Mi cuñada

Una cuñada pequeña y juguetona que con los años se convierte en mucho más

Mi cuñada

A Elsa, que así se llamaba la hermana pequeña de mi mujer, la conocí cuando tenía 15 años, doce menos que yo. Entonces era una niña alegre y simpática, nos caíamos bien y cuando nos veíamos en casa de mis suegros, hablábamos a menudo. Llegamos a llevarnos tan bien que hasta me pedía opinión sobre la ropa que compraba, incluida la lencería. Le gustaba mucho abalanzarse sobre mi y ponerme en situaciones picantes y comprometidas, sobre todo cuando mi mujer se encontraba delante. Ella sabía que me daba mucha vergüenza y reía a carcajadas cuando veía los colores asomarse a mi rostro.

Cuando entró a la Universidad tuvo que marcharse a Barcelona, pues en la ciudad en la que vivíamos no existían los estudios que había elegido. Durante varios años, apenas la vi, escasamente en algunas fiestas familiares. Entre tanto terminó sus estudios, hizo un máster y se casó con un compañero de facultad de su misma edad – el más guapo de la clase – según nos contaba. La vida la devolvió de nuevo a nuestra ciudad, con una oferta de trabajo, por lo que recobramos la relación.

Se marchó siendo casi una niña y cuando volvió se había convertido en una mujer madura. Había cumplido 34 años. Con una estatura de 168, era la más alta de las hermanas. Ojos negros, morena, de pelo ondulado lucía una media melena que le llegaba hasta el cuello. Era un poco entradita en carnes, unos pechos pequeños, piernas bien torneadas y un trasero que llamaba la atención allí donde fuera, por lo bien puesto que lo tenía. Su marido era un tipo alto, de más de 1,80m. Tenía lo que se dice un “cuerpo danone” fruto de las horas de gimnasio que metía, bien depilado y hasta con brillo, diría yo. El estaba en el paro, por lo que se dedicaba a las tareas domésticas. Era un chico callado y atento, siempre dispuesto a satisfacer las necesidades de su esposa.

Muchos sábados quedábamos los cuatro para ir al cine. Otras veces cenábamos en casa de una u otra pareja y solíamos pasar casi toda la noche hablando o disfrutado de juegos de mesa. En ocasiones se nos hacía tan tarde que llegábamos a dormir en la misma casa y al día siguiente continuábamos la juerga. Una vez me desperté y salí de la habitación para ir al baño. Me di cuenta de que habían dejado la luz encendida y escuché movimientos, por lo que pensé que estaban hablando; me acerqué y mi sorpresa fue mayúscula cuando les vi en plena lujuria. Me quedé durante unos minutos observando. Ella estaba sentaba sobre la cara de su marido que lamía frenéticamente su vulva y se movía con furia hasta que consiguió llegar al orgasmo. Yo volví a la cama encendido, tanto que tuve que masturbarme mientras mi mujer dormía a mi lado.

Durante la primavera siguiente, mi esposa se tuvo que ausentar durante veinte días pues la empresa para la que trabajaba decidió abrir una nueva sede en la ciudad de Nueva York y la envió para ponerlo todo a punto. Elsa vino conmigo a despedirla al aeropuerto y a la vuelta la llevé a su casa. Antes de despedirse me pidió que, ya que me había quedado solo, no hiciera planes para el viernes por la tarde, pues le apetecía que la acompañara a comprarse ropa. Su marido no podía hacerlo pues tenía previsto algún arreglo en la casa y alguien debía estar allí.

  • ¡Ah!... Y de paso, cenas con nosotros. ¿Vale?

Se acercó a mi cara y al darme el beso de despedida se acercó peligrosamente a mi boca, pero sin llegar a besarme en los labios y me dio un beso suave, incluso llegó a sacar la punta de la lengua y a mojarme la mejilla. Yo me quedé cortado y noté como mi cara se encendía con la situación, por lo que ella se echó a reir...

  • He vuelto a pillarte ¿Eh?

Abrió el portal de la casa con una sonrisa de satisfacción. No cambiará, pensé, y me marché hacia casa.

Pasó la semana y el viernes me llamó para recordarme la cita que teníamos.

