Mi cuñado 2.

Infidelidad consentida. Incluyo foto aunque no sé si la web la admitirá.

Mi cuñado 2.

Si leísteis el relato “Mi cuñado”, recordad que mientras éste me follaba yo hablaba con mi marido por el móvil:

Buenos días, Bárbara. ¿Llegó mi hermano? ¿Te cuida bien?

Hola, Fran. Precisamente en este momento tengo encima a mi cuñado y me está “entreteniendo”. – añadí con sarcasmo – Me la está clavando hasta el hígado. Ni te imaginas el grosor y la longitud de la polla de tu hermano – uuummm  uuuufff – gemí y resoplé pues el falo no paraba de empujar buscando no sé qué – ¡¡¡como alguien no lo detenga me temo que me la va a sacar por la boca... !!! –balbucí.

—¡No exageres, Bab! sabes que en nuestra familia todos los hermanos lucimos pollas bien grandes.

—Bueno, las de tus otros dos hermanos aún no las conozco, pero la de Jhon es el doble de gorda que la tuya, cariño, y si a eso le añades las venas y bultos ¡¡¡de verdad que me está destrozando el coño!!! – en ese preciso momento sentí los chorros de esperma inundando la bolsa del útero. Jhon gruñía y sus manos sacaban brillo a mi piel de tanto manosearla al tiempo que yo gemía, pero gemía de frustración porque mi orgasmo estaba en la cresta de la ola que se derrumbó en la orilla sin estruendo alguno.

Me dio un ataque de rabia pues no era la primera vez que ocurría. Que mi esposo cortase mis espasmos con su cháchara y preguntas tontas se había convertido en un hábito, menos mal que yo me reponía al instante recuperando la fogosidad.

Mi marido tenía la insana costumbre de enviar a hombres para que follasen a su mujer mientras él estaba de viaje o entretenía a otra – generalmente adolescentes – pero, esta vez se había pasado de rosca; yo estaba en el umbral del gran orgasmo y sentía como aumentaba la velocidad del muchacho y mi marido contándome tonterías por teléfono sin tener en cuenta mis emociones o sentimiento. Esta tarde yo sentía a Jhon follando intensamente a una mujer madura, mientras que con mi marido solo lo hacía . Y aunque pareciese lo mismo no lo era y esa reflexión empezó a inquietarme.

Mi esposo traía regularmente a nuestro hogar a clientes destacados, compañeros de trabajo o amigos incluso que acababa de conocer en algún pub, la mayoría de las veces sin avisar; como la semana pasada en la que yo regresaba cargada con bolsas del supermercado, sudada y cansada. Ni siquiera se molestaron en ayudarme con las bolsas, pero mi marido desabotonó mi blusa y me empujó al dormitorio.

—Fran, por favor, estoy reventada. Anoche ya atendí a uno de tus amigos que me folló por todos los sitios hasta el amanecer. Ahora estoy sudada, déjame al menos que me duche...

—Nada, Bárbara. Tus sudores huelen a hembra caliente, además así ya tienes húmedo el coñito y estos dos amigos te lo van a desatascar – dijo mi marido mientras entramos al dormitorio conyugal donde terminaron de desnudarme entre los tres.

En realidad, no tenía motivo alguno para quejarme, pues ya conocía los desvíos de mi esposo y, a fuer de ser sincera, estaba acostumbrada a sentirme penetrada diariamente por uno o varios hombres; tan acostumbrada que el día que no follaba me picaba todo el cuerpo, me sentía vacía. Así que, me dejé caer en la cama con las piernas abiertas, mi esposo se sentó en el sillón de la esquina de la habitación y fue privilegiado testigo de ver cómo dos desconocidos follaban a su mujer, tomando el relevo uno tras otro y a veces los dos a la vez. Como de costumbre, encadené varios orgasmos seguidos para el placer de mi marido y el mío propio.

Pero a lo que íbamos, ¿qué os estaba contando? ...mmm... ¡Ah, sí!.  Jhon, – el hermano menor de mi marido – acababa de inundar mi madriguera con intensos chorros de líquido viscoso y caliente, mientras yo se lo contaba por el móvil a mi esposo. Efectivamente, lo que me hizo sentir el jovencito, nada tenía que ver con lo que me hacía mi marido o cualquiera de sus amigotes. Jhon ese día me hizo el amor y así siguió durante los siguientes tres días, hasta que regresó mi marido.

