Mi cuñado (3)
Enamorado de mi cuñado.
Mi Cuñado (Parte III)
El sábado siguiente me dijo que iría a jugar tenis con mi papá y que lo esperara en casa. Cuando llegó, mi papá lo acompañaba. Me sentí raro por tener a mi padre en el apartamento, donde tantas veces Ricardo me había cogido y donde cada rincón parecía recordarme tantas cosas. Nos sentamos los tres en la sala bebiendo cerveza y pronto Ricardo encontró la transmisión de un partido de tenis y mi padre y él se enfrascaron en el juego. Ya casi al mediodía mi padre se adormiló y Ricardo me hizo señas de que me quedara callado y no lo despertara.
Ricardo se levantó silenciosamente hasta mi oído.
- Sabías que tu papá no trae calzones debajo de su ropa de tenis? - me dijo quedamente.
Yo lo miré, negando con la cabeza, y muy despacio le pregunté como sabía eso.
- Mientras jugábamos - me explicó - su verga y sus huevos brincaban de un lado a otro, y cuando se agachaba a recoger alguna pelota podía ver cómo se asomaban sus huevotes. Sabías que tu papá tiene unos huevos grandotes y peludos? - preguntó en un susurro.
Yo miré a Ricardo totalmente asombrado. Jamás me había ocurrido cuestionarme nada sobre los huevos de mi padre, y nunca lo había visto desnudo. Traté de decirle a mi cuñado que se callara, que dejara de decirme esas cosas y que me sentía totalmente escandalizado de que me hablara de ellas. Ricardo puso su dedo en mi boca, indicándome que me callara y volvió a la carga.
- No te gustaría ver la verga de tu papá?. Te imaginas mamándosela?. Yo creo que mi querido suegro tiene una buena pistola y que tú disfrutarías chupándosela.
Volví a negar enérgicamente con la cabeza mientras hacía el intento de levantarme. Ricardo me empujó de forma violenta obligándome a sentarme.
- Tu vas a hacer lo que yo te diga - me dijo en un susurro mientras me pellizcaba un pezón sobre la tela de mi camiseta -. Quiero que te asomes entre sus piernas y me confirmes si de verdad no trae calzones.
Aunque hice el intento de negarme terminé poniéndome de pie. Me hinqué entre las piernas abiertas de mi papá y con CIUDADO de no despertarlo me asomé bajo la pernera de su short. No vi nada, y Ricardo me indicó que levantara la tela. Tratando de no despertar a mi papá, le levanté la punta del short y efectivamente, Ricardo y yo pudimos ver un redondo y peludo huevo. A pesar de no desear aquello, no pude dejar de excitarme. Mi papá era un hombre de 45 años, atractivo y masculino en su madurez, con fuertes brazos y gruesa cintura que lo hacían verse tan parejo y fuerte como un roble. Nunca lo había visto desnudo y verlo allí con las piernas abiertas y su testículo colgando fuera de los pantalones me provocó una gran erección.
- Huélelo, -me ordenó Ricardo - quiero que me digas como huelen los huevos de mi suegro.
Obedecí. Me acerqué a su entrepierna y el olor de sudor y masculinidad me llenó las fosas nasales.
- Huele a hombre - le dije a Ricardo suavemente - . Huele rico. - Ahora lámelo - dijo simplemente.
No me creí capaz de atreverme, pero Ricardo se había sacado la verga de los pantalones y se masturbaba mientras me ordenaba que hiciera esas cosas. El deseo me devoró. Saqué la lengua lentamente y con la mayor suavidad posible la pasé por la rugosa superficie del gordo testículo, tratando de no despertar a mi padre, porque si lo hiciera, no imaginaba cómo le explicaríamos Ricardo y yo lo que estábamos haciendo. Su huevo se hinchó ligeramente bajo mis lamidas y cuando lo tuve totalmente mojado Ricardo me ordenó que hiciera lo mismo con el otro testículo. Mientras trataba de sacar el otro huevo por la otra pernera del pantalón, el pene de mi padre resbaló sobre su pierna asomando de pronto. Voltee a ver a Ricardo y como me temía, me ordenó que lamiera la punta de esa verga que apenas asomaba.
El glande era grande y redondo, asomando totalmente fuera del prepucio. Mi papá suspiraba tranquilo en su sueño ajeno a todo. Tímidamente saqué la lengua, probando la piel cálida de la verga paterna. Traté de imaginar el tamaño y forma de ese pene si estuviera en erección, y la idea me excitó más todavía. Prometía ser una verga no muy larga, pero si bastante gruesa. Sin pensarlo me metí el glande casi por completo en la boca, pero mi papá se removió en el sueño y tanto Ricardo como yo brincamos a nuestro sitio. Mientras mi papá terminaba de despertar Ricardo escondió la erección y yo traté de borrar la cara de culpabilidad que delataba mis acciones.
