Mi cuñada: de amiga a algo más (Parte I)

Relato real de lo que me ocurrió hace unos meses con la hermana de mi mujer. Yo la deseaba clandestínamente, desde hace años. A veces tus sueños se pueden cumplir.

Hola. Me llamo Mario, tengo 33 años y vivo en Barcelona. Estoy felizmente casado desde hace 6 con Marta, de 32, una preciosa mujer.

Lo que voy a contaros ocurrió hace aproximádamente medio, el invierno pasado.

Mi mujer acababa de cambiar de trabajo y desde entonces rotaba entre turnos de mañana, tarde y noche. Aunque cuesta acostumbrarse a este cambio, pronto empecé a aprovechar las horas libres que tenía para dedicarle a mis hobbies.

Una tarde, mientras estaba en la oficina, recibí un Whatsapp de Alba. Alba es la hermana mayor de mi mujer. Tiene 41 años. Es morena, 1.60, 55Kg; cuida mucho su cuerpo ya que hace ejercicio habitualmente. Pero lo que más me gusta de ella son sus preciosas tetas y su hermoso culo.

Cuando hace 9 años empecé a salir con Marta no me había dado cuenta de lo guapísima que era su hermana. Supongo que el enamoramiento inicial me eclipsaba. Pero poco a poco me iba fijando en ella, cada vez que nos juntábamos el fin de semana, o nos íbamos a la playa, etc.

Bien, pues Alba me escribió esa tarde para preguntarme si podía pasar por su casa ya que el ordenador no le funcionaba. Le dije que por supuesto, que en cuanto plegase me acercaría. No soy informático pero entiendo un poco y siempre me llaman a mí cuando tienen algún problema de este tipo. Además, mi mujer esa quincena trabajaba de tarde, así que hasta las 23:00 no llegaría, y no tenía nada mejor que hacer.

Llegué sobre las 17:45 a casa de Alba. Llamé a la puerta, me abrió, le dí dos besos y entré a su casa. Ella trabajaba solo en turno de mañana, así que estaba vestida "cómoda" para estar por casa. Llevaba unos pantalones de chándal ajustados que marcaban perfectamente la forma de su trasero. "Perfecto", pensé yo. Aprovecharía cualquier descuido de ella para fotografiarla. Esta es una técnica que había ido perfeccionando últimamente: cada vez que nos veíamos mi objetivo número uno era conseguir fotografiarla sin que nadie se diera cuenta. Colecciono fotos de ella. Puedo tener 300 más o menos. La mayoría son normales, con ella vestida en su casa, o en la mía, o en la de sus padres (mis suegros). Pero también he conseguido, por ejemplo, fotografiarla en top-less en la playa. No os podéis ni imaginar el montón de pajas que me he hecho viendo sus fotos. Son... mi tesoro.

Así que estando los dos solos en su casa (su marido hasta las 22.00 no llega de trabajar) seguro que iba a tener varias oportunidades de sacar mi teléfono, simular que enviaba un mensaje y llevarme un nuevo trofeo. Pero esta vez lo que hice fue algo que ni me imaginaba.

Mientras estaba en la habitación donde tenía el ordenador y lo revisaba, Alba fue al baño. Automáticamente deje de hacer lo que hacía y puse mi mirada en el cesto de la ropa sucia. "¿Lo abro?" pensé. Y sin darme cuenta estaba ya rebuscando entre su ropa. Encontré un tanguita, que si bien no era excesivamente despampanante ni llamativo, al acercarlo a mi nariz desprendía un olor a su vagina que me cautivó. No lo dudé. Lo guardé en mi bolsillo y seguí con lo que estaba haciendo.

Los minutos posteriores fueron un calvario. Tenía la sensación que en cualquier momento se daría cuenta que había cogido algo y me descubriría. Así que pese a que estaba encantado de estar con ella a solas en su casa, rápidamente le dije que tenía que cambiar el disco duro de su ordenador y que necesitaba llevármelo. En 10 minutos estaba ya con su portátil en mi hombro camino de mi casa.