  • Ponte guapo y pasa a buscarme sobre las cuatro y media, que iremos al centro.

Así lo hice. Nos dirigimos a las tiendas de ropa de marca más importantes de la ciudad y fue probándose docenas de prendas. En alguna ocasión salía para pedirme opinión, o me hacía entrar al probador para que le abrochara alguna cremallera a la que ella no llegaba. Poco a poco me fue metiendo en el juego y comencé a elegir yo la ropa que se tenía que probar, se la llevaba y hacía las veces de asistente. En una ocasión y antes de darme tiempo a salir de allí se quitó un vestido que no le terminaba de gustar y me pidió que le pasara otro que le acababa de traer. Me quedé un poco cortado y ella, como siempre se echó a reír...

  • Vamos hombre... No me dirás que ahora te avergüenzas. ¿Crees que no me he dado cuenta de que a veces me espías? No tiene importancia. Disfruta de lo que puedas ahora, que algún día dejaré de ser joven y tendrás que mirar a otros sitios.

Diciendo esto se volvió hacia mi, mostrándome su cuerpo a plenitud. Tan sólo llevaba un tanguita de color negro con un volante de raso por delante y un sujetador de aros, semitransparente, que le cubría la mitad inferior de sus pechos que se mostraban turgentes. El complemento lo hacían unos zapatos de salón de charol negro con un tacón de acero de 15 mm. Con rapidez se abrazó a mi cuello y apretó su cuerpo contra el mío. Inmediatamente comenzó una erección que ella notó sobre su muslo y moviéndose al ritmo de la música que había en el ambiente insistía en presionar su pierna contra mi miembro, haciendo que yo ni pudiera, ni quisiera salir de aquella situación en la que me había colocado.

Yo me quedaba inmóvil. Sin hacer ni decir nada. Ella era la dueña de la situación y lo sabía. Cuando quería paraba y nos marchábamos a otra tienda. Allí repetíamos la jugada. Lo hicimos varias veces hasta que una dependienta nos sorprendió cuando la ayudaba abrocharse una blusa que llevaba muchos botones en la espalda mientras ella rozaba con su trasero a mi miembro, que se encontraba en una erección total. Sin cortarse por la situación , al ver la cara de la dependienta se volvió hacia mí y dándome una sonora bofetada exclamó

  • ¡Cerdo! mira que siempre estás igual

Entró sola a una tienda de lencería y de allí nos dirigimos a una cafetería a tomar algo. Me preguntó si me dolía la cara y me pidió que le dijera qué había sentido. La verdad es que aparte de la sorpresa no sentí que me hiciera daño, sino al contrario, la erección que tenía se había acentuado. Le confesé no entender muy bien lo que me pasaba y ella me dijo que no me preocupara, que era así en muchos casos y que tenía ya alguna experiencia parecida...

  • Ahora vamos a ir a casa a cenar pues Ramón

-así se llamaba su marido-

ya habrá terminado de preparar la cena. Antes me gustaría que me hicieras un favor aceptando este regalo que te voy a hacer.

Metió mano en el bolso y sacó de él un pequeño paquete.

  • Quiero que vayas al lavabo y te lo pongas ahora.

Sorprendido nuevamente cogí el paquete y me dirigí hacia el baño. La sorpresa fue cuando lo abrí ya que se trataba de una braguita de color negro. Me desnudé de cintura para abajo y me coloqué como pude la prenda, no sin dificultad, debido al estado de erección que mantenía mi pene. Confundido y excitado volví al salón, donde me esperaba sentada en el sofá.

  • ¿Te ha gustado?
  • Si -

respondí-

. Ya la llevo puesta. * Quiero que pienses en mi durante toda la cena. Ramón ha puesto la mesa y nos va a hacer de camarero, para lo cual se ha vestido convenientemente. El cenará en la cocina y estará atento a nuestras necesidades. No tienes que preocuparte pues es un juego que practicamos a veces y que nos gusta a los dos. Ahora me voy a vestir, así que tardaré un poquito. Entre tanto mi marido te servirá un aperitivo y te hará los honores...

