Mi cuñada, además de princesa, resultó muy...FIN

Con el rey muerto y mi cuñada como única heredera, llegamos a Samoya. Ahí Sovann recibió el cariño de su pueblo pero también una mala noticia, el general había movido sus hilos para que su hija formara parte del acuerdo. CON ESTE RELATO DOY POR FINALIZADA LA SERIE.

Capítulo 11

La llegada a la capital de Samoya fue en olor de multitudes. Como única aspirante al trono, el pueblo se lanzó a las calles reconociéndola como su reina y el gobierno no pudo más que aceptarlo como un hecho consumado, organizando su entrada triunfal al país como si de la coronación se tratase.

Obviando su antigua enemistad, el general Kim nos recibió en las escaleras del avión y dando muestra de una hipocresía sin igual, se arrodilló al ver que Sovann salía por la puerta.

-Lo difícil que le debe resultar a ese malnacido postrarse ante mí - susurró en mi oído mi cuñada mientras bajábamos.

Una vez en suelo samoyano, Sovann alargó su mano para que el militar se la besara y a este le quedó más remedio que demostrar su lealtad haciendo una genuflexión y acercándosela a los labios mientras le decía:

-Mi reina.

-Presidente Kim.

Lo que nadie me había avisado era del papel que ese día me reservaba y menos que en ese preciso instante, el tipo se arrodillara también a mis pies, diciendo:

-Príncipe Manuel, es un honor recibirlo en su nueva patria. Quiero que sepa que todos vemos en usted al creador de una nueva estirpe de reyes.

Mi cuñada y futura esposa no hizo caso a ese velado insulto ya que al ensalzar mi figura la estaba minusvalorando en cierta forma. Es más saltándose el protocolo, cogió al militar del brazo y junto a él entró en la primera limusina, dejando la segunda para que yo fuera con la única compañía de Loung.

-¿Crees que es prudente que vaya con ese cerdo?- pregunté a la secretaria.

-Su prometida lo ha querido así para poder negociar con él sin ningún intermediario.

La multitud que nos encontramos camino a palacio tenía tantas ganas de aclamar a Sovann que un trayecto de treinta minutos se convirtió en dos horas. Dos horas en las que tuve que permanecer de pie saludando y besando a cuanto mocoso me llevaron.

Sinceramente he de decir que llegué agotado y por eso tardé en reconocer la expresión de disgusto en la cara de mi cuñada.

-¿Qué ha pasado?- quise saber anticipando problemas.

-He conseguido que me ceda el poder pero he tenido que ceder en una minucia.

Supe por su rostro cenizo que ese cabrón se la ha jugado y que contra su voluntad, le había sacado algo importante y no una insignificancia.

-¿De qué se trata?- insistí al ver que Sovann era reacia a informar.

Muerta de vergüenza, contestó:

-Sé que tanto tú como Loung os vais a enfadar pero no he tenido más remedio que transigir si quería que Kim accediera a exiliarse sin crear problemas.

Al verla tan desolada, creí que estaba cancelando nuestra boda y no queriendo profundizar su dolor, decidí facilitar las cosas diciendo:

-Si tienes que casarte con otro, hazlo y cuando seas reina ya veremos cómo solucionarlo.

-No es eso- respondió- el consejo de ancianos se ha reunido y tras muchas discusiones han llegado a un consenso que satisface a las dos partes en litigio…

-Se clara y dime que han decidido- exigí cansado de tanto circunloquio.

Con el corazón en un puño, respondió:

-Ha accedido a nombrar a Loung protectora del reino  pero para tranquilizar a los militares quieren también deberás hacerte cargo de Kanya Anand.

-¿Me estás diciendo que seremos cuatro? ¿Tú, yo y dos protectoras? …. sí es así me puedes explicar en primer lugar ¿quién es esa? Y en segundo, porque dices que tengo que hacerme cargo, no somos tú y yo.

Incapaz de mantenerme la mirada, contestó:

-Mi país es profundamente machista y aunque vayas a ser el rey consorte, consideran que el bienestar de las dos será una responsabilidad exclusivamente tuya.

-No me has contestado, ¿quién es esa muchacha? ¿Una noble?

Tuvo que ser Loung, acabada de llegar, la que con un enorme cabreo me lo aclarara:

-¡Qué va! Es la hija del general y según dicen, su ojito derecho.

-¡Me niego! No pienso meter en mi cama a alguien relacionado con ese malnacido- contesté porque no en vano sospechaba que ese militar había tenido mucho que ver con la muerte de mi hermano.

Al ver que me cerraba en banda e intentando hacer que recapacitara, su viuda me soltó:

-Amor, no nos queda otra que aceptar o nunca accederé al trono- siendo un argumento de peso cuando realmente me convenció fue al decir: - y piensa que siempre podrías hacerle la vida imposible.

