Mi cuñada, además de princesa, resultó muy puta 3
La viuda de mi hermano me demuestra que, además de ser mas puta que las gallinas, es una zorra materialista que quiere ser millonaria y que el dinero la pone cachonda .
Capítulo 5
No habían dado las ocho de la mañana, cuando escuché que se abría mi puerta y todavía somnoliento, observé a mi cuñada entrando con una bandeja con mi desayuno en mi cuarto. Haciéndome el dormido, cerré mis ojos creyendo que al verme roncando esa arpía volvería por donde había llegado, ya que no me apetecía hablar con ella. Lo que no me esperaba fue que dejando la bandeja sobre la mesa, esa puta acercara una silla a la cama y se sentara en ella.
―¡Cómo te pareces a tu hermano!― susurró sin querer, tras lo cual, la oí suspirar. Entreabriendo los ojos, descubrí que esa mujer, al suponer que seguía durmiendo, se había empezado a acariciar.
Vestida con un camisón que se transparentaba todo, observé que bajo la tela sus pezones se habían puesto duros con mirarme y a su dueña con las rodillas separadas mientras su mano toqueteaba con disimulo su sexo. Lo erótico de la situación hizo que bajo las sábanas mi pene se pusiera morcillón y totalmente espabilado, siguiera fingiendo sin perder detalle de los movimientos de mi cuñada.
Incapaz de retenerse, Sovann se sacó un pecho y cogiendo entre sus yemas la areola, lo empezó a pellizcar mientras con su otra mano separaba los pliegues de su vulva y en silencio daba inicio a una pausada masturbación. Sus dedos torturaron su ya inhiesto clítoris con rapidez como temiendo que el hombre que yacía a su lado se despertara. Poco a poco su calentura fue subiendo en intensidad hasta que con suaves gemidos, se dio la vuelta y posando su pecho sobre el asiento, levantó su culo y abriendo sus nalgas, se introdujo un dedo en su interior.
Reconozco que mi pene se puso como una roca al disfrutar, yo, de la visión de su ojete rosado a escasos centímetros de mi cara y solo el corte de que ella supiera que había estado atento mientras satisfacía sus necesidades, evitó que al verla correrse no me levantara y la tomara allí mismo.
Una vez había conseguido que su cuerpo disfrutara, la vi acomodarse el camisón y mientras salía de la habitación, escuché que me decía:
―Manuel, espero que te haya dejado tan caliente como tú me dejaste anoche. Ahora desayuna que, en una hora, me tienes que presentar a tu socio.
«¡Será guarra!», exclamé mentalmente al percatarme de que había sido objeto de su burla.
Mi cuñada se había masturbado frente a mí, consciente de que la observaba. Comprendí que lo había hecho como castigo a mi huida de la noche anterior pero, aun así, me sacó de las casillas la facilidad con la que esa princesita era capaz de manipularme.
Decidido a no dejarme vencer con tanta facilidad, me levanté y sirviéndome un café, me metí a duchar. Bajo el chorro y mientras el agua fría calmaba el ardor de mi entrepierna, planeé mi siguientes pasos convencido de que aunque ese engendro del demonio estuviera acostumbrado a ese tipo de conjuras palaciegas, le plantearía cara y saldría victorioso.
Mis nuevos ánimos me duraron poco porque al ir bajando por las escaleras, vi a Sergio charlando animadamente con mi cuñada y en sus ojos descubrí que estaba hipnotizado por sus encantos.
―¿Cómo estás colega?― dije coloquialmente tratando de que esa zorra supiera que ese hombre era ante todo mi amigo.
―Cabreado de enterarme por la prensa de que te casas― respondió sinceramente pero babeando y sin dejar de mirar a la puñetera princesa.
Aprovechando el momento, me acerqué a mi prometida y posé mis labios en los suyos mientras le acariciaba sin disimulo el culo:
―Ya sabes que siempre he tenido éxito con las chinitas― respondí conociendo el odio que los samoyanos sentían por ese país con el que tantas veces habían guerreado.
Mi dulce cuñadita absorbió mi insulto sin quejarse y luciendo la mejor de sus sonrisas, nos llevó al despacho y sentándose en “mi” sillón, dijo:
―Querido, debería explicarte un poco de historia pero no he citado a Sergio para eso. Por favor, siéntate.
