los dígitos 50 que soplaron mis suegros al tiempo que cantamos el cumpleaños feliz. Tras el café, los agasajados se despidieron objetando que sus amigos los esperaban, quitamos los enseres de la mesa y Gustav sacó unos dados.

—Si no os importa, subo a mi habitación. Estoy deseando quitarme la ropa y echar una cabezada – objeté levantándome y mirando a Jhon con una sonrisa cómplice – necesito relajarme.

Cuando entré en el dormitorio me saqué el vestido por la cabeza, bajé las braguitas de seda negra y talle bajo, aunque a la altura de las rodillas, lo pensé mejor y volví a subirlas. El conjunto de lencería que elegí esa misma mañana era una tentación para mi hombre, pues además de las bragas que transparentaban el vello rubio del pubis, dejaban al descubierto las ingles y los carnosos glúteos. Mi busto lo medio tapaba el sujetador push up de encaje a juego con las braguitas con lo que las tetas se alzaban orgullosas.

Tras retocar el maquillaje y ahuecar con los dedos la melena rubia que caían en los hombros me lancé a la enorme cama tapé mi cuerpo con la sábana y en postura fetal esperé la llegada de mi amante.

En breves minutos las voces y risas que llegaban del salón dejé de escucharlas. Percibí el ruido de la puerta que se abría y de inmediato sentí su cuerpo desnudo pegado a mi espalda, aunque yo cerraba los ojos simulando que dormía mientras que su mano deslizaba la braguita hacia abajo y su otra mano abría el clip del sostén con lo que las tetas saltaron gozosas. El tacto de los dedos de Jhon, eran inconfundibles; el calor de mi cuerpo aumentó varios grados, me había puesto cachonda en segundos.

Entonces, otro par de manos apretaron mi rostro y un colosal pene descansaba en mi cara. Volteé la cintura quedando mi cuerpo panza arriba.

—¿Pero, ...esto... qué...? – apenas pude balbucir, pues un cipote redondo llenó mi boca iniciando un mete saca que casi me ahogaba.

Justo en ese momento fui consciente de que la polla que follaba mi boca no era la de mi Jhon. Tampoco lo era la que, aprovechando que mis piernas estaban en planos paralelos, entraba contundente entre los labios vaginales, empujando con violencia mi coño abierto. Era evidente que los que me follaban serían los hermanos mayores, aunque, como todavía no conocía las vergas, ni siquiera distinguía cual era el de arriba ni quien era el que rebuscaba entre mis piernas. Mi cuerpo se retorcía y los puños cerrados golpeaban el torso del que estaba entre mis muslos, intentaba separar las caderas que chocaban contra las mías, o al menos que la metiera suavemente, porque con esos empujones mi vagina explotaría en cualquier momento.

—Vale... chicos – conseguí murmurar cuando la punta de la verga de mi boca cubría mi labio inferior – creí que ya me habíais aceptado. Folladme si eso es lo que queréis, pero tranquilos que tenemos horas por delante. ¡¡Dejad que, al menos, os ponga el condón!!

Pero a mi sugerencia, obtuve la respuesta del más absoluto silencio. Así pues, acomodé las caderas para recibir lo inevitable y yo misma me desprendí de las braguitas negras que estaban separadas en mi ingle izquierda. El sujetador push up ya se había ocupado el de arriba de enrollarlo en mi barriga a la vez que sus manos magreaban mis tetas, retorciendo y estirando los pezones que, a estas alturas, estaban firmes.

Ahí estaba yo, una mujer casada y con amante “oficial” , follada por no sé quienes en la oscuridad del cuarto y el sonido del profundo silencio. Lo cierto es que, aun con mis protestas, las  oleadas de placer recorrían mis venas de norte a sur y entre jadeos, suspiros y gritos sentí sus orgasmos que se derramaban en mi interior, mezclando sus cremas espesas con las babas de mi boca y los fluidos que manaban de la parte más profunda de la castigada vagina. Así transcurrieron las dos horas siguientes, aunque los hombres se turnaban en cubrir mis agujeros de tal modo que distinguí el sabor del semen de uno y otro pues al tragarlo, fuera quien fuere, el de uno de ellos era más dulce que el del otro que era más espeso y agrio. Pero ambos eran deliciosos.

Despatarrada, jadeando, aspirando aire en medio de la cama, los dos hombres desaparecieron por la puerta por la que entraron un par de horas antes. Ni siquiera dijeron adiós.

Tardé varios minutos en recuperar el ritmo respiratorio y tomar conciencia de lo que había ocurrido. Mi cuerpo estaba maltrecho porque mis presuntos cuñados me habían machacado, se habían quedado a gusto follándome de forma desconsiderada.¡Habían abusado de mi cuerpo sin mi consentimiento! ¡¡¡Fue una violación en toda regla!!!

Aunque he de reconocer que, tras los primeros minutos de protestas, mis naturales instintos recuperaron el control. Habían pasado más de dos días desde la última vez en que me sentí ultrajada por un hombre distinto a mi marido y mi descontrolado deseo pedía guerra a gritos. Jhon fue el último que deshonró mi honorable cuerpo de mujer fiel y casada, así que, disfruté como una Hembra Alfa dominando a mis cuñados, dándoles un placer que, estoy segura, jamás les habían dado sus mujeres, aunque fuesen jovencitas.

