Mi cuñada a las 5 y 40
Mi hermano se va a trabajar de madrugada. el cuerpo apetecible de mi cuñada, solo y delicioso entre las sábanas, es demasiada tentación para un mortal como yo.
El reloj marcaba las cinco y cuarenta cuando escuché la puerta cerrarse. Como todos los días, mi hermano salía de madrugada al trabajo. Sin perdida de tiempo me levanté, vestido apenas con mis calcetines salí de mi habitación y atravesé la sala. Con una mano empujé levemente la puerta de su habitación, con la otra me acariciaba la verga erecta.
Sobre la cama y entre las sábanas resaltaba el cuerpo voluminoso de mi cuñada, con sus curvas perfectas y su piel canela. Boca abajo, dormía pesadamente, con media cara enterrada en las almohadas y alzando sus grandes nalgas hacia el techo.
Arrodillado en la cama, comencé a recorrer su cuerpo con mi pene, desde los tobillos, pasando por sus piernas y nalgas, hasta la espalda y nuca. Las sensaciones comenzaron a invadir su cuerpo sin despertarla.
Me acosté de lado abrazándola por la espalda, mientras le lamía la oreja me masturbaba con su conchita que empezaba a humedecerse. Con suavidad le acariciaba los senos. Su respiración cambio un poco, sabía que lo estaba gozando.
Me movía cada vez más rápido, lubricándome el pene con los jugos de su concha gordita. Lamí su nuca y pellizqué uno de sus pezones. Gimió. Mi mano abandonó las grandes tetas, había llegado el momento de la penetración, tomé la base del pene y lo dirigí a la entrada del placer, la cabeza de mi virilidad penetró el tan deseado cubil. Me acomodé, me separé un poco de su espalda para tener mejor posición, tomé sus caderas con ambas manos y empujé con un suave movimiento de cadera, la verga entró suavemente abriéndose paso entre esos jugosos labios verticales. Un nuevo gemido salió de su garganta.
Aferrado a las caderotas, comencé el tan deseado mete y saca. El pene entraba y salía deliciosamente de su cuerpo.. En la habitación solo se escuchaban sus pequeños gemidos y el cacheteo de las nalgas rebotando incesantes de mi vientre.
Sin dejar de penetrarla comencé a recorrer ese cuerpazo con mis manos, las piernotas grandes y perfectas, la espalda hermosa y lisa, las tetas redondísimas, el cabello negro y salvaje... y esas nalgas... tan duras... tan apetecibles.
Con el ritmo que llevábamos, casi estaba yo abalanzado sobre la rica cuñada que desvariaba entre el placer y el sueño. Montado sobre ella y sin detener el mete y saca, llené de saliva los dedos de una de mis manos, con esmero los adentré entre las nalgotas, en el más profundo lugar, en el pequeño y delicioso culo. Varias veces repetí la operación hasta que estuvo bien lubricado. De rodillas, coloqué una de las almohadas debajo de su vientre, ella, soñolienta, se dejaba hacer. Con una mano aparté la nalga izquierda, con la otra conduje el pene su puerta trasera. La cabeza entró lentamente con un poco esfuerzo. Sus nalgas se tensaron. Sujetándome con fuerza a sus caderas empujé, una y otra vez, hasta que entró totalmente. Solo cuando toqué fondo me di un respiro de satisfacción. Me ubiqué sobre ella, me apoyé con los brazos en sus hombros y comencé a darle duro. Entraba y salía con fuerza, una y otra vez. El culo se abría más y más, tragando goloso todo el miembro. Ya no eran gemidos sino pequeños gritos ahogados lo que se escucha en la habitación. Aceleraba, rápido, con fuerza, con decisión, ese culo no era de mi hermano, no era de mi cuñada, era mío, solo mío, lo penetraba, lo hería, lo gozaba, rápido, rápido, cada vez más rápido, la castigué, le dí nalgadas fuertes y sonoras, mete y saca, rápido.
Me aferré como nunca a sus nalgotas, las atrapé con fuerza entre mis manos, y de un último embate enterré el miembro hasta lo más profundo. Con gran placer inundé ese exquisito culo.
Reposé por unos instantes, totalmente acostado y relajado sobre ella, mientras el pene terminaba de saciarse. Nuestros sudores se confundían. Me levanté lentamente y retiré la verga de aquel cuerpo tan delicioso. El esperma salía como pequeños hilos de su culo, recorriendo la concha y sus graciosos pelillos. Pero que ricura.
Me retiré a mi habitación y me metí en la cama. Esta escena no era la primera vez que ocurría, ni sería la última... haaaa mi cuñada.