-De acuerdo, ¡ese hijo de perra no sabe dónde manda a su retoño!- exclamé mientras entraba en Palacio.

Aunque siempre me había considerado un hombre tranquilo, os he de decir que en ese momento me podían las ganas de venganza y por ello no mostré mi disgusto cuando el general me abrazó cerrando con ello el acuerdo sino todo lo contrario, luciendo mi mejor sonrisa, contesté:

-Estoy encantado con la idea de compartir con Kanya mi vida y así garantizar el futuro de Samoya.

La rapidez con la que había claudicado debería haber puesto en alerta al militar pero el capullo demostrando nuevamente su ausencia de humanidad así como sus faltas de escrúpulos, contestó:

-Príncipe, no tiene que disimular conmigo. Solo espero que haga honor a su palabra y la embarace. Mi hija sabe lo que le espera y no se hace ilusiones de hallar en usted un marido.

-Si tan claro lo tiene porque la obliga a  unirse a un  hombre cuya única obligación es preñarla- conteniendo mi odio repliqué.

Fue entonces cuando Kim se quitó la careta y siendo sincero me soltó:

-Kanya es consciente que dando un heredero a Samoya con ello garantiza mi vida. Ni siquiera la reina se atrevería a  pedir la  cabeza del abuelo de un miembro de la familia real.

«Menudo cabronazo, no le tiembla el pulso de sacrificar a su propio retoño si con ello consigue salvar su culo», medité indignado.

A punto de explotar, preferí separarme de él e ir al encuentro de Loung. Mi intención no era otra más que saber cómo había digerido esa noticia ya que era la más perjudicada con ese trato.

-¿Cómo estás?- pregunté.

La morenita respondió:

-¡Engañada! Me había hecho ilusiones al conocer que gracias a esa vieja norma dinástica se me permitiría ser tuya sin tener que compartir tus caricias con nadie que no fuera la reina y ahora sé que incluso en la que sería mi noche, voy a tener que aceptar la presencia de esa mojigata.

El modo con el que habló de su rival me hizo comprender que la conocía y por ello directamente pedí que me dijera lo que sabía de ella.

-Te será difícil tener una conversación con ella. Apenas habla y cuando no está estudiando, se la pasa rezando en algún templo.

-¿Tan religiosa es?- pregunté porque no me cuadraba que el general la hubiese educado así.

-Iba para monja. Se decía que quería entrar en un monasterio.

«¡Mierda! ¡Es una santurrona!»,  pensé comprender que  dadas su personalidad y sus creencias suficiente castigo era tener que entregarse físicamente a un hombre, puesto que en el budismo se exigía la virginidad a las mujeres que quisiesen entrar a formar parte de la casta sacerdotal.

Tratando de aclarar mis ideas sobre ese asunto, comenté la humillación que para ella sería lo que su viejo había acordado para ella.

-Imagínate- Loung contestó: - aunque sea legal y aceptado por la sociedad, seremos solo tus concubinas… yo al menos tendré el consuelo de amarte pero Kanya no. Para ella será una tragedia personal.

Que Loung y esa desconocida sufrieran las consecuencias de ese trato mientras el general salía impune de sus fechorías me terminó de cabrear y sabiéndome una marioneta del destino, quise que me explicara cuando tendría lugar no solo la coronación de Sovann sino también el nombramiento de ellas como protectoras del reino y mi boda.

Luciendo una vanidad que no había lucido con anterioridad, respondió:

-El nombramiento ya ha sido. ¡Estás frente a una protectora del reino! Formalmente solo falta que nos tomes tras la cena de esta noche para que sea oficial. La boda y la coronación será en un mismo acto tal y como estaba previsto el jueves en el templo real.

-¿Me estás diciendo que ni siquiera le van a dar tiempo a conocerme antes de meterla en mi cama?

Muerta de risa y en plan malvado, replicó:

-Ni falta que hace, técnicamente es un vientre al que tienes que inseminar ¡por el bien de Samoya!

No me había repuesto todavía de la noticia de la existencia de una segunda protectora y que la afortunada era la hija del general cuando Sovann llegó ante mí y me pidió que entráramos al Palacio. Os juro que aunque había oído hablar del lujo oriental, nunca me había imaginado la magnificencia de las diferentes salas por las que cruce del brazo de la futura reina.

La profusa decoración sus paredes y la calidad de sus alfombras eran tan  apabullantes que temí verme víctima del síndrome que aquejó al escritor Stendhal cuando visitó Florencia.

-Es alucinante- susurré al oído a mi prometida mientras con mi corazón palpitando a mil por hora admiraba su belleza.