En cuanto llegué a casa, lo primero que hice fue desnudarme y tumbarme en el sofá. Cogí el tanguita de Alba y lo empecé a oler, mientras que con mi mano derecha comenzaba a meneármela. Cada vez me notaba más contiagiado de su olor e iba subiendo el ritmo. No duré mucho. En cuanto saqué la lengua y empecé a chupar la zona donde había descansado su vagina, y empecé a sentir ese olor a coño dentro de mi boca, me corrí como una bestia.

No me lo podía creer. Había pasado una frontera que no imaginaba. Una cosa era fantasear con tu cuñada, otra hacerle alguna fotografía para pajearte después, y otra distinta robarle un tanga. Los minutos después me sentí muy culpable, así que me vestí, metí el tanga en una bolsa de plástico y salí a la calle. Andé un par de manzanas y lo tiré en una papelera. Quería deshacerme de la prueba del delito.

A la mañana siguiente envié un mensaje a mi cuñada para decirle que ya le había cambiado el disco duro, pero que aún necesitaría un par de horas para acabar de instalarle todos los programas. Me contestó que ok, que si me parecía bien para no molestarme se pasaría por mi casa a recogerlo, así yo podría ir acabándolo hasta que ella llegase. Y así lo hicimos.

Esa tarde me fui para casa más contento que de costumbre, pensando que iba a tener a mi cuñada en mi casa los dos a solas. Sabía que no pasaría nada entre nosotros, pero solamente por la situación ya estaba muy cachondo.

Sonó el timbre de mi casa a las 18:30 aproximadamente. ¡Qué pronto había llegado! Aun estaba esperando que el maldito Windows acabase de instalarse. Así que nos fuimos al comedor a sentarnos un rato tomando un café. Ese día mi cuñada venía guapísima. Llevaba una chaqueta que pronto se quitó (en mi casa la calefacción estaba a tope!) y una camisa negra que ya le había visto en más de una ocasión. Esa camisa me encantaba ya que tenía un generoso escote y mostaba una sutil transparencia. Debajo llevaba puesto una falda que le llegaba justo por encima de las rodillas, y unas medias negras.

Estábamos explicándonos cosas de nuestro trabajo cuando ocurrió algo que ninguno de los dos esperábamos. En ese momento, mi cuñada apoyó una mano en mi pierna mientras soltaba una carcajada (por cosas que estábamos hablando) y se inclinó un poco hacía mi con los ojos cerrados mientras reía. De verdad, no creo que estuviera insinuando nada, pero no pude resistirme a cogerle el brazo con una mano, del cuello por la otra y plantarle un beso en los labios.

  • Mario !!

  • Perdona Alba, perdona. No se que me ha pasado...

  • ¿En serio? ¿No tenías esto planeado?

  • No, de veras que lo siento, ha sido...

  • Vaya!!! Tenía la esperanza de que si lo estuviera.

  • ¿Cómo? ¿Qué está insinuando?

  • Pues lo que oyes. Se de sobras que te excito. Te lo noto. Noto como me miras cuando estamos juntos. Se que quieres mucho a mi hermana y que no le harías daño por nada del mundo, pero... ¿verdad que darías lo que fuera por estar conmigo?

Joder que papelón! No sabía que decir. Así que viendo como estaba la situación, me dejé llevar.

  • Pues sí, tienes razón. Desde hace mucho tiempo que no puedo evitar fijarme en ti. Quiero a mi mujer, pero me gustas mucho, Alba.

  • Ja ja ja, que cabrón eres.

  • De verdad cuñada, perdóname, no quiero que esto transcienda más allá.

  • No te preocupes Mario -ahí volvió a apretarme la pierna-. De esto no se va a enterar nadie si cumples lo que yo te diga.

Mierda! No podía imaginar que mi cuñada, mi dulce cuñada que era amable y buena persona con todo el mundo, iba a intentar chantajearme. ¿Pero que querría?

  • Mario, quiero que pasemos las dos próximas horas juntos. Pero te voy a poner una serie de condiciones.

  • Si... -fue lo único que acerté a decir, me temblaban hasta los labios-.

  • Primero. Jamás explicarás nada de esto a nadie. Segundo. No volverás a intentar que ocurra nada entre nosotros, hoy será el primer día y el último. Y tercero... no quiero que me penetres.