Encantado de haber descubierto un punto flaco en ese témpano de hielo, me senté y simulando atención, la miré. Sovann esperó a que mi socio se acomodara en su asiento y poniendo gesto serio, soltó:
―Señores, ¡hablemos de negocios!― tras lo cual, profesionalmente, nos dio unos papeles y sin esperar a que los leyéramos, dijo: ―Os acabo de entregar la lista de las empresas europeas con intereses en mi país, quiero que me concertéis una cita con todos ellos.
―¿Para qué?― protesté por lo que consideraba una injerencia en mis asuntos.
Poniendo cara de inocente, mi prometida contestó:
―¿Tú que crees? ¡Para ganar dinero! Toda multinacional que quiera seguir trabajando en mi país cuando yo reine, deberá pasar por caja. Con mi ayuda, os haré inmensamente ricos y de esa forma, tanto tú como Sergio financiaréis mi asalto al poder.
―¿De cuánto estamos hablando?― preguntó mi socio interesado.
―Calculo que el primer año nos embolsaremos cien millones, menos los cincuenta que necesitaré, cada uno de vosotros ganará unos veinticinco.
De esa sencilla forma, esa puta se apropió de mi empresa. Como un virus, silenciosamente y sin hacer ruido, se iba apoderando de todo lo que era mío; primero fue mi hermano, luego mi casa y en ese momento, comprendí que al igual que la compañía que tanto me había costado levantar, yo también caería irremediablemente en sus obsesivas garras. Si ya eso fue duro, más humillante fue oír a Sergio entusiasmado por el promisorio futuro que esa arpía nos ofrecía.
―Alteza, me pondré a ello― respondió y cuando ya se iba, dándose la vuelta, dijo: ― Felicidades por la boda.
Sovann esperó a que mi amigo se fuera para soltar una carcajada:
―Como te prometí no seré una carga― y acercándose a mí, me susurró al oído: ―¿Te ha gustado mi regalo?
Supe que se refería a mi extraño despertar y por eso, le grité:
―¿A qué coño juegas?
Mi cuñada, haciendo caso omiso a mi cabreo, se sentó en mis rodillas y posando su cara en mi pecho, me respondió dulcemente:
―Ya que no quieres dejarme embarazada, tengo que pensar en mi futuro y que mejor forma de hacerlo que convertir a mi futuro esposo en millonario. Tu hermano nunca quiso que nos aprovecháramos de mi puesto pero, como eres diferente, contigo no me hará falta disimular.
―¿Y tu pueblo? ¿Y tus ideales?― exclamé intrigado.
―Samoya necesita progresar y si llegó a ser su reina, me ocuparé de ello. Pero como comprobarás soy una mujer práctica y pienso hacerme una hucha por si no se cumplen mis deseos.
―Eres una zorra materialista― contesté pensando en lo engañado que había estado mi mellizo con su mujercita.
Esta, llevando su mano a mi entrepierna y mientras se acomodaba sobre mí, se rio y dijo:
―Lo soy y después de hablar de dinero, ¡necesito follar!
Descojonado por su descaro, le arranqué la blusa y cogiendo un pezón entre mis dedos, lo acerqué a mi boca mientras le decía:
―Si mi chinita quiere follar, tendré que hacer el esfuerzo.
Mi dulce y desinteresada cuñada no pudo reprimir un gemido al sentir mi lengua jugueteando con su areola pero, antes de perder el control, me susurró:
―Como me vuelvas a llamar chinita, ¡te corto los huevos!
Sonreí al escucharla pero omitiendo mi respuesta, me concentré en las dos preciosidades que esa mujer ponía a mi disposición y mientras ella me bajaba la bragueta, me dediqué a mordisquearlas. Al pasar mi mano por debajo de su falda, descubrí que tampoco ese día llevaba bragas y cogiendo su trasero entre mis manos, apreté sus duras nalgas.
―Lo tienes enorme― protestó al intentarse introducir sin más mi falo.
Aunque estaba excitada, seguía teniendo el coño seco y apiadándome de ella la cogí entre mis brazos y depositándola sobre la mesa, le separé las piernas:
―Ten cuidado, todavía no estoy lubricada.
―Eso se puede arreglar― contesté mientras me quedada extasiado al contemplar la belleza de su sexo y sin esperar su permiso, separé sus labios.