Sovann, henchida de orgullo, contestó:

-Es el legado de mis ancestros que debo de mantener y dejar a nuestros hijos.

Esa fue la primera vez ocasión en que mi prometida se erigió ante mi como depositaria de su herencia pero no la única porque antes de retirarnos a nuestras habitaciones, me llevó a rendir homenaje al difunto rey.

Confieso que hasta que no vi con  mis propios ojos el dolor de esa mujer al postrarse ante el cadáver del monarca, no  comprendí el alcance de sus creencias porque olvidando que ese sujeto la había dejado viuda y mandado al exilio, se arrodilló  y comenzó a llorar.

Más de media hora, permaneció sollozando en el suelo  mientras sus súbditos cuchicheaban satisfechos por la lealtad que la heredera de Samoya le mostraba al muerto. Al levantarse, le recriminé que llorara por él pero entonces dándose la vuelta, me contestó:

-No lloro por él sino por nosotros. A partir de este momento, tú y yo somos esclavos de Samoya. Nuestros deseos y afectos quedan subordinados al bien del reino.

Al escuchar su sentencia, comprendí que tenía razón y para mi sorpresa me vi hincando la rodilla ante el rey y sollocé por la libertad que había perdido.

«¡Me debo a un  país que no conozco y que detesto!», lamenté mi suerte mientras a mi lado Sovann sonreía amargamente.

Al salir de allí, me informó que debía ocuparse de asuntos urgentes y durante el resto de la tarde permanecí completamente solo con la única compañía de un viejo cascarrabias al cual mi futura esposa había encargado que me enseñara el idioma del que sería mi país. Aunque algo había aprendido en el tiempo que llevaba viviendo con Sovann y Loung, reconozco que me costaba seguirle por las numerosas afecciones y vocales que tenía el samoyano.

«Dudo que algún día me pueda desenvolver en él», murmuraba para mí  mientras el tal Sunna se desesperaba al comprobar que no sabía ni las cosas básicas.

-A ver si te enteras, todo me suena igual- en un momento le dije al no poder diferenciar los cuatro tipos de pronunciaciones de la letra A.

-El pueblo no entenderá que su rey no sea capaz de dirigirse a ellos- respondió mientras volvía otra vez a darme la matraca.

Matraca que se volvió casi una tortura para ambos durante las dos horas que permanecí bajo la tutela del anciano. Por eso me reí cuando desesperado le dijo a Sovann  antes de irse que quizás en veinte años podría expresarme como un niño.

-No te rías, Sunna tiene razón debes hacer un esfuerzo por aprenderlo.

Atrayéndola hacía mí la besé pero entonces rehuyendo mis caricias, me pidió que me vistiera porque tenía que asistir a una sesión de fotos para los carteles conmemorativos de nuestra boda.

-Menudo coñazo es esto de ser rey- suspiré al saber que por mucho que insistiera no daría su brazo a torcer.

-No lo sabes tú bien- riendo contestó- porque después vendrá el besamanos protocolario antes de la firma del decreto que el consejo ha redactado.

-¿Te refieres al tema de Loung?

-Sí.

Al preguntar en qué consistiría, me comentó:

-Es un documento importante que exige cierto formulismo. Firmarás tu consentimiento ante los ancianos, ante los padres y ante mí en mi calidad de heredera al reino.

-Me imagino que ellas estarán presentes.

Demostrando nuevamente lo poco que sabía de su cultura, la princesa contestó:

-Creo que no has entendido la naturaleza de esta medida. Como en Samoya está prohibida la poligamia, mis antepasados se inventaron una ficción jurídica donde las protectoras pierden sus derechos y se convierten en cosas.

-Me he perdido- reconocí.

-Si carecen de entidad jurídica, cuando las tomes bajo tu amparo no cometerás adulterio porque ya no serán personas.

-De esa forma tan siniestra evitan la poligamia- asentí.

-Así es. A efectos legales, Loung y Kanya ya no existen, podrías matarlas y no ocurriría nada: sería como si destruyeras una roca o cortaras una hoja.

Alucinando todavía por lo rebuscado del método, tuve que aguantar que una pléyade de sastres entrara en la habitación y sobre la marcha me ajustara el traje que llevaría en esa ceremonia mientras no dejaba de pensar en el sacrificio que esas dos hacían al ser envestidas con ese dudoso honor.

Tal y como me había anticipado, ya vestido, me llevaron al salón del trono y una vez allí me hicieron posar en mil posturas diferentes, muchas de ellas ridículas, hasta que el fotógrafo real quedó satisfecho.

«Todavía no soy rey consorte y ya estoy hasta los huevos», pensé al sentirme un pelele en manos de la corte.