Dios, escuchar las palabras "me penetres" de la boca de mi cuñada me puso la polla a 100. Solo acerté a decir un "trato hecho".

Alba se levantó, se remangó un poco la falda y se sentó sobre mi con las piernas abiertas. Me cogió la cara con las dos manos. Agachó su cabeza un poco para buscar mi cara, y me besó. Oh, que labios más perfectos. Eran más carnosos que los de mi mujer. Poco a poco la intensidad de los besos iba en aumento. Nuestras lenguas se encontraban una y otra vez. Estaba en el puto paraíso.

Tenía mis manos apoyadas en su cintura. No me atrevía a moverlas ni un solo centímetro. No quería hacer nada que pudiera romper ese tan deseado momento. Y ella seguía comiéndome la boca, llenándome con su saliva.

Cuando le pareció, se apartó de mi boca, cogió mis manos y las puso en sus pechos. Ufff que gustazo. No os podéis imaginar lo duras que estaban sus tetas para tener 41 años. Mi mujer, con 9 años menos había sufrido más los síntomas de le edad. Y mi cuñada lo sabía.

  • ¿Te gustan mis pechos, verdad?

  • Me encantan Alba.

  • Eso es... acaríciamelos... son más grandes que los de mi hermana, ¿verdad?

  • Sí, mucho más.

  • ¿Te gustaría besármelos?

Y acto seguido empezó a desabrocharse la camisa. Tenía ante mi sentada a una hembra de 10, una mujer de 41 años, sangre de mi esposa, una pedazo de hembra sentada con su falda sobre mi polla hinchada. Y se estaba quitando la camisa para que pudiera lamer sus tetas.

  • Desabrochame tu el sujetador.

La acerqué hacía mi para poder llegar bien a su espalda. Sus pechos se quedaron apoyados en mi cara. Que gusto me daba así. Tanto que casi me olvidé como se quitaba un sostén. Al fin pude hacerlo. Nada más desabrocharlo noté como sus pechos se pegaron más a mí. Iba bien apretadita la cabrona.

Y me puse a comerle esas tetazas que tantas veces había visto en la playa. Sus pezones eran grandes como los de mi mujer. Estaban duros, muy duros. Mi cuñada se reclinaba para atrás mientras yo cogía sus tetas con las dos manos para llevarmelas a la boca.

Ella empezó poco a poco a hacer un pequeño movimiento con sus caderas. Tenía la polla aprisionado por los vaqueros y la tremenda trempera que llevaba me hacía estar incómodo.

  • Espera, túmbate -le dije-.

Ella obedeció. Se levantó, me levanté y ella se tumbó boca abajo en el sofá.

Me senté al lado de ella y empecé a recorrer su espalda y a chuparle la nuca. Ella gemía, le estaba gustando. Fui lamiendo sus hombros hasta que llegué a su oreja. Lamí el lóbulo con ansia. Con la otra mano iba acariciándola. Ella me la cogió y se metió en la boca un dedo. Humsss... que caliente estaba su boca. Mi dedo entraba y salia despacio de su boca tocando su lengua.

Me sentía mucho más seguro, no tan sumiso como al principio. Así que me fui directo a sobarle el culo. Empecé tocando sus piernas e iba subiendo poco a poco. Pasé sus manos por dentro de la falda para tocar sus muslos hasta que conseguí al fin, llegar a sus nalgas. Dios que buena estaba la cabrona.

Fui disimuladamente poco a poco levantandole la falda. Al final tenía su trasero completamente a la vista. Era precioso. Empecé a besarle las nalgas, daba pasadas con mi lengua en busca de sus agujeros. Olía su coño, el mismo olor que recordaba del tanga que le cogí. Mis besos cada vez eran más húmedos y cada vez se paraban más tiempo en su raja. Ella no paraba de soltar pequeños gemidos.

  • Mario, túmbate encima mio.

Me puse en pie y me bajé los pantalones. No sabía si hacerlo o no. Tenía miedo que eso la frenara, pero tenía que probarlo. Me quedé en calzoncillos.

