Mi cuñada descubre su sumisión

MI cuñada se traslada a Las Rozas por un cambio de trabajo coincidiendo con el confinamiento. El roce hace el cariño se ve.

A Amaya le gustaba el sexo anal.  No es algo que yo dedujese o sospechase es algo que ella misma nos comentó a mi y a mi mujer una noche de borrachera en su pueblo.

Amaya era la hermana menor de mi mujer que Dios tenga en su eterna gloria.  Amaya tenía 42 años y aun vivía en su pueblo natal, un pequeño pueblo en Salamanca.  MI cuñada era funcionaria del ayuntamiento de Vitigudino y la verdad es que nunca se había preocupado de buscarse la vida fuera del pueblo.  La mujer era soltera, realmente yo no le conocía parejas ni estables o no, pero según me comentó en su día mi mujer a su hermana le gusta el sexo más que a un tonto un lápiz.

Estudio la carrera a distancia, durante sus años mozos Amaya no tenía ningún problema en encontrar quien la montase, el pueblo estaba lleno de chicos solteros y a ella no le importaba tener fama de fácil, según iban pasando los años los solteros se iban casando y ella tenía que cambiar el perfil de sus amantes.  Desde luego que no rechazaba a alguno de sus antiguos amantes aun estando casados, bajo el listón a gente más joven que ella.

A la mujer del alcalde parece ser que no le pareció tan buena idea como a Amaya lo de cepillarse a su marido, el señor alcalde.  Ninguno de los dos fue excesivamente discretos y claro fue cuestión de tiempo que la cosa se hiciese publico.  La mujer amenazó a su marido de dejarle y descubrir sus tejemanejes económicos si no ponía a mi cuñada en la calle.

El buen hombre movió hilos para que la buena de Amaya cambiase su plaza de funcionaria del ayuntamiento de Vitigudino al ayuntamiento de Las Rozas.  Y aquí es donde entro yo en la historia.

Yo soy oriundo de Madrid.  Conocí a Rita en la universidad y después de unos años de novios finalmente nos casamos y nos trasladamos a vivir a Las Rozas.  Desgraciadamente Rita falleció hace 10 años victima de un accidente de trafico y desde entonces vivo solo y enfocado en mi trabajo, sin demasiada vida social.

Amaya me llamó una tarde para decirme que la destinaban al ayuntamiento de Las Rozas.   Me pidió “asilo político” una temporada mientras se instalaba.  Me apetecía poco, más bien nada tenerla en casa, pero a pesar de llevar años con la única relación con mi familia política de una llamada en Navidad, entiendo que Amaya es familia y a mi mujer le hubiera gustado que la hubiese atendido.

Amaya llegó un domingo noviembre. Parecía que quería estirar su estancia en el pueblo.

Después de los dos besos  de rigor le enseñé su habitación.  Primer fallo, en vez de darle uno en la otra punta de la casa, vivo en un chalet de cierto tamaño, la puse en la habitación de al lado a la mía.

Amaya empezaba a trabajar al día siguiente.  Le insistí que estaba en su casa y que no tuviese ninguna prisa en irse.

Esa noche me pareció oír entre sueños gemidos en su habitación, pero no le di demasiada importancia.

Cuando volví del trabajo me la encontré viendo la tele y que su primer día de trabajo había sido muy bueno y que le habían caído muy bien sus compañeros de trabajo.

Por la noche los gemidos se volvieron a repetir, me dormí con una sonrisa al darme cuenta que era lo opuesto a su hermana, muy poco discreta con sus gemidos.

Llegó el viernes y Amaya me comentó que iba a salir a cenar con compañeros de trabajo.  Conociéndola no me extrañó verla llegar a después de comer, evidentemente no le pregunté de donde venía.

Mi cuñada se fue poco a poco integrando en la ciudad, aunque era bastante responsable en cuanto a su trabajo, desde el jueves al domingo Amaya estaba dedicada a sus cosas.  A veces los fines de semana me despertaban sus gritos de placer y los golpes del cabecero de su cama contra la pared, chocaba un poco que tuviese la cara dura de traerse a sus polvos a casa, pero he de decir que antes de levantarme yo el que la había montado ya no estaba en casa.