Y como muestra, un botón. En cierto momento me entraron ganas de ir al baño. Al decirme dónde estaba el servicio, no solo tuve que soportar que cinco de esos cortesanos me acompañaran sino que al llegar frente al urinario, me topé con una empleada que poniéndose un guante, sacó mi pene y luciendo una sonrisa, esperó a que hiciese mis necesidades sin dejar que el chorro salpicara fuera de el mismo.

«No quiero ni pensar si me entran ganas de cagar», murmuré para mí al ver que no contenta con ello, sacaba una gasa y eliminaba una gota rebelde antes de volver a meterlo dentro del pantalón.

Al salir totalmente colorado se me informó que mi prometida esperaba en un salón contiguo para atestiguar con su presencia la firma del documento. Sintiendo que estaba fuera de lugar, deseé que todo fuera un sueño y que eso no me estuviera ocurriendo a mí pero por desgracia era real.

Los primeros en firmar fueron los padres y mientras  el de Loung se le veía afectado,  el capullo del general estaba en la gloria porque sabía que con ello se libraba de cualquier represalia por parte de la reina.

Tras estampar mi  firma me permití una pequeña venganza  al acercarme a los progenitores y olvidándome del militar, informé al otro que no se preocupara por su hija porque a mí lado sería feliz.

-Se lo agradezco, alteza- musitó casi llorando el pobre tipo.

Una vez los miembros del consejo hubieron lubricado el escrito, era el turno de mi prometida y ésta demostrando que era digna de ese cargo, hizo un discurso optimista claramente dirigido al pueblo donde les prometía no solo democracia sino lo más importante esperanza.

El aplauso además de atronador fue unánime y lo que más me sorprendió fue ver que pasando de lo que opinara su jefe, hasta los soldados se unieron a él con entusiasmo.

«Tienen ganas de cambio y Sovann  puede dárselo», sentencié al percatarme del cambio que se había producido en la mujer. Una vez se sabía reina, la ambiciosa y mezquina que solo pensaba en ella había desaparecido dejando emerger a la monarca.

Tras esa ceremonia, vino la cena y ahí fue la primera vez que estuve en la misma habitación que Kanya porque no se puede decir que la viera.

«Esto raya lo absurdo»,  me dije al comprobar que tanto ella como Loung llevaban el rostro totalmente cubierto y las habían relegado a la mesa más alejada de la principal.

«Para esta gente no son nada», comprendí con dolor mientras los ancianos con los que compartía mantel daban muestra de alegría porque con su ocurrencia sentían que habían salvado la monarquía.

Para colmo ese convite se alargó durante horas, horas en las que tuve que brindar mil veces por mí y soportar los comentarios picantes de los presentes. Y es que olvidando que Sovann estaba en la mesa, no se cortaron al sacarme los colores con alusiones a la noche que me esperaba. Lo más curioso fue escuchar a mi prometida siguiéndoles la corriente e incluso bromeando ella misma con el tema.

«Que alguien que les entienda, me lo explique», concluí fuera de lugar.

Pero lo que juro que nunca esperé fue que en el brindis final la princesa provocara las risas del respetable al pedirme en público que descargara todas las energías posibles con las protectoras del reino para que así al llegar la noche de nuestra boda fuera cariñosa con ella.

Aguanté estoicamente las carcajadas de los cortesanos pensando que ese era el papel que se esperaba del consorte pero entonces el anciano consejero que Sovann había sentado a mi derecha me susurró:

-Debe contestarla ofendido porque ha menospreciado su hombría. Olvídese que es la princesa, respóndala como su futuro marido.

Haciendo caso al vejete, cogí mi copa y repliqué:

-Querida, siento contradecirte. Por mucho que las haga gritar de placer en unas horas, no será nada en comparación a los berridos que darás cuando te haga mía- y mirando a los congregados en el salón, les prometí que nadie de ellos podría dormir la noche de mi boda porque los aullidos de la reina retumbarían en toda Samoya.

-Espero que hagas honor a tu palabra porque lo mejor para nuestra patria es tener contenta a su monarca- contestó la aludida provocando con su respuesta las risas de toda la corte.

Con el estruendo y el buen humor de los presentes, se me informó que había llegado el momento de dejarles porque tenía que cumplir con mis deberes. No sabiendo qué hacer, miré a mi prometida y ella con un gesto me deseó buena suerte…

Capítulo 12

Confieso que al salir del banquete estaba nervioso porque no tenía ni idea de cómo debía comportarme con la hija del general. Si me acordaba de su padre y de lo que había hecho a mi hermano, lo que me pedía el cuerpo era poseerla en plan salvaje haciendo palpable mi desprecio pero si me ponía en su lugar, ella no era cómplice sino víctima de la ambición desmedida de su progenitor.

