Mi cuñado 3.

Al fin conocí a los hermanos de mi marido y también a sus mujeres. Ahí empecé a descubrir mi nueva fantasía sexual.

Mi cuñado 3.

Los tres días después de la firma del sorprendente acuerdo fueron algo así... ¿cómo explicarlo? ..., bueno, algo parecido a la Olimpiada del Sexo. Mi marido era el primero que despertaba. Su jornada laboral empezaba muy temprano y lentamente se deslizaba del lecho conyugal para no despertar a su mujer ni al amante que dormían plácidamente abrazados en la cama. El sonido del agua de la ducha acabó por abrir mis ojos. Me desenlacé del abrazo de Jhon y tal como iba – por supuesto desnuda y húmeda – me colé en la ducha para dar el beso de buenos días a mi marido.

Apenas hacía una hora que mi amante me arrancó el penúltimo orgasmo. Fran y Jhon se turnaban para llenar mis agujeros en una delirante sesión de excitación sexual, incluso a ratos me follaban los dos a la vez, uno por delante y el otro por detrás. Nuestras lenguas tampoco estaban en reposo, lamían y chupaban los objetos de nuestro desenfrenado deseo, es decir, mi coño y sus pollas.

—Fran, cariño ¿de verdad te vas a ir sin besar a tu mujer? – dije apalancando el cuello con mis brazos – podrías tomarte el día libre y entretener a tu esposa y a mi ... bueno, tu hermano.

—Estoy muy seguro de que tu amante te va a entretener intensamente, (¡él lo había dicho, no yo!) por lo menos hasta el mediodía. – concluyó mi marido.

—Cielo, hasta el mediodía quedan cinco horas escasas ¡¡¡y los dos me folláis tan bien!!!

—Sí, Bárbara. Comprendo que en tan breve tiempo no vas a saciar tu apetito. Jhon tiene reservado un billete en el AVE de las catorce horas. – noté el latigazo en mi espalda. Nada me había dicho Jhon sobre ese viaje.

—¿A... a... adónde va? – no pude evitar tartamudear.

—Va a Madrid. El domingo es el aniversario de boda de mis padres y nos reunimos la familia. Jhon es el organizador del evento, – lo haremos en casa de mi hermano Gustavo – así que puedes ir preparando el equipaje, nena. Al fin vas a conocer al resto de la familia.

Mi marido se marchó al trabajo, mientras que yo, aun mojada por el agua de la ducha, me colé en la cama abrazando la espalda de mi amante, restregando los pezones hasta que despertó.

—mmmmm – dijo él, estirando los brazos al techo.

—¿mmmmm? ¡No me dijiste nada de tu viaje, Jhon! Me acabo de enterar por el cornudo de mi esposo. Él en el trabajo ¡y tú de viaje!

¿y que hago yo, eh?.  Claro, ama de casa. Fregar y barrer.

—Venga, Bab, – se giró hacia mí secando mi espalda con las manos, al tiempo que mi muslo se colocó entre los suyos – solo son un par de días. Supongo que mi hermano y algún amigo te van a entretener .

—Pero... ¿de qué vas, Jhon? Le he explicado a tu hermano que con dos hombres en la cama tengo más que suficiente. ¡Se acabaron las visitas de amigos o clientes! – exclamé sofocada, pues mientras hablaba lo cabalgaba goteando mi cabello y mi piel mojada en el torso de mi amante.

Esa mañana mi cuñado no me hizo el amor; follamos como si el mundo dejase de girar. De algún modo era nuestra despedida, aunque solo fuese por un par de días, tenía que saciar a su hembra furiosa por el viaje del amante. A las doce en punto sonó la alarma de su móvil, yo estaba sentada en su cara y la lengua salió de mi vagina dejándola vacía.

—Nena, he de irme a la estación, a las dos sale mi tren – dijo mientras se vestía.

—Podrías haber terminado. ¡Mira cómo me has dejado! – señalé mis muslos que regaban ríos de líquido cremoso.

—Recuérdame en Madrid que termine la faena, Bab. – apuntó a la vez que cogía la maleta – Claro, si Gustavo y Poli me hacen hueco.

—¿Tus hermanos? ¿Qué tienen ellos que ver con lo nuestro?

—Eso mejor que te lo explique tu marido. Te aconsejo que vayas preparada para la “barra libre” que es una tradición familiar – dicho eso anduvo hacia la puerta del piso y yo le acompañé con la mochila, tal cual iba. Desnuda y preocupada por sus palabras.

Me duché de nuevo, dejando totalmente limpios los agujeros y luego cepillé los dientes, aunque el dulce sabor del paladar me decidió a no hacer gárgaras con el enjuague bucal. Dos horas más tarde llegó mi marido, zarandeando mi hombro desnudo. Yo estaba tumbada en el sofá del salón, dando una cabezada pues la noche y la mañana fueron intensas. Vestía tan solo las braguitas negras. Fran besó mis labios con la profundidad que solo mi esposo solía darme.

