Mi cuñada y mis ganas de mujer (I)

Fui entonces cuando noté que me mojaba. Por dentro. Con un acaloramiento anormal que subía por la entrepierna y llegaba a mi cuello. Por el escote de mi vestido vi una gotita de sudor que me resbalaba por el canalillo. Me encontraba excitadísima, como no recordaba en mucho tiempo. Todavía no sé como ocurrió, porque fue casi inconsciente, pero de repente me empecé a desabrochar el vestido por el escote, metí las manos por dentro del sostén y me saqué las tetas. Me las estrujé con fuerza mientras me veía en el espejo y eso me puso a mil. Me pellizqué los pezones que estaban enormes y gemí ligeramente.

Esta carta estaba en los papeles que alguien dejó en el piso que he alquilado este mes, sobre la mesa del despacho vacío. Estaba metida en un sobre, con un sello, como si alguien olvidase echarla al correo.

“Querida amiga:

Me he animado a escribirte de una vez, aunque no veas lo que me ha costado convencerme a mi misma de que estaba actuando correctamente. Conocí tu existencia por casualidad, cuando estaba trabajando en el ordenador de mi hermano y me tropecé con un directorio que se titulaba “Contact”. Como soy muy curiosa, entré en él y me encontré con que era una parte copiada de una página de relaciones, de esas que están tan de moda. La verdad es que nunca pensé que había tanta gente desinhibida y con ganas de probar cosas nuevas, sobre todo entre las parejas de casados. Tu foto estaba en el medio, morbosa y excitante. Después de mucho pensármelo, decidí probar a mandarte mi relato.

Voy a empezar desde el principio. Estoy estudiando en el campus de la ciudad ingeniería naval. Es mi último año de carrera y pedí a mi hermano que este mes estuviese con él. No me queda casi nada y quería dejar el piso para ahorrarme el dinero del alquiler e irme de viaje en verano. A él no le importó. Está casado con Maite y son una de esas parejas ideales, guapos y agradables. Tienen un piso grande, no tienen niños. Genial.

Soy una chica normal, no muy alta, con ojos verdes, herencia familiar porque mi hermano también los tiene. Mi cuñada trabaja en una farmacia y mi hermano está todo el día en el estudio de delineación que tiene junto a su suegro. Tengo clases por la mañana y por la tarde Maite y yo pasamos mucho tiempo juntas. Salimos de compras, nos reímos muchísimo, vamos al cine, a ver exposiciones. Hablamos de nuestras cosas. Escucha siempre con mucha atención. Siempre la notaba muy receptiva, con esa sonrisa que me atraía como un imán. Y sus manos, sus ojos. Toda ella tenía imán. Todo era muy extraño.

Maite lleva genial los casi 40, que dice que tiene. Se cuida, va al gimnasio. Hace deporte, mira por su alimentación, pero no es de las que están obsesionadas con su cuerpo. No le hace falta, desde luego.

Lo que voy a contar sucedió la semana pasada. Hizo bastante calor para esta época del año. Yo estaba en la sala viendo el documental de la 2 que ponen habitualmente por la tarde después de comer, hojeando al mismo distraídamente una revista. Maite estaba dándose una ducha y me llamó desde su cuarto de baño. Necesitaba una toalla. Fui a su armario y se la llevé.

Toqué suavemente con los nudillos en la puerta y desde dentro ella me dijo que entrase. Entonces la vi, desnuda, hermosa, mojada, de pie sobre la alfombra blanca. Me sonrió y me dio las gracias. Yo me quedé muda, no supe qué decir, más que sonreír. Antes de salir, volví la mirada de nuevo hacia ella, que se estaba secando. Mis ojos se fueron a sus tetas, grandes y redondas, blancas en comparación con su piel, coronadas por unos erectos pezones oscuros. Se bamboleaban mientras se secaba la espalda y por efecto de la puerta abierta, se le había puesto una ligera piel de gallina. Miré para su rostro, enmarcado en su pelo oscuro y largo, mojado y ensortijado. Me sonrió y siguió con la toalla sobre la piel y el pelo. Me di cuenta que lo había hecho adrede por su suavidad en la tarea, como si quisiese que la observase mientras lo hacía.