Fui a tumbarme sobre ella, intentando que mi polla quedara perfectamente sobre la raja de su culo. Estaba tumbado sobre ella. Sentía el calor de su coño en mi polla. Ella me cogió las manos y se volvió a meter un dedo en la boca. Yo empecé a moverme, quería follármela como fuera, pero sabía que no podía. Así que tenía que conformarme con conseguir correrme en los calzoncillos. "Qué cojones!" pensé. Demasiada prudencia estaba teniendo con ella. Mi cuñada era una guarrilla que estaba medio en pelotas en el sofá de su hermana frotándose con su cuñado. Así que empecé a bombearle el culo. Mi polla se frotaba cada vez más fuerte con ella.

  • Cómeme el culo por favor.

Ufff dí un salto para levantarme del sofá, y colocarme en posición cómoda para tal acontecimiento. Primero empecé a lamerle el tanga (empapado, por cierto), hasta que lo separé y pude ver ese agujerito. Metí mi lengua tanto como pude, era un gustazo tener toda la cara hundida en su trasero, comiendole ese agujero que tantas veces había intentado imaginar al pajearme.

Mi cuñada gemía cada vez más. Separó bastante las piernas así que pude recorrer toda su coño también. Estaba prácticamente depilada del todo, pero tenía unos pocos de pelitos que me encantaban.

Toda mi concentración la puse en hacer que se corriera y no tardó en hacerlo. Y como gritaba la hija puta. Por un momento pasé miedo de que los vecinos nos oyeran, pero Alba se incorporó rápidamente y me dijo: "Ahora soy yo la que quiere comerse tu polla". Adiós al miedo de los vecinos. Ahora quería disfrutar de una buena mamada. Y quien bien lo hacía. Primero me fue besando en la boca mientras con una mano me masturbaba. Y bajó directa a comérsela. Ni besos en el pecho, ni en la ingle... Fue directa a meterse la polla en la boca. Como la chupaba, con que ansia. Lo hacía mucho más salvaje que su hermana. Se notaba que le gustaba. Yo estaba sentado y ella estaba de lado comiéndomela. Quería salir de mi cuerpo para poder ver la escena desde fuera y fotografiarla para inmortalizarla.

Alba se sacaba la polla de la boca y golpeaba con ella su cara. Y me iba diciendo cosas como: "¿te gusta? tu polla me encanta, está riquísima. seguro que mi hermana no te lo hace tan bien, a que no?".

Estaba apunto de reventar. Y quería terminar como un campeón. Así que le dije: para!

Me miró extrañada. Me levanté, la cogí de un brazo y la puse de pié. La llevé hasta la pared y la puse de espaldas. Pegué mi polla a su culo y le dije: "¿de verdad no quieres que esto pase?". Ella no llegó a responder nada.

Automáticamente le bajé el tanga, separé sus muslos y apunté con mi polla a ese coño tan hermoso. Estaba mojadísima, pero me costaba meter la polla en esa postura. Pero no quería moverme, la tenía dominada así y no sabía si perdería esa oportunidad. Así que ignorando sus quejidos por el dolor, fui empujando más y más hasta que conseguí meterle la polla entera. Me separé de la pared y empujé su culo conmigo, a fin de que doblase la espalda. Ella lo entendió perfectamente. Me follé a mi cuñada empujándola por detrás como un poseso. Mis huevos golpeaban en su coño a un ritmo frenético. Sus tetas estaban colgando por el efecto de la gravedad, sus gemidos ya no eran tal, ahora eran gritos de gusto.

  • Fóllame cabrón, fóllame. Lo has conseguido. Pero fóllame por favor, no pares!

Y así estuve poco rato, ya que tuve que separarme de ella para no correrme dentro. Apoyé mi polla en su raja, y mientras ella seguía moviendo el culo empecé a dispararle toda mi leche.

  • Eso es Mario, damela, damela toda.

No recuerdo una eyaculación tan grande, ni un gusto posterior tan inmenso. Sin duda ha sido mi mejor corrida jamás.

Lo que ocurrió después me vais a permitir que lo continúe en el segundo capítulo.

Gracias a todos por leerme