Al parecer mi papá no se había dado cuenta de nada, porque se puso de pie y la punta de su verga desapareció bajo el pantalón corto mientras él se sobaba los genitales un poco extrañado pero sin comentarnos nada. Nos dijo que ya era tarde y debía marcharse, porque ya Laura tenía todo preparado para regresar al apartamento ese mismo día y que nos esperaban para comer. Tanto Ricardo como yo estábamos muy calientes por lo que acabábamos de hacer y prometimos llegar temprano.
En cuanto mi papá salió del apartamento Ricardo se abrió la bragueta y liberó su verga morena y dura, manoseándosela mientras me arrastraba hasta el ventanal que daba a la calle y me empinaba para bajarme los pantalones y ropa interior de un solo tirón. Para cuando mi papá bajó los dos pisos y apareció bajo nuestra vista, yo ya tenía la verga de mi cuñado profundamente enterrada en el culo y me sostenía en el cristal de sus firmes embestidas. Ricardo tuvo todavía el descaro de despedirse de mi padre diciéndole adiós con la mano, mientras yo sonreía nerviosamente y saludaba también. Mi papá nos contestó el saludo sin imaginarse que bajo la parte de ventana que no podía ver, su yerno le estaba metiendo la reata a su hijo hasta los pelos y se lo cogía de la forma más animal que pueda imaginarse.
Después que terminó de cogerme, Ricardo se acostó satisfecho a dormir la siesta y yo me metí al baño, donde me masturbé, y por primera vez lo hice pensando en una verga que no era la de mi cuñado. Traté de evitarlo, pero la imagen de los huevos grandes y peludos, y el glande suave y carnoso de mi padre me tenían tan caliente que apenas necesité menearme la verga un par de veces para largar un potente y abundante chorro de leche.
Cuando llegamos a casa de mis padres, mas tarde, Laura y el bebé estaban listos para mudarse por fin a su casa. La comida fue estupenda y todos estábamos tan contentos que las horas pasaron y para cuando nos dimos cuenta ya era bastante tarde. Se despidieron y le ayudé a Ricardo a subir todas las cosas en el coche, y como Laura no podía hacer esfuerzos, me fui con ellos para ayudarle también a bajarlas en su casa. Cuando terminamos Ricardo se ofreció a llevarme de regreso, pero yo no quise. Sólo eran unas cuadras y el vecindario no era peligroso. Ya casi era medianoche, pero quería caminar y pensar en mis cosas tranquilamente.
En el camino rememoré todo lo que había hecho con Ricardo, y sin quererlo, también pensé en mi papá. Una fuerte oleada de sensaciones me hicieron sentirme tan excitado que ni el fresco aire de la noche pudo apagarme la calentura.
Cuando llegué a casa, ya todo estaba a oscuras. Supuse que mis padres ya se habían acostado y entré tratando de hacer el menor ruido posible. En la sala, mi padre estaba sentado frente al televisor, profundamente dormido, y solo la azulada luz del aparato lo iluminaba. Estaba descalzo y con el torso desnudo. Sólo tenía puesto el conocido y desteñido boxer azul con el que acostumbraba dormir. No pude dejar de fijarme en su pecho velludo y fuerte, en sus tetillas morenas que apenas se distinguían bajo la profusa mata de vello, y, mas abajo, en sus piernas abiertas y lo que apenas unas horas antes había descubierto entre ellas. La erección bajo mis pantalones latió furiosa y tuve que hacer un enorme esfuerzo para dejar de contemplar a mi papá antes de hacer una locura.
De puntillas, me acerqué para apagar la televisión y cuando estaba a punto de hacerlo, mi padre, aún con los ojos cerrados me dijo que la dejara así.
- Pensé que dormías, papá, - le expliqué rápidamente tratando de ocultar mi delatora erección.
- Ya lo sé - dijo, aún con los ojos cerrados - pero tengo el sueño muy ligero, y el menor movimiento me despierta.
Tragué saliva nerviosamente al percatarme de lo que esa simple frase implicaba.
Mi padre abrió entonces los ojos. Si alguna duda tenía todavía sobre si se había dado cuenta o no de lo que había sucedido en casa de Ricardo, se me disipó cuando vi que se llevaba una de sus manos a la entrepierna y despacio, sin dejar de observarme, dejaba escapar uno de sus grandes y peludos huevos por la abertura de la pierna.
- Como puedes ver, - dijo con una voz suave pero profunda - tampoco esta vez traigo nada debajo.
Su mano continuó desvelando el secreto de su entrepierna, levantando cada vez más la pálida tela azul. Su mirada penetró en la parte mas profunda y oscura que alimentaba mi deseo, adueñándose de cualquier otro pensamiento que no fuera su masculina presencia y la punta gruesa y chata de su glande coronando una verga que en majestuosa erección parecía llamarme con una voz propia.
Caí de rodillas, entre los velludos muslos abiertos y la vibrante luz del televisor como único testigo de mi nuevo objeto de adoración.