Mi princesa suspiró al sentir mi lengua aproximándose a su objetivo y como una cerda en celo, me rogó que me diera prisa. Acostumbrada a mandar, protestó cuando contrariando sus deseos me entretuve jugueteando con los bordes de su botón antes de conquistarlo y completamente cachonda, presionó con sus manos mi cabeza contra su entrepierna. Al percibir su calentura, decidí prolongar su sufrimiento y ralentizando mis maniobras, incrementé su angustia.
―Te lo ruego: ¡Fóllame!― gritó fuera de sí― ¡Me urge tenerte dentro!
Fue entonces cuando compitiendo con mi boca, sus dedos se apoderaron de su clítoris y se empezó a masturbar. Con mi meta ocupada, la penetré con la lengua y saboreando su flujo, percibí que estaba a punto de correrse. Decidido a explotar sus flaquezas, pasé un dedo por su esfínter y lo empecé a relajar con suaves movimientos circulares.
Ella, al experimentar el triple estímulo, no resistió más y retorciéndose sobre el tablero, llegó al orgasmo dando tantos alaridos que temí que sus berridos llegaran a los oídos de los policías del garaje. La que sé que se enteró de todo fue Loung porque la vi observándonos desde la puerta con una mezcla de deseo y envidia en sus ojos.
―¡Me corro!― aulló como posesa, ajena a la intromisión de su secretaria.
Azuzando su deseo, terminé de introducirle mi dedo en su culo mientras usaba mi lengua para recoger parte del fruto que manaba de sus entrañas y digo parte, porque para el aquel entonces su sexo se había convertido en un ardiente geiser del que brotaba sin control su placer.
―¡No puede ser!― chilló al sentir que una a una sus defensas se iban desmoronando ante mi audaz ataque y temblando sobre la mesa, dejó un charco, señal clara del éxtasis que la tenía subyugada.
Metiendo y sacando mi lengua de su interior, conseguí una victoria aplastante y sólo cuando con lágrimas en los ojos me suplicó que la tomara, solo entonces, cogiendo mi pene entre las manos y mientras miraba de reojo a la otra mujer, forcé su entrada de un solo empujón. Ni siquiera me hizo falta moverme: Sovann al sentir su conducto ocupado y mi glande chocar contra el final de su vagina, volvió a correrse y clavando sus uñas en mis nalgas, me exigió que la follara.
―¿Te gusta mi chinita?― pregunté al sentir su flujo recorriendo mis piernas.
―Síííí, ¡Cabrón! Llámame como quieras pero ¡no dejes de follarme!― ladró convertida en perra.
No tardé en hacerle caso y dando a mis caderas una velocidad creciente, apuñalé sin descanso su sexo. La mujer respondió a cada incursión con un gemido, de forma que mi antiguo despacho se llenó de sus gritos y su fiel súbdita fue testigo de la claudicación de su princesa. Llorando la vi marchar.
―¡Dios! ¡No pares!― chilló mi cuñada absolutamente dominada por la lujuria.
La entrega que me demostró, rebasó en mucho mis previsiones y cuando le informé que estaba a punto de correrme, me pidió que no eyaculara en su interior porque podía quedarse embarazada.
―¿No es eso lo que quieres?― pregunté pellizcándole un pezón.
―Si pero no ahora. Si me preñas antes de que nos casemos, no podré retenerte.
―Por eso no te preocupes. Aunque es reversible, ¡tengo la vasectomía hecha!― respondí soltando una carcajada mientras sembraba con mi inocuo semen su fértil sembrado…
Como os prometí voy a terminar las historias inconclusas que escribí.
Por otra parte os informo que he publicado en AMAZON, UNA NUEVA NOVELA
Sinopsis:
Un negocio en Africa hace que nuestro protagonista entre en contacto con la realidad de una cultura y una gente que le eran desconocidas. Sin saber cómo ni porqué se deja llevar por su soberbia y cierra un trato con un reyezuelo local desconociendo que al comprar su heredad no solo estaba adquiriendo unas tierras sino que ese apretón de manos llevaba incluido su boda con su hija, la princesa.
Temiendo por su puesto de trabajo, es incapaz de rehuir es trato aunque ello lleve emparejado unirse de por vida con una mujer con la que siquiera ha hablado y sin conocer las consecuencias que eso tendría. Al ir conociendo a su esposa, Manuel descubre que sus paisanos le tienen un respeto desmedido y que bajo la apariencia de una bella joven se esconde una maga de inmensos poderes. Para terminar de complicar las cosas donde va ella, van las cuatro premières... sus sacerdotisas que también se consideran sus esposas.
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