«Ya veré cómo es y dependiendo de ello, actuaré», concluí mientras descubría que tanto Loung como Kanya seguían sentadas en su sitio sin hacer ningún  intento por seguirme, «¡qué extraño! Debe ser cuestión de protocolo».

Al llegar a mi habitación, me despojé de esas ropas y haciendo tiempo me puse el pantalón de pijama. Unos cinco minutos después, escuché que tocaban.

-Está abierto- respondí.

Mi desconcierto fue total cuando las dos mujeres entraron acompañadas por el consejo de ancianos en pleno al cuarto.

«¿No esperaran que las tome enfrente de todos?», me pregunté escandalizado.

Por suerte el más viejo de todos ellos, tomando la palabras, me hizo entrega de las protectoras recordándome que mi deber era preñarlas para asegurar la existencia de la monarquía tal y como la concebían en ese país. Tras lo cual, haciendo una genuflexión desaparecieron por la puerta.

Ya solo con ellas y viendo que permanecían quietas y calladas, me dediqué a observarlas intentando distinguir cual era cada una porque al estar tapadas por completo me parecían iguales. Supe que la de la derecha era Kanya al verla  temblar de miedo e interesado por comprobar con quien me habían unido, lentamente levanté su velo.

-Esto sí que no me lo esperaba- murmuré encantado al descubrir el rostro angelical de una joven cuyos ojos negros me miraban asustados.

Impactado por su belleza me la quedé viendo durante unos instantes en silencio y girándome hacía Loung, le solté un suave azote diciendo:

-No vas a besar a tu dueño.

Pegando un chillido de felicidad, Loung se quitó ella misma el velo que le cubría mientras se lanzaba en mis brazos. Sus risas magnificaron el pavor de Kanya que estaba perpleja al no comprender la complicidad que existía entre su compañera y yo.

-Te amo, mi príncipe- riendo, reaccionó la muchacha al sentir mis manos recorriendo su cuerpo y sin que yo se lo tuviera que pedir, se comenzó a quitar la grotesca vestimenta que le habían puesto para esa ceremonia.

-Mira que eres puta, no ves que tenemos invitados- comenté al ver la cara de estupefacción de Kanya ante ese voluntario striptease.

La chavala creyó que lo que implícitamente le estaba pidiendo es que imitara a Loung y por ello empezó a desnudarse. El pudor y nerviosismo de Kanya hicieron que sus movimientos se ralentizaran dando un erotismo sin igual a su entrega.

Disfrutando perversamente, dejé que se quedara en ropa interior antes de pedirle que parara. La pobre estaba tan amedrentada que no dejó de temblar al verme admirando su cuerpo casi desnudo.

«Está mucho mejor de lo que pensaba», me dije valorando el estupendo culo con los que la naturaleza la había dotado.

-¿No nos vas a presentar?- pedí a la que consideraba mi mujer.

Loung, muerta de risa, se puso detrás de la aterrorizada muchacha y excediéndose en su papel de anfitriona, cogió entre sus manos los pechos de Kanya mientras me decía:

-Manuel, te presento a tu zorra Kanya. Zorra te presento a tu dueño.

Con lágrimas en los ojos, la muchacha hizo una reverencia antes de contestar con un breve saludo:

-Alteza.

Contra todo pronóstico me enterneció el pavor que traslucía y acercando una silla le pedí que se sentara. Una vez lo había hecho, tomé asiento sobre la cama y le dije:

-Cómo habrás adivinado Loung lleva siendo mía mucho tiempo y para ella esto es un mero trámite. En cambio, para ti es diferente.

-Lo es, príncipe- contestó sollozando.

-Según me han contado, tu padre te ha obligado a aceptar y ni la princesa ni yo queremos en nuestra cama a nadie que no venga voluntariamente. Como no puedo repudiarte, te ofrezco que te quedes con nosotros viviendo como invitada.

-No entiendo que tiene que ver la princesa en todo esto- dijo la mujer sin creerse todavía que no la violara.

Entrando al trapo, Loung comentó:

-Lo que Manuel no te ha querido decir es que además de ser su mujer, lo soy también de  ella y entre los tres formamos una familia.

Para una mente tan cuadriculada y religiosa como la de Kanya, esa opción le pareció asquerosa  pero más aún el desobedecer el mandato del consejo.

-¡Usted tiene la obligación de hacerme suya!- protestó fuera de sí.

-¿Me lo estas exigiendo?- a carcajada limpia pregunté.

-Sí, soy una de las protectoras del reino y ese es su deber.