Durante casi una hora estuvimos hablando mi cuñado y yo de temas intrascendentes, a la vez que degustábamos un cóctel de cava que había preparado. Yo me encontraba en perpetua erección pues no dejaba de pensar en lo que llevaba puesto debajo de la ropa y al notar el roce me ponía cada vez más y más cachondo. Apareció por la puerta radiante. Llevaba una blusa semitransparente con un escote que permitía ver que debajo se había colocado un corsé negro, muy ajustado, que realzaba sus pechos y cintura y que dejaba que los pezones se transparentaran. Un pequeño collar de perlas adornaba su largo cuello. Sobre la cintura llevaba ajustada una falda de gasa negra, con mucho vuelo, que le llegaba justo por encima de las rodillas. Debajo se apreciaban unas medias negras, de seda, con costura sobre unos zapatos de salón en piel negra, con un fino tacón de 12 cm. Se había maquillado en tonos violeta y negros. Los labios y uñas eran de color negro también, lo que le daba un aspecto que atraía pero a la vez intimidaba.

Me pidió que eligiera la música para la velada, cosa que acepté de buen grado. Durante toda la noche escuchamos piezas de Jazz y blues, con poco volumen, pues la música alta me molesta. Ramón nos sirvió la cena con gran ceremonia. Debo de reconocer que la situación me resultaba algo incómoda, cosa que hice saber a Elsa y decidimos que mi cuñado se sentara a la mesa con nosotros. Así, con conversaciones aparentemente normales transcurrió la cena. Una vez recogido todo, pasamos al salón en el que nos acomodamos y continuamos la fiesta. Ella me sacó a bailar y durante mucho rato se dedicó a ponerme a cien. Metía su pierna sobre mi miembro y se apretaba contra mí hasta hacerme daño. Me pedía que oliera su perfume y le diera opinión, para lo cual me hacía meter el rostro sobre su pecho y aprovechaba para agarrarme por el culo y atraerme hacia ella, o bien era ella la que se metía sobre mi cuerpo para oler la colonia que llevaba puesta, me desabrochaba la camisa y aprovechaba para darme alguna lametada o mordisco sobre mis pezones. Entre tanto su marido permanecía en otras dependencias de la casa.

Se fue haciendo dueña de la situación hasta que cuando consideró que me tenía a su merced me preguntó:

  • ¿Te gustaría follar conmigo, esta noche?
  • Es lo que más deseo en este momento, le respondí
  • Como has podido apreciar soy una mujer dominante y me gusta controlar todo lo que hay a mi alrededor. Ramón, por el contrario, es totalmente sumiso a mis deseos y le gusta dejarse llevar por ellos. Si quieres que juguemos deberás hacer todo lo que te pida sin rechistar. Si no eres capaz de hacerlo dilo en este momento, terminamos la fiesta y seguimos con la misma relación que teníamos hasta ahora sin que volvamos a hablar jamás del tema.
  • Estoy de acuerdo en continuar.

En realidad no podía hacer ya otra cosa. Deseaba tanto el pasar con ella la noche que poco o nada me importaban las condiciones.

  • ¡Desnúdate!

Me ordenó

. Sólo quiero que te quedes con las braguitas que te he regalado. Ese será tu atuendo hasta que yo te pida que te vistas.

Procedí a quitarme la ropa. Al verme en braguitas me sentí humillado, pero sobre la vergüenza que me producía el hecho, era mayor la excitación que sentía, de tal modo que la erección era casi dolorosa. Al momento entró Ramón al salón para llevarse la ropa que me había quitado. A su vez también se había desnudado del todo y llevaba por toda vestidura una pajarita negra anudada al cuello. La situación le resultaba excitante, pues su estado de erección era evidente. Una vez retiradas las prendas, volvió al salón y se quedó de pie, en silencio, a dos metros de nosotros, esperando nuevas órdenes de su dueña,