Cerré la puerta tras de mi y me apoyé en la pared del pasillo, cerrando los ojos. Tragué saliva. No podía creer lo que había pasado y era incapaz de sacarme del pensamiento aquellos pezones erizados ni el pelo ensortijado, sobre su rostro y en su pubis, recortado en un rectángulo perfecto sobre la línea de sus labios. Fui hacia mi habitación y me metí en el aseo que tengo dentro. Respiraba enérgicamente, mientras continuaba tragando saliva. Apoyada en el lavabo, me vi reflejada en el espejo. Estaba algo despeinada y se me caía un poco el pelo sobre la cara. Tenía puesto un vestido corto, con botones. Mi pecho subía y bajaba al ritmo de mi respiración.

Fui entonces cuando noté que me mojaba. Por dentro. Con un acaloramiento anormal que subía por la entrepierna y llegaba a mi cuello. Por el escote de mi vestido vi una gotita de sudor que me resbalaba por el canalillo. Me encontraba excitadísima, como no recordaba en mucho tiempo. Todavía no sé como ocurrió, porque fue casi inconsciente, pero de repente me empecé a desabrochar el vestido por el escote, metí las manos por dentro del sostén y me saqué las tetas. Me las estrujé con fuerza mientras me veía en el espejo y eso me puso a mil. Me pellizqué los pezones que estaban enormes y gemí ligeramente. Empezaron a pasarme ideas por la cabeza, muy rápido, como si lo que acabase de ver en el cuarto de baño de mi cuñada fuese algo que esperaba desde hacía tiempo.

Me senté entonces en la tapa del báter, porque desde ella me veía reflejada en un armario con espejos que estaba en el lateral. Levanté la falda y me abrí de piernas; en aquella postura miré para mis braguitas blancas, de algodón y para la mancha húmeda que se notaba claramente. Mi mano izquierda separó un poquito la goma y metí los dedos de la mano derecha, notando enseguida lo mojada que estaba. Tocar el clítoris casi era imposible, de lo excitado que lo tenía, así que empecé a pasar los dedos sobre los labios y los líquidos que se habían abierto paso en el agujero en el que se había convertido mi coño.

No fue difícil introducir el índice directamente, hasta el fondo. Después de uno, metí dos, notando como entraban y salían, lubricados por las ideas, mi respiración, los pellizcos a mis pezones y mi imaginación. En ella veía a Maite arrodillada delante de mí, mientras los dedos de su mano derecha eran los míos y su mano izquierda jugueteaba con su boca, sus tetas, su coño. Me decía guarradas, obscenidades, - Quiero que te corras mientras te como el coño encharcado… para después meter su lengua en mi entrepierna y comerme hasta hacerme gritar. Yo estaba apurando con los dedos ahora y me hacía círculos sobre mi clítoris. – ¿ Notas mi lengua recorrer tus labios?... Me lo decía casi sin levantar la cabeza, mientras metía sus largos dedos hasta el fondo, arañando con suavidad mis paredes. – Lámete los pezones, zorra… Y yo obedecía, pellizcando con mis dientes, chupando mis garbanzos carnosos. Le grito - N o pares… Hazme gritar como una puta … Mientras ella se llena la boca con mis líquidos. – Córrete para mí, putita, vamos… Dame tu corrida en la boca…

Apuré salvajemente la ida y venida de mis dedos dentro de mi cueva, encharcada como nunca había estado. Cuando me vino con fuerza, un chorro de líquido inundó mis muslos y mis gemidos se ahogaron en mis temblores. Había tenido un orgasmo explosivo, tremendo y había mojado el suelo del baño, mis muslos, el báter, el espejo…

E imaginaba a Maite sorbiendo los jugos, corriéndose frente a mí, con su boca en mi coño y sus dedos envueltos en jugos de ambas corridas.

Desde entonces mi vida ha cambiado radicalmente. Ya no soy la misma y desde luego la relación con mi cuñada ha tenido algunos detalles que te iré contando poco a poco, si tú quieres.

Hasta pronto.

A.”

La carta me puso cachonda perdida y mientras la leía no tuve más remedio que consolarme aquí mismo, en la silla del despacho. Tiene una dirección de un apartado de correos.

He decidido enviarla.