Muerto de risa, me tumbé en la cama y mirándola a los ojos, la solté:

-Termina de desnudarte y hazlo lento, quiero comprobar la mercancía.

Humillada hasta la última célula  de su cuerpo, me hizo caso y llevando sus manos a la espalda, desabrochó el sujetador dejándolo caer al suelo.

-Para ser una mojigata, tienes buenos pitones- comenté sin demasiado entusiasmo aunque en mi interior me quedaba prendado de la belleza de sus negros pezones.

Kanya, reteniendo las ganas de llorar, se quitó las bragas y ya completamente desnuda, tuvo valor para preguntarme si estaba contento con la mercancía. El odio que destilaba su mirada me hizo reír y dando unas palmadas sobre el colchón, la llamé a mi lado.

Como un reo dirigiéndose al patíbulo, recorrió los escasos metros que nos separaban, tras lo cual se tumbó sobre las sábanas con los ojos cerrados. Me consta que se esperaba que me abalanzase sobre ella pero en vez de hacerlo, decidí humillarla aún más pidiéndole que se masturbara ante su dueño.

-No sé hacerlo- fue su contestación.

Su pasado monjil me hizo saber que no mentía pero no por ello me compadecí y dirigiéndome a Loung que me miraba muerta de risa, le pedí que la ayudara.

Antes que pudiera hacer algo por evitarlo, la morena se colocó a sus pies y separando los pliegues de su sexo, la informó mientras se apoderaba de su clítoris:

-Tienes que tocarte este botón así mientras te acaricias los pechos.

Sobrepasándose más de lo necesario, la regaló un largo lametazo entre sus piernas. Eso provocó un grito de angustia en Kanya. Incapaz de reaccionar, durante unos segundos tuvo que soportar la húmeda invasión de la lengua de Loung en su sexo y creo que eso fue perdición porque cuando se retiró el daño ya estaba hecho.

«Esta niña no tiene nada de frígida», sentencié al observar que tras ese tratamiento tenía los pezones erizados y la piel de gallina.

Su compañera debió de pensar lo mismo porque sin dejarla descansar, la obligó a llevar una mano a su entrepierna y repetir las caricias que le había enseñado.

-Déjame, puedo yo sola- Kanya se quejó con tono inseguro al sentir nuevamente las yemas de ella jugando en su coño.

-Todas podemos pero no es eso lo que ando buscando- Loung replicó mientras mojaba los dedos en su humedad. Tras lo cual acercando su mano a mi boca, en plan putón comentó: -¿quieres probar como sabe tu nueva putilla? Está riquísima.

Con un nudo en la garganta, la novata observó con interés como chupaba los dedos empapados con su flujo porque para ella todo era escandaloso pero, contra su voluntad, no pudo evitar sonreír al oírme decir que tenía razón y que estaba deliciosa.

-¿Quieres un poco más?- me preguntó.

-Sí pero prefiero el envase original- respondí colocándome entre las piernas de la muchacha.

Kanya intentó protestar pero Loung se lo impidió con un leve mordisco en los labios, tras lo cual le susurró al oído:

-Es tu deber, no puedes negarte a tu dueño.

Al recordarle su función, como por arte de magia la desesperada muchacha dejó de debatirse y separando las piernas, me dio vía libre.

-Buena chica- escuchó que su compañera le decía e instintivamente se relajó.

Su relax le duró poco porque bastante más cachondo de lo que mi cara reflejaba, la exigí que me acercara su coño. Interiormente horrorizada pero sabiendo que no podía negarse, obedeció poniendo su sexo a escasos centímetros de mi boca. Al comprobar que lo llevaba exquisitamente depilado y que eso lo hacía más atrayente, saqué mi lengua y le pegué un lametazo mientras Kanya se  mordía los labios para no gritar. Su sabor me enloqueció pero asumiendo que no estaba lista porque antes tenía que derribar sus defensas, separé mi cara y con voz autoritaria, la ordené que volviera a masturbarse.

Por su gesto comprendí que esa zorrita no entendía que no la poseyera de inmediato y que me divirtiera jugando con su sentido de la moralidad. Es más reconozco que me esperaba una queja pero entonces se sentó frente a mí y mirándome a los ojos,  dejó que su mano se fuera deslizando hasta que uno de sus dedos encontró el botón que emergía entre sus labios vaginales y mientras lo acariciaba, preguntó:

―Si le obedezco, ¿va a permitir que cumpla con mi deber?

―Ya veré― respondí descojonado por la forma tan rebuscada de pedir que me la follara.