Elsa comenzó a dar vueltas a mi alrededor, despacito, observándome. Yo permanecía quieto y en silencio, esperando lo que viniera. De vez en cuando tocaba mis nalgas, como comprobando su calidad, me colocaba bien la braguita o cogía mi polla y la apretaba fuerte para ver cómo respondía. Después de varios minutos se acercó por detrás y pasando los brazos por debajo de los míos, me abrazó. Comenzó a acariciarme primero el vientre y luego subió suavemente las manos por el pecho hasta llegar a mis pezones, que rozó con los anillos, produciendo en ellos también una erección. Después los pellizcó con los dedos y uñas, primero despacito y más adelante con fuerza hasta hacerme gemir de placer. Sin dejar de excitarlos con una mano pasó la otra por detrás de mi y noté cómo me magreaba las nalgas, para después clavarme la uñas en ellas. En algún momento me hizo separar las piernas y comenzó a jugar con el dedo en los alrededores de mi ano, para acabar introduciendo la punta en él. Resultaba un poco molesto y difícil por lo que pidió a su marido que le echara un poco de crema lubricante sobre los dedos. A partir de ahí le resultó más fácil meter primero un dedo y la final hasta tres, dándome un masaje que me resultó excitante y me hacía desear continuar con lo que viniera. Ya estaba del todo en sus manos.

  • Esta noche te voy a excitar como no lo has hecho jamás. Vamos a ir a otra habitación más adecuada.

Fuimos a otra habitación que habitualmente tenían vacía, pero en el centro habían colocado una mesa de exploración ginecológica que permitía tumbar a una persona con las piernas hacia arriba, mostrando sus partes más nobles e incluso permitía ser sujetada. Además observé una estantería con toda clase de utensilios de tortura, como látigos, cadenas, consoladores y más.

Había perdido parte de la erección y ella me pidió que le mostrara las muñecas. Me colocó unas esposas y sobre ellas ató una cadena que estaba sujeta al techo mediante una polea, con la que me hizo levantar los brazos. Luego me puso unos grilletes sobre los tobillos y me obligó a abrir las piernas, colocando una barra entre ellos. Una vez en la posición que ella deseaba, mostrándole todo mi cuerpo, volvió a excitarme de nuevo hasta que me tuvo a tono. Se puso en frente de mi y mientas me rozaba la punta del pene con su cuerpo, se dedicó durante un buen rato a pellizcarme en los pezones, cada vez con más fuerza. Casi no podía moverme. Me encontraba indefenso ante ella y resultaba excitante que el dolor se transformara en semejante placer. Hubo un momento en que pensé que iba a perder el conocimiento pero ella, que se daba cuenta de mi estado, detuvo tan deliciosa tortura.

Con mucha ternura me abrazó y dio un largo, cálido y húmedo beso que me subió al cielo. Mientras lo hacía dirigí la mirada hacia Ramón, que se había quedado en un rincón, de pie, esperando alguna orden de su dueña. Tenía en el rostro un claro gesto de enfado, pero no perdía la erección.

Se acercó a la estantería y cogió un objeto. Colocándose detrás de mí, inició una serie de caricias por la espalda, bajando poco a poco hacia los glúteos. Tan ponto me acariciaba, como insinuaba la punta de los dedos en mi ano o me daba una palmada en las nalgas. De golpe y con fuerza, introdujo dentro de mi ano un objeto duro y lo sujetó de tal manera que resultaba imposible la expulsión. Cuando lo puso en marcha adiviné que se trataba de un consolador que inició una nueva sensación para mi pobre anatomía. No quedó allí la cosa pues dirigiéndose de nuevo a la estantería cogió una fusta y se dedicó durante un tiempo, que se me hizo interminable, a azotar mi culo y piernas. Comenzó despacio y poco a poco fue incrementando la intensidad de los golpes de tal modo que pensé que iba a llegar a tener un orgasmo pues el placer que sentía era algo que ni siquiera en la más obscena de mis fantasías llegué a imaginar jamás.

  • ¡Ya estás listo!,

dijo desatándome * Ahora te daré lo que tanto estás deseando. Voy a hacerte mío.

Sin descanso para mi, hizo que me tumbara sobre la camilla, a la que me sujetó con la ayuda de su marido, primero las muñecas y después los tobillos sobre unos soportes que había al efecto, de tal modo que yo quedaba con las piernas levantadas y abiertas, como si fuese a parir. En esta posición me permitió ver cómo se colocaba un arnés. Me puso sobre los ojos un pañuelo, a modo de venda, que anudó por detrás, con lo que quedaba del todo a su merced. En ese momento ya me daba igual todo; sólo quería que culminara la noche con un gran orgasmo, pues lo necesitaba con desesperación.