Jhon, en cuanto su hermano abrió la puerta se metió en la habitación de invitados – que apenas llegó a utilizar, porque mi cama conyugal es mucho más amplia – para preparar la maleta y la mochila. Mi marido cariñosamente le agarró la coleta.

—Parece que tengas prisa por largarte, hermanito ¿tienes algo qué ocultar? – Fran reía al tiempo que lo empujaba hacia la cocina –Venga, vamos a desayunar y me cuentas lo que le has hecho a mi mujer. Bab dice que te has portado muy bien.

Mientras preparaba las tostadas, el zumo y el café, ellos se sentaron en las dos sillas altas de la isla central de la cocina. Lo puse todo en una bandeja, para acompañar las tostadas incluí mantequilla, un tarro de mermelada de fresa – que solíamos extender mi marido y yo – y añadí otro de naranja por si mi... ¿invitado? ¿cuñado? ¿AMANTE?  prefería degustar otro sabor distinto al que habitualmente lamía mi marido. Con la bandeja en las manos quedé en pie, algo sorprendida, pues yo vestía una camiseta de tirantes que ni tapaba el ombligo, braguitas negras con ribete de seda gris oscuro y las sandalias de tacón. ¿Dónde me sentaba yo, si solo había dos sillas? Miré a uno y al otro, solté la bandeja en la isla y también la bomba:

—Vale, chicos ¿sobre qué rodillas me asiento yo? –miré  fijamente a mi marido, no sé si para obtener su permiso o para plantearle mi primer reto. Su gesto me dio la inesperada respuesta: una leve sonrisa y un firme asentimiento.

Ese fue nuestro primer desayuno “oficial” entre mi marido complaciente, su hermano corneador y una esposa madura algo casquivana dispuesta a satisfacer a mis dos hombres. Fue el desayuno más impactante de mi vida de casada pues mi marido reía feliz contando anécdotas viajeras, mientras su mujer posaba las nalgas cubiertas por una fina braguita, sentada sobre las piernas de otro hombre, porque – por muy hermano que fuese – me estaba entregando a mi amante, quien en ese momento acomodaba el miembro en mi rajita trasera y el miembro creció tanto que cuando mi marido me hablaba tenía que mirar hacia arriba.

Terminamos el pintoresco desayuno y me levanté del confortable asiento de Jhon, me subí las braguitas, estiré hacia abajo la camiseta de tirantes y agarré la mano de mi marido y la de mi amante y en el más absoluto silencio anduvimos hacia el dormitorio. El pacto estaba cerrado. Solo faltaba firmar el compromiso y, por supuesto, establecer las normas del acuerdo porque lo nuestro no podía limitarse al revolcón ocasional de un momento de calentura.

Mi marido se situó a mi espalda, estiró la camiseta hacia arriba y yo alcé los brazos para ayudar, mientras Jhon se acuclilló frente a mí deslizando lentamente la braguita negra, descubriendo los hinchados labios que ya palpitaban, besó ligeramente la suave matita rubia que adornaban el pubis y siguió con exasperante calma deslizando la braguita; yo no sabía qué hacer con los brazos inertes, así que uno de ellos abrazó el cuello de mi marido, eché la melena hacia atrás y mis labios buscaron los suyos al tiempo que el otro brazo descendió a la cabeza de Jhon y los dedos tiraron de su pelo ascendiendo la boca a la vulva. Fue uno de los momentos más eróticos de mis dos años de matrimonio, pues mientras mi marido enredaba la lengua con la mía las manos amasaban las tetas pellizcando y estirando a la vez mis pezones, mi amante hundía la cara husmeando entre los labios vaginales, doblé ligeramente las rodillas para darle mejor acceso y entonces se asomó el clítoris curioso y la lengua intrusa lamió cada rincón de mi hueco y aterrizó sobre el botón dorado calmando sin tardanza su curiosidad a base de lametazos intensos o rápidos, alternándolos.