Yo desde hacía años salía con Vanessa, una abogada con la que cenaba los fines de semana y en ocasiones follábamos.  Vanessa no era una chica muy pasional ni interesada demasiada en el sexo, cada vez que follábamos era más por mi interés que él de ella.

Los meses fueron pasando.

La noticia del confinamiento nos pilló a los dos desprevenidos.  Yo acababa de llegar de una semana de vacaciones huyendo del frio madrileño en Cabo Verde.  Amaya acababa de volver de pasar el fin de semana en casa de sus padres, ante el disgusto del señor alcalde.

La verdad es que pensamos que iban a ser un par de semanas por lo que no le dimos mucha más importancia al tema por lo que procedimos a ir a un hipermercado a llenar la despensa y nos encerramos en casa.

Cada noche Amaya repetía sus gemidos y lo cierto es que cada noche la cosa me excitaba más y poco a poco fui afinando mi oído creyendo incluso oír el motor de vibrador entre los ruidos que provocaban mi cuñada y los ocasiones golpes de su cabecero en la pared..  Me la imaginaba masturbándose y perdiendo el control y no fueron pocas las ocasiones en las que acababa meneando mi polla a su salud.

Las noticias de la pandemia no eran buenas, los casos aumentaban, los muertos aumentaban y el gobierno iba alargando el confinamiento por lo que pasó de ser dos semanas había pasado ya casi a dos meses.

Habíamos estado bebiendo desde las seis de la tarde.  Empezamos con una copa de vino y acabamos experimentando con cocteles por lo que ambos nos cogimos un muy buen pedal.  Amaya se fue a la cama poco antes que yo.  Me imagino que debí llamar a su puerta para comentar un poco la jugada de la borrachera que nos habíamos cogido.

Abrí la puerta de su cuarto y me la encontré desnuda, con un vibrador clavado en el coño, otro en el culo y con ambos dirigidos hacía la puerta.  Pude ver también que se había puesto dos pinzas de la ropa en los pezones.  Amaya estaba en éxtasis, aun no había empezado a gemir, pero con sus ojos cerrados empezaba a tener su respiración agitada.  Yo me quedé paralizado, no creo que fuesen más de cinco segundos pero no reaccione hasta que ella abrió los ojos, me miró y yo reaccioné saliendo de la habitación y cerrando la puerta.

Estaba entre avergonzado y jodido.  Avergonzado por haberla pillado en esa postura y jodido por que creía que le había cortado el rollo.  En realidad, esto ultimo lo descarté cuando la empecé oír gemir.

Al día siguiente después de comer nos pusimos una serie.  Amaya entre capitulo y capitulo se levantó fue a la cocina y volvió con dos cocteles.

-       espero que no te diese mucho palo verme ayer – me dijo

-       lo siento, no debí entrar.

-       No te preocupes, son cosas que pasan.

-       Si, lo siento, he invadido tu intimidad y me avergüenzo mucho.

-       No te preocupes, lo cierto y después de pensarlo pienso que solo has visto lo que ya te imaginabas.  Se que soy muy ruidosa en el sexo y que me oyes cada noche.

-       Un poco.

-       ¿un poco?, no seas geta.

La cosa quedó ahí, pero esa noches cuando Amaya se fue a la cama para  iniciar su diaria procesión sexual, en esa ocasión no cerró la puerta y dejó la misma un poco entreabierta.  Cuando yo me fui a la cama no puede evitar mirar por el hueco de la puerta.  Amaya lo sabía.

Cada noche Amaya iba repitiéndolo y cada noche yo dedicaba más tiempo a mirarla.  Cada día dejaba la puerta un poco más abierta y llegó un momento en que yo me tocaba viéndola.  Todas las noches yo me corría antes que ella por lo que cuando Amaya emitía su último gemido yo ya no estaba.  Así fue toda la noche hasta que un día en el que yo me había masturbado por la mañana a pesar de mi excitación viéndola Amaya acabó antes que yo.  Mi cuñada me miró, le levantó y desnuda como estaba y sin haberse quitado las pinzas de los pezones, se acercó a mi, retiró mi mano de mi polla y se metió la misma en la boca y empezó a chupármela.  No hizo falta mucho chupar para que llenase la boca de la chica de mi caliente esperma.