Comenzó primero por hacerme lamer y chupar la polla de látex que se había colocado:

  • ¡Chupa, chupa!. Lubrícala bien porque te la voy a meter hasta adentro. Te aseguro que durante los próximos días te va a suponer un problema el tenerte que sentar.

Se apartó de mi boca y escuché cómo sus tacones se dirigían hasta la zona de mis piernas. Agarrándome fuerte por ellas comenzó a penetrarme. Aquello entraba con cierta suavidad, tanto que me resultaba placentero. De golpe soltó las pinzas de los pezones, que llevaban un rato mordiéndomelos y noté un dolor fortísimo, que me hizo convulsionar:

  • ¡Ahhhhhhh! ¡Dios mío! -

exclamé * Procura relajarte,

me dijo, a la vez que me cogía de nuevo los pezones con los dedos y comenzaba a masajearlos

Poco a poco el dolor se fue transformando en placer y Elsa prosiguió con su follada. Yo no podía moverme y me encontraba indefenso ante lo salvaje del polvo. Cuanto más profundo me metía aquel falo, más quería yo. Me sentía como una perra en celo y sólo podía calmarme un gran orgasmo que nunca llegaba. Ella me lo estaba negando. La escuchaba respirar cada vez con más fuerza y presentía que pronto llegaría el final, cuando ella salió de mi dilatado culito. Oí ruidos por lo que deduje que estaba cambiando el arnés por otro más grande, pensaba yo, o bien se estaba preparando para otra fase, cualquiera que fuese.

Pronto noté de nuevo el contacto del pene de goma sobre mi ano. Tanteó un poco la entrada y volvió a penetrarme con la misma fuerza que la primera vez. Este era algo más grande pero al encontrarme bastante dilatado no supuso ningún problema la penetración. Retomó mis pezones y continuó donde lo había dejado. Continué dejándome llevar y me abandoné a la orgía tratando de buscar alguna manera de conseguir un orgasmo. En eso estaba cuando noté cómo unas manos me quitaban la venda de los ojos. Supuse que era mi cuñado y cuando pude dirigir la vista hacia donde estaba ella me encontré con que quien me penetraba con furia era Ramón. Ella le había ordenado que ocupara su lugar en mi culo y él, obediente, había puesto todo su empeño en contentar a su ama.

En esa situación me encontraba yo. Atado, caliente como una perra y ensartado por un tío depilado de cuerpo atlético que buscaba como un animal el premio de su dueña. Todavía no me había recuperado de la sorpresa cuando ella, que se había quitado las bragas y llevaba su depilado chochito al aire, se sentó sobre mi cara y agarrándose de los pezones de su marido comenzó a frotar su sexo sobre mi lengua:

  • ¡Chupa putita! ¡Chupa! Que sé que estás disfrutando de lo lindo.

En unos minutos tuvo un espectacular orgasmo sobre mi cara y a la par, Ramón se corría dentro de mi recién desvirgado culo, mientras yo me quedaba con la ganas.

Ella se bajó de la camilla y más tranquila se vino hacia mi:

  • No creas que te voy a dejar así...

E inició un cálido y apasionado beso acompañado de todo tipo de caricias. A una señal suya, Ramón tomó mi polla entre sus labios y comenzó a hacerme una mamada. En menos de un minuto reventé dentro de su boca consiguiendo el orgasmo más brutal que hasta ese momento había tenido.

Una vez desatado nos fuimos los tres a la cama y pudimos dormir profundamente. Pasamos el día siguiente en una orgía completa, haciendo el amor una vez tras otra y satisfaciendo a Elsa en todo lo que nos pedía. Cuando me despedí de ellos, el domingo por la noche, mi cuñada me abrazó y apretándome en los testículos me dijo al oído:

  • Ahora tengo que conseguir que mi querida hermanita se folle al cabrón de mi marido, cosa para la que me vas a ayudar. Después, los fines de semana ya serán otra cosa. ¿No te parece?

Telemaco