La marea de deseo recorrió mis arterias, algunas quedaron en los lumbares pero la mayor parte quemaban en mi vientre. El gran orgasmo llegó sin avisar; los labios de mi marido sorbían mis gemidos, los suspiros, los quejidos e incluso los gritos. Mientras que mi amante bebía mis oleadas de flujos que secretaban del interior de mi excitado túnel. Consideré que yo había firmado el trato aunque faltaba la rúbrica, además ambos hermanos no habían eyaculado.

Entonces mi marido dio solución al problema; me empujó a la cama y yo caí sobre el colchón en la postura con la que solía estar muchas horas cada día, mi gesto favorito: despatarrada y con el sexo reluciente y bien abierto. Mientras ellos se desnudaban abrí los brazos reclamando al primero que se aparease con la nueva hembra pues, aunque mi marido me follaba con regularidad y mi amante también lo hizo brutalmente los últimos días, la actual situación nos hacía distintos. Pero la duda volvió a asaltar mi mente: ¿quién debería ser el primero en entrar en su mujer? ¿mi marido? ¿mi amante? porque a partir de ahora ambos tenían el mismo derecho de acariciar mi cuerpo, hundirme en la pasión sexual más absoluta. Mi marido volvió a despejar mi duda. Tomó asiento desnudo en el sillón del rincón del dormitorio, cediendo el privilegio de gozar de su mujer al corneador. Le miré enviándole un besito a distancia, feliz y emocionada por ser como era: gentil,  amable y complaciente por ver satisfecha a su mujer.

Jhon se colocó entre mis piernas, descalzó las sandalias de tacón y terminó de deslizar la braguita negra que aún permanecía  en los tobillos. Los labios acariciaban el interior de mis muslos y la lengua iba tras los labios limpiando con dulzura los residuos de los flujos que él provocó minutos antes cuándo me comía el conejito, mas una vez que consideró que los muslos estaban relucientes sus labios buscaron los míos estirando su cuerpo encima de mí con lo que la polla quedó en la vulva y la restregó a conciencia arriba y   abajo con tierna ansiedad consiguiendo que los labios vaginales se abriesen de par en par y mi amante aprovechó la cobertura para introducir el grueso glande hasta el fondo del coño. El hombre que supuestamente sería el rival de mi marido en ese extraño triángulo amoroso estaba a un paso de tomar posesión de su mujer y con ello firmar el compromiso de “infidelidad” consentida por los tres.

Me es difícil contar lo que ocurría en aquel momento, aparté la cara y miré a mi marido para ver su reacción pues en cuanto su hermano explotase en el cuello de mi útero ya no habría vuelta atrás, en el peor de los casos el pacto quedaba confirmado por dos a uno, aunque él se negase o se abstuviese; mas lo que vi me llenó de dicha: mi marido se la cascaba sentado en el sillón sonriendo gozoso y asintió repetidas veces con la cabeza. ¡No merecía a ese marido tan delicado y comprensivo! hubiese sido natural que le diese una patada a su hermano descabalgando al corneador del cuerpo de su mujer y en vez de ello eligió el placer de su esposa. Aún no sabía cómo, pero necesitaba compensarlo y lo haría.

Ahí estaba yo, con las piernas abiertas recibiendo a mi amante al tiempo que mi marido nos miraba y se pajeaba a gusto. Yo miraba a través de la ventana abierta las estrellas que guiñaban en el cielo de Madrid acompañadas por la brillante luna llena que también nos miraba pues el amor flotaba en el aire de la habitación.

—Córrete. Hazme tu mujer. – supliqué en el cuello de Jhon, mis brazos agarraban su espalda y mis caderas se alzaban buscando un roce enérgico; él entraba y salía con intensas penetradas y en cada una de ellas mis músculos se ensanchaban y mis muslos temblaban. Eso no era un polvo casual, era una entrega absoluta, definitiva.

La vagina se expandía hasta el ombligo y él me la rellenó con litros de leche cremosa una y otra vez desbordando los tibios líquidos los labios inflamados corriendo gozosos hacia mis rodillas y depositarse en la sábana que ya estaba encharcada.

El convenio estaba firmado y rubricado por los tres. Miré a mi marido y exclamé un mudo ¡¡¡TE QUIERO!!!

Bárbara (foto)

mi marido revisando si estaba limpia de esperma

Me temo que la foto no ha sido aceptada