No hablamos de tema, pero la noche siguiente de nuevo nos tomamos un par de vinos y Amaya se fue a la cama.  En esta ocasión dejó la puerta completamente abierta, básicamente oí sus gemidos desde el salón y cuando pasé rumbo a mi cuarto la vi de nuevo doblemente penetrada, saque mi polla y empecé con mi diaria paja en su honor.   Amaya me miró.

-       métemela en la boca.

Por primera vez entré en su cuarto y sin pensármelo se la metí en la boca.  Amaya empezó a mamármela sin apartar sus manos de los dos vibradores con los que taladraba sus dos agujeros.  Se metía mi polla hasta los huevos en su boca, se la sacaba, pasaba la lengua por mi capullo y con su lengua bajaba por mi tronco de nuevo hasta mis huevos y de ahí volvía a subir para repetir la secuencia.

Amaya chupó durante un buen rato hasta que presa del placer dejó de hacerlo por que su cuerpo no respondía.  Entró en estasis victima de un fuertísimo orgasmo y cayó sobre la cama dejando mi polla inherente en el aire.

-       métemela por el culo – me dijo.

Y sin pensar en las consecuencias que aquello todo podía tener, se la metí de un solo golpe después de retirar el vibrador que cubría el hueco.   Amaya se arrancó las pinzas de sus pezones y empezó a tirarse de ellos mientras yo bombeaba aquel deseado ano que alguna vez mi cuñada había comentado que le gustaba que le petasen.

Le di duro pero desgraciadamente no pude evitar correrme como un poseso en sus entrañas.

Amaya se quedó mirándome jadeante.  No dijo nada.  Yo me levanté de la cama y me fui a mi habitación donde volví a masturbarme.

La verdad es  por las mañana nos veíamos poco pues los dos teníamos que trabajar, pero al mediodía comíamos juntos y ella deba por finalizada su jornada laboral.  Cuando yo acabé me traslade al salón y seguimos con la serie que habíamos dejando el día anterior.  Después de dos capítulos y dos vinos cada uno de nosotros Amaya se levantó del sillón y volvió desnuda con un vibrador en su mano.

-       ¿no te importa?, veo la película más cómoda.

Pusimos el tercer capitulo y al poco tiempo empecé a oír el sonido del vibrador al conectarse.   Mire a su lado donde Amaya se ensalivó uno de sus dedos y empezó a masajearse su esfínter anal mientras con el vibrador empezaba a masajearse el clítoris.  Yo desde luego perdí el interés en la serie y empecé a mirar a mi cuñada que a pesar de estar masturbándose en mi presencia no perdía ripio de lo que pasaba en la pantalla.

Amaya cambio de orientación el vibrador y empezó a penetrar su ano ya dilatado al principio despacio con la punta y finalmente se empezó a meter aquella polla de goma con fuerza, con fuerza y hasta el fondo.

Mi cuñada empezó a correrse.  Se quedó parada un momento, se quitó el vibrador del culo, me miro.

-       te toca, rómpemelo.

Yo que ya tenía la polla con la torre de Pisa abrí mi bragueta, sequé mi polla y me dirigí hacía mi cuñada que a cuatro patas me esperaba moviendo su culo.

No me costó nada que entrase.  Aquello era como meter un cuchillo caliente en un bloque de mantequilla, Amaya empezó a gemir y a flotarse el coño.  Agarré a mi cuñada por las caderas y aceleré mis envestidas.  Nuestros cuerpos sudaban, ambos gritábamos fruto del placer hasta que ambos nos corrimos a la vez cayendo rendidos sobre el sofá.

Rebobinamos la serie y volvimos a donde la habíamos dejado, acabamos el capitulo y nos fuimos a la cama.

Al día siguiente se repitió la escena.  Trabajamos por la mañana, comimos juntos, vimos unos capítulos regados por una gloriosa botella de ribeira sacra pero ante mi sorpresa Amaya no se masturbó.  Estaba como loco por follármela pero ella no hacía su habitual primer movimiento.

Amaya se fue a la cama antes que yo, esperaba empezar a oír gemidos procedentes de su cuarto, pero ello no se produjo.  Cansado de esperar decidí irme yo también a la cama.

Cuando pasé su puerta estaba cerrada.