La puerta del dormitorio no tardó en abrirse de nuevo. Me apresuré a encender la luz de la lámpara de la mesita para evitar nuevas sorpresas. Fuera quién fuese el que entrase en mí, quería mirarle a los ojos; ahuyentar la oscuridad y los silencios. Los latidos del corazón se aceleraron, pues intuí que era mi amante el que entraba para confirmar nuestra unión ante la gran familia. Mi corazón se desaceleró al observar que quien se acercaba a la amplia cama era Núria, con el vestido blanco arrugado, la melena morena revuelta y el maquillaje extendido en su bello rostro.

—¡Hola, Bárbara! Tan solo he querido acercarme para comprobar que estás a salvo. – su sonrisa era tan falsa como una moneda de seis euros – Ese par de energúmenos pueden llegar a la destrucción total. ¡Y si no, que me lo digan a mí que he tenido que soportarlos, día sí y día también!

La puerta volvió a abrirse y entró Silvia, mi otra cuñada. Vestía los habituales pantalones vaqueros súper ceñidos y la camiseta gris perla que escondían los pechos redondos y volumen considerable, aunque sus puntos fuertes eran las fértiles caderas, los muslos poderosos y para rematar, el culito respingón escandalosamente atrevido. Silvia, al contrario que Núria, no necesitaba vestir modelitos caros para lucir el cuerpo curvilíneo y juvenil. Tomó asiento en el borde de la cama.

—Bab, debiste jugar a los dados. El trofeo para el ganador eras tú, la nueva mujer que los hermanos deseaban compartir. – dijo Silvia acariciando mi melena rubia y despeinada – Al menos, si hubieses ganado podrías haber elegido el turno en que recibías a los chicos.

—Pe... pero creí que ya me habían aceptado...que ya formaba parte de la familia...

—¡Claro que te han aceptado! – soltó Núria con una risotada – aún así debían probarte los hermanos mayores que son los jefes de la tribu. Pero, resulta que la partida terminó en empate y decidimos por mayoría que disfrutases de Gustav y Poli. Mientras que yo tuve que conformarme con tu amante, y Silvia con tu marido. Te recuerdo, cielo, que son cuatro hombres y nosotras solo tres mujeres que debemos complacerlos a todos.

Quedé alucinada, aunque no sorprendida, pues si bien ya me avisaron que los hermanos tenían el derecho a disponer de mí a su antojo, creí que sería por solo una noche, no como los esquimales de Groenlandia en que todos los hombres del iglú follaban a la mujer del propietario de la cueva de hielo. Mi inquietud fue la antesala de un verdadero terror, pues no estaba segura de poder soportar que cuatro hombres llenasen diariamente todos y cada uno de mis huecos. ¡Eso podía ser terrible! pues si ya me agobiaba complacer a mi marido y a mi amante, imaginar a cuatro hombres...

—Pero... nosotros regresamos a Valencia en un par de días... – musité con la esperanza de que la excusa solucionase el grave dilema que planteaban mis cuñadas.

—Bárbara, a partir de hoy hazte a la idea de que tienes cuatro maridos. – intervino de nuevo Silvia – Asúmelo desde el lado positivo, como lo hicimos nosotras en su día, lo que es sexo no te va a faltar ni de noche ni de día. Cualquier mujer estaría orgullosa de tener a sus pies a cuatro tíos para hacerla feliz. Lo que sí te recomiendo es que tomes precauciones, no sea que te ocurra lo mismo que a mí.

—Bab, seguro que ya ha alcanzado la menopausia. Así que no es necesario que tome precauciones – soltó Núria en tono insultante.

—¡A ver, guapa! – la miré muy ofendida – Tan solo tengo 38, por lo tanto, soy fértil y lo seguiré siendo hasta los cincuenta y tantos. Y, para que lo sepas, soy capaz de complacer a cuatro hombres,  ¡ incluso al doble si fuese necesario !.

—Cielo, ni te imaginas lo que me consuela tu asentimiento. A veces nos resulta agobiante despachar a los chicos, sobre todo cuándo se juntan los cuatro hermanos – dijo Silvia en tono agradecido – pero ahora seremos tres hembras dispuestas a presentar batalla.

Mi estúpido orgullo consiguió lo que yo no quería aceptar. Otra vez metí la pata. Tenía que ser consecuente con lo que dije. Asumir que desde esta misma tarde me había transformado en la esclava sexual de los cuatro hermanos. A pesar de las ventajas que resaltaba Silvia respecto a la liberación sexual y a que mis íntimas necesidades femeninas estarían cubiertas día y noche, no estaba segura de poder hacerlo, aún con la bravuconada que le había soltado a la impertinente Núria.

—Cielo, no estoy segura de poder ni querer hacerlo – miré con ternura a Silvia – vosotras estáis acostumbradas a hacerlo con los cuatro, pero yo solo lo hago con mis dos hombres y ya me cuesta bastante saciarlos. Respecto a los riesgos y precauciones, compré en Mercadona tres cajas de 12 condones, pero se han negado a usarlos y me lo han hecho a pelo.

—Mira, Bab, tienes que aparcar tus dudas. Ahora ya es tarde, pues os habéis aceptado mutuamente y eso es un compromiso que ellos van a exigir, quieras o no. Aunque también tú debes exigir que usen los condones, sobre todo tu amante que es un verdadero semental y en cuanto te descuides el embarazo está asegurado. Te lo digo por experiencia, porque a mí me preñó la primera vez que la clavó entre mis piernas abiertas.