—¡Qué bien sabe tu boca, cariño! – susurró mi marido.

—¿Verdad que sí? te lo guardaba para ti, cielo. Es el semen de tu hermano. – él sonrió y entonces le conté cuanto hicimos en las cinco horas de lujuria, pero exagerando, pues sabía lo que gustaban a mi marido los detalles sexuales. – Oye Fran, hay algo que ha dicho mi amante que me desconcierta; ¿Qué es eso de la   “ barra libre ”?. ¿La tradición familiar?

—¡Vaya, mi hermano es incapaz de mantener la boca cerrada! Esa era la sorpresa que guardábamos para ti. – respondió mi marido fastidiado – Mira, nena, en mi familia es tradición dar la bienvenida a las mujeres de cualquier hermano. Núria y Silvia recibieron en su día el agasajo. Esta vez te toca a ti; serás la estrella de la noche.

—Pe... pero ¿se puede saber en qué consiste la bienvenida? – cuestioné algo dudosa. Aunque no conocía a los hermanos mayores de mi esposo, sabía que eran una familia abierta a nuevas experiencias; dicho de otro modo: sus nuevas experiencias siempre eran de índole sexual. Mi marido despejó mis dudas.

—En eso consiste precisamente la “barra libre” , Bárbara. A todos los hermanos nos asiste el derecho de aceptar o no a cualquier nueva esposa. Jhon ya te ha aceptado, pero falta que te aprueben mis hermanos mayores. Está ansiosos de hacerlo ¡ya lo verás!

Comimos la ensalada en un tenso silencio y cuando terminamos mi marido marchó al trabajo. Aunque yo me quedé ahí, sentada en la cocina con un revuelto en mi mente de emoción, temor, ilusión, duda, frustración, deseos de aventuras, de libertad sexual y ¡por qué no decirlo! de poder dar rienda suelta a los sueños y fantasías de cualquier ama de casa responsable y aburrida. Es cierto que era mi marido el que elegía a los machos que calentaban las sábanas de mi cama, pero también lo es que, además de sexo, él me proporcionó algo distinto; su propio hermano quién hizo renacer una sensación casi olvidada: el amor  que sentía cuando era adolescente.

El domingo temprano Fran conducía el coche por la autovía hacia Madrid, su intención era llegar a la capital antes del almuerzo para celebrar el aniversario de sus padres.

—Fran, he comprado tres cajas de doce condones extra grandes.    ¿crees qué serán suficientes?

—Son ganas de tirar el dinero, Bab. Mis hermanos te lo harán a pelo. Mejor los guardas para los amigos.

—¿A pelo? No, no, a pelo solo me lo hacéis Jhon y tú. Imagina los riesgos que eso conlleva. Además, ya te dije que lo de tus amigos y clientes se ha terminado.

—Vale, cielo. Te aseguro que Gustavo y Poli están limpios y sino mira a Núria y Silvia que follan a diario y también lo están. En cuanto a los amigos hemos de recapacitar, sabes que yo viajo mucho y Jhon desaparecerá en cualquier momento en algunos de sus viajes ¿te crees capaz de aguantar varios días sin sexo?

—¡Por dios Fran, me mareas con las contra preguntas! Vale, lo haremos a pelo, aunque después no te quejes si me dejan embarazada.

Sobre las doce entramos en la casa de Gustavo. Era un dúplex en una urbanización cercana a la capital, el salón era precioso y los seis dormitorios de arriba amplios, con camas king size que me enseñaban mis nuevas cuñadas – Núria y Silvia – que eran dos chicas bastante más jóvenes que yo, sobre los veinte y pocos. Los tres hermanos bebían y reían en el salón. Yo confieso que estaba algo nerviosa, más bien atemorizada, pues cuando llegamos me lancé a mis cuñadas besando sus mejillas apoyando los brazos en sus hombros de un modo formal. Mas cuando intenté hacer lo mismo con los hermanos mayores, Gustavo agarró mi cintura con uno de sus fuertes brazos y con la mano libre empujaba mis glúteos hacia su bulto, al tiempo que me estampaba un beso en los morros, su hermano Poli hizo lo mismo, aunque con una sutil diferencia; su mano libre no se limitó a apretar las nalgas, me subió la falda y la mano se coló en mis braguitas negras acariciando la rajita del culito. Miré a mi marido, como pidiendo auxilio, pero él sonreía satisfecho por la cariñosa bienvenida.

—Oye, Núria, no he visto a Jhon. – siseé a mi cuñada mientras bajábamos por la escalera – ¿Qué estará haciendo?

—Podría asegurar que está follando a su nueva amiga: Sofía.

—¿Sofía...?

—Sí. Una treintañera, por supuesto, casada que conoció anteayer   ¡qué manía tienen estos hombres con las mujeres maduras y casadas! Y no lo digo ti, Bab, que eres una mujer dulce y sensual, según nos contó Jhon.