Cuando entré en mi habitación y me encontré a Amaya tumbada boca abajo con los ojos vendados y esposada a los barrotes de cabecero de mi cama.  Sobre su espalda una nota cerraba “trátame como a una perra, dame duro”

Volví a su habitación, abrí el cajón de su mesita de noche cogí todos sus juguetes y volví a mi habitación.  Empecé a masajearle el esfínter primero con el dedo hasta que este empezó a reaccionar.  De un dedo pasé a dos y de dos a tres.  No tardé en meterle el primer de los vibradores en el culo.   Amaya subió su cadera, era la señal que necesitaba para empezar a darle con fuerza., mi cuñada empezó a gemir.

Sus caderas estaba levantadas dándome acceso a su coño y clítoris.   Cogí una de las pinzas de colgar ropa que Amaya usaba para ponerse en los pezones y se lo puse de manera que pillaba su clítoris provocando en mi cuñada un grito y que su piel se pusiese de gallina.

-       dame fuerte, no tengas piedad – me gritó.

Al final, va a resultar que Amaya algo sí tenía en común con su hermana.

La dejé como estaba y me dirigí al sótano donde guardaba una caja.  Cogí dos floggers, una fusta, una bola para la boca y finalmente un látigo además de un par de complemente más.

El vibrador que le había dejado puesto en su culo se mantenía en su sitio.  Se lo quité, Amaya protestó.

Me saqué el cinturón, todavía no tenía claro si era un paso que me podía salir caro o simplemente entraba con Amaya en un mundo que ella desconocía y que le podía encantar como le encantó a su hermana.

Le di en las nalgas con él.  Amaya gimió, pero no pidió que no se lo hiciese.  Volví a darle, Amaya volvió a gemir.  Le volví a dar, volvió a gemir.  Le di durante más de mi minutos hasta que mi cuñada tenía sus dos nalgas rojas como tomates.

Cogí la llave de las esposas de mi mesita de noche.  Le solté las mismas de una de sus muñecas, la volví a esposar con las manos en la espalda y la hice levantarse.  Amaya seguía con los ojos tapados.  La acerqué hasta debajo de la lámpara del pasillo de entrada en mi baño.  Cogí una bolsa y até con ella la cadena de las esposas y la otra punta la pase por la argolla de hierro de la que colgaba la lámpara.  Miré de ella y sus brazos se levantaron hacía atrás y su cuerpo se inclinó hacía delante.  Cuando sus brazos y su cuerpo estuvieron tensos até la cuerda a una argolla de la pared disimulada con la cortina de la ventana.  Su culo quedaba en la posición perfecta para azotarla.  Cogí el más pequeño de mis floggers y le azoté con él, unas marcas quedaron en el culo de le hermana de mi mujer y ella soltó un grito de dolor.  Estaba expectante por si ella quería o no quería seguir en cualquier momento.  Un nuevo latigazo.  Amaya gimió.  Otro golpe.

Azoté a mi cuñada sin piedad hasta que las piernas le empezaron a flaquear había aguantado hasta el látigo, algo que solo los sumisos muy experimentados aguantan.  Su culo era un poema.

Solté la cuerda y Amaya cayó al suelo.  La cogí por la coleta y la arrastré hasta mi cama donde le hice ponerse de rodillas.  Me senté en el borde de la cama con mi polla apuntando al cielo.  Cuando le retiré la venda Amaya se encontró mi polla delante suyo.  Tenía claro que ella hubiera preferido ser follada, pero aquí ahora mandaba yo y ella obedecía.  Me la chupó, bueno, en realidad me follé su boca.  Ella aceptó mi corrida en su garganta.

Amaya me contó que sabía que su hermana y yo además de un feliz matrimonio manteníamos una relación amo sumisa, ella también había tenido esos sentimientos hasta el día de hoy, pero en el pueblo había encontrado a tíos que se la habían follado duro, pero no que la hubieran sometido como ella espera.

Estuvimos el resto de la pandemia con un par de sesiones de BDSM por semana, las noche que no la sometía teníamos interminables sesiones de sexo, sobre todo de sexo anal.

Ha pasado un año de esto, y aunque Amaya y yo mantenemos una relación basada en el sexo no la veo yo ocupando el lugar de su hermana.  A estas alturas puedo decir sin ningún rubor que he hecho un gran trabajo con ella y es una sumisa que tira las millas que le pidas.  Veremos que pasa cuando se eche un novio, por ahora no le importa mucho la existencia de Vanessa con a que aun sigo quedando y de vez en cuando follándome.