Mis palabras la intranquilizaron aún más y con sus mejillas totalmente coloradas por la vergüenza,  deslizó lentamente un dedo por su intimidad. No supe interpretar el sollozo que surgió de su garganta porque en un principio pensé que era producto de la humillación que sentía pero no me quedó más remedio que cambiar de opinión, al observar que, tras ese estremecimiento, todos los vellos de su cuerpo se erizaban lo cual era síntoma de placer.

―Déjate llevar ― susurré- cuanto antes sientas placer, antes te poseeré.

En silencio, mi nueva concubina dibujó los contornos de su sexo con sus dedos mientras pensaba en su recompensa y por primera vez, la pérdida de su virginidad no le pareció tan repugnante pero al percatarse de la sonrisa que lucía mi rostro mientras la miraba, protestó:

-Por favor, no me mire.

Interviniendo Loung le replicó:

-Lo quieras reconocer o no, ¡estás excitada!

-¡No es cierto!- chilló llena de angustia al saber que eso iba en contra de su antigua elección por una vida religiosa.

Mi adorada morena comprendió que su negativa era una reacción defensiva. Por eso decidió dar otro paso para conseguir que su  compañera se entregara a mí y sin pedirle opinión, comenzó a chupar sus pechos. Kanya ni siquiera trató de impedirlo porque bastante tenía con asumir que tenía los pezones duros como piedras y que le estaba gustando la sensación que mamaran de ellos aunque fuera una mujer quien lo hiciera. Aprovechando su confusión, con tono duro le exigí que se metiera un par de dedos en el coño.

Al obedecer, la inexperta mujercita notó que el placer invadía su cuerpo y gimiendo  de gusto, empezó a meterlos y sacarlos cada vez más rápido de manera voluntaria hasta alcanzar una velocidad frenética.

―¡No sé qué me ocurre!― aulló al tiempo que sus caderas se movían buscando profundizar el contacto con sus yemas.

No quise explicárselo porque que tenía que descubrirlo ella sola y muerto de risa, me mantuve a la espera mientras Kanya se frotaba con urgencia creciente el clítoris. En cambio, Loung se compadeció de ella y cambiando de posición, se apoderó de su botón con su boca. De inmediato, la novata se corrió llenando de flujo la cara de su compañera, la cual lejos de quejarse se entretuvo bebiendo ese cálido néctar directamente de su fuente con lo que incrementó aún más la confusión de la muchacha.

-Por favor, ¡déjame!- gritó presa de un frenesí hasta entonces desconocido.

En vez de obedecerla, Loung pasó por alto esa exigencia y siguió firme en su intención  de asolar hasta la última de las defensas que esa mujer había construido a su alrededor, usando únicamente su lengua. No contenta con ello, se dedicó a pellizcar sus pezones mientras continuaba devorando su sexo.

La mujer al sentir esos pellizcos, se  puso a llorar mientras informaba a su cruel agresora que no podía más y que la dejara descansar. Sonreí al oír su tono desolado porque era una señal de lo cerca que estaba su rendición y haciendo caso omiso a sus ruegos, colaboré con Loung mordisqueando uno de sus pechos mientras con mis dedos invadía su sexo.

Nuestro ataque coordinado fue el empujón que le faltaba para que su cuerpo empezara a convulsionar sobre las sábanas presa de un segundo orgasmo aún mayor que el primero. Convencido que de ello iba a depender que esa mujer se rindiera a mí, exigí a mi concubina que intensificara la acción de su lengua y bebiendo de la lujuria que rezumaba del sexo de Kanya, prolongó ese inesperado pero placentero clímax mientras su víctima se retorcía incapaz de absorber tanto placer.

-¡No es posible!- sollozó al comprender por fin lo que le ocurría y presionando con sus manos la cabeza de Loung contra su sexo, gritó:- por favor, ¡no pares! Lo necesito.

Durante largo rato, ni mi amada oriental ni yo soltamos a nuestra presa. La cual yendo de un orgasmo a otro sin descansar, se deshizo de todos sus tabúes y disfrutando por fin, cayó rendida a nuestros pies diciendo:

-No quiero ser una invitada, ¡quiero formar parte de la familia!

Fue entonces cuando decidí formalizar su sumisión y pasando mi mano por su trasero, le di un azote mientras le ordenaba darse la vuelta. Incapaz de desobedecerme se puso a cuatro patas sin saber que era lo que quería hacerle. Sin pedirle permiso, separé sus nalgas y me encantó descubrir su esfínter rosado pero sabiendo que no era el momento de usarlo, me olvidé momentáneamente de él y sacando mi pene del pantalón del pijama, lentamente la fui empalando hasta toparme con su himen.

-¿Estás segura que esto es lo que quieres?- pregunté presionándolo sin romperlo.

Echándose violentamente hacia tras, la novata firmó su entrega  y casi sin dolor, chillo como posesa al sentir mi glande chocando contra la pared de su vagina que la amara. Obedeciendo me apoderé de sus senos y usándolos como ancla, me afiancé con ellos antes de comenzar un suave trote con nuestros cuerpos mientras la decía:

-Para ser una víctima te mueves como una puta.

La aludida recibió con indignación mis palabras e intentó zafarse pero entonces agarrándola de la cintura, lo evité y de un solo golpe, le clavé mi extensión hasta el fondo. Kanyaa no pudo evitar que un gemido surgiera de su garganta cuando se dio cuenta de lo mucho que le gustaba que mi glande chocara una y otra vez contra la pared de su vagina:

La novata viendo que era incapaz de dejar de gemir, hundió su cara en la almohada para evitar que escucháramos sus gemidos mientras comenzaba a mover sus caderas buscando su propio placer.  Dominado por el morbo de la situación, le solté un duro azote en su trasero mientras a mi lado Loung no paraba de reírse de ella. Al comprobar que esa oriental no se quejaba, descargué una serie de nalgadas sobre ella sabiendo que no podía evitarlo. Curiosamente esas rudas caricias la excitaron aún más y ante mi atónita mirada, se corrió brutalmente.

Decidido a vencer por goleada, me dediqué cien por cien a ella, cabalgando su cuerpo mientras mis manos seguían una y otra vez castigando sus nalgas. Para entonces  Kanya se había convertido en un incendio y uniendo un clímax con el siguiente, convulsionó sobre esas sábanas mientras gritaba como una energúmena que no parara.

-¿Te gusta que te traten duro? ¿Verdad puta?-  pregunté a mi montura.

-¡Sí!- sollozó y dominada por el placer, no puso reparos a que cogiendo su melena la usara como riendas mientras elevaba el ritmo con el que la montaba.

Para entonces su sexo estaba encharcado y con cada acometida de mi pene, su flujo salía disparado de su coño impregnando con su placer todo el colchón. Era tanto el caudal que brotaba de su vulva que ambos terminamos empapados antes de que mi propio orgasmo me dominara y pegando un grito, descargara toda mi simiente en su vagina. La inexperta al sentir mis descargas se volvió loca y moviendo sus caderas a una velocidad de vértigo, convirtió su coño en una batidora mientras se unía a mí corriéndose reiteradamente hasta que agotado me dejé caer sobre la cama con mi pene todavía incrustado en su interior. Allí tumbado, disfruté de los estertores de su placer sin dejar que se la sacara.

Fue entonces cuando, entre gemidos, me preguntó si era cierto que también sería la amante de la princesa.

― Pregúntale a ella- respondí señalando a Sovann que desde la puerta nos observaba.

No hizo falta que realizara esa pregunta porque llegando hasta ella, su futura reina y dueña la besó. Al experimentar por primera vez la ternura de su monarca, Kanya se puso a llorar pero en esta ocasión de felicidad.

-Hacedme un hueco- dulcemente mi prometida comentó mientras se desnudaba- porque vengo necesitada de las caricias de mi familia…

Fin

Como os prometí voy a terminar las historias inconclusas que escribí.

Por otra parte os informo que he publicado en AMAZON, UNA NUEVA NOVELA

Sinopsis:

Un negocio en Africa hace que nuestro protagonista entre en contacto con la realidad de una cultura y una gente que le eran desconocidas. Sin saber cómo ni porqué se deja llevar por su soberbia y cierra un trato con un reyezuelo local desconociendo que al comprar su heredad no solo estaba adquiriendo unas tierras sino que ese apretón de manos llevaba incluido su boda con su hija, la princesa.

Temiendo por su puesto de trabajo, es incapaz de rehuir es trato aunque ello lleve emparejado unirse de por vida con una mujer con la que siquiera ha hablado y sin conocer las consecuencias que eso tendría. Al ir conociendo a su esposa, Manuel descubre que sus paisanos le tienen un respeto desmedido y que bajo la apariencia de una bella joven se esconde una maga de inmensos poderes. Para terminar de complicar las cosas donde va ella, van las cuatro premières... sus sacerdotisas que también se consideran sus esposas.

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"La princesa Maga y sus cuatro sacerdotisas "

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Yo, cazador

La guardaespaldas y el millonario

Todo comenzó por una partida de póker

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De loca a loca, me las tiro porque me tocan (SERIE SIERVAS DE LA LUJURIA 1)

No son dos sino tres, las zorras con las que me casé (SERIE SIERVAS DE LA LUJURIA 2)

El dilema de elegir entre mi novia y una jefa muy puta

Mi mejor alumna se entregó al placer: (SERIE INSTINTO DEPREDADOR VOL. I)

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